Lucas 2, 20
Jesús ha vuelto a nacer entre nosotros. La pregunta es ¿Somos como los pastores, humildes de corazón, que escuchamos el mensaje y volvemos glorificando y alabando a Dios por lo que hemos visto y oído? ¿O somos más bien indiferentes y seguimos ocupados en nuestras cosas?
En la época de Jesús, los pastores eran personas no estaban muy bien vistas sino mal consideradas, e incluso, no tenían muy buena reputación, hasta el punto que los tribunales no aceptaban a un pastor como testigo valido en un juicio.
En medio de la oscuridad de la noche, la luz les ilumina, y a ellos se les aparece el Ángel y les dice: “Hoy ha nacido para vosotros… un salvador que es Cristo, el Señor.”
Con ese “para vosotros”, Dios muestra su preferencia por los pobres, haciendo que fueran los pastores, los primeros en enterarse de la gran noticia del nacimiento del Salvador.
Probablemente, perplejos y temerosos, los pastores pensaran que ese mensaje tan importante no era para ellos y sin embargo, salieron corriendo en busca del niño.
Los pastores se acercaron tímidamente, con ese temor que congela los pasos de los pobres al acercarse a la casa de los ricos. Los pastores no entendían, pero se sentían felices. Se sabían amados, se sentían amados. Fueron en busca de ese amor y después, volvieron para contarlo a todo el mundo. Se pusieron en marcha.
Los pastores se acercaron tímidamente, con ese temor que congela los pasos de los pobres al acercarse a la casa de los ricos. Los pastores no entendían, pero se sentían felices. Se sabían amados, se sentían amados. Fueron en busca de ese amor y después, volvieron para contarlo a todo el mundo. Se pusieron en marcha.
Más de dos mil años después, Jesús ha vuelto a nacer otra vez para salvarnos. ¿Y nosotros? ¿Nos “ponernos en marcha” para ser testigos y portadores de la misma gran noticia? O ¿pensamos que la noticia no es para nosotros y dejamos a Jesús de lado, esperándonos? ¿Nos falta fe, para comprender que Dios nos quiere como somos, a pesar de nuestras miserias y pobrezas?
A lo largo de la historia de la salvación, Dios siempre ha puesto sus ojos de misericordia en guías para su pueblo en la figura de sencillos pastores (Moises, Abrahám, David). Podía haber elegido a hombres capaces, formados, poderosos, con capacidad de liderazgo y sin embargo, no lo hizo.
Dios conduce a su rebaño PASTOREANDO, involucrándose con él, riendo y llorando con él. El rebaño conoce al pastor, porque el pastor está cerca del rebaño, y el pastor conoce a su rebaño, porque está pendiente de él, para ayudarlo.
Y nosotros ¿estamos dispuestos a involucrarnos con la gente de nuestro entorno? ¿Podemos decir que los conocemos y que ellos nos conocen?
Pastorear, en hebreo, significa estar en guardia, estar pendientes de lo que les sucede a las personas de nuestro entorno. Prestarles atención y preocuparse de sus cosas. Estar vigilantes y atentos para que la gente de nuestro alrededor persevere en la fe. Ser valientes, estar dispuestos a que nos cierren la puerta en la cara sin desesperar.
Un pastor nunca se sienta, apenas descansa, porque si se sienta o duerme, pierde el horizonte y deja de cuidar las ovejas. A lo sumo, lo que hace el pastor es apoyarse en el callado, pero nunca pierde de vista a su rebaño, descansa apoyado pero siempre con la mirada puesta en ellos.
Lo que le da autoridad al pastor frente a su rebaño es su propia presencia afectiva y efectiva. El pastor está ahí siempre, con dedicación, con cuidado cariñoso, siempre tiene la mirada puesta en el rebaño, no los pierde de vista, está pendiente, se preocupa. El pastor está.
El liderazgo del pastor no lo da la inteligencia ni la formación, ni la simpatía; lo da esta capacidad de estar cerca de aquellos que Dios nos ha encomendado. Jesús, como el Buen Pastor, nos enseña que un pastor conoce a sus ovejas y ejerce una protección no exenta de sabiduría: sabe que alimento conviene a las ovejas que tiene a su cargo, donde llevarlas para que no corran peligro, etc.
Cuando Cristo nos da el mandato de evangelizar, en Mateo 28, 20 nos dice: “Id”, y añade “… YO ESTOY con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo”. Y precisamente el nombre de Dios, Yaveh significa “Yo estoy”; es decir, que Dios siempre estará con nosotros, como el Buen Pastor, y nunca nos abandonará.
El apóstol Pedro, en su 1ª carta, capítulo 5, 2-10 nos dice cómo hemos de apacentar el rebaño de Dios: cuidándolo de buena gana, con gusto, a la manera de Dios, con entrega generosa, siendo modelos de sencillez y humildad, depositando en Dios todas nuestras preocupaciones, pues él cuida de nosotros; sobrios, vigilantes y firmes en la fe.
Los pastores son un símbolo de vigilancia, de alerta. Permanecen en vigilia toda la noche para proteger a sus ovejas y siguiendo su ejemplo, nosotros tenemos que estar vigilantes a la llegada de Cristo, esperándolo con fidelidad.
Los pastores no se guardaron para ellos lo que habían visto en el pesebre de Belén: salieron corriendo a divulgar a quien habían visto y conocido, porque una noticia así no podía quedar en secreto. El misterio de la salvación no es posible sin mensajeros.
Y hoy, estamos llamados a asumir el papel de pastores, que con humildad y sencillez, acudimos a "Belén" a conocer a Jesús y ser testigos de Él.
Pero con esto no es suficiente. Dios nos insta a asumir también el papel de mensajeros que cuenten la gran noticia "hasta el confín del mundo". Y Él estará siempre con nosotros.
¿Te animas a ser un pastor humilde?