(Mateo 15, 1-2. 10-14)
Los hombres tenemos la mala costumbre de complicar las cosas. Incluso las que Dios nos dice.
Tenemos la manía de tergiversar, acomodar y convertir la fe en un serie de acciones externas, muchas veces, sin sentido, sin entendimiento, sin discernimiento.
El otro día escuchaba a un hermano decir con mucho sentido que tenemos que aprender a diferenciar entre Dios y las "cosas de Dios".
Y es que, habitualmente, hacemos cosas para el Señor por rutina, por tradición o costumbre pero realmente no entendemos el espíritu con el que Dios nos las confió.
Las "cosas de Dios", los mandamientos de Dios, las normas de Dios...las convertimos en Dios. Pero no son Dios.
Vamos a misa porque es lo que debemos hacer, celebramos fiestas religiosas porque lo pone el calendario, evangelizamos porque es lo que "toca", rezamos como "loros" sin saber lo que decimos, somos católicos porque hemos nacido en España y no en India...creyendo que es lo que Dios quiere.
Pero eso que hacemos es "cumplir por cumplir", "hacer por hacer", "rezar por rezar"...y muchas veces, lo hacemos sin saber por qué o para qué.
Sin darnos cuenta, convertimos el cristianismo en una serie de obligaciones, tradiciones y rutinas que se alejan del propósito inicial de Dios.
Nos dejamos guiar por actitudes ciegas que Dios no ha sembrado y que nos hacen caer en un hoyo.
Y lo que Dios no ha plantado, Él lo arrancará de raíz.