¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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domingo, 25 de octubre de 2020

FRANCISCO ¿UN PAPA CONTROVERTIDO?

"Os ruego, hermanos, 
en nombre de nuestro Señor Jesucristo, 
que digáis todos lo mismo 
y que no haya divisiones entre vosotros. 
Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir" 
(1 Corintios 1,10)

No hay duda de que la Iglesia Católica vive tiempos de confusión y de una crisis de identidad de extraordinaria gravedad, que señalan la cercanía del fin de los tiempos. La Iglesia se encuentra ante lo que algunos denominan "Purificación", y lo que otros llaman "Reforma". Son los signos de los tiempos que los católicos debemos discernir, y que el Papa Francisco, como cabeza de la Iglesia Católica y del Magisterio Apostólico, debe tratar de interpretar y explicarnos.

Su última encíclica, "Fratelli tutti", denominada por él mismo como una "Encíclica Social", dirigida a "todas las personas de buena voluntad", junto a unas supuestas declaraciones suyas a favor de las uniones homosexuales, aparecidas en los medios de comunicación, no han hecho sino contribuir más aún a la gran confusión de conceptos, a la división de criterios y al antagonismo de posiciones, tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Es un hecho evidente que  Francisco no deja indiferente a nadie, ni a propios ni a extraños. El Pastor de los pobres, de los marginados y de los inmigrantes, el Obispo dialogante y cercano, con sus originales frases y dichos, atrae a muchos fieles y seduce especialmente, a quienes no creen en Cristo.

Sería interminable enumerar todos sus dichos y chascarillos, pero lo cierto es que, como dirían en Argentina, el Papa "tira los galgos" al mundo, es decir, endulza los oídos de las personas alejadas y sin fe para ganárselos.

Francisco es signo de contrariedad, tanto fuera como dentro del pueblo de Dios. Si bien es cierto que las críticas más duras a sus declaraciones descontextualizadas y las defensas a ultranza de la coherencia de sus escritos con la doctrina católica, provienen de los ámbitos internos de la Iglesia, también es igual de cierto que muchos católicos "de a pié" están desconcertados y desorientados porque no son capaces de entender lo que que dice al utilizar conceptos no muy propios de la fe católica ("derechos humanos", "solidaridad", "cambio climático", etc.), ni de comprender a quién se lo dice ("populismo", "liberalismo", "insolidarios", "opresores", etc.). Y en eso, se parece a Jesucristo, a quien sus apóstoles, muchas veces, no entendían.

Francisco es, sin duda, signo de contradicción, tanto en su Argentina natal como en su Papado Romano. Hay quienes le ven como una solución, y otros, como un problema; hay quienes le ven como una continuidad y otros, como una ruptura. En eso también se parece a Cristo, a quienes algunos veían en él la salvación, mientras que otros pensaban que llevaba un demonio dentro (Marcos 3, 20-30). 

Sin embargo, ante cualquier declaración suya, siempre hay algunos quienes las critican y las replican, y otros las defienden y tratan de explicarlas. No creo que, ni los unos deban ser considerados conservadores o radicales, ni los otros progresistas o reformistas. Sobre todo, si son expresadas desde el seno de la Iglesia, que es Una y Santa, la Iglesia de Cristo. No es ni conservadora ni reformista. No hay división en el pueblo de Dios. No hay Iglesia de Pablo o de Apolo (1 Corintios 1, 10-13). San Austín decía: "En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad".

Al Santo Padre sólo se le puede entender si tenemos en cuenta sus dos principales rasgos personales, aunque no siempre vayan de la mano: su firmeza en materia dogmática y su marcada sensibilidad social. Podríamos decir que Francisco es un "conservador popular" que ejerce un "apostolado social".

Pero el problema no es si es el papa Francisco es sospechoso o no en materia de fe, sino que no habla claro. Muchas veces, parece decir una cosa y la contraria, como si hablara a la vez a dos auditorios distintos, con la intención de agradarlos a ambos. Quizás también sea que los medios tratan de buscar "resquicios" en sus palabras o sacan de contexto sus declaraciones, para lanzar grandes titulares con los que crear polémica entre el mundo católico y el ateo. El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama (Mateo 12,30). En eso no se parece mucho a Cristo.

El problema no es que el papa Francisco niegue los aspectos invariables de la doctrina católica, sino que sus silencios en lo esencial, relegan lo sustancial a un segundo plano. Y lo fundamental es llamar al mundo a la conversión y proclamar de forma clara que la única Salvación que tenemos, es creer en Jesucristo"No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos" (Hechos 4,12). En eso tampoco se parece mucho a Jesús.
El problema no es que el papa Francisco invite a una fraternidad universal, sino que lo hace sin proclamar al mundo que la única hermandad posible está vinculada a la filiación divina que Jesucristo logró para la humanidad con su muerte y resurrección, reconciliándonos con el Creador y convirtiéndonos en hijos de Dios, y por tanto, hermanos de Cristo: "Vosotros, en otro tiempo, estabais también alejados y erais enemigos por vuestros pensamientos y malas acciones; ahora en cambio, por la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, habéis sido reconciliados para ser admitidos a su presencia santos, sin mancha y sin reproche, a condición de que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza del Evangelio que habéis escuchado...el misterio escondido desde siglos y generaciones y revelado ahora a sus santos" (Colosenses 1, 21-26).

Nosotros, los católicos, escuchamos lo que la Iglesia nos dice y nos enseña a la luz del Espíritu Santo, la Sagrada Tradición y del Magisterio, y de la Sagrada Escritura, y ponemos nuestra confianza en Dios y no en los sueños o en las promesas del mundo.
Los cristianos sabemos que la fraternidad universal no es posible por la implantación de ideologías mundanas sino por la dimensión trascendental, sobrenatural y mística a la que Dios nos llama; creemos que la justicia social y la paz mundial no son posibles por los méritos humanos ni por la acción de una autoridad mundial política, sino por la gracia de Dios; tenemos la certeza que la unidad de todos los hombres no se consigue por un diálogo ecuménico global sino por la fe en Jesucristo.

Y por todo ello, clamamos:  "Señor mío, Dios mío, nos basta tu Gracia" .

sábado, 25 de julio de 2020

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

"Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: 
'Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?'. 
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, 
les dijo: '¿Esto os escandaliza?, 
¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? 
El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. 
Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. 
Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen'... 
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás 
y no volvieron a ir con él. 
Entonces Jesús les dijo a los Doce: 
'¿También vosotros queréis marcharos? ” 
(Juan 6, 60-67)

Como ocurrió en la sinagoga de Cafarnaún en el siglo I, muchos cristianos de nuestro tiempo se han escandalizado y han abandonado a Jesús por su modo tan duro de hablar, por su radicalidad, por su exigencia: ¿Quién puede creer lo que dice? ¿Quién puede cumplir lo que dice? 

Aunque le han visto hacer milagros, aunque le han acompañado a lo largo de sus vidas, le piden que haga más, que cumpla todos sus deseos. Al no ver cumplidos sus deseos, muchos le han criticado, se han echado atrás y no han vuelto a ir con Él. 

Pero aunque Dios accediera a sus demandas y reivindicaciones, ellos no estarían dispuestos a comprometerse porque la exigencia de seguir a Cristo es alta. En realidad no creen. Su fe es de conveniencia, interesada y egoísta, según se cumplan sus expectativas o no. 

La voluntad de Dios no consiste en hacer milagros para que los hombres crean. Tampoco en cumplir todos nuestros deseos y peticiones.  Es más bien al contrario, cuando los hombres creen, es cuando se producen los milagros.

Dios no es un "mago" que pretende deslumbrar a quienes le escuchamos, ni un orador "políticamente correcto" que dice lo que queremos escuchar o lo que "se lleva". Dios no es un "genio de la lámpara" que esté a nuestra disposición para concedernos nuestros deseos y caprichos.
No. La fe cristiana no es magia. No es emotividad ni sentimentalismo. No es "subidón" espiritual ni euforia milagrosa. No es egoísmo ni conveniencia. El Evangelio es claro, inequívoco, no deja lugar a dudas, exigente... y esto, escandaliza.

El mensaje del Señor es una actitud que no presume, que no busca el aplauso, que no busca el reconocimiento. El compromiso de Cristo es un pacto que no se enfada, que no se rinde, que no se impone. El Amor de Dios es un alianza unilateral que no lleva cuentas del mal, que nada exige, que nada espera... tan sólo se da (1 Corintios 13,4-7).

Sin embargo, nosotros no queremos adoptar ningún compromiso o exigencia. No estamos dispuestos a ofrecer fidelidad o lealtad. No en las relaciones amorosas, ni en las laborales, ni en las sociales y mucho menos en las políticas. Tampoco las espirituales iban a ser menos.

Hoy lo que cuenta es una falsa libertad individual para desentenderse, para no obligarse a nada, para no atarse a nadie, para no limitarse a nada. Nadie está dispuesto a conceder ni un centímetro de terreno, nadie quiere salir ni un palmo de su zona de confort. Nadie está "disponible"...y muchos abandonan a Cristo, escandalizados por su radicalidad y exigencia. 

El hombre se ha hecho conformista e indiferente. Ha perdido el espíritu cristiano de Mateo 20,28 y quiere ser servido en lugar de servir. Ha perdido el modelo evangélico de Juan 15,13 y prefiere quitar la vida de otro a dar la suya. Ha querido marcharse de Dios.

Pero para un cristiano auténtico, creer es obligarse, esperar es responsabilizarse, amar es comprometerse. Cristo nos da sólo dos mandamientos que sostienen toda la Ley: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,37-40). Una mano tendida que sólo pide fidelidad y compromiso. Nada que Dios no nos haya dado antes.

El cristianismo no tiene grados. No se puede acoger "parcialmente": "esto sí me gusta, esto no". No hay fe sin compromiso. La fe no puede ser superficial, ni de conveniencia ni un hobby de fin de semana. Ni tampoco una tradición o costumbre. El Reino de Dios es un paraíso interior donde Él habita y que debemos cultivar, regar y cuidar.

No existen cristianos practicantes y cristianos no practicantes. No existen católicos radicales y católicos laxos. No existen cristianos conservadores y cristianos progresistas. No existen católicos con "contrato indefinido" y católicos con "contrato temporal". O se es cristiano o no se es. O se sigue a Cristo o se le abandona. 

Creer es amar a Dios de verdad y sobre todas las cosas. Repito: sobre "todas" las cosas. Sin intenciones egoístas o cómodas, sin tratar de aprovecharnos de la bondad y misericordia infinitas del Señor, sin intentar instrumentalizar a Dios.

Amar a Dios es buscar una relación con Él con actitud sincera y pureza de intención, que se compromete y que se materializa en el corazón, y no de cara a la galería. Una alianza no como un amuleto mágico o como una transacción comercial sino con un sentido altruista.

Comprometerse con Dios es madurar y crecer espiritualmente cada día, vivir una fe coherente y sincera, incluso en las pruebas, que es donde el cristiano demuestra su lealtad a Dios y su autenticidad en el amor.

Un cristiano comprometido busca, sobre todas las cosas, una libre "esclavitud" de amor con Dios, un contrato sin letra pequeña ni cláusulas adicionales, un cheque en blanco y sin fecha. Eso es el Amor.

"Y el Señor, que ve en lo oculto, nos recompensará"
(Mateo 6,6)