"Porque nuestra lucha no es contra gente de carne y hueso,
sino contra los principados y potestades,
contra los dominadores de este mundo tenebroso,
contra los espíritus del mal,
que moran en los espacios celestes."
(Efesios 6, 12)
¿Somos conscientes de que estamos inmersos en una cruenta batalla espiritual? ¿Somos conscientes de que gran parte de los ataques que recibimos provienen del mundo sobrenatural?
Muchos no lo creen, porque no lo ven. Pero es real. Está ahí. Los seres humanos estamos en medio del campo de batalla. Los ataques están alrededor de nosotros y dentro de nosotros. Lo veamos o no. Lo creamos o no.
No es una guerra con un final incierto. Los cristianos tenemos la certeza que la guerra ya está ganada: "y destituyó a los principados y a las potestades, y los expuso a la pública irrisión, triunfando de ellos en la cruz." (Colosenses 2, 1)
El Enemigo también lo sabe, pero intenta llevarse con él a cuantos pueda. Por eso, debemos estar alerta para luchar y ganar nuestra batalla individual, que comienza a ganarse con la identificación del Enemigo y con el pleno convencimiento de que los sucesos extraños que nos pasan son consecuencia de los ataques del maligno.
Una de las principales tácticas engañosas que utiliza es tratar de conseguir que la persona no se dé cuenta de la profundidad de lo que está sucediendo en su vida.
A menudo, asumimos que la lucha diaria a la que nos enfrentamos es tan sólo una batalla física, pero bajo la superficie, bajo esa apariencia de "normalidad", hay algo mucho más complejo que está teniendo lugar: ataques que se producen en el campo de batalla de una guerra espiritual universal.
El Diablo y sus demonios son mucho más poderosos e inteligentes que los seres humanos pero Dios lucha por nosotros y dentro de nosotros, y Él es incomparablemente más poderoso que ellos, porque Él los creó.
Por eso, la recomendación sintética de San Pablo es "revestírse de la armadura de Dios" (Efesios 6, 11-18) compuesta por el casco de la salvación, el escudo de la fe, el cinturón de la verdad, la coraza de la justicia, las sandalias del apostolado y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
San Pablo nos recuerda: "que Satanás no se aproveche de todo, pues no ignoramos sus astucias" (2 Corintios 2,11). El Diablo utiliza múltiples estrategias contra los seres humanos. Sabe cómo tentar al hombre. Sabe cómo apretar las "clavijas" adecuadas, en el momento adecuado.
San Pablo nos recuerda: "que Satanás no se aproveche de todo, pues no ignoramos sus astucias" (2 Corintios 2,11). El Diablo utiliza múltiples estrategias contra los seres humanos. Sabe cómo tentar al hombre. Sabe cómo apretar las "clavijas" adecuadas, en el momento adecuado.
Su principal estrategia es hacernos confiar en nuestras propias fuerzas y olvidarnos de Dios. Si esto ocurre, el Diablo ha empezado a ganar. No podemos ir a una batalla espiritual armados con un tirachinas.
Por ello, es importante no ignorar las estrategias del Enemigo ni vivir con nuestros ojos espirituales cerrados, de manera que nos impidan reconocer las tentaciones y los ataques. Debemos caminar en el Espíritu y ser conscientes de lo que está sucediendo a nuestro alrededor.
Nos enfrentamos a dos tipos de ataques espirituales: directos e indirectos.
Ataque espiritual directo
El ataque espiritual directo es el resultado de una influencia demoníaca directa: brujería, espiritismo, maldiciones...Es una serie de eventos coordinados por el mundo demoníaco, cuyo fin es también, abortar el plan de Dios, hacer naufragar la fe, oprimir al cristiano y sacarle fuera del camino para que no llegue a destino y muera. Pueden ser realizados desde fuera o desde dentro de la persona.
Obsesión diabólica: El Diablo actúa sobre el hombre desde fuera, provocando:
-Desorientación: Cuando un cristiano está bajo un influjo de brujería, espiritismo o maldiciones, se desorienta o se confunde. Incluso puede llegar a ser torpe. Satanás nubla nuestra visión, cegándonos espiritualmente para que nos detengamos y no lleguemos a nuestro destino en Dios.
-Debilitamiento emocional: Cuando somos blanco de maldiciones, nos sentimos agotados o debilitados emocionalmente. Nos invade una oscuridad que cubre nuestra mente. A veces, se manifiesta como un dolor de cabeza, una jaqueca o una migraña. Pero no es nada de eso; no es nada físico, es brujería.
-Terror: A menudo, las maldiciones que produce la brujería o el espiritismo despiertan una serie de temores excesivos que paralizan y aterrorizan nuestra mente. A veces, en la imaginación o en los sueños aparecen imágenes grotescas que parpadean, visiones dantescas, escenarios apocalípticos, etc.
-Distracción: Cuando las maldiciones están dirigidas a una comunidad o a una parroquia, se experimentan problemas constantes, distrayendo al cuerpo de Cristo de su propósito y de su llamada. Los niveles de irritación son altos y la paciencia es baja o nula. Las quejas, los chismes, las murmuraciones y las difamaciones aumentan exponencialmente. La rebelión contra la autoridad parece justificada y aumenta la tentación de abandonar. La división es la nota predominante.
Posesión diabolica: El Diablo entra en la víctima y actúa desde dentro. El demonio convierte a su victima en propiedad suya mediante un dominio violento.
La posesión diabólica afecta al cuerpo, pero el alma no es invadida, conserva la libertad y, si se mantiene unida a Dios, puede estar en gracia durante la misma posesión (Juan Pablo II, 13-8-1986).
El medio apropiado de lucha espiritual en estos casos extremos son los exorcismos, que fueron realizados con frecuencia por Jesucristo y por los Apóstoles, a quienes les dio poder para expulsar a los demonios.
Posesión diabolica: El Diablo entra en la víctima y actúa desde dentro. El demonio convierte a su victima en propiedad suya mediante un dominio violento.
La posesión diabólica afecta al cuerpo, pero el alma no es invadida, conserva la libertad y, si se mantiene unida a Dios, puede estar en gracia durante la misma posesión (Juan Pablo II, 13-8-1986).
El medio apropiado de lucha espiritual en estos casos extremos son los exorcismos, que fueron realizados con frecuencia por Jesucristo y por los Apóstoles, a quienes les dio poder para expulsar a los demonios.
Ataque espiritual indirecto
Un ataque espiritual indirecto es el resultado de una influencia demoníaca indirecta, que tiene su gestación en el pecado original y su parto en la tentación, que el Diablo nos pone ante nuestros ojos mediante la:
-Mentira. "Vosotros sois hijos del diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él fue homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, pues no hay verdad en él. Cuando dice mentira, habla según su propia naturaleza, porque es mentiroso y padre de la mentira." (Juan 8, 44). Satanás es el padre de la mentira. Siempre miente. Todo lo que sale de él es opuesto a la verdad.
-Acedía: El enemigo trata de robar nuestra perseverancia en las cosas de Dios, y lo hace con el debilitamiento de vida interior: pereza en la oración, ausencia de sacramentos, aumento de rutina, falta de compromiso...
-Frustración: El enemigo utiliza una variedad de circunstancias para sitiar, oprimir y frustrar nuestra mente: ansiedad, insatisfacción, descontento, decepción, queja...
-Confusión: El enemigo genera caos y crea confusión, duda, incertidumbre, falta de confianza, ausencia de propósito...
-División: El enemigo bombardea la mente con pensamientos dispersos y permanentes que dividen y roban la paz: chismes, rencillas, enfrentamientos, rencores...
-Debilidad: El enemigo ataca prolongada y permanentemente para producir falta de energía o vitalidad, cansancio, falta de sueño, agotamiento, fatiga......
-Falsa tregua: El enemigo crea una sensación de falsa paz, con la intención de simular que no hay ningún ataque, haciéndonos especialmente vulnerables en lo que se refiere a los bienes materiales, bien porque tenemos todo o porque no tenemos nada.
-Renuncia: Mientras que Dios nos ha creado con un propósito y nos ha concedido dones, talentos y gracias para descubrirlo y cumplirlo, el enemigo tiene un plan opuesto: alejarnos de su cumplimiento, abrumándonos con pensamientos negativos, deseos de renuncia y propuestas de abandono.
-Esclavitud: El enemigo intenta llevarnos de vuelta a ciclos negativos de los que ya nos habíamos liberado, esclavizarnos a viejas ataduras y deseos, convenciéndonos de que nuestros pecados no son tan graves, o incluso, de que no son pecado (igual que a Adán y Eva), tratando de hacernos perder la conciencia de lo malo y lo bueno, lo que agrada a Dios o no, arrastrándonos a una espiral profunda que nos encadena.
-Concupiscencia: El enemigo nos tienta principalmente con la carne para alejarnos del Espíritu, con la inmoralidad para alejarnos de la santidad, con la concupiscencia para alejarnos de la castidad.
-Rebeldía: El enemigo pretende hacernos razonar desde una lógica mundana para que renunciemos a lo que Dios nos llama, para que nos desviemos del camino o para que pensemos que existen atajos. Si no lo consigue, potencia actos de rebeldía ante hipotéticas injusticias de Dios, cuestionando mandatos de Dios y poniendo en tela de juicio las actuaciones de la gracia.
-Rebeldía: El enemigo pretende hacernos razonar desde una lógica mundana para que renunciemos a lo que Dios nos llama, para que nos desviemos del camino o para que pensemos que existen atajos. Si no lo consigue, potencia actos de rebeldía ante hipotéticas injusticias de Dios, cuestionando mandatos de Dios y poniendo en tela de juicio las actuaciones de la gracia.
Claves para luchar
Como ya hemos visto anteriormente, la primera clave es tomar conciencia de que estamos en guerra y bajo ataque.
Una vez concienciados del estado de guerra y reconocido el ataque, comenzaremos a combatir al Enemigo, con la fe y la autoridad de Jesucristo (Lucas 9, 1) con las siguientes armas:
Una vez concienciados del estado de guerra y reconocido el ataque, comenzaremos a combatir al Enemigo, con la fe y la autoridad de Jesucristo (Lucas 9, 1) con las siguientes armas:
-Fe: “Sin la fe es imposible agradar a Dios, porque aquel que se acerca a Dios debe creer que él existe y es el justo remunerador de los que lo buscan” (Hebreos 11, 6).
-Oración y penitencia: “Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados por el Espíritu” (Efesios 6, 18-19). “Esta clase de demonios sólo se puede expulsar con la oración y el ayuno” (Mateo 17,21)
-Sacramentos: Además, la Iglesia nos ofrece la ayuda de los sacramentos como instrumentos para combatir al enemigo: la Confesión, la Eucaristía, la Adoración ante el Santísimo. También, la dirección espiritual y el apoyo de nuestros hermanos de fe.
- Comunión de los Santos: Pidamos el auxilio y la protección de la Santísima Virgen, San José y de todos los santos. Recurramos a San Miguel Arcángel y su ejercito celestial.
-Resistencia: “Sométanse a Dios; resistan al demonio, y él se alejará de ustedes” (Santiago 4, 7). Resistir “al mundo”, negarse a sí mismo, hacer obras de caridad, practicar el silencio.
Vencer al mal con el bien
Las maldiciones no se combaten con maldiciones hacia quienes nos atacan, sino con bendiciones: pidamos a Dios que bendiga a quienes nos atacan, con la misma bendición que hemos experimentado nosotros con nuestro arrepentimiento y conversión a Cristo.
Los cristianos bendecimos y no maldecimos, porque si descendemos al odio y caemos en el rencor, perdemos la batalla. San Pablo nos dice:"No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien" (Romanos 12, 21).
Los cristianos bendecimos y no maldecimos, porque si descendemos al odio y caemos en el rencor, perdemos la batalla. San Pablo nos dice:"No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien" (Romanos 12, 21).
Los cristianos nos ponemos un manto de alegría en lugar de un espíritu angustiado, alabando a Dios: “¡Entren por sus puertas dando gracias, en sus atrios canten su alabanza. Denle gracias y bendigan su nombre!” (Salmo 100, 4).
Los cristianos transformamos odio en amor (1 Juan 4,18) porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de poder, amor y una mente disciplinada (2 Timoteo 1, 7).
Los cristianos escuchamos a Dios y no escuchamos a Satanás porque, diga lo que diga, no es la verdad sino una perversión de la verdad. Él sólo desea nuestra muerte. Es por tanto, un mentiroso y un asesino.
Los cristianos seguimos la Verdad de Jesucristo que nos hace libres, que nos libera de la esclavitud del pecado que trata de provocarnos el Enemigo.
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