“¡Ay de los que llaman bien al mal y mal al bien,
que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas,
que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!”
(Is 5,10)
Es una triste evidencia comprobar que en la Iglesia existan personas complacientes que viven de perfil. Son los llamados "buenistas" o "bienquedas". Cristianos condescendientes que no dicen nada fuerte para no molestar a nadie, que dulcifican todo para que se pueda digerir mejor, que no alzan la voz ante el mal o ni corrigen el pecado para ser "tolerantes", que hablan "en abstracto" para no incomodar, que dicen sólo lo que los demás quieren oír.
La virtud de la bondad que propone el Evangelio se desvirtúa y se diluye en un "puritanismo benevolente" que se transforma en el vicio de "ser buenos". La bondad, que está siempre asociada a la verdad y a la caridad, siempre piensa en el otro, mientras que la tolerancia voluntarista, que está asociada a la hipocresía, sólo piensa en uno mismo.
El "bienqueda" cree salir siempre bien parado, mantiene su conciencia tranquila pero en realidad, no cambia nada la realidad, tan sólo utiliza palabrería sin contenido para evitar "ser crucificado", pero no resuelve nada ni transforma el mundo.
El "buenista" se ampara en una espiritualidad cómoda y cobarde por miedo a decir la verdad, por temor a molestar a quien está en el error o en la mentira. Se mantiene en una fe infantil que no discierne ni progresa. Cree caminar pero no va a ningún sitio.
El "bienqueda" confunde espiritualidad con bienestar ("wellness"), fe con moralismo políticamente correcto, cristianismo con "ser mejor persona", reduciendo la fe a un “estar bien”, a un simple "edulcorante" de la vida.
El "buenista" vive una fe insustancial o "sosa", alejada de la indicación de Jesús a ser sal de la tierra, que no azúcar (Mt 5,13), refugiándose en una dulce complacencia, en una grata tolerancia, en una bondad superficial por agradar o evitar conflictos, a expensas de la verdad o la justicia.
El "bienqueda" intenta simplificar su modo de vivir el cristianismo bajo la premisa de que el conflicto es siempre malo, de que cualquier confrontación con la mentira o la defensa de la verdad es una forma de intolerancia.
Pero la fe cristiana no se basa en una "bondad blanda". El cristianismo no es "llevarse bien" o "evitar conflictos", sino buscar el amor, la verdad y la justicia, entrando en acción (y si es necesario, en conflicto) para mostrar al mundo el camino hacia el Padre (cf. Jn 14,6). Jesús mismo entró en conflicto con los fariseos en muchas ocasiones y les confrontó con su hipocresía y con su buenismo en el cumplimiento externo de la Ley. Pero lo hizo con auténtica caridad y con verdad transformadora, no con complaciente indiferencia. Jesús no predicó el "buenismo" sino la santidad a la que nos llama Dios.
Los cristianos estamos llamados a seguir el ejemplo de Cristo:
- a entrar en conflicto con el error y la mentira, desde la caridad, no desde la indiferencia.
- a buscar la santidad, tratando de agradar a Dios y no a los hombres.
- a confrontar el pecado con misericordia y perdón, no con tolerancia o benevolencia
- a combatir el mal con la Palabra, no con nuestros silencios