Según la RAE, la maledicencia es la acción o el hábito de maldecir, ofender, denigrar, desprestigiar, injuriar o difamar al prójimo. Es desear el mal a alguien o hablar mal de alguien.
Es una manifestación de falta de caridad cristiana, pero también de lógica, de razón y de sentido común, consecuencia del rencor o de la celotipia, es decir, de celos patológicos que se manifiestan en una crítica desmesurada e irascible contra otras personas.
La maledicencia produce un juicio implacable, precipitado e injusto, sin presunción de inocencia, sin piedad y sin respeto. Habitualmente, la persona maledicente se siente capacitada y autorizada para constituirse en juez de los demás.
Cuando una persona es maledicente, su vida se convierte en distanciamiento, en desapego, en alejamiento, lo que hace imposible la convivencia con otros, debido a la propensión a fijarse en los aspectos negativos de otros.
Pero además, ensalzándose a fuerza de comentar los defectos, errores o caídas del otro, ofusca y oscurece su alma, pierde la paz y se aleja de la gracia de Dios.
¿Qué gana el maledicente con su actitud? En realidad, nada; pero, en la insana intención de superioridad, marca obligatoriamente a los demás lo que deben hacer y cómo deben hacerlo, y se convierte en un juez irascible, implacable e inmisericorde de los demás que, aunque tuerto, se arroga el derecho de mostrar el camino a los ciegos.
La Escritura nos advierte sobre este gran mal espiritual:
- "¿Quién eres tú para juzgar a un criado ajeno?" (Rom 14,4)
- "No juzguéis según apariencia, sino juzgad según un juicio justo" (Jn 7,24)
- "No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros" (Mt 7,1-2)
- "Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad" (Ef 4,31).
- "En verdad os digo que el hombre dará cuenta en el día del juicio de cualquier palabra inconsiderada que haya dicho. Porque por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras serás condenado" (Mt 12,36-37)
- "El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca" (Mt 6,45)
- "Deshaceos también vosotros de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca!" (Col 3,7)
- "De la misma boca sale bendición y maldición. Eso no puede ser así, hermanos míos" (Stg 3,10)
Toda vida humana es sagrada y reflejo de Dios; y por tanto, merece respeto y cuidado. Todos tenemos derecho al honor, a la dignidad y a la fama; destruirlos constituye un pecado contra la justicia y la caridad.
Dañar la reputación de otros, dar ocasión a juicios falsos respecto a ellos no es una actitud cristiana pues atenta contra el 5º mandamiento, "No matarás", porque cuando un cristiano difama, injuria o desprestigia a otro se convierte en un asesino, porque está "matando" moral o espiritualmente a su hermano.