¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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jueves, 16 de septiembre de 2021

LA IGLESIA DEBERÍA...

"Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, 
porque estaban extenuadas y abandonadas, 
'como ovejas que no tienen pastor'. 
Entonces dice a sus discípulos: '
La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; 
rogad, pues, al Señor de la mies 
que mande trabajadores a su mies'" 
(Mateo 9,36-38)

Sin duda, una de las mayores y graves preocupaciones actuales de la Iglesia es la falta de vocaciones religiosas, tanto al sacerdocio como a la vida consagrada. Y la pregunta inmediata es ¿cómo hemos llegado a esto?

Basta con "echar un vistazo" a nuestro alrededor. La falta de vocaciones es una consecuencia directa de la secularización y descristianización del mundo, en general y de nuestra sociedad occidental, en particular. El hombre, al negar y alejarse de Dios, queda abandonado como "oveja sin pastor".

Esta "negación", o cómo mínimo, este "alejamiento" de Dios ha provocado además la consiguiente disminución de fieles en las parroquias, es decir, la ausencia de "comunidades vivas" que puedan suscitar vocaciones.

¿Cómo pueden las comunidades suscitar vocaciones?
 
No se trata tanto de "importar" sacerdotes de otros continentes o de "asumir" consagrados de otros lugares. Tampoco de formar y adiestrar "aceleradamente" diáconos permanentes que "echen un cable" dentro del orden sacerdotal. Esas... no son soluciones definitivas, son respuestas humanas del todo insuficientes. 

La Sagrada Escritura nos da la pauta para que se susciten vocaciones, mostrándonos el ejemplo de la Iglesía del primer siglo: "perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones" (Hechos 2,42).

Lo primero y más importante es... rezar. En el mundo falta oración. Y en la Iglesia, quizás, también. San Pablo nos exhorta: "Sed constantes en orar" (1 Tesalonicenses 5,17). La Iglesia debería rezar más constantemente...para ser esa Esposa que ruega al Esposo que "envíe trabajadores a su mies" porque "las muchedumbres están extenuadas y abandonadas"... para ser la Servidora que le insiste al Señor "No tienen vino".
Lo segundo es salir. En el mundo falta acción. La Iglesia no puede quedarse de "brazos cruzados"...esperando...porque muchos están cansados y perdidos en la oscuridad y no conocen el camino. La Iglesia debería salir a buscar a sus hijos pródigos, para ser esa Madre con los brazos abiertos y el corazón dispuesto a amarlos. 
Lo tercero es acoger. En el mundo falta aceptación. Vivimos una "cultura del descarte" en la que se conceptúa a las personas como objetos que se desechan. La Iglesia debería acoger a todos en la comunidad. Y la mejor forma de hacerlo es atendiendo las necesidades de las personas: las materiales, a través de la caridad; y las espirituales, a través de los sacramentos y la dirección espiritual.
¿De qué sirve que una Madre rece y salga a buscar si, luego, en casa no atiende a sus hijos? ¿De qué sirve que una Madre reciba a "los pequeños, a los huérfanos y a las viudas" si luego no les presenta al Padre?

¿Cómo van a escuchar la llamada de Dios si no le conocen? 

Jesús dio un mandato claro e inequívoco a su Iglesia: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mateo 28,19-20). El Señor nos pide que le demos a conocer.

Lo cuarto es enseñarLa Iglesia debería enseñar. La Iglesia como Maestra y Doctora, no puede guardarse la Buena Noticia que Cristo le ha confiado. Debe comunicarla al mundo. Debe formar corazones para Cristo. Debe hacer discípulos. 
Los hombres de hoy no saben cómo encontrar a Dios ni cómo comunicarse con Él. Quizás ni tan siquiera crean en Él...Entonces ¿cómo van a escuchar la llamada de Dios si no creen en Él, si no le conocen, si no se comunican ni se relacionan con Él? ¿cómo van a amar a Quien no conocen? 

San Pablo se pregunta lo mismo: "¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; ¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? y ¿Cómo anunciarán si no los envían?" (Romanos 10,14-15).

¿Cómo enseñar a relacionarse con Dios? 

Primero, suscitando la necesidad de rezar. Desde que nace, el hombre es un ser "necesitado". Su primera y principal necesidad, es la necesidad de Dios, de hablar con Él, de comunicarse con Él. 

Ese anhelo de establecer una relación con su Padre y Creador, aunque impreso en su corazón, a veces le es desconocido o extraño, porque nadie se lo ha mostrado, porque nadie se lo ha enseñado. 

Después, originando el hábito de rezar. Dado que el hombre también es un ser "de costumbres", necesita disponer de su tiempo y espacio para realizar las actividades que necesita. Necesita "habituarse" a la oración. Y para ello, necesita buscar el momento y lugar adecuados para hacerlo.

¿Dónde enseñar a rezar? 

El primer ámbito de intimidad con Dios es la "Iglesia familiar". Si no enseñamos a rezar en casa a nuestros hijos ¿cómo van a conocer a Dios? Y si no le conocen ¿cómo van a amarle? Y si no le aman ¿cómo van a servirle?

El segundo ámbito de contacto con Dios es la "Iglesia docente". Si no enseñamos a rezar en nuestros colegios a nuestros hijos ¿cómo van a seguirlo? Si no les enseñamos a adoptar hábitos de oración y a perseverar en la fe ¿cómo van a vencer las tentaciones materialistas del mundo?

El tercer ámbito de encuentro con Dios es la "Iglesia comunitaria". Si no llevamos a nuestros hijos a misa ¿cómo van a experimentar su amor? Si no les enseñamos a buscar a Dios ¿cómo van a encontrarse con Él?  Y si no les formamos ¿cómo van a saber de Él?

Por tanto, la Iglesia debería... todos deberíamos... 

"Estar siempre en oración y súplica, 
orando en toda ocasión en el Espíritu, 
velando juntos con constancia, 
y suplicando por todos los santos" 
(Efesios 6,18)

sábado, 15 de febrero de 2020

CLERICALISMO: MIEDO ESCÉNICO A LA MISIÓN COMPARTIDA

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"La mies es mucha, pero los obreros son pocos. 
Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies."
(Lucas 10, 1-9)

El otro día y tras la Eucaristía, dos sacerdotes nos comentaban que algunos estamos "metidos en demasiadas cosas espirituales" que "no es bueno estar en todo". Algo que ya nos habían dicho otros e incluso, en una ocasión, uno me dijo personalmente que "debía rebajar mi excesivo celo y amor por Dios".

Al día siguiente de este episodio, el Señor nos habla de la abundancia de la mies y de la escasez de los obreros. ¡No salgo de mi asombro y de mi sorpresa! Porque mientras Jesús nos exhorta a pedirle a Dios que envíe obreros a la mies, ellos, los sacerdotes, en lugar de alegrarse porque el Dueño de la mies nos envíe a ella, nos acusan de estar haciendo "demasiado" para Él.

Sin embargo, en repetidas ocasiones, estos mismos sacerdotes acuden a nosotros y nos llaman para que "les echemos una mano", para que les ayudemos o incluso nos animan a ser diáconos, es decir, quieren clericalizarnos. ¡Pues no! ¡Somos laicos y queremos seguir siéndolo!

Sin duda, uno de los mayores peligros de la Iglesia es el clericalismo, muy asumido e interiorizado por algunos ministros ordenados de la Iglesia y que, amparándose en él, con demasiada frecuencia, obvian, desprecian, minusvaloran o ningunean a los laicos

Me duele decirlo porque quiero a mi Iglesia pero es la triste realidad. No trato de juzgar sino de mostrar una realidad que falta a la caridad cristiana y a la alianza de Dios con su pueblo.

¿Qué es el clericalismo?

El clericalismo es una concepción desviada y errónea del ministerio sacerdotal,  una caricatura del sacerdocio que exige y confiere al clero una inapropiada superioridad moral y una excesiva deferencia.

El clericalismo es una visión elitista y excluyente de la vocación sacerdotal, que interpreta el don recibido como un poder para ejercitar, en lugar de como un servicio gratuito y generoso para ofrecer (Mateo 10,8).

El clericalismo es una pretensión de pertenencia a una clase espiritual superior que posee todas las respuestas, que no tiene necesidad de escuchar o de aprender nada, o que incluso finge escuchar.

El clericalismo es una búsqueda prioritaria de los intereses particulares de la jerarquía eclesiástica que ansía subir en el escalafónincrementar su poder, lo que evita que se convierta de verdad en una Iglesia Pueblo de Dios, al excluir sistemáticamente a los laicos.

El clericalismo es una consecuencia de un cierto temor de los sacerdotes a perder notoriedad, autoridad o importancia frente a los laicos y de una cierta envidia de los ministros ordenados frente a la valentía y libertad de movimiento de los seglares.

El clericalismo es un aumento de la distancia entre el sacerdote y el laico que desdibuja el camino hacia Dios, porque un pastor, por sí solo, no puede producir leche o queso. Necesita cuidar a las ovejas dentro del redil, mantenerlas sanas y alimentarlas para que éstas den el resultado que se espera de ellas. 

El clericalismo es, en definitiva, un miedo escénicola "lógica de la Misión Compartida" y a la corresponsabilidad de todo el pueblo al servicio a Dios, que termina convirtiéndose en un trato despótico y autoritario de algunos sacerdotes hacia los laicos, a quienes tratan como "borregos" en lugar de como "ovejas", como "masa" en lugar de como rebaño. 

El clericalismo es un abuso psicológico, espiritual o incluso sexual pero no es un mal endémico, sustancial o exclusivo del sacerdocio, sino inherente a una posición de poder, tan habitual en la lógica humana y tan ajena a la lógica apostólica.

Pero el clericalismo es también una ausencia de participación, compromiso y responsabilidad por parte de los laicos

Es un cómodo deseo de consumo espiritual, de búsqueda de un paternalismo místico que dicte una participación sin demasiado compromiso y de una fe sin excesiva responsabilidad. Posiblemente, también los excesos de parte del clero a lo largo de los tiempos, hayan sido los que han provocado esa apatía, ausencia y pasividad de muchos laicos.

Los laicos tenemos, una vez más, que recordar a nuestros sacerdotes que ellos también son servidores de la misión compartida, que el rebaño no es suyo y que juntos, estamos para servir y dar gloria al Dueño: Dios.

Los laicos debemos respetar a los pastores ordenados de la Iglesia, llamados por Dios a ser nuestros líderes, maestros y santificadores del pueblo de Dios y, a la vez, recordarles que nuestra tarea no es suplantarles sino ayudarles.

Todos los papas que he conocido (Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) siempre nos han invitado, tanto a sacerdotes como a laicos, a llevar a cabo una transformación eclesial y social que supere este clericalismo pero que, hasta ahora, ha sido difícil de realizar.

Para ello, necesitamos vivir juntos esa lógica de la misión compartida y corresponsablemirando al origen y siendo fieles a Él, es decir, fijándonos cómo Jesús ejercía su ministerio con la gente, cómo recriminaba a los sacerdotes sus faltas de caridad y cómo, también, delegaba en ellos su autoridad.

Unos y otros, debemos convencernos de que la misión compartida refuerza la figura del pastor (mayor alcance, presencia, reconocimiento y escucha) y la del rebaño (mayor comunión, fraternidad, obediencia y compromiso).

viernes, 6 de abril de 2018

¿VOCACIONES? ¿QUÉ VOCACIONES?


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"Antes de formarte en el vientre de tu madre te conocí; 
antes que salieras del seno te consagré; 
como profeta de las gentes te constituí. 
Yo dije: '¡Ah, Señor Dios, mira que yo no sé hablar; soy joven!'. 
Pero el Señor me respondió: 'No digas: ¡soy joven!, 
porque adonde yo te envíe, irás; 
y todo lo que yo te ordene, dirás. 
No tengas miedo de ellos, 
porque yo estoy contigo para protegerte', dice el Señor"." 
(Jeremías 1, 5-8)

La Iglesia nos anima a reflexionar y a orar constantemente por la falta de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa en España.

Sin embargo, no parece que sea por falta de oración: muchos rezan continuamente para suscitar vocaciones, pero la pregunta que se plantea es ¿existen comunidades suficientes que susciten vocaciones?¿existen jóvenes comprometidos con Dios y con la Iglesia? ¿existen jóvenes que responden a la llamada de Dios? 

Resultado de imagen de olmeda de la cuestaAlgunos, justifican esta escasez de vocaciones por el descenso demográfico

Es cierto que España envejece a ritmo acelerado: en la actualidad, la media de edad de los españoles se sitúa en los 43,5 años. 

Nuestra población envejece, lo mismo que nuestra Iglesia. Sin embargo, no creo que el descenso de los jóvenes sea una razón vital para la ausencia de vocaciones. 

El núcleo del problema es de mayor y de más profundo calado. Vuelvo al tema de la Revolución (aunque parezca cansino). La Revolución ataca y ejerce su dominio siempre en tres fases: primero en las tendencias; luego, en las ideas; y finalmente, en los hechos.

Podemos negar la Revolución o combatirla. Podemos mirar hacia otro lado o "coger el toro por los cuernos". Podemos seguir lamentándonos de la falta de vocaciones o estudiar las causas para revertir la situación. Podemos seguir hablando del "tema" o acometerlo definitivamente. Y lo debemos hacer "desde dentro" y con "auto-crítica".


"No puedo amar lo que no conozco"

Yo creo que la pregunta correcta que debemos hacernos no es tanto ¿cuánto? sino ¿cómo? No es cuestión de cuántos jóvenes hay en España que puedan llegar a tener una vocación de vida sacerdotal o consagrada. Se trata de cómo los jóvenes pueden llegar a ella. 

Resultado de imagen de religion en los colegios¿Cómo puedo amar algo que no sé ni que existe? ¿Cómo puedo apreciar algo que no conozco? ¿Cómo puedo querer algo si no me enseñan a hacerlo?

Y es que en la mayoría de las casas españolas ya no se enseña a rezar, a santiguarse. Ya no se enseñan los mandamientos, ni el Padrenuestro, ni los temas trascendentales que conciernen a nuestra vida. En los colegios, tampoco.


Nuestros niños no conocen a Dios porque sus padres no les llevan a misa. Tan sólo el día de su "primera y última" comunión. No les explican que ese día no consiste sólo en una fiesta donde estrenar un bonito traje; no les enseñan que no se trata de recibir sólo regalos. No les muestran a Dios.

Nuestros jóvenes españoles no conocen a Cristo porque no van a la Iglesia. Se niegan a ir con sus padres. Apenas pisan una parroquia, ni siquiera para casarse. Piensan que ir a misa o ser católico "está pasado de moda". Para la mayoría, ser "católico", "cura" o "monja" no es trending topic. Ni siquiera pasa sus cabezas. Y los hechos lo atestiguan.

"No me interesa"

Los jóvenes españoles (y occidentales) no están interesados en Dios. Y lo no lo están por varias razones, tanto externas como internas: 

- porque la Iglesia está continuamente denostada, maltratada e insultada desde todos los ámbitos de la sociedad. Así, ¿qué joven va a tener vocación por algo "políticamente incorrecto" o "mal visto" en la sociedad?

Resultado de imagen- porque este mundo "descristianizado" les incita a no comprometerse con nada ni con nadie. "Lo que hoy ya no te sirve, se tira y se reemplaza por otra cosa, por otra persona". Así, ¿qué joven se va a plantear dedicar su vida a servir a Dios y al prójimo?

- porque muchos jóvenes piensan que ir a misa es "cosa de viejos" y que lo que "allí" se dice es aburrido y "no va con ellos". Así, ¿qué  joven va a sentirse "como en casa"?

- porque muchos sacerdotes se han "acomodado" a un público plácido, que no les pide mucho esfuerzo ni tiempo y se han "distanciado" del Pueblo hablando un "idioma" ininteligible para los jóvenes, quienes no han sido enseñados ni discipulados. Incluso se esconden tras un "cleriman" o ni eso. Así ¿qué joven se va a sentir a gusto escuchando un idioma que no entiende porque jamás lo ha escuchado o poniéndose un uniforme que no entiende?

 - porque muchos jóvenes no se sienten acogidos por personas que no les escuchan, que no les respetan, que no les valoran o que ni siquiera les miran. Así, ¿qué joven va a integrarse en una comunidad parroquial donde no es "necesario", donde no es "querido"? 

- porque muchos jóvenes ven un futuro poco prometedor y ni siquiera se plantean que les deparará el día de mañana. Así, ¿qué joven va a plantearse vocación alguna si ni se plantea el futuro corto plazo?

- porque muchos jóvenes carecen de "ideales", de "valores", de "principios" que les guíen en sus vidas. Así, ¿qué joven va a luchar por nada ni por nadie?

Nuestros hijos no quieren saber mucho de Dios porque este mundo les invita al grito del "carpe diem" a vivir una vida egoísta, hedonista y relativista, donde "lo primero soy yo y el resto, es relativo". Les animan a vivir el "hoy y ahora" sin preocuparse más allá (ni del más allá). Les motivan a "buscarse la vida" por el camino del individualismo egoísta (muchos son hijos únicos) y a no ser solidarios con nadie (no formar parte de nada).

La clara evidencia es que si nuestra juventud no asiste a la Iglesia, nuest
ra población católica envejece. Y si nuestra "población activa" escasea, envejece y muere, es casi imposible que florezcan vocaciones.

¿Qué podemos hacer?

No tengo en mi mano todas las soluciones, pero podríamos empezar rezando más, acogiendo más, haciéndoles más atractivo todo lo que Dios nos inspira con su Espíritu, preguntando más a los jóvenes, escuchándoles más, amándoles más...

Imagen relacionadaNuestros jóvenes son el futuro de la sociedad y por tanto, de la Iglesia. Si les relegamos,  ignoramos o no velamos por sus necesidades, no sólo no habrá vocaciones en la Iglesia a corto/medio plazo sino que no habrá jóvenes en la Iglesia.

Es indispensable construir comunidades que lleven a los jóvenes (y a los menos jóvenes) hacia Cristo. Sólo así se suscitarán vocaciones. De todo tipo. 

Comunidades "propias", donde la pasión (como en el fútbol) nos inspire a decir "este es mi equipo", este es mi "jugador". Donde cada joven (y menos joven) diga "esta es mi "parroquia", "es lo más..."

Y para ello, hay muchas cosas que cambiar. Empezando por nosotros mismos.

viernes, 19 de agosto de 2016

¡ROMPAMOS UNA LANZA POR NUESTROS SACERDOTES!


Cada día, nuestros sacerdotes y obispos se enfrentan, dentro de la propia Iglesia, a multitud de situaciones, de "patatas calientes": celebran eucaristías, preparan homilías, administran sacramentos, asisten, escuchan y aconsejan al Pueblo de Dios y mil cosas más. A menudo, tienen la impresión de tener que estar disponibles 24 horas al día, 7 días a la semana.

¡Qué difícil es el sacerdocio! ¡Y qué vulnerable es su ministerio! En los momentos difíciles, siempre sienten que muchas de las personas de la parroquia realmente no les comprenden, posiblemente por el famoso dicho sobre "la soledad del líder". 

Ponen sus corazones, sus dones, sus sentimientos y sus intenciones, su vida para ayudar a la Iglesia, pero a menudo, sus esfuerzos se tornan inútiles o vacíos de sentido.

Esperan que su labor, inmensa y poco valorada, ayude a la gente a madurar, satisfaga sus necesidades, colabore al crecimiento de sus parroquias y, sobre todo, honre a Dios. 

Es posible que se equivoquen también, pues son humanos y pecadores, pero no es nuestra tarea juzgarlos sino quererlos y apoyarlos.

Pero, aún así, siempre hay alguien que no está de acuerdo o critica el desempeño de sus tareas. O sencillamente, no le gusta su forma de ser o de hacer las cosas. 

Entonces es cuando el sacerdote se pone a la defensiva o peor, se "quema". Y cuando eso sucede, todos pierden. El sacerdote se siente atacado y el creyente siente que no es escuchado. Nadie gana.

A continuación, enumero algunas consideraciones sobre su servicio que creo que debemos meditar, todos:

Temen ser irrelevantes

Los temores de un sacerdote no pasan por qué comer, qué vestir, dónde dormir o qué coche conducir. 



Su preocupación persistente es que todo aquello que hacen y dicen sea irrelevante en la vida de los demás. 

Es una realidad verdaderamente frustrante para ellos.

Si tu sacerdote ha influido realmente en tu vida alguna vez, de palabra u obra, por su ejemplo o amistad, sugiero que tomes algún tiempo esta semana para hacérselo saber. No te imaginas de cuanta ayuda será para él.

Son niños de mamá

He leído estudios que muestran que la dependencia de los sacerdotes respecto a sus madres es superior al 80 por ciento del total de ordenados.

Esto tiene muchas implicaciones, y explica por qué es más probable que un sacerdote tome un café con un amigo en lugar de ir de compras, vaya a ver una película en lugar de ver un partido de fútbol; lea un libro en lugar de jugar al mus. 

También define el por qué, a menudo, las mujeres de la parroquia les llaman mucho más la atención que los hombre, e incluso les corrigen, sobre todo, las de más edad.

Cuando estés con tu sacerdote, ten en cuenta que él se sentirá siempre más cómodo, con su madre que con su padre, hablando el idioma del cariño más que el de la disciplina, que optará más por la colaboración sobre la competencia, por el perdón sobre el castigo. Estas no son cosas que aprendió en el seminario, son cosas que aprendió en casa, con "mamá".

Nos ven desde el altar

Algunas personas "de los bancos" piensan que hay un espejo entre ellos y el púlpito, en el que ellos ven al sacerdote, pero el sacerdote no puede verlos a ellos.

Incorrecto. Nos ven bostezar, mirar nuestros relojes o nuestros teléfonos, susurrarle algo al oído a nuestra mujer. Incluso, nos ven dormir. Lo cual nos es reprochable. Probablemente, si estamos haciendo todo eso, es porque la homilía es aburrida o poco interesante.

Pero tengamos en cuenta que ellos nos ven, y que puede llegar a parecer que no estamos interesados en lo que nos dicen, no ya ellos, sino el mismo Dios. Esto también les produce desencanto y desilusión. 

No está de más que intentemos alimentar nuestro interés durante la misa y, así apoyarle y darle energía para su tarea. Y quizás, al acabar la misa, podamos acercarnos y charlar con él sobre aquello que nos inquietaba. 

En ocasiones, tirarían la toalla

Hacia afuera, parecen incansables pero de puertas adentro, la mayoría de los sacerdotes , si pudieran, dimitirían, tirarían la toalla.

Su trabajo es tan duro que las personas que nunca hemos ejercido el sacerdocio (ni pretendemos) no logramos llegar a entender. Es agotador. No sólo físicamente, sino también, emocionalmente. 

A veces, es lógico que se les pase por la cabeza, retirarse a un convento o dejar el sacerdocio. Humanamente no compensa. Es sólo por su compromiso y su "sí" a Dios, y por tanto, por su sentido de amor y servicio a los demás, que continúan "al pie del cañón". Seamos amable, sensibles y agradecidos por ello.

No pueden hacer cosas que nosotros hacemos

Imagino que a veces, les gustaría poder maldecir o desvariar, hacer alguna "locura" de vez en cuando o incluso enfadarse sin salir en los periódicos. Supongo que les gustaría poder expresar públicamente algunas de sus ideas o de sus convicciones fuera de la fe sin que la gente levantara las cejas. Pero no lo hacen. 

¿Queremos que sean humanos, pero no demasiado humanos? ¿Espirituales pero no demasiado elevados? ¿Cercanos pero no demasiado alocados? Ellos lo saben. Pero lo mejor que pueden hacer es dar un buen ejemplo, porque si no, su ministerio no tiene sentido. 

A veces desfallecen espiritualmente

Probablemente el secreto mejor guardado entre los sacerdotes es como, en ocasiones, muchos están espiritualmente vacíos, "secos".

Al igual que un trabajador de una fábrica de dulces es probable que ya no le haga tanta gracia el sabor del caramelo, a los sacerdotes, en ocasiones, los asuntos espirituales pueden parecerles que carecen de cierto sentido. No lo justifico,pero es humano.

El culto, los sacramentos, etc. son tareas que deben organizar y ejecutar. 

Para ellos, es trabajo, es "lío", son complicaciones. Y encima, lo que hacen no es para ellos. Es para nosotros. Y cuando están en sus horas libres, seguramente, la última cosa que quieren hacer es algo espiritual. Porque les recuerda al trabajo.

Leen la Biblia y otros tantos libros espirituales meditando ideas para las homilías. Rezan pensando en oraciones motivadoras. Atienden a las personas de la iglesia sin hablar de ser compensados. Y seguramente, preferirían descansar en una hamaca, montar en bici, hacer deporte o ver la televisión, o cualquier otra cosa.

No todos, no siempre. Algunos. A menudo.

Son pecadores, igual que nosotros

No se limitan a pensar y a hablar acerca del pecado. No sólo están tentados a pecar. Cometen pecados. Pecan, como tú y como yo.

Si alguna vez, has escuchado a un sacerdote en misa divagando sobre las tentaciones y el pecado, es posible que pienses: "¿Y el qué sabrá?". Pues sabe, porque peca. Y lo que está diciendo proviene de su propia vida, de su propia experiencia, no sólo de un libro.

Dios nos llama a ser misericordiosos. Seamos también misericordiosos con nuestros curas pecadores.

Están más solos "que la una"

Los sacerdotes a menudo tienen problemas de confianza. No tienen a nadie a quién contar en confianza sus penas y sus problemas salvo, lógicamente a su confesor, director espiritual y, por supuesto, a Dios.

Me refiero a que, muchas veces, se encuentran ante encrucijadas y decisiones... y están solos! 

Llega el final del día y nadie les espera en casa con una cena caliente, un beso y una ración de ánimo a la par que reconocimiento. 

No tienen a nadie en quien apoyarse, a quien pedir consejo, aunque sea sobre nimiedades. A nadie!

Así que cada vez que se relacionan con nosotros, incluso en un grupo de oración o en algún ambiente más íntimo, no exponen al 100% su confianza. No pueden permitirse ese lujo.

Es así. No tiene fácil solución, pero en nuestra mano está mostrar la comprensión y la compasión por ese hombre que nos ama y que nos sirve día a día, semana tras semana, año tras año. 

Mostrar aprecio y consideración por ese "hombre de negro" que nos orienta, que escucha nuestras confesiones (una tras otra, miles, todos los días, sin desfallecer...), y sin embargo, a menudo, no tiene a dónde ir para conseguir la misma curación y similar alivio .

Su servicio es un trabajo duro

A veces se dice como una broma, a veces se dice con maldad, que los curas "sólo trabajan una hora a la semana", los domingos; que su trabajo es muy cómodo y sin estrés. 

Absolutamente falso. La mejor manera que se me ocurre para explicar por qué su ministerio es tan difícil, es compararlo con el padre de un niño pequeño. Desde el exterior, podría no parecer una gran cantidad de "trabajo", pero desde el interior, ser padre de un bebé es lo más agotador del mundo.

No se trata sólo de la cantidad de cosas que hacen, es el desgaste emocional al que están continuamente expuestos. Y no son "súper-hombres"

Es agotador estar durante todo el día, todos los días, encargado de todas las tareas, pendiente de todas las personas, de todos los programa, de todas las actividades parroquiales y no sentirse nunca realmente liberados.

Debe ser una sensación de frustración "estar nadando continuamente en una pecera, sin llegar a ningún destino, con cientos de ojos observándoles a todas horas y en realidad, nunca saber lo que los demás están pensando de ellos (a menos que se quejen, cosa que algunos hacen con regularidad)".

Debe ser una sensación de vacío aunque finjan sentirse llenos. Porque la iglesia siempre espera de...y el sacerdote se expone ante cientos de personas, varias veces a la semana, para ser evaluado, y con frecuencia no obtener retro-alimentación excepto tal vez, alguna "crítica constructiva". Y después de años de esto, mirar a la gente de la parroquia y comprobar poco o ningún cambio. 

Son más sensibles de lo que pensamos

Los curas de algunas parroquias tienen siempre una o varias personas en sus filas que les envían mensajes  o les abordan en cualquier ocasión para quejarse de cosas o de alguien.

Aunque, por supuesto, siempre hay un puñado de ángeles que les abrazan, les apoyan, les dan cariño y les alientan.

Pero mira por dónde, las personas que se quejan son específicas y persistentes, aunque duras, son las voces que los mantienen en vilo, aun sintiéndose mal con ellos mismos, preguntándose si será cierto o no, y a veces, considerando esas quejas.

La mayoría de nuestros sacerdotes tienen la piel mucho más delicada, son mas sensibles de lo que nosotros pensamos. Y, desde mi punto de vista, tiene que ver con el punto anteriormente expuestos: son "hijos de mamá". 

Ellos "tienen que ser abiertos y sensibles hacia nosotros, porque estamos a su cuidado. Nosotros, no necesariamente". Esto es un gran error en la Iglesia.

Si tenemos que criticar a nuestros sacerdotes de algo, por favor, seamos conscientes de que también tienen corazón y sufren. Pisemos con cuidado, con mucho amor y aprecio por su vulnerabilidad. Nadie está por encima en la corrección fraterna pero hagamos un esfuerzo extra para envolverlo con tanto cuidado como nos sea posible.

Se preocupan de nosotros más de lo que imaginamos

Basta con ser miembro de un consejo parroquial para comprobar el grado de preocupación que tienen los sacerdotes por nosotros, los fieles. 

Basta reunirse con ellos para cerciorarse de lo mucho que sus corazones se rompen por nosotros, la cantidad de tiempo y energía emocional que dedican a querer ayudarnos.

Este es su gran punto de santidad y caridad de su sacerdocio, porque pueden tener todas las razones y excusas para despreocuparse por los demás, para no atenderles al teléfono, incluso para tener un cierto grado de resentimiento. Y, sin embargo, a pesar de todo, al final de cada día, todavía se preocupan, a veces hasta el punto de derramar lágrimas. Es posible que no tengamos ni idea de cuánto.



domingo, 3 de julio de 2016

EL SACERDOTE PERFECTO. ¿EXISTE?


Cualquier cristiano que se precie quiere encontrar un sacerdote ideal, que cumpla unas serie de requisitos que, sin duda, no están al alcance de cualquiera. El sacerdote perfecto es aquel que:

- Da una homilía enriquecedora y cercana en 12 minutos.
- Tiene 28 años pero una experiencia de 30.
- Trabaja 16 horas diarias y además es el vigilante nocturno también.
- Condena el pecado, pero nunca molesta ni juzga a nadie.
- Viste ropa buena, compra buenos libros y conduce un buen coche
- Da generosamente a los pobres aunque tiene un salario bajo.
- Hace quince llamadas diarias a sus feligreses, les visita en sus casas y en los hospitales.
- Invierte todo su tiempo evangelizando personas sin parroquia o sin fe.
- Siempre está dispuesto cuando se le necesita.

- Y además...es muy guapo!

Por supuesto, todos sabemos que no existe tal "sacerdote perfecto", y si alguna vez existió, seguro que "descansa en paz"

La tarea de un sacerdote es ser pastor de rebaño de Dios: "...pastorear la Iglesia de Dios" (Hechos 20,28), siguiendo el ejemplo de Jesús, que dijo: "Yo soy el buen pastor" (Juan 10,11). O como dice el Papa Francisco: "llamados a ser pastores con olor a oveja".

Sin embargo, hay siete características que todo buen sacerdote, como líder que es, posee:

Integridad y Habilidad

En general, el liderazgo es una rareza. Si miramos a nuestro alrededor hoy en día, podemos asegurar que los buenos líderes escasean. No hay más que mirar por la ventana de la política. ¿Son íntegros o hipócritas?

Integridad es lo opuesto a hipocresía. Proviene del latín "integritas" que significa "entero", "todo". Un gran líder tiene una vida indivisa, una "totalidad" que le viene dada por cualidades como la honestidad y la coherencia, que actúa de acuerdo a los valores, creencias y principios que dice sostener.

La labor pastoral del sacerdote con el pueblo de Dios debe hacerse con integridad de corazón. Esta es la característica más importante. 

"La calidad suprema para el liderazgo es la integridad incuestionable. Sin él, el verdadero éxito no es posible, sin importar si se desarrolla en un campo de fútbol, ​​en un ejército, o en una oficina. "(Eisenhower, ex presidente estadounidense) 

Pero además un buen líder debe poseer habilidad, tener "manos hábiles", como el Rey David (Salmo 78, 56-72) que siendo pastor de ovejas, era hábil, pues sabía proteger al rebaño con su honda. Más tarde, dirigió al pueblo de Israel con gran habilidad y capacidad. 

Aprender estas habilidades necesarias para liderar consiste en ver y seguir los buenos ejemplos, escuchar la sabiduría de los demás, haciendo preguntas a las personas que admiramos, aprendiendo junto a nuestros compañeros y, sobre todo, a través de la práctica.

Amor, Servicio y Sensibilidad

Si un sacerdote ama de verdad a su rebaño obtendrá, estando lo suficientemente cerca de ellos ese "olor a oveja" del que habla el papa Francisco. Pablo fue un ejemplo de un buen pastor. Dondequiera que iba, se reunía con sus discípulos y oraba con ellos (Hechos 21, 4-7). Le gustaba tanto estar con ellos que cuando llegó el momento de dejarles tuvieron que obligarlo.


Jesús estableció un modelo de liderazgo en el servicio (Marcos 10,45). Pablo estaba dispuesto a seguir a Jesús, "El buen pastor [que] da su vida por las ovejas" (Juan 10,11). Un sacerdote ante todo, está al servicio de los demás.

Sin duda, Pablo poseía un carácter pionero y audaz. Sin embargo, también se mostró sensible a la cultura de Jerusalén. Se purificó a sí mismo y a sus compañeros, de acuerdo con las leyes ceremoniales, con el fin de que nada se distrajera de lo que Dios les decía (Hechos 21, 24-26).

Del mismo modo, el sacerdote debe ser sensible a la procedencia, cultura, edad, estado civil, carácter, etc de su rebaño.

Compasión y Oración

En 2 Reyes 4 vemos un ejemplo de compasión de un buen pastor con la viuda y sus hijos que están a punto de ser tomados como esclavos. Eliseo viene al rescate. 

Al igual que un buen pastor, que ama y se preocupa por su rebaño, él dice: "¿Cómo puedo ayudarte?". Él rescata a esta viuda de la terrible carga de una deuda excesiva y de la esclavitud potencial que estaba a punto de ser el resultado de la misma.

Eliseo, este "hombre santo de Dios" tiene compasión por la mujer sunamita, que era incapaz de concebir. Ella descubrió que Dios honra a los que le brindan una cálida acogida. Él le muestra la palabra del Señor a ella y, como resultado, se produce la concepción. Cuando su hijo muere, Eliseo ora al Señor y con una sobrenatural respiración le reaviva.

Compasión y oración son parte de  la vida de un sacerdote.