Hace algún tiempo, el obispo de Alcalá de Henares, Monseñor D. Juan Antonio Reig Pla decía que “La Iglesia no puede limitarse a gestionar
la decadencia de las parroquias, que envejecen y saturan al clero que
queda, debe reorganizarse para evangelizar.”
Hemos olvidado para
qué es la Iglesia y hemos propiciado su decadencia por nuestra amnesia, la de todos.
En efecto, la
iglesia se ha convertido en un lugar al
que los laicos vamos sólo a recibir, al que
vamos sólo a escuchar, al que vamos a “cumplir” y poco más. Nuestros queridos y denodados sacerdotes se han
dejado la piel (y siguen haciéndolo) tratando de gestionar esa actitud y “quemándose”
ante la multitud de quehaceres, la mayoría de las veces, estériles y sin fruto.
Y como consecuencia de ello, la vocación sacerdotal no
goza de su mejor momento.
Todo esto en sí
mismo no es malo, ni se trata de hallar culpables, porque tanto sacerdotes como
laicos, hemos sido educados durante
mucho tiempo en una pastoral de conservación y mantenimiento. Y por ello, hemos olvidado
nuestra identidad, quienes somos y a qué estamos llamados.
Nos hemos acomodado y vemos como se nos viene encima inexorablemente una
decadencia a la que apenas prestamos atención.
Una
decadencia por amnesia individual y colectiva que gestionamos a duras penas, intentando
que nuestros hijos no olviden el signo de la cruz pero descuidando indicarle al
mundo el camino a Cristo, que es el camino a la salvación.
Un envejecimiento por alzheimer en el que apenas reconocemos a nuestra familia, a nuestros seres queridos, a nuestro Padre. Y da tanta lástima ver a alguien que no sabe quién es, lo que tiene que hacer o para qué vive...
La misión de la
Iglesia, no es
solo de unos pocos, como muchos creen erróneamente. Es la mía, la tuya, la de todos. Y como dice el papa Francisco, “se
hace de rodillas”, es decir mediante la oración. Nada
en la evangelización se da por hecho o está
asegurado si no es por la oración, a través de la cual nos sumergimos “mar
adentro”, en lo recóndito, donde nadie nos ve, salvo Él.
Es
allí donde somos capaces, en silencio, de establecer una relación íntima con nuestro
Padre y Creador. Es allí donde Dios, a través del Espíritu Santo, nos indica
dónde “echar la red” y pescar en abundancia. Sólo tenemos que abandonarnos a
Él, confiar en Él.
En
apariencia, Dios nos otorga la gestión
de la evangelización, delega en nosotros la misión, pero la fecundidad pastoral y el fruto del anuncio del Evangelio no procede ni del éxito ni del fracaso según los criterios de
valoración humana, sino de la lógica de la Cruz, la lógica provocativa de Jesucristo, la del salir de sí mismos y darse, la lógica del amor.
Jesús
nos envía sin “talega, ni
alforja, ni sandalias” (Lucas 10,4). Pero no nos desampara,
tenemos su amor, tenemos su guía, la del Espíritu Santo y tenemos su promesa
eterna de salvación.
Para finalizar y haciendo
mías las palabras de Tote Barrera, “la
nueva evangelización es conversión pastoral”, es ahí donde está la clave de
todo, es ahí donde sobrevienen todos los miedos y muchas de las desconfianzas, tanto de
aquellos que se preguntan “¿qué es esa nueva
moda de la evangelización?”, como incluso de cristianos ya “implicados” en la misión.
En definitiva, unos y
otros continuamos teniendo nuestros “tics” producto de nuestra educación religiosa, entre ellos, el de
volver a encontrarnos como estábamos porque no hemos sido enseñados para cambiar sino para
mantener.
Algunos sacerdotes ven la evangelización desde un punto de vista erróneo, el de rejuvenecer las parroquias, de atraer a gente para volver a seguir haciendo lo mismo de siempre.
Algunos laicos se embarcan en la misión pero al cabo de un tiempo, desfallecen y ansían regresar a lo de siempre, a la zona de confort y a la comodidad que nos da el refugio de nuestra parroquia favorita con nuestro cura favorito.
Y eso, creerme, si no
lo remediamos entre todos, nos lleva de la decadencia al irremediable fin de la Iglesia de Cristo.