¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 20 de octubre de 2020

SIERVOS DE DIOS

"El que quiera ser grande entre vosotros, 
que sea vuestro servidor, 
y el que quiera ser primero entre vosotros, 
que sea vuestro esclavo. 
Igual que el Hijo del hombre 
no ha venido a ser servido 
sino a servir 
y a dar su vida en rescate por muchos"
(Mateo 28,26-28)

A muchos de nosotros, cristianos que hemos conocido el amor y el perdón de Dios, se nos llama "servidores" porque servimos a Dios por amor y agradecimiento, y seguimos el ejemplo de Cristo, quien no vino para ser servido sino para servir y, por amor, dar su vida en rescate por muchos.

El término "servidor" proviene del término hebreo jebed y del griego δοῦλος o doulosque se repite en numerosas ocasiones a lo largo de la Palabra de Dios y que significa "esclavo o siervo". Doulos es alguien que, habiendo obtenido su carta de libertad, decide servir a su Señor por amor y en acción de gracias
Un "siervo de Dios" no es alguien que carece de libertad o que sirve por obligación, sino alguien libre, que acepta voluntariamente ser esclavo de Dios por amor, es decir, obedece con docilidad por un acto de libre voluntad y de amor.

Un "siervo de Dios" es un "enamorado de Dios" que ha sido escogido, elegido y llamado por el Espíritu Santo para cumplir el Plan de Salvación de Dios. 

En el Antiguo Testamento, "siervo de Dios" hace referencia tanto a los patriarcas: Abrahán (Salmo 105,42) José (Génesis 50,17), Moisés (Éxodo 14,31; Números 12,7; Deuteronomio 34,5; Josué 1,1, 15; 8:21, 23; 18,7; 1 Crónicas 6,49; 2 Crónicas 1,3; 24,6; Nehemías 1,7; 10,29; Daniel 9,11), Josué (Josué 24,29; Jueces 2,8), como a los profetas: Jeremías (Jeremías 7,25; 2 Reyes 21,10; Amos 3,7), Isaías (Isaías 20,3; 49,5), Elías (2 Reyes 10,10) y Job (1,8, 42,7). Incluso se refiere también a algunos reyes: David (2 Samuel 3,18), Nabucodonosor (Isaías 25,9; 27,6). 

En el Nuevo Testamento, la primera y más importante "Esclava del Señor" es la Madre de Cristo,  la Virgen María (Lucas 1,38). "Siervo de Dios" hace referencia a los apóstoles, y así, Pablo, en el comienzo de cada una de sus cartas dirigidas a las Iglesias, se define, alternando "siervo de Cristo Jesús", "siervo de Dios" o "apóstol de Cristo" (Romanos 1,1; 1 y 2 Timoteo; Tito 1,1, Gálatas 1,1; Efesios 1,1). Además, incluye como "siervos de Dios" a Sóstenes (1 Corintios 1,1), a Timoteo y a Silvano (2 Corintios 1,1; Filipenses 1,1; Colosenses 1,1; 1 y 2 Tesalonicenses 1,1)Santiago se llama "siervo de Dios y del Señor Jesucristo" (Santiago 1,1), Pedro es "siervo y apóstol de Jesucristo" (1 y 2 Pedro 1,1), Judas también es "siervo de Jesucristo" (Judas 1,1) y Juan es "siervo de Dios" (Apocalipsis 1,1).

Todos ellos se cumplen en Jesucristo, "el Ungido de Dios", el "Siervo de Yaveh", "el Siervo Sufriente" (Isaías 42, 1-4; 52,13-15; 53, 1-12Zacarías 3,8; Hechos 3,13, 26; 4,27, 30).
Sin embargo, es necesario hacer algunas precisiones porque no todos los siervos de Dios son buenos o fieles, no todos cumplen la voluntad de Dios. Eevangelio de San Mateo 25, 14-30 nos relata la parábola del siervo bueno y fiel, en la que Cristo nos explica que por un lado, hay siervos buenos y fieles, y por otros, siervos negligentes y holgazanes:

Los siervos buenos y fieles son aquellos a quienes el Señor ha dejado a cargo de sus bienes y que, desarrollando todos los talentos que Dios les ha otorgado, producen fruto y glorifican a Dios, cada uno, según sus capacidades.

Los siervos negligentes y holgazanes son aquellos siervos negligentes que no ponen todos sus talentos para la gloria de Dios ni para el bien de los demás. Se distinguen dos tipos:

-Los siervos de cumplimiento. Son aquellos que  "cumplen y mienten", es decir, realizan su labor pero lo hacen por rutina o por interés personal. 

-Los siervos de mantenimiento. Son aquellos que "ni mienten ni cumplen", es decir, se excusan para no realizar su labor por temor. 

Un "siervo de Dios" es alguien que, cuando es llamado por Cristo, deja todo y le sigue (Mateo 4), subordina su voluntad a la del Señor, escucha, guarda y pone en práctica Su Palabra (Marcos 3, 35).

martes, 12 de junio de 2018

SERVIR EN EMAÚS

Resultado de imagen de lavatorio de pies
¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 
Os he dado ejemplo para que
lo que yo he hecho con vosotros, 
vosotros también lo hagáis. 
En verdad, en verdad os digo: 
el criado no es más que su amo,
ni el enviado es más que el que lo envía. 
Puesto que sabéis esto,
dichosos vosotros si lo ponéis en práctica.” 
(Juan 13, 12-17) 


Este fin de semana se organizan varios retiros de Emaús en España. ¡Una nueva oportunidad para muchos de nosotros de colocarnos el "polo de servidores"! Sin embargo, ¿sabemos servir? ¿merecemos el nombre de "servidores"?

Los seres humanos, por causa del pecado, somos orgullosos y soberbios, y por ello, reacios a servir a otros; es más, 
pensamos que son los demás quienes están a nuestro servicio. Incluso, a veces, podemos pensar que Dios está para servirnos a nosotros.

Combatir estas tendencias requiere un esfuerzo firme y constante porque podríamos pensar que servir a Dios en un retiro de Emaús depende de nosotros y de nuestra aptitud. "Servir" a Dios depende sólo de Él y, en último caso de nuestra actitud. 

Para los cristianos, "servir" debe revelar el mismo y auténtico amor que Dios tiene hacia el ser humano, la misma actitud y disposición que Cristo manifestó, cuando dejó el cielo para "abajarse" a la tierra.

Servir con humildad 

Servir puede implicar motivaciones externas: podemos servir por obligación, por satisfacción, por beneficios propio, incluso, por reconocimiento.  

Sin embargo, un auténtico espíritu de servicio requiere una motivación interior que mana de un corazón humilde, dispuesto y entregado al Señor, como el de nuestra Madre la Virgen María. 
El genuino servicio requiere una fuerza interior que brota de un corazón puro y obediente que desea cumplir la voluntad de Dios, y que para ello, se pone a disposición de las necesidades de los demás hasta las últimas consecuencias, como el de nuestro Señor Jesucristo.

Jesús nos muestra la actitud correcta del servicio humilde en el pasaje del lavatorio de los pies (Juan 13). Su ejemplo es nuestro modelo a seguir: Jesús lavó los pies a todos sus discípulos, una labor que estaba reservada a los esclavos. Incluso lavó los de Judas, de quien sabía que iba a traicionarle.

Y de eso trata en Emaús: nuestro servicio es una esclavitud de amor: "No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos". "Dar la vida" significa dar muerte a nuestro orgullo, a nuestra soberbia, a nuestras motivaciones externas y a nuestros propios intereses para mirar con ojos de amor las necesidades de los demás. Con los mismos ojos amorosos con los que Dios nos mira.

Servir implica humildad, despojarnos de nuestro "ego" y entregarnos a todos los demás, hasta el final. Algo que normalmente, al ser humano le cuesta muchísimo, sobre todo, inclinarnos, humillarnos ante personas que no conocemos, o que nos traicionan o que nos tratan mal.

Implica
 desechar nuestros "derechos" para asegurar los de los demás y, así, servir a Dios. Implica, una pureza de intención, un "ser" que nos conduce al "hacer". Implica amor abnegado, amor que no busca recompensa. 

Implica reconocer nuestra pequeñez, someternos a la voluntad de Dios y aceptar con paciencia y gozo las circunstancias, experiencias y desafíos más difíciles de nuestro servicio y de nuestra vida.


Implica confiar en Dios, olvidarnos de nosotros mismos y ser conscientes de nuestra misión. Una misión que no está "organizada por laicos para laicos", sino por "Dios para los hombres".

Los "servidores" funcionamos al revés del mundo. No tratamos de llegar a la cima. No tratamos de buscar fama y reconocimiento. Y mucho menos de pisotear a los demás...un "servidor" está al servicio de una visión superior: la gloria de Dios. Y, entregándonos completamente a los demás, conducirlos de la mano por y hacia el amor de Cristo.

Entonces, servidores, es hora de humillarnos. Es hora de dejar de mirarnos al espejo y mirar a los demás hijos de Dios con amor, dulzura y compasión. Es hora de dejar de tratar de impresionar. Es hora de dejar de buscar nuestro propio interés y morir por los demás. Es hora de escuchar, de comprender, de amar...

Servir con alegría

¡Humildes...pero alegres! Servir no es (no debe ser) un trabajo penoso y triste.

Ser
vir es un privilegio que Dios nos concede aunque no nos necesita. Y por ello, debemos servir con alegría.
Dios nos da una oportunidad de formar parte de su plan de salvación. Nos regala la oportunidad maravillosa de poder ser instrumento de su Amor, de ser colaboradores de Cristo. Caminar a su lado, escucharle y aprender de su ejemplo. Y así, darle a Jesús la oportunidad de utilizarnos para ser su palabra, sus manos, sus brazos, sus ojos…

¡No queremos estar abatidos y apesadumbrados como los dos de Emaús cuando iban de vuelta! ¡Queremos reconocer a Cristo y que nuestro corazón se inflame! ¡Fuera tristeza! ¡Fuera desánimo!

Tenemos lo mejor que podemos encontrar: a Jesús. Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14, 6). ¿Por qué habríamos de estar tristes?

Cuanto más cerca estemos de Dios, cuanto más presente le tengamos en nuestras vidas y en nuestro servicio, cuanto mayor es nuestra confianza en Él, mayor será nuestra capacidad para afrontar cualquier dificultad con serenidad y alegría; para superarl
as con resiliencia y aceptarlas con paz en nuestros corazones, pues sabemos que todo obedece al plan perfecto diseñado por Dios.

Servir con pasión

¡Humildes, alegres.... y apasionados!

Debemos hablar...qué digo, respirar con profunda pasión cuando servimos a Dios. Gritar apasionadamente que: ¡¡¡Jesucristo ha resucitado!!! Para que cuando nos escuchen, se pueda decir que sentimos lo que decimos, que vivimos lo que gritamos, que amamos a quien proclamamos
.
En un mundo donde reina la tristeza y el desánimo, nuestro fervor es un poderoso signo de sobrenaturalidad. Nuestra pasión, una muestra de la presencia real de Dios en cada uno de nosotros.

Para ser servidores dignos, para ser evangelizadores efectivos, tenemos que creernos lo que decimos y comunicarlo con pasión. Porque el Evangelio no es simplemente una idea entre muchas: la fe es creer lo que no  vemos con confianza absoluta, hasta el punto de estar dispuestos a sufrir y morir por ello si fuera necesario. 

Sí, hasta el martirio, si fuera preciso. Porque "mártir" (del griego "μάρτυς, -υρος", "testigo") es una persona que sufre persecución y muerte por defender una causa, o por renunciar a abjurar de ella, con lo que da "testimonio" de su fe. Los mártires dan testimonio de Cristo con sufrimiento y sangre porque son seguidores suyos y como tales, son fieles hasta el final. Un mártir está alegre...¡siempre! ¡hasta el final!

A través de la pasión que pongamos los servidores, los caminantes (y el mundo) verán lo mucho que nos amamos y lo mucho que les amamos. A través de nuestra disponibilidad, nuestra actitud de servicio, de entrega… verán las manos, los brazos, los ojos, la sonrisa… de Cristo vivo y resucitado.

Desde la humildad, pero con alegría y con pasión, transmitimos nuestra experiencia de Cristo a todos a los que servimos. Ese es el regalo que ofrece Emaús.

Porque no debemos olvidar nunca que Emaús es un plan de Dios, no nuestro. Emaús es sólo un método, una herramienta, un vehículo por el que las personas acuden para tener un encuentro personal con Jesús y, producido este encuentro, la relación de las personas con Cristo prosperará y crecerá a través de otras personas en la comunidad parroquial y a través de otros servicios.

Por último, la importancia de nuestro servicio no radica en la eficacia, sino en el amor con que hacemos las cosas: a Dios solo le importa el amor que ponemos en las cosas que hacemos y no cuántas cosas hacemos, cómo las hacemos, o quienes las hacemos.

“No cuenta la cantidad de las obras, 
sino la intensidad del Amor con que las hagas.” 
(Santa Teresa de Calcuta)