¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 18 de abril de 2020

DELIRIOS DE INDEPENDENCIA

Hand Of God Stock Photos And Images - 123RF
"Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. 
Si alguien escucha mi voz y abre la puerta,
 entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo."
(Ap 3,20)

Me apasiona leer y escuchar al Cardenal Robert Sarah. Le conocí personalmente el año pasado y puedo afirmar con rotundidad que es un hombre santo, un hombre de Dios. Por ello, siempre medito atentamente sus palabras y reflexiones, para hacerlas mías. En relación a la situación actual, Sarah habla sobre el rechazo del hombre a ser dependiente a Dios.

Nuestra naturaleza humana se vio gravemente dañada por el pecado original. Una gran mancha nos sumió en la oscuridad y en la tiniebla, en el caos y la confusión, en la enfermedad y la muerte.

El gran pecado del hombre ha sido siempre, desde el inicio, el rechazo a la dependencia. Y más grave aún, a una dependencia de amor. El hombre se ha rebelado contra su filiación divina y ha preferido elegir libremente un individualidad radical. El hombre siempre ha querido ser como Dios. Mejor dicho, siempre ha querido ser Dios.

Sin embargo, su delirio materialista que le hacía creerse todopoderoso, su ilusorio bienestar que le hacía sentirse seguro de sí mismo, su inane orgullo que le hacía creerse invulnerable y su insano hedonismo que le hacía sentirse satisfecho... se han desmoronado.

Un virus microscópico, silencioso y desconocido ha confinado en casa al hombre orgulloso y engreído, que se contemplaba a sí mismo, enardecido por su rebeldía. Ha puesto de rodillas al hombre vacío e intrascendente, que se adoraba a sí mismo, satisfecho de su prolongado deicidio. Ha postrado en la cama al hombre lujurioso y lascivo que se complacía a sí mismo, ebrio de su constante obscenidad. Ha sepultado en una fosa de desolación al hombre ufano y vanidoso que se henchía a sí mismo, saciado de su persistente egoísmo.

El hombre, como hicieron nuestros primeros padres Adán y Eva hace miles de años, ha seguido prefiriendo comer del árbol de la independencia y de la libertad. 

El hombre ha negado su sometimiento a las leyes naturales, su acatamiento a las leyes morales, su dependencia de los vínculos familiares y sociales, y lo más trascendental, su sumisión a Dios. 

Radicalidad y Resistencia: LA RAIZ DEL PECADO: DECLARAR ...El hombre ha querido concebirse, "crearse" a sí mismo sin depender de nadie, sin pertenecer a una herencia o una filiación. Ha decidido ser libre e independiente.  

Y le ha llegado la muerte física. Y lo que es peor, la muerte espiritual.

De súbito, su desnudez ha quedado al descubierto por el virus. Quizás, ha silenciado parte de su rebeldía y se ha escondido (confinado) cuando ha escuchado una Voz que le ha preguntado: ¿dónde estás? ¿quién te ha dicho que estás desnudo? ¿qué has hecho? ¿es que has comido del árbol prohibido?

Al comer del árbol de la libertad, el ser humano ha tomado conciencia de la muerte, de que realmente existe, de que no es algo lejano o que hay que ocultar. Su prioridades anteriores han quedado en un segundo plano y... se esconde, consciente de que ya nada volverá a ser como antes...

Al comer del árbol del conocimiento, el ser humano ha tomado conciencia de cuán infundado, fútil e inconsistente era su deseo de sabiduría y su anhelo de autonomía, de cuán frágil, débil y vulnerable es su naturaleza, alejado e independizado de su Creador...

Cuando todo se cae y se muestra la desnudez, el ser humano se queda solo, aislado y asustado. Descubre, entonces, que depende de otros, que existen unos lazos invisibles que le unen con otros y le conectan a través del matrimonio, familia, amigos, sociedad, país, mundo. Descubre que está sujeto a unas leyes dictadas por Alguien superior.

La cuestión es... ¿se excusará y culpará a otro de sus faltas, como hicieron Adán y Eva? o ¿volverá la mirada a Dios y le pedirá perdón por sus culpas? ¿hablará con Dios?

Renunciar a la evidencia de que somos el resultado de un deseo amoroso de Dios, hará que toda esta situación sea mucho más dura y sin sentido. 


Negar la certeza de que Dios es amor y que no es indiferente a nuestro sufrimiento, hará que caigamos en la desesperación.

Apartar nuestra mirada de un Dios dispuesto a perdonar, hará que no encontremos la solución que necesitamos hallar.


Dios, que se compadece de nuestra vulnerabilidad, nos mira como un padre mira a un hijo que sufre, y se inclina hacia nosotros para abrazarnos con su misericordia.

Jamás abandona a un hijo suyo, aunque le haya dado la espalda. Si es preciso, deja a todos y sale al encuentro del perdido. Si le ve volver, deja todo y sale corriendo a abrazarle.

Ha quedado demostrado que el hombre no puede ampararse en la falsa libertad que nos ofrece el Tentador. El consumismo descontrolado, el falso bienestar basado en el materialismo, los intereses egoístas y los placeres individuales no son sino una dependencia de Aquel mal amo que nos hace esclavos y que nunca nos hará libres.

El Mentiroso, aquel que aseveró "Non serviam", nos ha confundido y engañado, ofreciéndonos su malévola quimera con mentiras como "hay más felicidad en ser servido que en servir", o "es mejor ser un lobo que una oveja", o "comiendo del árbol no moriréis sino que llegaréis a ser como Dios."

Sin embargo, de improvisto, en este momento de prueba hemos dejado de idolatrar a los "lobos" a quienes servir, para admirar y aplaudir a las "ovejas", los que sirven, a los "héroes de la puerta de al lado", "a los que dan la vida por los demás."


Imagen relacionadaDetrás de todos ellos, es Cristo quien se nos aparece en ellos, en su servicio, en su dedicación. Está de pie, llamando a nuestra puerta.

Dios no es una cuestión íntima, no es una convicción privada. Dios es de todos y para todos.

¿Qué haré? ¿seguiré buscando mi libertad aún a costa de mi propia vida? ¿volveré a caer en los mismos errores? 
¿seguiré comiendo el árbol prohibido u optaré por alimentarme del árbol de la vida? ¿seguiré poniendo excusas y culpando a otro o adoptaré una actitud de arrepentimiento, abandono y escucha a Dios? ¿le abriré la puerta de mi corazón?

Todo depende del uso que haga de mi libertad. Aquella a la que Dios, por amor, ha querido someterse.

"De la oración nacerá la unidad, surgirá la verdad"
(Cardenal Robert Sarah)

martes, 31 de marzo de 2020

¡SÁLVESE QUIEN QUIERA!

"Mi alma sólo descansa en Dios, 
mi salvación viene de él; 
sólo él es mi roca, mi salvación, mi fortaleza; 
no sucumbiré."
(Salmo 62, 2-3)

La situación pandémica que sufrimos ha provocado que el mundo se haya detenido. Los gobiernos han decretado las alarmas y los confinamientos de la población. Sectores económicos vitales como la industria, el comercio y el turismo se paralizan. Las facturaciones caen, las empresas cierran. Se suceden miles de regulaciones de empleo y las personas se quedan sin trabajo, sin medios de vida. Los gobiernos adoptan medidas económicas drásticas que vaticinan un futuro crítico. 

Los sistemas sanitarios se colapsan. Miles de médicos y sanitarios se contagian. Miles de personas mueren a diario sin remedio, en absoluta soledad y sin poder ser despedidas dignamente por sus familiares.

Ante esta situación, asisto cada día, perplejo y preocupado, al grito egoísta y unánime de muchas personas, de muchos colectivos y de muchas empresas de "Sálvese quien pueda". ¡Es la frase del pánico!

Pánico que lleva al egoísmo más terrible. Cada cual mira por sí mismo, piensa en lo suyo,  se preocupa sólo por sus cosas. Miran, piensan y se preocupan, pero no reaccionan. Quizás, se quedan en casa, aplauden y cantan... pero lo cierto es que entran en pánico ante la incertidumbre y la impotencia, aunque todavía no lo reconozcan, porque ni tienen dónde asirse ni saben a Quien agarrarse. 

Otros muchos, el pequeño "resto" de la tripulación se mantienen en el barco y, con fe, claman al cielo protección y ayuda: "¿Y no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Les va a hacer esperar? Yo os digo que les hará justicia prontamente. Pero el hijo del hombre, cuando venga, ¿encontrará fe en la tierra?" (Lucas 18, 7-8).

¿Encontrará Dios fe en la tierra? ¿Encontrará confianza en las casas? ¿Encontrará amor en los corazones? Desgraciadamente el hombre ha puesto su fe y su confianza en sí mismo, y sólo se ama a sí mismo. Y seguirá haciéndolo. Buscan recursos, investigan remedios y adoptan medidas...pero ¿alguien clama al cielo y pide ayuda a Dios?

Get a man as soon as you can?! - Between WomenCuando la tragedia se cierne sobre nuestro barco, en el que nos hemos acomodado, ocupando sus bodegas (donde había provisiones, calor y comodidad), inmediatamente pensamos en abandonarlo, anunciando al resto de la tripulación, con nuestra falta de confianza, que un grave peligro se cierne sobre la nave. 

Cuando, en plena tempestad, se producen algunas vias de agua en el casco, lo primero que hacemos es entrar en pánico y huimos. No sabemos hacia dónde, pero queremos huir (aunque no nos movamos). Y lo que no llegamos a comprender, es que nos dirigimos, sin movernos, hacia una muerte segura.

Ahí está nuestro error. Somos como "ratas de barco", que ante las "pruebas" sólo pensamos en nosotros, en nuestras propias circunstancias, en nuestro "yo". Abandonamos el barco de la fe donde podemos estar a salvo, y olvidamos que es el Capitán quien dirige la nave, el Único que puede salvarnos. Es el orgullo.

Y este pánico egoísta y orgulloso es el que nos mantiene tristes y desolados; amparados en la pérdida y en la decepción. Y exactamente igual que lo que el mismo Jesús les dijo a los dos de Emaús, nos lo dice a nosotros hoy: ¡Qué necios y qué torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!" (Lucas 24, 25)

Necios somos por no creer, suponiendo que estamos a salvo en la "bodega" confortable, en nuestro cómodo habitáculo subterráneo, a salvo en nuestra oscura despensa, donde imaginamos tener todo lo necesario para vivir y donde nos mantenemos al margen de los demás, y ajenos a lo que ocurre en el resto de la nave. 
Cómo No Fijarse En La Tempestad Según La Biblia? †
Insensatos somos por no creer, endureciendo nuestros corazones, pensando que en nuestra vida no tiene cabida el sufrimiento o los problemas; convenciéndonos que el dolor y el padecimiento es para otros; persuadiéndonos a nosotros  mismos que "nada puede pasarnos".

Inteligentes seríamos si creyéramos, si comprendiéramos que no podemos salvarnos a nosotros mismos, si asumiéramos que ni sabemos navegar ni podemos nadar, si  admitiéramos que el barco no nos pertenece, que nuestra vida depende del Capitán. 

Sensatos seríamos si creyéramos, si aceptáramos que nuestra salvación requiere humildad y dimensión trascendental. ¡Y mucha fe! Sólo así, podremos tomar conciencia de que Dios es el dueño del barco, del mar y de la tempestad.

Nuestro grito unánime debería ser:"Sálvese quien quiera". Porque no se salva quien puede, sino quien quiere. Y quien quiere es quien eleva su mirada a Dios, quien sabiéndose frágil, débil y vulnerable, pone su vida en manos del "Capitán". 

Nuestra esperanza no está en esperar que "Unidos lo lograremos", ni en confiar que este mundo se tornará mejor porque lo deseemos sin más, ni en creer que todo será igual y que, cuando pase la tormenta, volveremos de nuevo a nuestras "bodega".

Nuestra fe, nuestra confianza y nuestra esperanza está puesta en el retorno glorioso de Jesucristo. 
"Querer es poder". El problema es que muchos no quieren. 

¡Sálvese quien quiera! es tan sencillo como gritar: ¡Ven, Señor Jesús! Tan fácil como decir: ¡Señor, sálvame, Tú que puedes!

DESPUÉS DE LA TORMENTA (del p. Diego de Jesús)Quien quiere, es capaz de salir de la bodega y subir a cubierta, "arriba"...donde, en oración, puede ver y percibir cómo Dios dirige la nave y se ocupa de todo.

Quien quiere, es capaz de pedir con fe y confianza a Dios, nuestro Capitán, el único que puede navegar en la tempestad, que nos libere de esta situación. Nosotros no sabemos dirigir el barco. 

Quien quiere, es capaz de agradecer a Dios que Él mismo es la salvación, que es el Dios de la vida, que es el Amor que sueña con todo lo que ha creado. Incluso, aunque seamos "como ratas".

Quien quiere, es capaz de reconocer y preguntarse: ¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras? para apremiarle y decirle: "Quédate con nosotros, porque recrudece y el mundo va de caída"


¡Yo, me quedo en casa! 
¡A salvo, en la casa del Señor!