¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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domingo, 19 de septiembre de 2021

ÚLTIMO Y SERVIDOR DE TODOS

"Si uno quiere ser el primero, 
sea el último de todos 
y el servidor de todos"
(Marcos 9,35)

Vivimos en un mundo rebelde que promueve la lucha y la dominación, donde "uno" sale victorioso y el resto derrotados, donde "uno" es feliz y el resto infelices, donde  "uno" domina y el resto dominados, donde uno se "alza y ensalza" y el resto se "abaja".

Sufrimos una sociedad perversa que fomenta la competitividad y la disputa, donde se privilegia el éxito y el poder, "donde hay envidia y rivalidad, turbulencia y todo tipo de malas acciones" (Santiago 3,16), donde se descarta a los "perdedores" y se alaba a los "ganadores". 
En cambio, la sabiduría amorosa de Dios es "en primer lugar, intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera" (Santiago 3,16-17).

Jesús, la Sabiduría encarnada, sabiendo las luchas interiores y las pasiones desordenadas de cada uno, suscita a sus discípulos (a nosotros) el examen de conciencia, y nos hace su famosa pregunta retórica: "¿De qué discutíais por el camino?" (Marcos 9, 33), "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?" (Lucas 24,17), "¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros?" (Santiago 4,1).

Cristo, el divino Confesor, conoce siempre lo que alberga nuestro corazón...pero quiere que se lo confesemos nosotros...mientras nos mira con compasión y nos escucha con paciencia. 

Entonces, nos invita a la conversión y al cambio de mentalidad, a desprendernos de los criterios del mundo y a revestirnos de "la sabiduría que viene de lo alto", y nos "impone" la penitencia, pero no como un castigo sino como un consejo, como hace el Maestro al discípulo o el Padre al hijo"Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón(Mateo 11,29).

"Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos" (Marcos 9,35; Mateo 20,26). Jesús nos está predicando con el ejemplo. No dice que no debamos querer ser los primeros...ni condena nuestros deseos de superación, ni tampoco nuestras intenciones de poner a rendir los talentos que nos ha dado
Más bien, nos alienta y nos anima a ello...pero de una forma completamente diferente a la del mundo: no a costa de los demás, sino a favor de los demásJesús, con su ejemplo, nos exhorta a vivir no desde la soberbia, sino desde la humildad; no desde el egoísmo, sino desde el altruismo; no desde el "recibir" sino desde el "dar".

La pedagogía divina de Cristo nos enseña que "los primeros puestos" dentro de Su Iglesia, no son de poder o dominación, sino de servicio y entrega, y nos invita a purificar la motivación de buscar esos primeros puestos y vivir nuestra vocación cristiana como cumplimiento de la voluntad de Dios.

viernes, 16 de abril de 2021

PESCAR CON REDES ROTAS

"Paseando junto al mar de Galilea 
vio a dos hermanos, 
a Simón, llamado Pedro, 
y a Andrés, 
que estaban echando la red en el mar, 
pues eran pescadores.
Les dijo: Venid en pos de mí 
y os haré pescadores de hombres" 
(Mt 4,18-19)

Jesús nos invita a seguirle, a ir en pos de Él para hacernos "pescadores de hombres". Y para afrontar este nuevo "oficio", el Señor nos enseña cómo pescar en su nombre con nuestras "redes". 

Pero no siempre es momento de "faenar", no siempre se dan las condiciones óptimas para la pesca, bien porque hay tormenta, porque el mar impide zarpar, porque no tenemos las redes preparadas o porque están rotas. 

Es entonces cuando el Patrón del barco decide que no zarpemos y se cumple el dicho de que "cuando los pescadores no pueden zarpar, arreglan las redes"

A veces, es momento de "preparar" las redes, doblándolas, limpiándolas y remendándolas:

Doblar las redes significa evaluar métodos y planificar estrategias para poder desplegar las redes con mayor facilidad en la próxima jornada de pesca. Espiritualmente hablando, significa rezar. Sin la oración toda pesca es infructuosa.

Limpiar las redes significa subsanar errores cometidos, reconocer y purificar actitudes poco caritativas. Espiritualmente hablando, significa ser humildes. Sin humildad, cualquier tarea evangelizadora está abocada al fracaso.

Remendar las redes significa arreglar las relaciones rotas o dañadas, recomponer la unión y tensión de las redes o los peces se escaparán. Espiritualmente hablando, significa obedecer. Sin la obediencia cualquier tarea en común es inútil.

No se trata de salir a pescar de cualquier forma o con cualquier aparejo. Para que la pesca sea efectiva, nuestras manos tienen que estar dispuestas a tirar conjuntamente de las redes, nuestras mentes tienen que ser dóciles a las órdenes del patrón y nuestras redes tienen que estar perfectamente unidas, plegadas y limpias.

Cuando las redes están rotas nos ocurre como a los discípulos, pretendemos volver a nuestras "faenas de pesca" sin contar con el Patrón (Juan 21,3). Pedro, Tomás, Natanael y los Zebedeos (Santiago y Juan) "deciden" ir a pescar. Y aunque eran pescadores experimentados y sabían de sobra lo que tenían que hacer, no pescaron nada.

En la evangelización, nos ocurre a veces lo mismo: queremos ser autosuficientes, nos sentimos capacitados, nos creemos expertos, nos consideramos idóneos. ¡Cuántas veces pretendemos coger el timón y asumir el mando sin el permiso del Patrón! ¡Cuántas veces queremos dirigir el barco sin tener ni rumbo ni dirección! ¡Cuántas veces optamos por salir al mar sin tener las redes preparadas o incluso, rotas! 
Nuestras redes suelen romperse por orgullo: cuando no dejamos a Dios ser Dios, cuando pensamos que podemos hacerlo todo solos, cuando nos creemos sabios y veteranos en la "faena", o incluso, también cuando tememos a la tempestad, a las dificultades, cuando nos falta fe en Cristo.

Nuestras redes suelen enredarse por vanidad: cuando tenemos motivaciones incorrectas, cuando buscamos reconocimiento y prestigio, cuando nos dejamos llevar por las distracciones, cuando estamos demasiado pendientes y ocupados en nuestras cosas, cuando entablamos disputas y divisiones que conducen al desánimo y al abandono.

Cristo es el fundamento de la evangelización. Su gracia es lo que une y cohesiona nuestras redes. Sin el Espíritu Santo, nuestras están redes rotas y no sirven para pescar. 

Sin oración, nuestras redes estarán enredadas y no podrán desplegarse. Sin humildad, nuestras redes estarán llenas de suciedad, de orgullo, de activismo, de mundanidad. Sin obediencia, nuestras redes estarán rotas, divididas, inservibles. 

¡Reparemos nuestras redes rotas!




JHR

domingo, 20 de septiembre de 2020

JESÚS, NUESTRO EJEMPLO DE SERVICIO


Por mi vida han pasado algunas personas a las que he admirado y que han influido en algunas de mis decisiones. Pero los principios que más me han asombrado los descubrí hace unos pocos años, cuando conocí el estilo de servicio de Jesús. Nadie como Él transforma el corazón, dando la vida por los demás

En el Evangelio de Mateo, Jesús nos descubre su "estilo". No se da importancia ni se presenta así mismo con palabras. Tan sólo nos pregunta: "¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre? Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?" (Mateo 16, 13-15). Siempre nos motiva a dar una respuesta, a dar un paso adelante. 

La entrega de Jesús es rigurosa total. Y con su ejemplo, nos llama a la "radicalidad del Evangelio": no valen las "medias tintas", no existen las "zonas grises", ni acepta las "tibiezas". Él nos tiende la mano y nos dice: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga." (Mateo 16, 24).

Los rasgos principales de su ejemplo de servicio están basados en las tres reglas de oro: oración, humildad y obediencia a Dios. 

Oración

Jesús cultivó siempre su vida interior, privada, durante treinta años, y pública, durante sus últimos tres.

Constantemente se apartaba del "ruido" para pasar tiempo a solas con Dios Padre. Oraba siempre y constantemente. Nunca hacía nada sin encomendarse primero al Padre.

Como hombre, necesitaba estar en relación con el Padre, era absolutamente dependiente del Padre para su sostenimiento, ayuda y protección. 

Dios Padre era el único que podía entender su angustia y socorrer su necesidad. Nadie más. 

Pero además, Cristo disfrutaba estando en comunión con Dios Padre porque le amaba y porque era amado (Mateo 17,5 ; Juan 17, 24). El Padre gozaba con el Hijo y viceversa. 

Ese amor recíproco constituía un vínculo indisoluble con el que nos enseña a orar en el Padrenuestro, a buscar siempre la comunión con Dios, a tener un encuentro de intimidad con Él. ¡Confianza plena! 

Humildad

Dios escogió a propósito un camino de humildad para encarnarse. Eligió nacer en un pesebre y vivir en la oscuridad en Nazaret, un pueblo desconocido y con no muy buena fama. Podría haber venido con toda su gloria pero no lo hizo. ¡No quiso hacerlo! 
Su primer acto público de fe fue de humildad cuando se unió a nosotros en las aguas profundas del arrepentimiento, de la mano de Juan el Bautista. No necesitaba hacerlo porque no tenía pecado, pero quiso hacerlo.

A éste, le siguieron muchos otros actos de humildad pero, quizás el más significativo fue el lavatorio de los pies a sus discípulos. Lavar los pies era una tarea exclusivamente de los esclavos. ¡Dios se hizo esclavo por amor! 

La centralidad de su vida pública y de su ministerio tuvo lugar en Galilea y no estratégicamente en Jerusalén, el centro neurálgico del mundo judío. 

Eligió cumplir su misión en silencio, discretamente y de manera mesurada, a diferencia de los falsos "mesías" de su época que hacían todo "cara a la galería" . 

A menudo, se retiraba en silencio, buscando esconderse y evitando ser conocido o famoso. 
¡Se negó a sí mismo! 

Obediencia

Toda su vida fue un camino de continua, radical y amorosa obediencia al Padre: desde su venida al mundo, hasta su muerte en la cruz. 

En un acto único de obediencia por amor, se hizo hombre para elevarnos a la condición de hijos de Dios por medio de su sacrificio (Filipenses 2, 5-8).
Jesús, "el Obediente" siempre fue consciente de que debía cumplir la voluntad del Padre y tuvo completa claridad de la misión que le había encomendado: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y completar su obra. El Hijo no puede hacer nada de por sí que no vea hacerlo al Padre, y lo que éste hace lo hace igualmente el hijo" (Juan 4, 34; 5, 19).

Nunca buscó hacer su voluntad. Ni siquiera en la agonía de Getsemaní. Renunció a cualquier deseo, se negó a sí mismo y obedeció hasta la muerte. 

Su ejemplo de obediencia suscita en nosotros nuestra propia vocación como hijos adoptivos de Dios: la aceptación incondicional del Plan de Dios y la fe, en la misión de comunicar al mundo Su voluntad: el amor a los hombres. 

Una vez que conocemos quien es, nos enseña a seguir su ejemplo con cuatro aspectos: el discipulado, la delegación, la elaboración de un plan estratégico y la capacitación. 

Discipulado

Jesús eligió y discipuló a un grupo reducido de personas, y no fueron personas de gran renombre o formación.

Jesús no fue en busca de celebridades ni personas influyentes o capacitadas, sino que eligió a aquellos que carecían de poder y estatus.

Los apóstoles no eran la élite "religiosa" y sin embargo, Jesús los llamó para crear y formar su Iglesia, una organización que diera soporte y efectividad al Plan de Dios.

Además, Jesús se rodeó de gente repudiada por la sociedad de entonces: los sencillos, los pobres, los enfermos y los desterrados.

¡Invirtió en personas que otros despreciaban! 

Delegación

Jesús tenía un plan de sucesión y delegación: envió a los discípulos por su propia cuenta, de dos en dos.

Les recordó, a menudo, que no siempre estaría con ellos. Les enseñó a tomar las decisiones correctas para que su mensaje fuera procla
mado "hasta los confines de la tierra".

Delegó su autoridad y su poder a sus seguidores. No se guardó cosas para sí, al contrario, compartió su sabiduría con quienes le acogieron en sus corazones.

¡Y además, nos dejó a S
u Madre! 

Plan Estratégico

Desarrolló un Plan Estratégico totalmente incomprensible a las mentes humanas, explicándolo de forma sencilla y aplicada a nuestra realidad. 

Jesús rechazó las riquezas y el poder que le ofreció Satanás. Rehusó lo sensacional, lo espectacular y lo rápido. Escogió el camino de la humildad, del sufrimiento y la cruz. 

Se negó a ostentar su poder o conocimiento para "mostrar a la gente" quién es el Señor realmente.

A pesar de sufrir persecuciones, tentaciones o vejaciones, Jesús ejerció la misión que Dios le había llamado a cumplir.

Y la cumplió hasta el final (Juan 20,30).

Con su ejemplo, nos señaló el camino que debemos seguir para alcanzar la plena felicidad y además, fue el primero en andarlo.

Como les explicó a los apóstoles, para servir, primero debemos dejarnos servir por Jesús. Y así, llegar hasta el extremo de "dar la vida por los demás", pues no hay amor más grande.

Capacitación

Jesús vivió libre de las expectativas y juicios de otras personas. Su estilo de vida fue radical: preparó muy a propósito los discípulos para hacerse cargo del servicio. 

Animó a su gente más allá de lo que ellos mismos sentían que eran capaces de hacer.

Jesús nos mostró que la definición de éxito dada por el mundo es muy distinta a la Dios. No hizo mucho para cambiar los problemas políticos y sociales de Israel. 

Jesús parecía dirigir un ministerio de "campaña", recogiendo a las víctimas por el camino en lugar de permanecer en el templo de Jerusalén. 

Él redefinió el éxito como la realización de la obra única que Dios le había encargado y de esa manera, demandó altos sacrificios a sus discípulos. 

"Sígueme" significaba que los discípulos debían abandonar sus tareas, sus propósitos y sus vidas para hacerlo. Incluso sus bienes y sus familias.

Les dijo a los discípulos que tenían que estar dispuestos a dejarlo todo para seguirlo.

martes, 20 de noviembre de 2018

¡CÓMO NOS CUESTA OBEDECER!


"He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad"
(Hebreos 10, 9) 

Desde nuestra humanidad herida, lo que más difícil nos resulta, lo que más nos irrita, lo que más nos fastidia es cumplir una voluntad que no sea la nuestra, provenga de donde provenga. 

Nos rebelamos y rechazamos todo aquello que frene nuestra libertad individual. Es, en definitiva, la misma historia que se repite desde el principio del universo: desobedecer por causa de una libertad mal entendida. 

¿Por qué? Porque entendemos mal la libertad que, amorosa y misericordiosamente, Dios nos regala, para obedecerle con confianza plena, sabiendo que todo es para nuestro bien.

Y es que, muy a pesar de nuestro empecinamiento orgulloso, todo el un
iverso gira en torno a  leyes que están sujetas a la obediencia:

Leyes fí
sicas 
Rigen toda la creación, que regulan nuestra relación con la naturaleza. Por ejemplo, la de la gravedad o de la inercia. Se acatan y punto. No hay otra opción. Por mucho que deseáramos obviarlas o saltárnoslas, estamos sujetos a ellas. Sí o sí. Nuestra libertad poco tiene que decir.

Leyes socia
les y políticas 
Regulan nuestras relaciones entre los hombres. Por ejemplo, el código de circulación o el código penal. Podemos obviarlas en base a nuestro criterio y en aras de nuestra libertad individual, aunque debemos asumir la responsabilidad de desobedecerlas (sanciones, multas, juicios, prisión, etc.).

Leyes religiosas
Regulan nue
stras relaciones dentro de la Iglesia. Por ejemplo, comulgar en Gracia o guardar celibato en el sacerdocio. Podemos saltárnoslas pero entonces no estaremos siendo consecuentes con la Doctrina y Tradición de la Iglesia.

Leyes morales
Regulan nuestra relación con Dios. Podemos obedecer a Dios por miedo a un castigo, por conseguir un premio (el cielo), es decir, por una actitud quizás algo egoísta, o podemos obedecer por amor incondicional y con confianza plena. 


¿Por qué obedecer a Dios?

Sabemos qué debemos obedecer porque Jesús nos lo dijo: "Ya sabes los mandamientos: no cometerás adulterio, no mates, no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre" (Lucas 18, 20); y además nuestro interior, nuestra conciencia nos lo dicta: hacer el bien y evitar el mal.

Y además porque obedecer sólo tiene sentido y plenitud cuando las intenciones se traducen en hechos que nos llevan a la paz y a la felicidad. 

La virtud de la obediencia a Dios supone confianza en el que acata y responsabilidad en el que manda, observancia en el que cumple y justicia en el que dicta, docilidad en el que obedece y misericordia en el que ordena.

Modelos de obediencia y actitudes

Dios jamás pedirá algo que esté fuera de nuestro alcance, algo que no podamos darle. Podrá parecernos humanamente imposible pero Dios, que nos ama infinitamente sólo nos pide más amor. Un padre no le pide a un hijo aquello de lo que no es capaz.

Resultado de imagen de obediencia a diosTodos los modelos de obediencia que aparecen en la Escritura tienen las mismas actitudes: fe, amor, humildad, confianza y servicio; y un denominador común: obedecieron libremente.

Abraham y Moisés tuvieron una fe inquebrantable. María es el paradigma de humildad, la confianza y el amor a Dios: su sí no era u
no cualquiera, porque gracias a su fiat, Dios se hizo hombre.

Y qué decir de Jesucristo, quien se humilló, dejó su trono celestial, vino al mundo para hacer la voluntad de su Padre y servir a la humanidad. Y además, lo hizo regalándonos el Amor más grande: aquel que da la vida por sus amigos.

miércoles, 18 de julio de 2018

NI EL ÉXITO NI EL MÉRITO SON NUESTROS

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"Él debe crecer y yo, menguar.
El que viene de arriba está sobre todos"
(Juan 3, 30)

El orgullo nos impide reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas, la mano de Dios en nuestras acciones. Todo lo contrario, envanece todos nuestros actos, especialmente en las situaciones de éxito.

Como cristianos, debemos ver en nuestra vida la presencia y la acción de Dios, porque toda nuestra vida es un regalo suyo y está a su servicio. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. Pero es que además, son efímeros. No son duraderos. 

Sin embargo, es muy difícil ver la mano de Dios cuando alcanzamos el éxito, cuando triunfamos económica o socialmente...en esos momentos, nuestra propia vanidad nos ciega y no vemos que es Dios quien nos ha puesto en ese lugar, y lejos de darle gracias, y ponerlo a su servicio, pensamos que el mérito es nuestro, ¡porque lo valemos!

Lo sé por experiencia. Durante mi vida, he disfrutado de un cierto éxito en muchos sentidos pero lo he vivido orgulloso y de espaldas a Dios. Y así me ha ido. Lo que un día está arriba, al día siguiente, está abajo. Y mis fuerzas y méritos son humanamente limitados.

Resultado de imagen de dios no hace acepción de personasPor eso, doy gracias a Dios. Gracias por sacarme del vacío del éxito, por librarme de la soledad del triunfo, por liberarme de la mezquindad del orgullo, por hacerme ver que la vanidad no lleva a la felicidad, por hacerme entender que la humildad es la que me lleva lejos en la vida y me conduce a Él. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. 

La humildad es un don que todos los cristianos debemos (deberíamos) pedir y agradecer. La humildad siempre lleva al agradecimiento, al amor y a la entrega. Ser humildes es ser capaces de reconocer cuáles son nuestras debilidades y cuáles son nuestras posibilidades, y a la vez, dar gracias por todo lo que recibimos de Dios, que nos ayuda a llevar una vida de amor y entrega a los demás. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. 

El apóstol Juan nos dice que Dios debe crecer en nosotros, y nosotros, menguar, hacernos pequeños (Juan 3, 30). Ante la grandeza de Dios, todo es pequeño. Él está por encima de todo y de todos. Pero no desde una posición de orgullo sino de amor. Ahí reside su grandeza, en que Dios mismo se "abajó" a nosotros y nos mostró el camino de la humildad: a través de María y de Jesús, ejemplos perfectos de amor y humildad.
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El Evangelio nos habla de humildad, de sencillez, de pequeñez, de hacerse niño: "Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de Dios." (Mateo 18,3). 

Un niño pequeño confía plenamente en su padre/madre, se fija en él, le tiene siempre presente, imita sus palabras, sus acciones… su Padre es el espejo en el que reflejarse. Pero, sobre todo confía, no le cuestiona, se fía, se abandona en sus brazos. Porque le ama.

Imagen relacionadaUn padre ama, por encima de todo, a sus hijos. Y por eso, jamás desea ni le da a un hijo nada malo, ni hace o dice nada que le perjudique, ni lo lleva por caminos peligrosos. Le acompaña y le lleva de la mano para que no caiga, y si es necesario, le carga sobre sus hombros para que no se canse.

De la misma forma, el Señor nos acompaña, nos lleva de la mano, nos guía, nos consuela y nos sostiene. Él hace todo lo posible (y lo imposible) por nosotros. 

Sólo hace falta que, como niños, como hijos suyos, le devolvamos nuestro amor, nos fiemos y confiemos, que seamos sencillos y humildes, y así, acercándonos, poder mirar a Jesús y aprender de Él, la única forma de llegar al Padre. La única manera de llegar al verdadero éxito y a la verdadera gloria.

Dios se revela constantemente, a todos nosotros. Día a día nos enseña a vivir, nos enseña cómo tenemos que amar, y lo hace Él primero, con el ejemplo. Pero hace falta que tengamos ese corazón sencillo y humilde como el de Cristo, como el de María. Sin ese corazón puro y humilde como el de un niño, no podemos aprender a vivir ni alcanzar la gloria eterna.


martes, 12 de junio de 2018

SERVIR EN EMAÚS

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¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 
Os he dado ejemplo para que
lo que yo he hecho con vosotros, 
vosotros también lo hagáis. 
En verdad, en verdad os digo: 
el criado no es más que su amo,
ni el enviado es más que el que lo envía. 
Puesto que sabéis esto,
dichosos vosotros si lo ponéis en práctica.” 
(Juan 13, 12-17) 


Este fin de semana se organizan varios retiros de Emaús en España. ¡Una nueva oportunidad para muchos de nosotros de colocarnos el "polo de servidores"! Sin embargo, ¿sabemos servir? ¿merecemos el nombre de "servidores"?

Los seres humanos, por causa del pecado, somos orgullosos y soberbios, y por ello, reacios a servir a otros; es más, 
pensamos que son los demás quienes están a nuestro servicio. Incluso, a veces, podemos pensar que Dios está para servirnos a nosotros.

Combatir estas tendencias requiere un esfuerzo firme y constante porque podríamos pensar que servir a Dios en un retiro de Emaús depende de nosotros y de nuestra aptitud. "Servir" a Dios depende sólo de Él y, en último caso de nuestra actitud. 

Para los cristianos, "servir" debe revelar el mismo y auténtico amor que Dios tiene hacia el ser humano, la misma actitud y disposición que Cristo manifestó, cuando dejó el cielo para "abajarse" a la tierra.

Servir con humildad 

Servir puede implicar motivaciones externas: podemos servir por obligación, por satisfacción, por beneficios propio, incluso, por reconocimiento.  

Sin embargo, un auténtico espíritu de servicio requiere una motivación interior que mana de un corazón humilde, dispuesto y entregado al Señor, como el de nuestra Madre la Virgen María. 
El genuino servicio requiere una fuerza interior que brota de un corazón puro y obediente que desea cumplir la voluntad de Dios, y que para ello, se pone a disposición de las necesidades de los demás hasta las últimas consecuencias, como el de nuestro Señor Jesucristo.

Jesús nos muestra la actitud correcta del servicio humilde en el pasaje del lavatorio de los pies (Juan 13). Su ejemplo es nuestro modelo a seguir: Jesús lavó los pies a todos sus discípulos, una labor que estaba reservada a los esclavos. Incluso lavó los de Judas, de quien sabía que iba a traicionarle.

Y de eso trata en Emaús: nuestro servicio es una esclavitud de amor: "No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos". "Dar la vida" significa dar muerte a nuestro orgullo, a nuestra soberbia, a nuestras motivaciones externas y a nuestros propios intereses para mirar con ojos de amor las necesidades de los demás. Con los mismos ojos amorosos con los que Dios nos mira.

Servir implica humildad, despojarnos de nuestro "ego" y entregarnos a todos los demás, hasta el final. Algo que normalmente, al ser humano le cuesta muchísimo, sobre todo, inclinarnos, humillarnos ante personas que no conocemos, o que nos traicionan o que nos tratan mal.

Implica
 desechar nuestros "derechos" para asegurar los de los demás y, así, servir a Dios. Implica, una pureza de intención, un "ser" que nos conduce al "hacer". Implica amor abnegado, amor que no busca recompensa. 

Implica reconocer nuestra pequeñez, someternos a la voluntad de Dios y aceptar con paciencia y gozo las circunstancias, experiencias y desafíos más difíciles de nuestro servicio y de nuestra vida.


Implica confiar en Dios, olvidarnos de nosotros mismos y ser conscientes de nuestra misión. Una misión que no está "organizada por laicos para laicos", sino por "Dios para los hombres".

Los "servidores" funcionamos al revés del mundo. No tratamos de llegar a la cima. No tratamos de buscar fama y reconocimiento. Y mucho menos de pisotear a los demás...un "servidor" está al servicio de una visión superior: la gloria de Dios. Y, entregándonos completamente a los demás, conducirlos de la mano por y hacia el amor de Cristo.

Entonces, servidores, es hora de humillarnos. Es hora de dejar de mirarnos al espejo y mirar a los demás hijos de Dios con amor, dulzura y compasión. Es hora de dejar de tratar de impresionar. Es hora de dejar de buscar nuestro propio interés y morir por los demás. Es hora de escuchar, de comprender, de amar...

Servir con alegría

¡Humildes...pero alegres! Servir no es (no debe ser) un trabajo penoso y triste.

Ser
vir es un privilegio que Dios nos concede aunque no nos necesita. Y por ello, debemos servir con alegría.
Dios nos da una oportunidad de formar parte de su plan de salvación. Nos regala la oportunidad maravillosa de poder ser instrumento de su Amor, de ser colaboradores de Cristo. Caminar a su lado, escucharle y aprender de su ejemplo. Y así, darle a Jesús la oportunidad de utilizarnos para ser su palabra, sus manos, sus brazos, sus ojos…

¡No queremos estar abatidos y apesadumbrados como los dos de Emaús cuando iban de vuelta! ¡Queremos reconocer a Cristo y que nuestro corazón se inflame! ¡Fuera tristeza! ¡Fuera desánimo!

Tenemos lo mejor que podemos encontrar: a Jesús. Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14, 6). ¿Por qué habríamos de estar tristes?

Cuanto más cerca estemos de Dios, cuanto más presente le tengamos en nuestras vidas y en nuestro servicio, cuanto mayor es nuestra confianza en Él, mayor será nuestra capacidad para afrontar cualquier dificultad con serenidad y alegría; para superarl
as con resiliencia y aceptarlas con paz en nuestros corazones, pues sabemos que todo obedece al plan perfecto diseñado por Dios.

Servir con pasión

¡Humildes, alegres.... y apasionados!

Debemos hablar...qué digo, respirar con profunda pasión cuando servimos a Dios. Gritar apasionadamente que: ¡¡¡Jesucristo ha resucitado!!! Para que cuando nos escuchen, se pueda decir que sentimos lo que decimos, que vivimos lo que gritamos, que amamos a quien proclamamos
.
En un mundo donde reina la tristeza y el desánimo, nuestro fervor es un poderoso signo de sobrenaturalidad. Nuestra pasión, una muestra de la presencia real de Dios en cada uno de nosotros.

Para ser servidores dignos, para ser evangelizadores efectivos, tenemos que creernos lo que decimos y comunicarlo con pasión. Porque el Evangelio no es simplemente una idea entre muchas: la fe es creer lo que no  vemos con confianza absoluta, hasta el punto de estar dispuestos a sufrir y morir por ello si fuera necesario. 

Sí, hasta el martirio, si fuera preciso. Porque "mártir" (del griego "μάρτυς, -υρος", "testigo") es una persona que sufre persecución y muerte por defender una causa, o por renunciar a abjurar de ella, con lo que da "testimonio" de su fe. Los mártires dan testimonio de Cristo con sufrimiento y sangre porque son seguidores suyos y como tales, son fieles hasta el final. Un mártir está alegre...¡siempre! ¡hasta el final!

A través de la pasión que pongamos los servidores, los caminantes (y el mundo) verán lo mucho que nos amamos y lo mucho que les amamos. A través de nuestra disponibilidad, nuestra actitud de servicio, de entrega… verán las manos, los brazos, los ojos, la sonrisa… de Cristo vivo y resucitado.

Desde la humildad, pero con alegría y con pasión, transmitimos nuestra experiencia de Cristo a todos a los que servimos. Ese es el regalo que ofrece Emaús.

Porque no debemos olvidar nunca que Emaús es un plan de Dios, no nuestro. Emaús es sólo un método, una herramienta, un vehículo por el que las personas acuden para tener un encuentro personal con Jesús y, producido este encuentro, la relación de las personas con Cristo prosperará y crecerá a través de otras personas en la comunidad parroquial y a través de otros servicios.

Por último, la importancia de nuestro servicio no radica en la eficacia, sino en el amor con que hacemos las cosas: a Dios solo le importa el amor que ponemos en las cosas que hacemos y no cuántas cosas hacemos, cómo las hacemos, o quienes las hacemos.

“No cuenta la cantidad de las obras, 
sino la intensidad del Amor con que las hagas.” 
(Santa Teresa de Calcuta)

martes, 5 de diciembre de 2017

LOS CRISTIANOS, LLAMADOS A SER COMO NIÑOS

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"Entonces le presentaron unos niños 
para que les impusiera las manos y rezase por ellos. 
Los discípulos los regañaban,
 pero Jesús dijo: 
"Dejad que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis, 
porque de los que son como ellos es el reino de Dios".
(Mateo 19, 13-14)

Un niño confía ciegamente en su padre, sin pensarlo siquiera. Su vida depende de él, está en sus manos. 

Un niño es espontáneo, inocente y desea ser amado por su padre. No sabe lo que es el orgullo ni la soberbia. 

Un niño es vulnerable, humilde y obediente. Se deja guiar, abrazar y guiar por su padre.

Esa fe no es producto de la reflexión, es una realidad vital. Ama, confia y se abandona en brazos de su padre. Y de esta forma, es feliz. Asi de sencillo...

El pasaje del Evangelio que reflexionamos hoy es bien breve. Apenas dos versículos. Describe cómo Jesús acoge a los niños.

La actitud de los discípulos ante los niños

Llevaron a los niños ante Jesús, para que les impusiera las manos y orase por ellos. Los discípulos reñían a las madres. ¿Por qué? Probablemente, de acuerdo con las normas severas de las leyes de la impureza, los niños pequeños en las condiciones en las que vivían, eran considerados impuros. 

Si hubiesen tocado a Jesús, Jesús hubiera quedado impuro. Por esto, era importante evitar que llegasen cerca y le tocaran. Pues ya había acontecido una vez, cuando un leproso tocó a Jesús. Jesús, quedó impuro y no podía entrar en la ciudad. Tenía que estar en lugares desiertos (Marcos 1,4-45).

La actitud de Jesús

Jesús acoge y defiende la vida de los niños. Jesús reprende a los discípulos y no le importa transgredir las normas que impedían la fraternidad y la acogida que había que reservar a los pequeños. 

La nueva experiencia de Dios como Padre marcó la vida de Jesús y le dio una mirada nueva para percibir y valorar la relación entre las personas. 

Jesús se coloca del lado de los pequeños, de los excluidos y asume su defensa. Impresiona cuando se junta todo lo que la Biblia informa sobre las actitudes de Jesús en defensa de la vida de los niños, de los pequeños:

-Agradece la fe presente en los pequeños. La alegría de Jesús es grande, cuando percibe que los niños, los pequeños, entienden las cosas del Reino que él anunciaba a la gente. “Padre, ¡yo te agradezco!” (Mateo 11,25-26) Jesús reconoce que los pequeños entienden del Reino más que los doctores!

-Defiende el derecho a gritar. Cuando Jesús, al entrar en el Templo, derribó las mesas de los mercaderes, eran los niños los que gritaban: “¡Hosanna al hijo de David!” (Mateo 21,15). Criticados por los jefes de los sacerdotes y por los escribas, Jesús los defiende y en su defensa invoca las Escrituras (Mateo 21,16).

-Se identifica con los pequeños. Jesús abraza a los niños y se identifica con ellos. Quien recibe a un niño, recibe a Jesús (Marcos 9, 37). “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mateo 25,40).

-Acoge y condena el escándalo. Una de las palabras más duras de Jesús es contra los que causan escándalo a los pequeños, esto es, son el motivo por el cual los pequeños dejan de creer en Dios. Para éstos, mejor sería que le cuelguen una piedra de molino y le hundan en lo profundo del mar (Lucas 17,1-2; Mateo 18,5-7). Jesús condena el sistema, tanto político como religioso, que es el motivo por el cual la gente humilde, los niños, pierden su fe en Dios.

-Insta a volverse como niños. Jesús pide que los discípulos se vuelvan como niños y acepten el Reino como niños. Sin eso, no es posible entrar en el Reino (Lucas 9,46-48). ¡Coloca a los niños como profesores para adultos! Lo cual no es normal. Acostumbramos a hacer lo contrario.

-Toca y abraza a los niños. Las madres con niños se acercan a Jesús para pedir la bendición. Los apóstoles reaccionan y los alejan. Jesús corrige a los adultos y acoge a las madres con los niños. Los toca y les da un abrazo. “¡Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis!” (Marcos 10,13-16; Mateo 19,13-15). Dentro de las normas de la época, tanto las madres como los niños pequeños, todos ellos vivían prácticamente, en un estado de impureza legal. ¡Tocarlos significaba contraer impureza! Jesús no se incomoda.

-Cura a los niños. Son muchos los niños y los jóvenes que acoge, cura y resucita: la hija de Jairo, de 12 años (Marcos 5,41-42), la hija de la mujer Cananea (Marcos 7,29-30), el hijo de la viuda de Naim (Lucas 7,14-15), el niño epiléptico (Marcos 9,25-26), el hijo del Centurión (Lucas 7,9-10), el hijo del funcionario público(Juan 4,50), el niño de los cinco panes y de los dos peces (Juan 6,9).



lunes, 4 de diciembre de 2017

NO SIN CRUZ. NO SIN CRISTO

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"El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, 
cargue con su cruz cada día y venga conmigo".

La Cruz es el camino que Jesús ha recorrido antes. No hay fe cristiana fuera de la cruz: el camino de la humildad, del "abajamiento", de la humillación, de la negación a uno mismo, para después resurgir de nuevo. 

Este es el camino. Aunque duela. Aunque cueste. Aunque parezca impensable.

Dicen los deportistas que "no hay progreso sin dolor". Un dolor para mejorar. Una Cruz para salvar. Una muerte para vivir.

La fe, sin cruz no es cristiana, y sin Jesús, la cruz tampoco es cristiana. El cristiano toma su cruz con Jesús y le sigue adelante. No sin cruz, no sin Jesús.

Jesús nos ha dado el ejemplo y aun siendo Dios, se humilló a sí mismo, y se ha hecho siervo por nosotros. No vino para ser servido, sino para servir.

Este camino de negarse a sí mismo es para dar vida, es lo opuesto al camino del egoísmo, del apego a los bienes, incluso a la propia familia... 

Este camino está abierto a todos, porque ese camino que ha hecho Jesús, de anulación,  ha sido para dar vida.

Imagen relacionadaDice Jesús: "El que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo". No podemos ser cristianos ni discípulos suyos si no tomamos nuestra cruz y le seguimos. Con Cristo, la cruz es llevadera pero es que, además nos lleva a la resurrección.

La cruz constituye una de las columnas del cristianismo. Aunque hoy en día nadie quiere hablar de dolor y de sufrimiento, no por ello deja de estar presente en nuestras vidas. El dolor en sí mismo es un misterio. Es duro y, humanamente, rechazable. Sin embargo, es transformador.

No se trata de endulzar la cruz o de convertirla en una carga "light". Se trata de descubrir su valor cristiano y de darle un sentido. Sí, el auténtico cristianismo es exigente.

Jesús, no fue hacia el dolor de forma masoquista, como quien va a una fiesta. Fue para aliviar el dolor en los demás; y el dolor de la pasión le hizo temblar de miedo, cuando pidió al Padre que le librara de él; pero lo asumió, porque era necesario, porque era la voluntad de su Padre. Así, convirtió el dolor en redención, en fecundidad y en alegría interior. 

Imagen relacionadaSi quiero de verdad ser discípulo de Cristo tengo que despojarme de todos mis bienes, de mis esclavitudes, de mis conveniencias, hasta incluso de mi propia familia: "Y todo el que deje casa, hermanos o hermanas, padre o madre, o hijos o campos por mi causa recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna" (Mateo 19,29).
Sólo así, seré digno de Él y encontraré la paz y la felicidad que sólo Él puede darme. Y nadie me la podrá arrancar.

Debo revisar mi vida y ver cómo puedo transformar y dar sentido a mis pequeños dolores cotidianos, a mis sufrimientos. 

Debo reflexionar sobre qué me queda por entregar de todos mis bienes y así, seguir el ejemplo de Jesús que, desde el Huerto de Getsemaní, se convirtió en el gran profesional de la cruz, fuente de salvación y de realización para todos los hombres. 

Cristo murió, es cierto. Pero, lo hizo para resucitar, para devolvernos la vida. "Quien no muere para nacer del espíritu, no puede entrar en el Reino de los cielos" (Juan 3, 5).

Nuestra fe, nuestra certeza es la de una Persona viva que, paso a paso, camina a nuestro lado, enseñándonos el mejor modo de vivir, muriendo.