¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 6 de septiembre de 2019

¿DE QUÉ HABLÁIS POR EL CAMINO?

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"¿De qué veníais hablando en el camino?"
(Lucas 24,17)

El otro día escuché una frase que me hizo pensar: "Muchos siguen a Jesús hasta partir el pan, pero no hasta beber el cáliz". Desgraciadamente, ocurre con demasiada frecuencia. 

Muchos, que nos hemos encontrado por el camino con Jesús, que le hemos escuchado, que le hemos reconocido y que le hemos invitado a nuestras casas, creemos seguirlo (al menos, durante un tiempo) pero, en el fondo, lo que hacemos es imaginarnos un concepto erróneo de Jesús y de su mensaje.

Muchos. incluso, le mitificamos porque, como los dos de Emaús, decimos: "Nosotros esperábamos"...esperando que el Señor nos resuelva nuestros problemas, que nos libere de nuestras angustias y dificultades, que nos resuelva la vida sin nosotros hacer nada.  

Muchos tenemos los ojos demasiado fijados al suelo, a las cosas cotidianas, a los problemas y a las pérdidas, incapacitados para ver más allá de lo que realmente ocurre, para dejar que la Gracia actúe en nuestras vidas. 

En realidad, ¡No nos hemos enterado de nada!

¿De qué hablamos por el camino?

Cuando pasa el tiempo, cuando llegan las cruces, cuando llegan los problemas, los sufrimientos y las pérdidas, nos sentimos defraudados, como los dos de Emaús. Perdemos la esperanza y la fe. Y entonces, cedemos  a la tentación de volver al mundo y a sus costumbres. El encuentro que tuvimos con Cristo se disipa y todo queda en nada...

Resultado de imagen de dios camina con nosotrosPero Jesús vuelve otra vez a aparecerse en nuestro camino y nos vuelve a preguntar: "¿De qué habláis? ¿por qué estáis tristes?” (Lucas 24,17)

De nuevo, nos vuelve a increpar: "¡Qué necios sois y torpes para creer lo que anunciaron los Profetas! (Lucas 24,26). 

De nuevo, nos vuelve a provocar:  ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" (Lucas 24,26).

De nuevo, vuelve a explicarnos las Escrituras para que comprendamos que la felicidad, la vida plena, sólo se alcanza a través del padecimiento, del sufrimiento. Imitándole. Cargando, cada uno, con nuestra cruz.

Jesucristo nunca se cansa de aparecerse una y otra vez en nuestras vidas. Él cumple su promesa de "estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). Es paciente y comprensivo, al explicarnos su mensaje una y otra vez, haciéndolo asequible a nuestras mentes cómodas y dispersas. 

Pero algo tenemos que poner de nuestra parte. Después de escucharle y caminar junto a Él, de reconocerle e invitarle, debemos perseverar y formarnos, para testificar que está vivo.  Es en la Escritura y en los sacramentos diarios donde encontramos la llave de la esperanza, de la verdad y del sentido de la vida. Sólo así puede "arder nuestro corazón".

Escucharle significa estar atentos, mientras caminamos con Él todos los días, en cada momento. Pero ocurre que le perdemos de vista y nos volvemos "a lo nuestro".

Reconocerle significa huir del desencanto, del desánimo, de la desesperación y de la tristeza para asirnos de su mano. Pero ocurre que preferimos quedarnos deprimidos en nuestras pérdidas.

Invitarle significa encontrar la alegría y la paz serena que nos da y que nos conduce a dar testimonio de Él en nuestras vidas y contárselo a otros. Pero ocurre que preferimos quedarnos en nuestros temores y no decir nada.

Testificar que "Jesucristo ha resucitado" significa tener la certeza de ello y vivirlo constantemente. Pero ocurre que repetimos esa frase sin asumirla. 

Dejarnos guiar por el Espíritu Santo significa hacerlo como un hábito y una tarea diaria, para que sepamos cuál es la voluntad de Dios. Pero ocurre que se queda sólo en una oración bonita que pronunciamos, pero que rara vez aplicamos.

Cristo ha venido a nuestras vidas para que le mostremos cuantas cosas necesitan ser reparadas y sanadas. Ha venido a nosotros por amor. Jesús no es un mago ni pretende serlo. Es Dios y quiere que le amemos como Él nos ha amado, que le imitemos, que le sigamos.

Amarle, imitarle significa también decir: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22,42). Pero ocurre que preferimos que se cumpla nuestra voluntad, nuestros deseos.

Resultado de imagen de jesus camina con nosotrosSeguirle significa tener que padecer, trabajar, ser incomprendidos o perseguidos, sufrir la enfermedad, experimentar las pérdidas. Pero ocurre que nos negamos al sufrimiento y a las dificultades por comodidad.

A algunos, todo esto, nos cuesta asimilarlo. Nos cuesta entender la vida cristiana como imitación de la vida de Cristo.

Nadie dijo que fuera fácil. Nadie dijo que fuera sencillo. Pero Jesús ha dado su vida por nosotros para liberarnos y ha resucitado
 para que tengamos esperanza en sus promesas: "Yo he venido a este mundo para que los que no ven, vean" (Juan 9, 39).

El Señor nos invita a estar alegres: "¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!" (Nehemias 8, 10). 

Cristo nos anima a ser pacientes: "Tened buen ánimo, servid al Señor; alegres en la esperanza, pacientes en los sufrimientos" (Romanos 12, 11-12), a no estar pendientes de las cosas de este mundo, a comprender que sólo al final del camino, todo se ilumina, todo cobra sentido y se nos caen las escamas de los ojos. Es entonces cuando le reconocemos.

Jesús sigue preguntándonos: "¿De qué habláis por el camino?". Nosotros no podemos obviarla, no podemos esquivarla. Debemos responder.


Para la reflexión:

¿De qué hablamos por el camino? 
¿Hablamos de Jesús o de nosotros? 
¿Se han abierto nuestros ojos?
¿Vemos o estamos ciegos?
¿Tenemos alegría o desesperanza?


viernes, 16 de agosto de 2019

LA PAZ VERTICAL

"Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones"
(1 Cor 4,15)

¿Qué es para mí “paz”? ¿Tranquilidad? ¿Descanso? ¿Bienestar? ¿Cero conflictos? ¿Cero preocupaciones?

Cuando hablamos de paz, pensamos siempre en una paz horizontal: entre los pueblos, entre las razas, entre las clases sociales, entre las personas. Sin embargo, la paz primera y más esencial es la paz vertical, entre cielo y tierra, entre Dios y la humanidad. 

Cuando hablamos de "hacer las paces", hablamos de perdón, de reconciliación, de vuelta a un estado natural de justicia y caridad. 

Nuestro mundo es un mundo de agitación, angustia e inquietud donde no reina la paz. Y, consecuentemente, nosotros también vivimos nuestra vida, física y espiritual, de la misma manera, sin paz.

La paz que pu
ede ofrecer el mundo depende de la ausencia de guerra o de conflicto, de sus propias seguridades. Sin embargo, la paz que ofrece Dios, es la que no depende de nosotros sino de Él, es la que podemos tener en cualquier circunstancia, en medio de los problemas y de las pruebas. 

Es la paz del corazón, la paz interior, la paz que nos da Cristo"La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da, os la doy yo. No estéis angustiados ni tengáis miedo" (Jn 14,27).

Por eso, los cristianos, en nuestro camino hacia la santidad, necesitamos aprender a tener y mantener esa paz en todo momento, ya que no la podemos conseguir sólo por nuestros méritos. Jesús nos dice: "Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5).

Entonces, si no p
odemos hacer nada por nosotros ¿cómo puedo dejar actuar a Dios en mi vida? ¿Cómo puedo dejar que la gracia de Dios actúe en mí?

Muchas son las respuestas: oración, sacramentos, p
ureza de intención, docilidad al Espíritu Santo... Pero la primera de todas es: tener paz interior. 

Cuanto más serena esté nuestr
a alma, cuánto más tranquilo esté nuestro corazón, más puede actuar la gracia de Dios. Cuanta más agitación y turbación, menos actúa el Espíritu Santo.

D
ios es un Dios de paz (1 Tes 5,23; 2 Tes 3, 16; Rom 1, 33; Rom 16, 20;Fil 4,9; 1 Cor 14,33; Heb 13, 20-21) con un mensaje de paz (Hch 10, 36; Ef 2, 14,17; Ef 6, 14). 

A Dios le caracteriza la paz. El mismo experimenta paz. Es la fuente de la paz. Dios no habla ni actúa en el ruido, en la confusión o en la agitación. 

Por tanto, hemos de dejar espacio al sosiego, a la paz en nuestro corazón para que Dios nos suscite sus inspiraciones. 

Qué es

La paz del corazón no consiste en que todo vaya bien siempre, ni que no tengamos contrariedades ni que siempre satisfagamos nuestros deseos. Es la paz de Cristo, que ha vencido al mundo.
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La paz "shalom" de Jesús es un don suyo que nos da (Lc 24,36; Jn 20,19.21.26). Es la humildad y mansedumbre de Jesús, que ha vencido en la Cruz. "Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulaciones; pero tened ánimo, que yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33).

La paz de Dios es donación de vida,  es la posibilidad de experimentar la misericordia, el perdón, la reconciliación y la benevolencia de Dios, con la que somos capaces, a su vez, de vivir donándonos a otros por la caridad.

Por ello, paz interior no significa inacción, impasividad o indiferencia. Sólo la paz del corazón nos capacita para dar amor. Sin ella, no podemos ofrecer nada a los demás, salvo angustia e inquietud. 
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Aunque la vida cristiana es un constante y doloroso combate espiritual contra el mal, una lucha de purificación y crecimiento, sin guerra, no hay paz y sin paz, no hay victoria

No combatimos con nuestras fuerzas ni con nuestro pensamientos ni con nuestras capacidades humanas.

Nuestras armas son la fe, la confianza, el abandono y la adhesión total a Cristo. "Y la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús." (Flp 4, 7).

No
 combatimos con violencia sino con un corazón sereno, tranquilo y lleno de paz, y de esa forma, la gracia de Dios actúa en nosotros.

El Enemigo busca arrancarnos esa paz para alejarnos de Dios y así, vencernos. El Demonio trata de atraernos sutilmente hacia donde puede vencernos: en la agitación.

El auténtico combate espiritual consis
te, no en nuestra infalibilidad ni en nuestra falta de tentaciones y caídas, sino en aprender a aceptar nuestros fallos sin desanimarnos, a mantener nuestra paz en nuestras derrotas y levantarnos de nuestras caídas

El objetivo de nuestra lucha no es conseguir siempre la victoria sobre nuestras deb
ilidades o tentaciones, ni alcanzarla inmediatamente, sino trabajar por la paz (Mt 5, 9), conservar la paz del corazón en toda circunstancia, incluso en la derrota. Sólo así la conseguiremos por la gracia de Dios y el abandono confiado al Señor.

Cómo conseguirla 

La paz interior se consigue estando cerca de Dios con la oración, orientando nuestra voluntad a la de Dios, es decir, con pureza de intención, o lo que es lo mismo, buena voluntad. 
La paz que sobrepasa todo entendimiento | Por qué seguir a Jesus. com
Pureza de intención es la disposición estable y constante del hombre a amar a Dios sobre todas las cosas y a hacer Su voluntad. Es la condición indispensable para tener paz del alma.

No es la perfección ni la santidad pero es el camino a ellas,por la gracia de Dios. Es dar un sí rotundo e inequívoco a Dios en todas las cosas, grandes y pequeñas.

La fuente de la verdadera paz es la perfecta armonía en
nuestra relación con Dios: nuestra buena voluntad de amarla sobre todas las cosas basta para agradar a Dios y por ello, ser llamados "hijos de Dios": "Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9).

Cómo perderla

La causa principal por la que perdemos la paz interior es la pretensión de obtener todo por nuestros medios en lugar de abandonarnos confiados en manos de Dios. Es decir, la falta de confianza en Dios o en su Providencia.

Otra causa común por la que pe
rdemos la paz es el temor ante ciertas situaciones que nos amenazan y nos afectan personalmente
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Materiales: dinero, salud, fuerza, recursos, seguridad. 
-Morales: aptitudes, estima, afecto, reconocimiento. 
-Espirituales: ausencia o miedo a perder un bien o virtud, temor a caer. 

Otras causas son la desesperanza, el sufrimiento, el dolor, la muerte... 

Dios permite todas estas circunstancias por la libertad que nos da. Sin embargo, utiliza todo a nuestro favor, incluso el mal y el sufrimiento, aunque muchas veces no alcancemos a comprenderlo.
Para concluir, San Pablo nos hace un llamamiento:

Os suplicamos en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios”
(2 Cor 5, 20)

Dejémonos reconciliar con Dios, dejém
onos amar por Dios, dejémonos querer por Dios, dejémonos vivir en la paz de Dios.