"Para la libertad nos ha liberado Cristo.
Manteneos, pues, firmes,
y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud"
(Gálatas 5,1)
La Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 18 y la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea en su artículo 10, reconocen que "toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia".
La Constitución Española en su artículo 16 "garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la Ley".
A pesar del reconocimiento universal de estos dos derechos fundamentales, existe en la actualidad un sentimiento revolucionario y generalizado de hostilidad, discriminación e intolerancia hacia los cristianos (cristianofobia), que no sólo restringe su libertad de pensamiento y de expresión sino que, además alienta su persecución, encarcelamiento e incluso, su asesinato.
Según algunos estudios, alrededor de 70 millones de cristianos han sido asesinados por su fe desde el siglo I, de los cuales 45 millones (es decir, 65% del total) corresponden a cristianos ejecutados durante el siglo XX.
De todos es conocida (aunque callada y obviada) la persecución religiosa indiscriminada de los cristianos en países islámicos o comunistas. Sin embargo, en las democracias occidentales, como es el caso de España, también existe acoso y asedio a los cristianos: primero, mediante la imposición de ideas, tendencias y lenguajes laicistas en el pensamiento social, para después, su traslación al ámbito legal, donde son convertidas y reguladas por leyes inhumanas, normativas y reglamentos inmorales que conculcan el derecho a la libertad de pensamiento y de expresión de los cristianos.
Entre ellas, se encuentran la prohibición de la exhibición de signos religiosos cristianos (crucifijos, imágenes, etc.) en diversos contextos (centros educativos y entidades públicas); la negación del derecho a la libertad de educación religiosa y el sometimiento a enseñanzas contrarias a las creencias familiares cristianas (Lomloe o Ley Celá); los ataques, agresiones y profanaciones a los símbolos cristianos (iglesias, imágenes, cruces, tumbas, etc.) tanto por parte de asociaciones radicales y grupos anticristianos progresistas/LGTBI, como de la propia administración pública (Observatorio para la Libertad Religiosa y de Conciencia (ORLC)).
Y yo me pregunto:
¿Qué clase de justicia es aquella que dictamina la retirada de crucifijos en los colegios porque "vulneran los derechos fundamentales"?
¿Qué clase de tolerancia es aquella que ataca símbolos, profana iglesias o agrede a personas católicas porque son contrarios a su forma de pensar?
¿Qué clase de libertad es aquella que se obliga a acatar o que se concede a unos y se niega a otros?
¿Qué clase de igualdad es aquella que excluye, discrimina y margina a unos en beneficio de la inclusión, aceptación e imposición de otros?
Y afirmo, sin temor a equivocarme, que nos hallamos ante una nueva Revolución Francesa, ahora globalizada, cuyas impuestas consignas no hacen sino guillotinar cualquier valor o principio fundamental:
-una falsa libertad impuesta que poco tiene que ver con la tolerancia.
-una falaz igualdad obligada que poco tiene que ver con la justicia.
-una artificial fraternidad que poco tiene que ver con la solidaridad.
El exigido "apostolado laicista" enarbola la bandera de la libertad individual pero, al mismo tiempo, con su odio cainita, su beligerante intolerancia y su hostil pensamiento único, la cercena. Más pronto que tarde veremos como arremeterá contra el arte, la pintura, la escultura o la literatura cristianas para dirimir qué es aceptable y qué es inaceptable.
La obligada "militancia secular" pretende, por todos los medios, evitar que la fe y la moral desempeñen un papel importante en el corazón del hombre y de la sociedad. Reduciéndolas a la mínima expresión e imponiendo su verdad por encima del bien y del mal, dictamina qué es el bien y qué es el mal.
El generalizado "activismo ateísta" postula la negación de toda realidad sobrenatural y decide qué es verdad y qué no lo es. Propone una "total liberación" del hombre en todos los órdenes de-construyendo el lenguaje, las relaciones sociales y familiares, la reproducción, la sexualidad, la educación, la cultura, etc.
La autoritaria "ideología de género" reniega también de toda esencia natural, en aras de una igualdad inclusiva forzada que se rebela contra las propias exigencias de las leyes físicas, naturales y biológicas más elementales: El hombre no es creado por un ser superior sino que se construye así mismo, convirtiéndose en un dios para sí mismo.
De nuevo, el hombre ante el árbol del conocimiento del bien y del mal. De nuevo, el hombre tentado y seducido por la serpiente. De nuevo, el hombre rebelándose contra Dios...
La "nueva creatura" (burda imitación de Satanás que trata siempre de plagiar negativamente a la creatura de Dios) exige sumisión y obediencia ciega a su verdad retorcida, a su moral irracional y a su género antinatural, consecuencia de su voluntad rebelde y orgullosa, y no de su naturaleza humana (más bien, demoníaca).
El pensamiento único laicista y ateo ha ser acatado por todos mediante la imposición global de ideas coercitivas, lenguajes siniestros y leyes intimidatorias que obligan al hombre a "transformarse en dios o en marginado".
El Diablo no busca que le adoren hombres-libres, sino que apostaten de Dios hombres-dioses a cualquier precio...
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