¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 16 de septiembre de 2020

LA IGLESIA MÍSTICA DEL SIGLO XXI

"El cristiano del siglo XXI será místico o no será"
(Karl Rahner)

Pasado el confinamiento motivado por la pandemia, la Iglesia se enfrenta a varios grandes desafíos que el Cardenal Robert Sarah, precepto de la Congregación de la Liturgia, expresa en una carta dirigida a todos los obispos del mundo: el retorno a la liturgia frente a la secularización, el acercamiento a Dios frente al distanciamiento social, la intensificación de la oración frente a cualquier tipo de actividad pastoral, la perseverancia en la fe frente a la apostasía silenciosa, la obediencia a Dios frente a la sumisión al hombre.

Sin embargo, el "católico cultural" ha sucumbido a la tentación del miedosometiéndose al pensamiento temeroso del mundo y dejando de asistir a la Eucaristía, a pesar de que Dios nos repite continuamente: "No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa" (Isaías 41, 10).

El "católico de costumbres" se ha rendido a la tentación de la desesperación, ante la imposibilidad de obtener bienestar individual o satisfacción emocional propia y ha "colgado su hábito espiritual", a pesar de que el apóstol San Pablo nos dice: "nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios, incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda" (Romanos 5,3-5).

El "católico social" se ha sometido a la tentación de la duda y la incertidumbre, negándose a compartir y vivir la fe en comunidad, a reunirse en la casa de Dios en torno a Cristo, a pesar de que Jesús nos asegura: "Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mateo 18,19-20)

Sólo el cristiano místico, esto es, el que ha experimentado un encuentro personal con Jesucristo, ayudado de la Divina Gracia, será capaz de seguir asistiendo a los sacramentos como parte central de su vida, porque para él, la fe es una realidad conscientemente vivida y no meramente practicada.
La Iglesia del siglo XXI se enfrenta a una gran prueba purificadora y definitiva que separará el trigo de la cizaña, en la que muchos renunciarán a la fe mientras que otros la autentificarán: 

El "católico de tradiciones" abandonará una fe de "brocha gorda y rodillo", con la que blanqueaba su "religiosidad de pared", sin sobresaltos ni compromisos, bajo una apariencia de un cumplimiento puritano pero sin finura, sin esmero. 

Y sólo un "pequeño resto" perseverará con fe de "pincel fino y detalle" en su seguimiento a Cristo, mantendrá su autenticidad cristiana y testificará su coherencia evangélica.

La Iglesia del siglo XXI necesitará santos que caminen "cuesta arriba", con la mirada alegre puesta en el cielo, para hacer la voluntad de Dios en medio de las pruebas y las dificultades, en lugar de mediocres deambulando "por el llano", con la mirada fijada en el suelo de temor, haciendo las cosas a medias o dejándolas a medio hacer.

La Iglesia del siglo XXI necesitará místicos que se dejen esculpir y cincelar por el Espíritu Santo, para que el Señor trabaje en el lienzo de sus almas, el color, el detalle y la belleza, en lugar de tibios que se excusen en el tapiz roto, en el tejido tosco o en la trama defectuosa.
La Iglesia del siglo XXI necesitará fieles que "vivan la fe" desde una experiencia y una relación con Cristo, una conversión personal y un compromiso existencial, en lugar de tibios que "practiquen una espiritualidad sincretista", motivada por una herencia cultural, por un legado costumbrista o por un usufructo tradicionalista que escoge lo que le gusta y desecha lo que le incomoda.

La Iglesia del siglo XXI necesitará cristianos que testimonien con su vida el legado de la Cruz y de la Gloria, teniendo a Cristo en el centro de sus vidas, en lugar de individuos que instrumentalizan a Dios para sus propios fines o deseos.

En resumen, la Iglesia del siglo XXI necesitará una minoría abandonada en la Gracia y sustentada en el Evangelio a través de una experiencia mística, una coherencia de vida y un testimonio de fe.

El cristiano místico es quien vive una fe comunitaria y eclesial, recibida por una experiencia de conversión, es decir, por una decisión personal y consciente por Cristo.

martes, 31 de marzo de 2020

¡SÁLVESE QUIEN QUIERA!

"Mi alma sólo descansa en Dios, 
mi salvación viene de él; 
sólo él es mi roca, mi salvación, mi fortaleza; 
no sucumbiré."
(Salmo 62, 2-3)

La situación pandémica que sufrimos ha provocado que el mundo se haya detenido. Los gobiernos han decretado las alarmas y los confinamientos de la población. Sectores económicos vitales como la industria, el comercio y el turismo se paralizan. Las facturaciones caen, las empresas cierran. Se suceden miles de regulaciones de empleo y las personas se quedan sin trabajo, sin medios de vida. Los gobiernos adoptan medidas económicas drásticas que vaticinan un futuro crítico. 

Los sistemas sanitarios se colapsan. Miles de médicos y sanitarios se contagian. Miles de personas mueren a diario sin remedio, en absoluta soledad y sin poder ser despedidas dignamente por sus familiares.

Ante esta situación, asisto cada día, perplejo y preocupado, al grito egoísta y unánime de muchas personas, de muchos colectivos y de muchas empresas de "Sálvese quien pueda". ¡Es la frase del pánico!

Pánico que lleva al egoísmo más terrible. Cada cual mira por sí mismo, piensa en lo suyo,  se preocupa sólo por sus cosas. Miran, piensan y se preocupan, pero no reaccionan. Quizás, se quedan en casa, aplauden y cantan... pero lo cierto es que entran en pánico ante la incertidumbre y la impotencia, aunque todavía no lo reconozcan, porque ni tienen dónde asirse ni saben a Quien agarrarse. 

Otros muchos, el pequeño "resto" de la tripulación se mantienen en el barco y, con fe, claman al cielo protección y ayuda: "¿Y no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Les va a hacer esperar? Yo os digo que les hará justicia prontamente. Pero el hijo del hombre, cuando venga, ¿encontrará fe en la tierra?" (Lucas 18, 7-8).

¿Encontrará Dios fe en la tierra? ¿Encontrará confianza en las casas? ¿Encontrará amor en los corazones? Desgraciadamente el hombre ha puesto su fe y su confianza en sí mismo, y sólo se ama a sí mismo. Y seguirá haciéndolo. Buscan recursos, investigan remedios y adoptan medidas...pero ¿alguien clama al cielo y pide ayuda a Dios?

Get a man as soon as you can?! - Between WomenCuando la tragedia se cierne sobre nuestro barco, en el que nos hemos acomodado, ocupando sus bodegas (donde había provisiones, calor y comodidad), inmediatamente pensamos en abandonarlo, anunciando al resto de la tripulación, con nuestra falta de confianza, que un grave peligro se cierne sobre la nave. 

Cuando, en plena tempestad, se producen algunas vias de agua en el casco, lo primero que hacemos es entrar en pánico y huimos. No sabemos hacia dónde, pero queremos huir (aunque no nos movamos). Y lo que no llegamos a comprender, es que nos dirigimos, sin movernos, hacia una muerte segura.

Ahí está nuestro error. Somos como "ratas de barco", que ante las "pruebas" sólo pensamos en nosotros, en nuestras propias circunstancias, en nuestro "yo". Abandonamos el barco de la fe donde podemos estar a salvo, y olvidamos que es el Capitán quien dirige la nave, el Único que puede salvarnos. Es el orgullo.

Y este pánico egoísta y orgulloso es el que nos mantiene tristes y desolados; amparados en la pérdida y en la decepción. Y exactamente igual que lo que el mismo Jesús les dijo a los dos de Emaús, nos lo dice a nosotros hoy: ¡Qué necios y qué torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!" (Lucas 24, 25)

Necios somos por no creer, suponiendo que estamos a salvo en la "bodega" confortable, en nuestro cómodo habitáculo subterráneo, a salvo en nuestra oscura despensa, donde imaginamos tener todo lo necesario para vivir y donde nos mantenemos al margen de los demás, y ajenos a lo que ocurre en el resto de la nave. 
Cómo No Fijarse En La Tempestad Según La Biblia? †
Insensatos somos por no creer, endureciendo nuestros corazones, pensando que en nuestra vida no tiene cabida el sufrimiento o los problemas; convenciéndonos que el dolor y el padecimiento es para otros; persuadiéndonos a nosotros  mismos que "nada puede pasarnos".

Inteligentes seríamos si creyéramos, si comprendiéramos que no podemos salvarnos a nosotros mismos, si asumiéramos que ni sabemos navegar ni podemos nadar, si  admitiéramos que el barco no nos pertenece, que nuestra vida depende del Capitán. 

Sensatos seríamos si creyéramos, si aceptáramos que nuestra salvación requiere humildad y dimensión trascendental. ¡Y mucha fe! Sólo así, podremos tomar conciencia de que Dios es el dueño del barco, del mar y de la tempestad.

Nuestro grito unánime debería ser:"Sálvese quien quiera". Porque no se salva quien puede, sino quien quiere. Y quien quiere es quien eleva su mirada a Dios, quien sabiéndose frágil, débil y vulnerable, pone su vida en manos del "Capitán". 

Nuestra esperanza no está en esperar que "Unidos lo lograremos", ni en confiar que este mundo se tornará mejor porque lo deseemos sin más, ni en creer que todo será igual y que, cuando pase la tormenta, volveremos de nuevo a nuestras "bodega".

Nuestra fe, nuestra confianza y nuestra esperanza está puesta en el retorno glorioso de Jesucristo. 
"Querer es poder". El problema es que muchos no quieren. 

¡Sálvese quien quiera! es tan sencillo como gritar: ¡Ven, Señor Jesús! Tan fácil como decir: ¡Señor, sálvame, Tú que puedes!

DESPUÉS DE LA TORMENTA (del p. Diego de Jesús)Quien quiere, es capaz de salir de la bodega y subir a cubierta, "arriba"...donde, en oración, puede ver y percibir cómo Dios dirige la nave y se ocupa de todo.

Quien quiere, es capaz de pedir con fe y confianza a Dios, nuestro Capitán, el único que puede navegar en la tempestad, que nos libere de esta situación. Nosotros no sabemos dirigir el barco. 

Quien quiere, es capaz de agradecer a Dios que Él mismo es la salvación, que es el Dios de la vida, que es el Amor que sueña con todo lo que ha creado. Incluso, aunque seamos "como ratas".

Quien quiere, es capaz de reconocer y preguntarse: ¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras? para apremiarle y decirle: "Quédate con nosotros, porque recrudece y el mundo va de caída"


¡Yo, me quedo en casa! 
¡A salvo, en la casa del Señor!