Este segundo artículo sobre las letanías del Rosario se integra en una serie de meditaciones cuyo objetivo es profundizar en el conocimiento de nuestra Bendita Madre, la Santísima Virgen María.
Hoy contemplaremos las 3 invocaciones a María: Su santidad, su nombre, su grandeza y privilegios.
Hoy contemplaremos las 3 invocaciones a María: Su santidad, su nombre, su grandeza y privilegios.
Santa María
Sólo Dios es Santo (Salmo 22,3; Apocalipsis 15,4) y comunica sus grandes atributos por la economía de la gracia, en diferente medida, a sus criaturas racionales. Ante todo, el de la Santidad, por ser el más necesario y al que todos estamos llamados (Mateo 5, 48).
Cuando Dios pensó y quiso preparar una madre humana para su Hijo, la hizo Inmaculada en su Concepción ... la hizo Santa aún antes de que hubiera nacido, antes de que pudiera pensar, hablar, obrar ... la preservó del pecado original y de toda mancha.
Por esto, María difiere de todos los santos. ¡Toda Pura, toda Santa es María!
“Santa” es el resumen de la experiencia de aquella a quien todas las generaciones llaman bienaventurada, de aquella en quien el Todopoderoso realizó grandes cosas (Lucas 1, 48).
"Santa" es el reconocimiento de la obra admirable de Dios en esta pequeña mujer inmaculada, pero al mismo tiempo, también el reconocimiento de la obra admirable de María: su fe, esperanza y caridad.
"María" es nombre de ayuda, aliento y consuelo cuando la invocamos con fe, con devoción y con amor.
"María" es alimento dulce y suave que conforta, es medicina que alivia los dolores y las penas, "es miel en la boca, melodía en los oídos, alegría en el corazón".
"Santa María" es curación de nuestras miserias, consuelo de nuestras aflicciones, dominio de las pasiones violentas, garantía de luz, de gracia, de perdón y de felicidad eterna.
"María" es alimento dulce y suave que conforta, es medicina que alivia los dolores y las penas, "es miel en la boca, melodía en los oídos, alegría en el corazón".
"Santa María" es curación de nuestras miserias, consuelo de nuestras aflicciones, dominio de las pasiones violentas, garantía de luz, de gracia, de perdón y de felicidad eterna.
Por eso, los cristianos honramos el santo nombre de María, reparamos las ofensas que se hacen a Ella y la invocamos por todas nuestras necesidades.
Ruega por nosotros
En las Letanías, le decimos a María: "Ruega por nosotros" y no "ten Piedad de nosotros" ,como lo hacemos al dirigirnos a la Trinidad, porque sólo Dios es fuente Infinita de toda gracia y misericordia.
María y los santos son cauces a través de los cuales Dios se complace en hacernos llegar su gracia y su misericordia. Y aunque las súplicas de los santos son eficaces para nosotros y poderosas ante Dios, son mucho más poderosas y eficaces las súplicas de nuestra Madre María Santísima.
Rogándole a Ella su intercesión, estamos seguros de que, como es la más excelsa, la más santa de las criaturas y la más grata a Dios, es la que más "influencia" tiene delante de Dios, aparte de ser la que más nos ama y la que más desea favorecernos.
Santa Madre de Dios
Después de haber invocado a María con su nombre, la invocamos con la más excelsa de sus dignidades, principio y fundamente de todas las demás, la sublime y singular dignidad de "Madre de Dios".
Siendo Nuestro Señor de naturaleza divina y humana, Dios y hombre al mismo tiempo, tomó toda su humanidad, toda su genética, de María.
Si bien es cierto María no es divina, es Virgen Bendita, Limpia y Pura, libre de toda mancha, la Inmaculada llena de gracia.
Sólo así María pudo llevar en su seno durante nueve meses al hijo de Dios, por eso es la "Madre de Dios” o “Theotokos” (la que dio a luz a Dios), título que se atribuyó oficialmente a María en el siglo V, durante el concilio de Éfeso, del año 431.
La Divina Maternidad de María es Dogma y Artículo fundamental de nuestra fe.
La Divina Maternidad de María es Dogma y Artículo fundamental de nuestra fe.
En la base de nuestra fe tenemos dos inefables misterios: el Misterio de la Santísima Trinidad y el Misterio de la Encarnación del Verbo.
La Encarnación supone la Trinidad. El Hijo que se ha encarnado, supone el Padre del cual ha sido engendrado, y si se ha encarnado por obra del Espíritu Santo, confirma la existencia de esta tercera Persona de la Santísima Trinidad y no se puede imaginar la Encarnación sin una Madre que proporcione la naturaleza humana al Verbo. He aquí cómo la divina Maternidad de María entra en el fundamento y en el nexo esencial de las supremas verdades de nuestra religión.
La Encarnación supone la Trinidad. El Hijo que se ha encarnado, supone el Padre del cual ha sido engendrado, y si se ha encarnado por obra del Espíritu Santo, confirma la existencia de esta tercera Persona de la Santísima Trinidad y no se puede imaginar la Encarnación sin una Madre que proporcione la naturaleza humana al Verbo. He aquí cómo la divina Maternidad de María entra en el fundamento y en el nexo esencial de las supremas verdades de nuestra religión.
Y así como los principales artículos de la fe revelada (la Redención, la Gracia, la Iglesia, los Sacramentos, la vida eterna, etc.) son consecuencias del Misterio de la Encarnación, así estas importantes verdades tienen una íntima e indiscutible relación con el Dogma de la Divina Maternidad de María.
Santa Madre de Dios porque Ella es madre de la naturaleza humana de Cristo; pero esta naturaleza humana está en Cristo indisolublemente, personalmente, hipostáticamente, unida a la naturaleza divina en unidad de Persona, y ésta es divina. María es por lo tanto, Madre de esta Persona divina, Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
Santa Virgen de la vírgenes
Con "Santa Virgen de la vírgenes" afirmamos que la virginidad de María no es común ... es única ... perfecta ... sublime y que añadió a su Pureza Virginal, un sello de consagración y de perpetuidad.
María ha sido antes del parto, en el parto y después del parto, siempre Virgen Purísima.
La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios y para poder llevar en su seno al Hijo de Dios, María debía ser virgen.
La Virgen era verdaderamente casta, pura; pura en el corazón, casta en el cuerpo. Fue la primera muchacha hebrea en adoptar el voto de virginidad perpetua, ciertamente bajo la inspiración de Dios.
Desde los primeros años del cristianismo, María fue llamada “La Virgen” porque de manera única y singular vivió totalmente para Dios en apertura constante a su plan salvífico.
Desde María, la virginidad ya no fue maldición ni soledad para una mujer perteneciente al pueblo judío sino la señal divina (Isaías 7, 14) y la prueba efectiva de que Cristo es el Hijo de Dios, el Mesías, que ha venido para salvar a los hombres.
Los dos estados, virginidad y maternidad, son en sí santos. La Virginidad es un estado muy generoso y noble. La Maternidad es un claro reflejo de la adorable fecundidad del Padre Eterno, del cual, como nos asegura el Apóstol San Pablo (Efesios 4, 14-15) deriva toda paternidad en el cielo y en la tierra, imita a la omnipotencia creadora y tiene el mérito de poblar el cielo.
María unió en sí estos dos títulos sublimes, ser Madre y Virgen fecunda. Por estas razones la Iglesia llama a María Virgen de las vírgenes.
Los dos estados, virginidad y maternidad, son en sí santos. La Virginidad es un estado muy generoso y noble. La Maternidad es un claro reflejo de la adorable fecundidad del Padre Eterno, del cual, como nos asegura el Apóstol San Pablo (Efesios 4, 14-15) deriva toda paternidad en el cielo y en la tierra, imita a la omnipotencia creadora y tiene el mérito de poblar el cielo.
María unió en sí estos dos títulos sublimes, ser Madre y Virgen fecunda. Por estas razones la Iglesia llama a María Virgen de las vírgenes.