Ser sacerdote no es, ni mucho menos, una tarea fácil. Se requiere una gran solidez personal, religiosa, mental y psicológica.
La vocación sacerdotal es una de las más difíciles de vivir, pues se coloca entre dos disyuntivas: por un lado, su euforia, que le hace sentir distinto y elegido de Dios; por el otro, su fragilidad, al no contar con soporte externo ni en la familia ni en la sociedad.
Su consagración les obliga a una entrega irrevocable y continua, a un alejamiento y desprendimiento de todo, para entregarse por completo a Dios y a los demás.
Cada vez son menos, más mayores y tienen una excesiva carga laboral. Algunos tienen varias parroquias, lo que significa multiplicar las misas y la administración de los sacramentos. Curas convertidos en meros expendedores de sacramentos a la entera disposición de la feligresía.
También surgen los conflictos de relación interna, entre sacerdotes, derivados del salto generacional entre los jóvenes y los viejos, o de las diferencias profundas entre los conciliares y los postconciliares, los progresistas y los conservadores o los que buscan hacer carrera y los que se entregan a fondo perdido a la gente.
A todo ello hay que añadir la "excesiva presión psicológica a la que los fieles someten a sus curas", que son servidores y líderes a la vez. Una presión de doble cara:
-Por un lado, los fieles que los buscan continuamente como punto de referencia o decisores absolutos en todos y cada uno de los asuntos de la propia conciencia, de la familia o de la parroquia.
-Por el otro, los alejados, indiferentes y contrarios a los sacerdotes, cuya figura hoy día es denostada y ridiculizada a causa de la secularización y el anticlericalismo crecientes y que cuestionan su celo sacerdotal y pastoral. La hostilidad hacia ellos, casi siempre como consecuencia de los casos de abusos sexuales a menores (hasta 2011, 400 casos de sacerdotes frente a 20.000 casos de profesores en Estados Unidos).
Como consecuencia de todo esto, nuestros curas están deprimidos y estresados, es el llamado síndrome del burnout, sacerdotes agotados, desmotivados, desilusionados, cansados, en una palabra "quemados”.
Los síntomas son: nerviosismo, tensiones, saltos de humor o, simplemente, no disponer de tiempo libre alguno, para leer, relajarse, escuchar música, ir al cine o descansar.
El cura católico es un hombre que sufre soledad personal, cada vez más difícil de encajar y soportar, pero también sufre soledad pastoral o ministerial.
Los curas son amos y jefes de sus parroquias, muchos apenas saben delegar y la corresponsabilidad de los laicos es inexiste o estéril en muchas parroquias. Solos en sus casas y solos en sus iglesias.
Nuestros sacerdotes necesitan ORACIÓN (comunicación continua con Dios) FRATERNIDAD SACERDOTAL (ayuda, refugio y consuelo entre los compañeros), y CORRESPONSABILIDAD LAICA (ayuda, comprensión, compañía, apoyo y participación de los seglares).
Pedimos sacerdotes santos y disponibles, pero también nosotros tenemos que estar dispuestos a ofrecerles acompañamiento personal efectivo y afectivo, participación en las tareas pastorales y mucha, mucha oración.