¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 3 de septiembre de 2022

LA IDOLATRÍA DEL CUERPO

"Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, 
sólo a él darás culto"
 (Mt 4, 10)

Cada domingo, de camino a misa, no deja de sorprenderme ver a tanta gente haciendo deporte, ya sea yendo al gimnasio, corriendo, montando en bicicleta o jugando al paddle. ¡Qué lejos han quedado esos domingos en los que la gente se vestía con sus mejores galas para ir a misa o para salir a pasear con la familia! ¡Hemos cambiado la chaqueta por el short!

Aunque el culto al cuerpo ha existido en todas las culturas y épocas, el hedonismo narcisista se ha convertido en la nueva religión contemporánea, olvidando que somos una unidad de cuerpo y alma (Gadium et spes 3), para dedicar tiempo, recursos y esfuerzos a cuidar el primero, y a desatender completamente el segundo. 

El ser humano busca la perfección física y se olvida de la pureza espiritual. Elige rendirse culto a sí mismo y se lo niega a Dios. Ha reemplazado la Iglesia por el gimnasio, la fe por la estética, los sacramentos por las dietas y el día del Señor por el día del deporte.

Ha cambiado lo trascendental por lo trivial, lo divino por lo mundano, lo espiritual por lo material, como si, en la práctica, Dios no existiera. Ha dejado de creer en Él y de adorarlo, para exaltarse a sí mismo. 
La divinización del cuerpo se ha convertido en objeto sagrado de deseo humano, al que se colma de todo tipo de atenciones, cuidados y caprichos. Se trata de una clara expresión del materialismo imperante: un cuerpo constituido a voluntad o "comprado" a la cultura imperante.

En el fondo, esta búsqueda de la eterna juventud, perdida tras la caída de Adán, debería hacernos meditar sobre el verdadero sentido de nuestra vida: ¡el hombre ha sido creado para la eternidad! 

Sin embargo, el pánico escénico por la vejez y la muerte, nos hace buscar, paradójicamente, una efímera e insuficiente "eternidad" de 90/100 años. Algo absurdo, como nos recuerda el Señor: ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? (Mt 6,27).

El culto al cuerpo es una forma de idolatría tan antigua como el propio ser humano, que le hace colocarse "más allá del bien y del mal", que le motiva a "querer ser como Dios". Una liturgia física donde el templo es el gimnasio, el dios es el cuerpo y el altar la propia imagen. Una veneración corporal instigada por la ideología del mundo que anima a preocuparse por una vida física, individual y autosuficiente que pone la mirada en el terreno material, en el "yo", que nunca tiene suficiente y que nunca le conduce a la verdadera plenitud.

Vivimos en la era de la apariencia, de la fachada y del postureo. Una época donde la devoción por el cuerpo se ha convertido en una obsesión generalizada, en una adicción por mostrar "nuestro gran yo" y que "produce" a la misma vez, "talibanes del músculo" y "anémicos espirituales", más preocupados por el embalaje que por el regalo, más preocupados por la carcasa que por el motor. 
Esta lucha "telomérica" contra el envejecimiento y la muerte no debería olvidar que el cuerpo no es el contenido de la persona sino su continente. Una forma finita y temporal que empieza a degradarse nada más nacer, cuando comienza la destrucción celular. Pensar que el cuerpo nos define como personas es como pensar que la cáscara es la parte más delicada del huevo. 

Como dijo Benedicto XVI, existe una gran diferencia entre rendir culto al cuerpo o cuidarlo, entre idolatrarlo o su respetarlo:  "El equilibrio entre la dimensión física y la espiritual lleva a no idolatrar al cuerpo, sino a respetarlo y no hacer de él un instrumento que hay que potenciar a cualquier coste, utilizando incluso medios no lícitos".

Además, la Iglesia nos enseña que es importante cuidar el cuerpo pero no ensalzarlo: "la exigencia del respeto a la vida y a la salud del cuerpo, bienes preciosos de Dios, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones humanas". (CIC, 2288-2289).

¡Busquemos formar un alma limpia y pura, un cuerpo glorioso, espectacular y reluciente, con una piel eterna tersa y suave, para estar a “la última” junto a Dios!