¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta "misericorditis". Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta "misericorditis". Mostrar todas las entradas

lunes, 25 de agosto de 2025

ESFORZAOS EN ENTRAR POR LA PUERTA ESTRECHA

En aquel tiempo, Jesús pasaba por ciudades y aldeas 
enseñando  y se encaminaba hacia Jerusalén. 
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?»
Él les dijo:
«Esfor­zaos en entrar por la puerta estrecha, 
pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. 
Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, 
os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo:
“Señor, ábrenos”; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”.
Enton­ces comenzaréis a decir:
“Hemos comido y bebido contigo, 
y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá:
“No sé de dónde sois. Ale­jaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, 
cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob 
y a todos los profetas en el reino de Dios, 
pero vosotros os veáis arrojados fuera. 
Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, 
y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. 
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos
(Lc 13, 22‐30)

Las palabras de Jesús en el evangelio de Lucas son muy tajantes: no todos se salvarán. Aunque en la cruz el Señor ha abrazado a toda la humanidad y ha abierto la puerta de la salvación universal, el hombre tiene que poner de su parte.

Ante la pregunta cuantitativa que le hacen, Jesús traslada el foco de atención del "cuántos" al "cómo", de las cifras a la disposición necesaria para entrar en el reino de Dios. No nos da un número de salvados sino que nos explica la forma de salvarnos: con esfuerzo y determinación, es decir, por la puerta estrecha.

Es el mismo planteamiento de la parábola de la higuera y la de las diez vírgenes, en las que también habla de cómo prepararse para la venida final de Cristo y para nuestro juicio particular: debemos estar atentos (ante las falsas doctrinas), en vela (es decir, rezando) y con perseverancia (en la fe, en los mandamientos y en los sacramentos) hasta el final (Mt 24,3-4; 25,1-13). 

El Señor nos dice lo que no sirve para salvarse: no basta con desear la salvación, ni con pertenecer a la Iglesia, ni tampoco con el mero hecho de creer en Dios o conocer a Jesús. Por desgracia, hay muchos cristianos que piensan que basta con eso y que no importa el pecado que cometamos (sin arrepentimiento) porque Dios perdona todo y a todos.

Y, después, nos dice lo que sirve: es necesario pasar por la exigencia de la "puerta estrecha" (Mt 7,13-14). Lo que nos pone en el camino de la salvación no es ni un título ni un carnet de cristianos, sino una decisión personal y comprometida de seguimiento de la voluntad de Dios a través de una vida coherente y de rechazo a las tentaciones del mundo

Pero ¿por qué hay dos puertas, la "ancha" y la "estrecha"?

La puerta de los tibios y los indiferentes es ancha porque "todo les vale", "todo les está permitido", "todo les sirve" y muchos entran por ella...pero hacia un callejón sin salida: la muerte espiritual. Es la puerta de las opiniones personales, de las propias voluntades y de las falsas seguridades humanas a las que Dios debe someterse. Es la puerta del "yo pienso", "yo opino"...la puerta de la comodidad y del relativismo.

La puerta de los comprometidos y los perseverantes es estrecha porque se pasa por ella de uno en uno, sin mochilas ni maletas, sin nadie al lado, sin abogado defensor...sólo con los propios "méritos". Es la puerta de la prueba y del sufrimiento, de la entrega y la obediencia a la voluntad de Dios que muchos no quieren aceptar.

Es cierto que "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1 Tim 2,4; cf. Is 66,18) pero para alcanzar la salvación "los creyentes han de emplear todas sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre" (Concilio Vaticano IILumen Gentium n. 40)

Para alcanzar la santidad y, con ella la salvación, Dios pone a nuestro alcance muchos "medios ordinarios": sacramentos, mandamientos, Escritura, virtudes, capacidades y talentos...aunque también es cierto que Dios tiene "medios extraordinarios" de salvación que desconocemos y que sólo su omnipotencia decide otorgar. 

Dios es misericordioso, que significa mirar con el corazón y amar con compasión (como hace cada padre con sus hijos), pero cuántas veces se nos olvida que Dios también es justo, que implica dar a cada uno lo que le corresponde (como hace cada padre con sus hijos).

Por eso, como buen padre, Dios "reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos" (Hb 12,5-8), diciéndonos lo que debemos y lo que no debemos hacer para salvar nuestra alma. No nos anima  a que hagamos cualquier cosa que nos perjudique (como tampoco lo hace ningún padre), sino que nos pide poner de nuestra parte (como hace cada padre con sus hijos).

Pensar que porque Dios es bueno y misericordioso, "transige con todo" y perdona todo, (persistiendo en nuestro pecado sin arrepentirnos), es una opinión muy "protestante" (aunque extendida entre muchos católicos) y completamente errónea. 

Dios es bueno pero no tonto. Somos nosotros, con este falso "buenismo", que construimos un Dios a nuestra imagen y semejanza, en lugar de buscar la semejanza con Él, perdida por el pecado.

La Palabra de Dios (el mismo Jesucristo) insiste en la voluntad divina de querer salvar a todos pero la cuestión a la que nos exhorta no es tanto si nos va a salvar a todos, sino cómo podemos salvarnos.

Pensar que solo se salvan los cristianos, los que van a misa, los que rezan el rosario, los que acuden a retiros, es no querer entender lo que Dios nos dice, sino tratar de imponer lo que nosotros queremos. 

Pensar que todos los hombres van a entrar en la santa y pura presencia de Dios llenos de suciedad e impureza (pecados) es no conocer a Dios y tergiversar su esencia misericordiosa y justa.
La puerta estrecha es la condición que tenemos que asumir los que creemos en Dios para poder participar del banquete de la eternidad. Dios nos ofrece una salvación gratuita, pero sabemos que todo lo que vale la pena cuesta, que todo lo bueno tiene un precio. Y el precio es el "vía crucis" que Cristo recorrió primero y que nosotros debemos recorrer también. 

La cruz (nuestro símbolo cristiano) es la puerta estrecha, el camino verdadero a la vida eterna (Jesús mismo), que nos exige vivir y asumir con radicalidad los valores del Evangelio, tener una fe viva, madura, perseverante y capaz de acoger la verdad del Evangelio, vivir una vida comprometida, de servicio y entrega generosa a los demás.

¡Cuidado con elegir la puerta incorrecta que nos conduce a la perdición!
¡Cuidado con encontrar la puerta cerrada y escuchar a Dios decir que no nos conoce!
¡Cuidado con descuidar el aceite de nuestra lámpara y quedarnos en la oscuridad!
¡Cuidado con querer entrar en el banquete celestial sin el traje de boda!

sábado, 24 de marzo de 2018

EL BUENISMO: LA MUNDANIZACIÓN DEL EVANGELIO

"La cosa no es para que os sintáis orgullosos.
¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? 
No tratéis con el que presume de cristiano y es lujurioso, 
avaro, idólatra, calumniador, borracho o ladrón; 
con éstos, ni comer."
(1 Corintios 5, 6 y 11)

Por desgracia, cada vez más, estamos acostumbrándonos a escuchar a muchos, también dentro de la Iglesia católica, decirnos que vivamos una versión superficial de los valores supremos, de la fe que nuestros padres nos enseñaron, del cristianismo.

Se trata de un discurso simplista y sensiblero cuyo propósito es la búsqueda del sentimiento que obnubila la razón, que abduce el pensamiento, que nos insta a evitar y desechar los aspectos desagradables y los problemas en nuestra vida cristiana, negando así la importancia del sufrimiento de nuestro Señor en la Cruz y dibujándola como una muestra errónea de la Misericordia divina.

En palabras del Papa Francisco, se trata de la tentación del 'buenismo destructivo', que deja las heridas sin antes curarlas y modificarlas” (Sínodo de la familia, 2014).

El Buenismo de muchos católicos es la súper-comprensión, la súper-compasión, la súper-tolerancia, la súper-permisidad, lo "súper-guay", lo "súper-progre", con todo y con todos,  menos con lo nuestro. 

Una "complejitis" que nos quiere hacer "comulgar" con una fe bobalicona, cobardona, timorata, intimista, sincretista y panteísta: Es la mundanización del Evangelio, en lugar de la Evangelización del mundo.

Es la súper-libertad, la súper-igualdad, la súper-apertura a todas las culturas, a todas las religiones, a las todas las creencias, a todas las actitudes y a todas las opiniones. A todas, menos a la propias de un cristiano.

El buenismo es, en el fond
o, una repulsa hacia lo propio, un complejo sobre la propia identidad, una manía hacia la propia idiosincrasia, en defensa de lo impropio, de lo ajeno. El buenismo desconfía de lo suyo, de lo conocido, de lo aprendido para fiarse de lo ajeno, de lo desconocido, de lo impuesto.

El buenismo es capaz de renunciar a sus propios valores y principios, los cuales fueron forjados a fuego y espada, a lo largo de la Historia a través de luchas, muertes y sacrificios, por miedo a ser tratado de racista, machista, fascista, xenófobo, islamófobo, homófobo etc.

"Buenitis"

El buenismo católico apela a que:

No es necesario estar en gracia para recibir a Jesucristo en la Santa Misa, pues Cristo, en su infinita misericordia, perdona a todos y así, se entrega en el pan eucarístico a todos los que lo piden, con independencia de su estado, pues no se le puede negar a nadie.

No es indispensable acudir al sacramento de la confesión, pues Dios perdona a todos sin excepción. Así, todos los delincuentes, los narcotraficantes, los asesinos, los secuestradores, los homosexuales practicantes, los divorciados… pueden comulgar en aras de la "súper-misericordia". Incluso, algunos hasta propugnan la "confesión general".

No es  preciso seguir la tradición ni el Magisterio de la Iglesia, pues todos los santos y los grandes doctores de la Iglesia se han equivocado y han sido incapaces de comprender estas situaciones, hasta que han llegado los "iluminados" a la Iglesia.

No es obligatorio cumplir la voluntad de Dios ni sus Mandamientos, pues están obsoletos, pasados de moda. Eran para otras épocas.

No es imperioso corregir las conductas desordenadas, pues permitiendo a los divorciados vivir en adulterio y comulgar, permitiendo la practica homosexual, el yoga, el reiki, etc. atraerán almas a Dios y conseguirán llenar las iglesias. 

En definitiva, el buenismo significa que todo vale, que todo es "igual", que todo es "libre". Estamos ante la eterna rebelión del Diablo, infiltrado en la Iglesia como "Ángel de luz" y que sólo busca la destrucción del ser humano.

"Misericorditis"

Muy lejos está de lo que Jesús nos dice a través del apóstol Pablo: "El salario del pecado es la muerte" (Romanos 6,23), y por tanto, a lo que el buenismo conduce, es a dañar a todas las almas, pues en lugar de buscar su santidad, las aboca a la tibieza y a la mediocridad, que las hace caer con más facilidad en cualquier pecado.

Se trata, en definitiva, de una concepción absolutamente equivocada de la voluntad divina y una distorsión completa de la misericordia de Dios, pues el perdón de los pecados es un don gratuito de Dios que requiere el sincero reconocimiento, arrepentimiento y dolor del propio pecado (contrición) por haberle ofendido.

Desde luego, esta concepción buenista de las cosas no es la Iglesia de Jesucristo, sino una iglesia disfrazada de "misericorditis" humana, bastante alejada de la verdadera misericordia divina. Por desgracia, esta falta de fe auténtica, incluso en los sacerdotes, motiva a los buenistas a proseguir con sus líneas de actuación, a pesar de los pésimos resultados que obtienen. 

Y es que no son capaces de ver la tempestad que conduce al naufragio de la Iglesia, pues estas prácticas, con falso olor a compasión y con falsa apariencia de misericordia, son del todo obras anti-cristianas y mundanas, que no divinas. 

La "misericorditis" invocada en favor de actos incorrectos, conduce al escándalo, pues invita a pecar gravemente; conduce a la herejía, pues divide a la Iglesia, permitiendo un punto no negociable de la doctrina de la Iglesia; conduce al relativismo, a  la tiranía del "todo vale".

Abrazar la Cruz

La misericordia auténtica es la expresión del amor de Dios y de la Iglesia por los más débiles, por los pobres, y la invitación al arrepentimiento de los que corren el riesgo de ser esclavizados por sus pecados, y de finalmente, morir.

La medida de un cristiano es siempre Jesucristo y no una falsa misericordia donde la compasión por el pecado permanente es mas importante que la voluntad de Dios.

Abracemos nuestra cruz y caminemos hacia nuestro objetivo: Dios. Salgamos de este buenismo pagano ... y sin rubor, expresemos nuestra auténtica fe en público y en todo lugar. 

El mundo necesita soldados comprometidos con el amor, orgullosos de la fe y animados por la esperanza. Guerreros como los apóstoles de Cristo que arriesgaron sus nombres, sus comodidades  y sus vidas.

Fuertes, audaces y santos

El declive que percibimos tanto en nuestra casa, la Iglesia, como en el mundo, nos convierte en una humanidad en peligro de extinción, en peligro de sucumbir tanto a nuestros excesos como a nuestros defectos.

Seamos fuertes, apoyándonos en la oración; audaces, meditando las Sagradas Escrituras y santos, visitando con regularidad el Santísimo. 

Apartémonos de esta generación corrupta y gritemos fuerte que la libertad existe para no hacer lo que nos gusta, sino para hacer lo que debemos, lo que Dios nos dice.

Unámonos al ejercito de San Miguel Arcángel, y luchemos con la Virgen María como escudo, el Espíritu Santo como guía y Cristo como espada.

Venzamos al demonio, al mundo y a la carne. ¡Guerra contra Lucifer!