"Vosotros sois la sal de la tierra.
Si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará?
Para nada vale ya, sino para tirarla a la calle y que la gente la pise".
Vosotros sois la luz del mundo.
Una ciudad situada en la cima de un monte no puede ocultarse.
No se enciende una lámpara para ocultarla en una vasija,
sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los que están en casa.
Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres
que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre,
que está en los cielos"
(Mateo 5, 13-16)
Las primeras comunidades cristianas tenían una fuerte convicción de pertenencia a la Iglesia de Cristo, un auténtico amor por Cristo y por sus hermanos que provocaba "envidia" en los demás, una gran exigencia de vivir comunitariamente en torno a Dios, que llevaban hasta el extremo, incluso, de dar la vida por la fe. Vivir a Cristo era una "cuestión en serio".
Llamarse “cristiano” equivalía a una sentencia de muerte, un camino que podía llevar al martirio, pero que, a su vez, era semilla de nuevos cristianos. Ser cristiano era un don preciado, que ni la misma muerte podía arrebatar, y que sintetizaba el verdadero espíritu de lo que es ser cristiano ayer, hoy y siempre.
Con el transcurrir de los siglos, los laicos se han ido convirtiendo en un "gigante dormido", acomodado y perezoso que ha olvidado su misión. Los laicos se han convertido en cristianos de segunda clase cuya misión dentro de la Iglesia se ha limitado a ser "monaguillos adultos", "lectores ocasionales", "pasadores de cepillos", "catequistas a disposición" o "asistentes"pasivos. Se han convertido en una comunidad "domesticada", contemporizadora, acomplejada, pasiva y callada que ha relegado su fe al ámbito privado.
Son muchos cristianos los que piensan que la fe debe vivirse de "puertas adentro"; que a Dios hay que llevarle en el corazón, que no hace falta manifestar la fe exteriormente; que actúan y viven como si Dios fuese "particular" o incluso, como si no existiera.
Testimonio público y forma de vida
Creo sinceramente que es el tiempo de los laicos. Los Santos Padres así lo han afirmado. El laico es ese gigante no sólo por su gran número de miembros en la Iglesia, sino por la fuerza, el ardor y el ímpetu que le capacita para transformar el mundo desde su base, desde sus cimientos.
“El gigante dormido” debe despertar para reavivar y tomar una conciencia de su importante protagonismo y corresponsabilidad en la misión salvífica de la Iglesia, en la evangelización del mundo entero.
Un gigante cuya identidad es ser testigo de Cristo, dar testimonio público de su mensaje de amor.
Atrás quedaron los tiempos en los que el apóstol, el misionero, el evangelizador, era el sacerdote o el religioso. "Id y haced discípulos de todas las naciones" implica "estar", implica "hacer discípulos" en todos los ámbitos, en todos los entornos, en todas las circunstancias en las que nos encontramos.
La Iglesia somos todos los bautizados y por tanto, la misión evangelizadora que Cristo nos encomendó es una tarea que nos compete a todos los cristianos, también a nosotros los laicos. Fundamentalmente, a los laicos.
La evangelización de los nuevos tiempos se hará por los laicos o no se hará. O los laicos evangelizamos o nadie lo hará. O hacemos discípulos o nadie lo hará. Y esto no sucederá no sólo por la falta de vocaciones sacerdotales o por la avanzada edad de muchos de ellos, sino porque los laicos no accedamos a los ámbitos donde ellos no llegan. es nuestra misión.
La Iglesia ya no es el lugar donde hacer presente a Cristo. No sólo. Es necesario hacerle presente en la calle, en la corazón de la sociedad. Sí, ha llegado nuestra hora, la de los laicos. De nosotros depende, fundamentalmente, la tarea evangelizadora.
Conscientes de nuestra responsabilidad misionera, tenemos que comprender que la evangelización no puede ser la misma en el siglo XXI que la que llevaron a cabo los primeros cristianos, la que se llevó a cabo en la Edad Media, la que se llevó a cabo en el descubrimiento de América y posteriormente. No puede ser misión exclusiva de los sacerdotes o religiosos. No puede...porque las circunstancias históricas han cambiado.
El mundo ha cambiado. Lo hace cada día, cada minuto. Este mundo complejo y en continuo cambio nos exige ajustarnos a sus nuevas exigencias, nos reclama conocer las nuevas características de nuestra sociedad, nos obliga a discernir las necesidades del hombre de nuestro tiempo.
Porque un hecho es evidente: Nuestro mundo ha optado por la ausencia de Dios. Nuestra sociedad ha dado la espalda a Dios, se ha olvidado de Él. La gran tragedia del hombre actual es que Dios no apasiona, no interesa a casi nadie. El hombre de hoy vive su vida preocupado de sus asuntos, ni piensa en Dios ni cree necesitarle, ni siquiera quiere que se hable públicamente de Él, le molesta que se hable de Él y trata de impedirlo.
El cristianismo ha quedado encerrado en las sacristías, en los confesionarios, en los templos. El mensaje evangélico ha dejado de trascender a la vida pública. El cristiano de hoy no hace de su fe un modo de vida.
Conversión, comunión y misión
El mundo actual es irreligioso y laicista: la sociedad, el estado, la escuela, la familia...No vive la fe. En ningún lugar público.
El cristianismo necesita conversos. O quizás "re-conversos". Necesita que las personas vuelvan a dirigir su mirada a Dios y eso sólo puede ocurrir a través de un encuentro con el mismísimo Cristo.
El cristianismo necesita laicos que vivan en comunión, no aislados. La fe no es una cuestión individual. Es una vida comunitaria de entrega incondicional, de servicio, de amor en Jesús, de "Dios con nosotros".
El cristianismo necesita laicos que sean testigos de Cristo y lleven la experiencia de su encuentro con Él a otros.
El cristianismo necesita laicos que vivan la fe todas las horas del día y en todos los lugares: en casa, en la Iglesia, en la calle y en el trabajo. Íntegramente, sin dobleces ni camuflajes, sin separar sus creencias de la vida pública o la vida privada.
El cristianismo necesita laicos que sean "luz del mundo y sal de la tierra". Si renunciamos a manifestar públicamente nuestra fe, a ser testigos de Cristo, no será posible la evangelización.
El cristianismo necesita hacer que Cristo reine, no sólo en los corazones de los hombres sino en las familias, en la sociedad, en las naciones, en todos los pueblos, en el mundo entero.
El cristianismo necesita salir del individualismo y del personalismo. La defensa de nuestra fe no puede hacerla cada cual por su lado, sino que tenemos que trabajar juntos, mantenernos unidos.
El cristianismo necesita comprender que lo que importa es Jesucristo, no "mi" causa, no "mi" parroquia, no "mi" diócesis, no "mi" orden, no "mi" movimiento, no "mi" método. Sólo Cristo.
El cristianismo necesita evangelizar eficientemente, haciendo creíble el Evangelio a los ojos de los demás en nuestro ejemplo de vida, para así, acercarse a Dios y a la Iglesia. Porque desgraciadamente, las parroquias se están vaciando por muchas razones y los sacerdotes parecen limitarse a esperar que las personas se acerquen a ellos por "arte de magia". Pero no lo harán si nosotros, los laicos, no las llevamos de la mano.
¡Despertemos al gigante del sueño de la pasividad, de la fantasía de la comodidad y de la alucinación del aletargamiento para que asuma con renovado ardor su vocación misionera: ser luz y sal para el mundo!