"Y la voz del cielo que había escuchado
se puso a hablarme de nuevo diciendo:
'Ve a tomar el librito abierto de la mano del ángel
que está de pie sobre el mar y la tierra'.
Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito.
Él me dice: 'Toma y devóralo;
te amargará en el vientre,
pero en tu boca será dulce como la miel'.
Tomé el librito de mano del ángel y lo devoré;
en mi boca sabía dulce como la miel,
pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor.
Y me dicen: 'Es preciso que profetices de nuevo
sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos'"
(Ap 10,8-11)
En la lectura del capítulo 10 de Apocalipsis se nos presenta una escena que habla de un librito abierto en manos de un ángel que está de pie sobre el mar y la tierra. Es el mismo ángel que aparece en Ap 1,9-20 y que tiene rasgos cristológicos, descritos en los primeros versículos (Ap 10,1-3):
- va envuelto en una nube (referencia al Hijo del Hombre en Dn 7,13)
- con el arco iris sobre su cabeza (señal de la alianza de la Creación en Gn 9,13 como el arco que empuñaba el primer jinete de Ap 6,2)
- su rostro resplandeciente como el sol (referencia a Mt 17,2)
- sus piernas columnas de fuego (apoya sus pies sobre la tierra y el mar, tiene poder sobre toda la creación)
- grita con un rugido como el de un león (el león de la tribu de Judá, "la voz del Señor ha tronado", referencia a Sal 29,3)
- en su mano tiene un librito abierto: es el Evangelio, que debe ser leído y proclamado, es decir, profetizado (Ez 2,8-3,1)
El ángel no es Cristo pero tiene sus rasgos porque habla en su nombre. Tras el rugido del ángel, hablan los siete truenos y Juan quiere escribir de inmediato lo que le han dicho pero una voz le prohíbe hacerlo. Al cristiano le basta con el Evangelio. Los apóstoles Juan y Pablo tienen una visión de Dios que va más allá del Evangelio pero no se les permite contarla (2 Cor 12,2-4). Al cristiano le basta con la gracia.
"Vete y toma el libro". A Juan se le pide que vaya a tomar el libro abierto de la mano del ángel: Se le da autoridad para coger el libro y leerlo porque está abierto.
'Toma y devóralo" es una referencia a Ez 2,8-3,1: "Ahora, hijo de hombre, escucha lo que te digo: ¡No seas rebelde, como este pueblo rebelde! Abre la boca y come lo que te doy. Vi entonces una mano extendida hacia mí, con un documento enrollado. Lo desenrolló ante mí:
estaba escrito en el anverso y en el reverso; tenía escritas elegías, lamentos y ayes. Entonces me dijo: 'Hijo de hombre, come lo que tienes ahí; cómete este volumen y vete a hablar a la casa de Israel'. Abrí la boca y me dio a comer el volumen, diciéndome: 'Hijo de hombre, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te doy'. Lo comí y me supo en la boca dulce como la miel.
La Palabra de Dios debe ser devorada (interiorizada) porque ha de ponerse en práctica, hay que vivirla. Debe ser digerida (asimilada) para que no haya distancia entre el hablar del profeta y la Palabra, para que "sean uno".
"Te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel". La dulzura es la misma Palabra de Dios. La amargura (que es doble) se refiere, en primer lugar, a que la palabra "remueve": requiere primero, la conversión del profeta, su purificación, y después, un cambio de vida; y en segundo lugar, será amarga porque será despreciada por muchos, como también el profeta será desechado.
"Es preciso que profetices de nuevo sobre muchos".
El libro abierto tiene que ser profetizado, el evangelio tiene que ser anunciado, pero para ello hacen falta profetas. Profeta es aquel que anuncia la Palabra de Dios con sus palabras y con su vida. Aquel que es capaz de captar lo profundo de la palabra y testimoniarlo no sólo con palabras sino también con hechos.
Juan, al igual que Ezequiel y otros profetas, recibe la investidura profética. Se le da autoridad para anunciar proféticamente la Palabra de Dios.
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