¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 17 de octubre de 2020

PASAR DEL "YO CREO" AL "NOSOTROS CREEMOS"

“En lo esencial, unidad; 
en lo dudoso, libertad; 
en todo, caridad"
(San Agustín, 354-430)

Me atrevo a pensar y a creer que la Iglesia es el "árbol de la vida en mitad del Jardín" de Génesis 2 y el "árbol de vida que da doce frutos" de Apocalipsis 22, con Cristo en el centro: un gran árbol, erguido al cielo y profundamente arraigado en el suelo; frondoso y acogedor; que da sombra y refugio a distintos pájaros, que anidan en diferentes ramas; y además, produce frutos

El árbol de la Iglesia es una comunidad de fe donde hay distintas opiniones pero no es un espacio político, donde todo se discute, ni un parlamento donde todo se vota, ni tampoco un foro donde todo se aprueba o se rechaza. Es una comunión de personas, y como tal, supone necesariamente también, la comunicación y el diálogo. 
Pero esa comunicación y ese diálogo no pueden ser un debate abierto a las especulaciones, a las ocurrencias, a los pareceres o a las opiniones individuales: 

Cuando se trata de las exigencias de la fe, es decir, de las cuestiones doctrinales, la Iglesia profesa el dogma y no hay debate. 

Cuando se trata de las exigencias de la comunión, es decir, de las cuestiones del buen gobierno de la comunidad, la Iglesia administra el principio jerárquico y no hay debate. 

Cuando se trata de las exigencias de la libertad, es decir, de las cuestiones de la opinión plural, se discute y se confronta la diversidad siempre en la unidad. Entonces, sí hay debate.

Sin embargo, muchas veces escuchamos la expresión "yo creo que..", "yo pienso que..." "yo opino que...", a personas que se creen (erróneamente) con la plena libertad y derecho de juzgar o criticar todo, o bien, con la capacidad y autoridad suficiente para hablar sobre lo que se debe o no creer, sobre lo que se debe hacer o no, sobre tal mandamiento o tal norma, sobre tal Papa o tal Obispo...
No obstante, sabemos que no es necesario ni obligatorio estar siempre de acuerdo con la opinión de un hermano cristiano, o con la de un sacerdote, obispo o cardenal, o incluso con la del Santo Padre, lo que no significa que busquemos un cisma, ni que apostatemos, ni que seamos unos herejes, ni que debamos ser excomulgados.

La pluralidad dentro de la Iglesia puede existir en las opiniones o en los pronunciamientos pero nunca en las creencias o en las dogmas. Opinar sobre la fe y la comunión rompe la unidad y "mundaniza" la Iglesia.  San Agustín decía: "En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad". 

Si realmente tenemos la certeza que el mismo Jesucristo es el centro de la Iglesia, si creemos que Emanuel, es decir, "Dios con nosotros" sostiene y sustenta la Iglesia, deberíamos pasar del "yo creo..." al "nosotros creemos", del "a mi me parece..." al "nosotros esperamos", del "yo pienso..." al "nosotros amamos".

Lo que sí puede y debe existir siempre en la Iglesia es comunicación, y ésta comienza necesariamente por el diálogo con Dios. Es a través de la oración, de la Palabra, de los sacramentos, donde escuchamos al Señor y encontramos las respuestas que buscamos, es allí donde todo se clarifica ante nuestros ojos y oídos.
Pero además, Dios, cuyo amor es infinito, nos otorga innumerables medios (aparte de los anteriormente mencionados) para alcanzar nuestra santificación, siempre dentro de la comunión y de la unidad eclesial. Por ejemplo, la dirección espiritual y la correción fraterna que nos ofrecen la posibilidad de cotejar, aclarar, comprender o corregir  con un sacerdote o un consagrado las ideas u opiniones personales relativas a las cuestiones que son indiscutibles.

En la dirección espiritual existe el consejo sabio, que no la imposición o la obligación, porque un cristiano ni impone ni obliga: "Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles" (1 Corintios 9,19). Es entonces, cuando a través de la conversación sincera y abierta, creemos en unidad "teniendo el mismo espíritu de fe" y en amor, "que es el vínculo de la unidad perfecta".
En la corrección fraterna existe la rectificación delicada, que no la crítica o el juicio personal, porque un cristiano ni critica ni juzga: "No juzguéis, para que no seáis juzgados" (Mateo 7,1), aunque sí corrige con caridad y acepta la correción con humildad: "Quien ama la reprensión ama el saber, quien odia la corrección se embrutece (Porverbios 12,1). Es entonces, cuando a través del diálogo caritativo y respetuoso, llega la ayuda que el Espíritu Santo nos ofrece para que "el que tenga oídos, que oiga".

La Instrucción Pastoral Communio et Progressio (23 de mayo de 1971) explica que "la Iglesia respeta siempre la libertad de expresión de sus miembros siempre que sea orientada por una auténtica voluntad de construir, no de destruir, a la vez que con un ferviente amor a la Iglesia y con aquel afán de unidad que Cristo puso como signo de la verdadera Iglesia y de sus verdaderos discípulos”.

martes, 11 de septiembre de 2018

SALIR DE UNA PARROQUIA

"Hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, 
os ruego que os pongáis de acuerdo y que no haya divisiones entre vosotros, 
sino que conservéis la armonía en el pensar y en el sentir." 
(1 Cor 1, 10)

Desde que Dios me llamó a su Iglesia, he estado yendo de parroquia en parroquia por propia voluntad, aunque por distintas razones que no vienen al caso. Una cosa es cierta: no es bueno tanto cambio porque nunca llegas a ser parte de una comunidad. 

Sin embargo, hay momentos y circunstancias en los que los cristianos debemos salir de una parroquia, aunque siempre debemos hacerlo de una manera correcta.

Cuando las personas se van de una parroquia, siempre queda un pequeño gran vacío. Muchas veces, no se dan explicaciones del por qué, para no hacer más grande la herida. Simplemente, se van. Y se van, no porque abandonen a Dios, sino porque sienten que Dios les "conduce hacia un lugar". 

No obstante, siempre es necesario examinar profundamente los motivos. 

Las decisiones importantes (y dejar una parroquia lo es) deben realizarse únicamente después de una oración en la que exponemos a Dios nuestros motivos, nuestro servicio y nuestras relaciones; en la que le pedimos que nos de un corazón humilde (Pro 4, 23), que nos ayude a discernir sabiamente (Stg 1, 5), y que todo sea para cumplir Su voluntad (Col 1, 9).

Debemos rezarlo en voz baja. Quiero decir, no hablar con otros sobre los motivos y sentimientos, no chismorrear, no murmurar, no criticar. Sólo rezar.

Las principales razones por las que un católico deja una parroquia pueden ser:

Porque se pierde la visión

La visión sobrenatural es algo muy importante en una parroquia. La visión engendra impulso y pasión. 

Cu
ando un sacerdote lidera con visión, cuando guía con un "por qué", cuando anima con un "para qué", los feligreses pasan de considerarse inquilinos a ser propietarios, pasan de ser simples espectadores a convertirse en actores. 

Cuando las personas sienten pasión por algo, no sólo quieren, no sólo desean hacerlo... tienen que hacerlo. Algo sobrenatural les impulsa: el Espíritu Santo mueve los corazones del pueblo de Dios para servir a Nuestro Señor y a los hombres.
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Cuando se pierde la visión, se impide que las personas desaten su pasión apostólica y se obstaculiza su compromiso de servicio para convertirse en "títeres" que sólo obedecen sin más. 

Cuando los sacerdotes no conjugan pasión y propósito, "expulsan" a los más comprometidos de la parroquia. Controlan en lugar de confiar, manipulan en lugar de delegar.

Los cristianos comprometidos quieren ser respaldados, necesitan que sus sacerdotes confíen en ellos. No se quedarán si sienten que son controlados y manipulados. 

La visión requiere compartir no sólo la responsabilidad del servicio sino también la autoridad delegada.

Porque no se busca la gloria de Dios

Cuando surge un cierto éxito en una parroquia, desgraciadamente, algunos tratan de apropiárselo. Entonces, aparecen los egos y los orgullos, y la parroquia se convierte en un campo de batalla constante por alcanzar los primeros puestos. Jesús recrimina esta forma de actuar en Lc 14, 7-11.

Dios humilla a quienes se ensalzan y ensalza a quienes se humillan. La gloria sólo le corresponde a Dios y el éxito es suyo. Nosotros somos sólo instrumentos de Su amor que permite que colaboremos con Él, aunque no nos necesita. Nosotros somos sólo lápices en sus manos que dibujan según Su voluntad. Nosotros somos sólo guantes que se ajustan a sus bondadosas manos. 

Por causa del pecado original, el ser humano busca casi siempre gloria, éxito y poder. También en la Iglesia. Por eso, cuando un sacerdote equivoca su servicio a Dios y hace las cosas para su propio interés y su gloria, muchos abandonan la parroquia.


Cuando los católicos escuchan que un sacerdote sólo habla de sí mismo y no de Dios, cuando constatan que las homilías son proclamas del "yo" y arengas del "auto-bombo", cuando no sienten que existe el debido respeto a Dios en las misas, se van.

Un cristiano verdadero sigue a Cristo, no a un hombre. Es fiel a la doctrina de la Iglesia, no a las ideas humanas. Si ve que en su parroquia no se sigue a Cristo ni su doctrina, se va.

Porque se limita el papel de los laicos

Las personas creativas siempre quieren mejorar las cosas. Los cristianos comprometidos quieren agregar valor a sus parroquias. Cuestionan y ofrecen retos. Buscan oportunidades para participar y hacer mejor su trabajo. No lo hacen por buscar un "sitio preeminente" ni por ser galardonados dentro de la comunidad parroquial. Lo hacen por amor a Dios y a su Iglesia.

Un líder (y un sacerdote lo es, como pastor del rebaño) es responsable de desafiar a sus recursos humanos para que se comprometan, de motivar a sus equipos pastorales para que sean capaces de dar lo mejor de sí mismos y utilicen sus habilidades, talentos y recursos para el bien de la parroquia. En definitiva para cumplir con lo que Dios nos pide.
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Si se cercena su compromiso, si se acalla su voz o no se escucha, se decepcionarán. Si sienten que en la parroquia sólo habla el cura y que no les escucha, se desencantarán. Si ven que el sacerdote predica sólo con la palabra pero no con el ejemplo, se van.

Si no se les permite desarrollar su labor, si se limita su papel como miembros de pleno derecho del pueblo de Dios, buscarán un lugar donde puedan realizar su vocación, donde puedan asumir el papel que Dios les ha dado en su camino de fe, un lugar donde puedan mejorar y crecer en el amor, la fe y la esperanza.

Porque se piensa más en los resultados que en las personas

Para Nuestro Señor, las personas son el valor más importante que existe en una parroquia. Dios quiere un crecimiento cualitativo y no tanto cuantitativo: almas más que los números, "piedras vivas" más que edificios, servicio más que métodos, compromisos más que actividades. 

Cuando las personas sienten que hay más preocupación por los resultados y por los números, por el activismo y los afanes materiales que por la propia comunidad, abandonan su parroquia.

Un buen sacerdote debe "invertir" en personas. Cristo invirtió en personas, no en números. Eligió a unos pocos, los formó, los motivó y los lanzó al mundo. 
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Si el sacerdote pone la confianza, la formación y la motivación en las personas, no tendrá que preocuparse por el resultado... Dios ya se encarga de eso. 

Cuando los sacerdotes "utilizan" a las personas para sus fines (aunque sean lícitos), destruyen la caridad, rompen la confianza y cercenan la dignidad del resto de los hijos de Dios.

Porque se da responsabilidad, pero no delegación

Si las personas comprometidas tienen un cierto nivel de responsabilidad pero los sacerdotes no delegan en ellos la autoridad necesaria, cualquier tarea se hará "cuesta arriba", cualquier servicio se desvanecerá y no se producirán frutos

Las personas aceptarán con gusto servir a Dios en su parroquia cuando sientan que están
respaldados por sus sacerdotes, cuando éstos les faculten para liderar, cuando confíen y deleguen en ellas. Y aunque se equivoquen, también tienen derecho a hacerlo. Nadie que asume una responsabilidad está exento del error.

Liderar no es algo negativo, como muchos piensan: 
es dar ejemplo, no ser "jefe"; es ir a la cabeza, no a la cola; es tomar decisiones, no seguir las de otros; es obediencia al superior, por supuesto, pero también es libertad en el servicio.
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Si los sacerdotes no dan responsabilidad con autoridad delegada, un día mirarán a su alrededor y se preguntarán qué pasó con sus personas más comprometidas. Porque no estarán. Se cuestionarán por qué están trabajando con pasión y tratando de cambiar el mundo en otra parroquia.

Lo desgraciadamente triste y nada caritativo es que, a veces, las personas c
omprometidas son blanco de toda clase de críticas, chismes y murmuraciones, pero el propio Jesús dice: "Si no os reciben ni os escuchan, al salir de la casa o del pueblo sacudid el polvo de vuestros pies." (Mt 10, 14).

Porque se abandona la doctrina

Si en una parroquia no se enseña la doctrina católica, tienes que irte. ¡Pero ya!. Cualquiera que enseñe cualquier otra doctrina, por muy misericordiosa que parezca, es maldito: "Estoy sorprendido de que tan rápidamente os hayáis apartado de aquel que os llamó por la gracia de Cristo y os hayáis pasado a otro evangelio. Eso no es otro evangelio; lo que pasa es que algunos siembran entre vosotros la confusión y quieren deformar el evangelio de Cristo. Pero si yo mismo o incluso un ángel del cielo os anuncia un evangelio distinto del que yo os anuncié, sea maldito. Os repito lo que ya os dije antes. Si alguien os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, sea maldito." (Gal 1, 6-9). 

Y cualquier parroquia que abraza una falsa doctrina o una ideología que niega lo que Dios nos dice tanto en la Sagrada Escritura como en la Tradición de la Iglesia, no es católica. Como bautizados tenemos una gran responsabilidad cuando se trata de la fe: No callar la Verdad y defenderla.
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Pueden llamarnos radicales, extremistas o inflexibles pero lo cierto es que Jesús era absolutamente tajante con el pecado, no con las personas. 

Ser radical no es algo peyorativo, es sencillamente, agarrarse a la "Raíz": "Yo soy la vid verdadera y mi Padre el viñador. Él corta todos los sarmientos que no dan fruto en mí, y limpia los que dan fruto para que den más. Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he dicho. Seguid unidos a mí, que yo lo seguiré estando con vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no estáis unidos a mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no está unido a mí se lo echa fuera, como a los sarmientos, que se los amontona, se secan y se los prende fuego para que se quemen. Si estáis unidos a mí y mis enseñanzas permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y se os concederá. Mi Padre es glorificado si dais mucho fruto y sois mis discípulos." (Jn 15, 1-8).

Por eso, antes de abandonar una parroquia, además de la oración antes mencionada, debemos examinar interiormente nuestros motivos, revisar nuestros compromisos adquiridos en la parroquia, asegurarnos de que no dejamos conflictos interpersonales no resueltos, de que no dejamos a personas heridas o dañadas, y de que perdonamos las ofensas que nos hayan hecho personalmente. 


Lo que no podemos perdonar, porque no nos corresponde a nosotros juzgarlos, son los agravios cometidos a Dios.

Si es posible, debemos solicitar una reunión con los sacerdotes antes de salir de una parroquia. Si no es posible, escribirles una carta. Si no escuchan ni responden, todo está dicho. 

Abandonar una parroquia no es ni fácil ni agradable pero a veces, no queda otro remedio...