¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 20 de febrero de 2018

ME PREOCUPAN...

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"Todo el mal depende de los sacerdotes, 
no por acción sino por omisión, 
pues si fuesen santos y llenos de celo por sus ovejas, 
la tierra entera sería ya católica y viviría como tal. 
Dichosos aquellos que tienen pastores santos, 
no contaminados de los errores modernistas, 
fieles a la doctrina tradicional de la Iglesia Católica, 
inflamados de un celo por la honra de Jesucristo 
y por la salvación de las almas.
(Papa San Pío X)

No es un secreto que desde hace varias décadas, la Iglesia ha entrado en una espiral negativa de cierta decadencia. No sólo por el hecho de la falta de asistencia de fieles a los sacramentos de iniciación, de caída libre de las vocaciones sacerdotales, etc. sino también por descuido de las "formas" de comportamiento adecuadas en la Eucaristía. 

La tibieza, la mediocridad, la apostasía y el relativismo que impregnan nuestra sociedad occidental han calado en muchas de nuestras parroquias católicas. 

El mal entendido espíritu post-conciliar de querer adaptarse al mundo, de innovar, de "desformalizar" la fe ha sumergido a muchas parroquias en la celebración de "Eucaristías descafeinadas", de "misas light".      

El Papa Juan Pablo II en su última Encíclica Ecclesia de Eucharistia decía: "Por desgracia, es de lamentar que, sobre todo a partir de los años de la reforma litúrgica postconciliar, por un malentendido sentido de creatividad y de adaptación, no hayan faltado abusos, que para muchos han sido causa de malestar. Una cierta reacción al 'formalismo' ha llevado a algunos, especialmente en ciertas regiones, a considerar como no obligatorias las 'formas' adoptadas por la gran tradición litúrgica de la Iglesia y su Magisterio, y a introducir innovaciones no autorizadas y con frecuencia del todo inconvenientes."

Creo que debemos adentrarnos en un análisis cuidadoso de las formas en la liturgia que, señala directamente a nuestros sacerdotes. En otras palabras, me preocupa el descuidado papel que desempeñan los sacerdotes de Cristo durante la Eucaristía.

Con esto, no quiero señalar, ni juzgar, ni mucho menos, cargar todas las culpas sobre las espaldas los sacerdotes. Líbreme Dios de juzgar para no ser juzgado. Tampoco trato de justificar ni alentar el odio enfermizo de algunos hacia la Iglesia. 

Más bien, mi deseo es plantear para la reflexión algunas de esas actitudes y formas impropias que he observado en algunas parroquias, y todo ello, por supuesto, desde la humilde convicción de no ser un experto ni un teólogo, ni de pretender serlo.

Me preocupan los sacerdotes que están más interesados por las actividades y los programas parroquiales que por hacer discípulos. No creo que una parroquia sea mejor porque tenga muchas actividades. Es más, muchos de esos proyectos pueden incluso obstaculizar la verdadera misión de la Iglesia de Cristo: evangelizar y hacer discípulos.

Me preocupan los sacerdotes que tratan de "captar" a las personas con homilías "rimbombantes", "políticamente correctas", testimoniales, sociales, llenas de anécdotas o de auto-ayuda, en lugar de enseñarles lo que Dios quiere decirles
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Me preocupan los sacerdotes que son más gerentes administrativos o incluso, funcionarios de la fe, que personas de oración y contemplación. Un sacerdote nunca es llamado por Dios para ser un gran comunicador de masas, un "rockstar" o un líder empresarial sino para cuidar, pastorear y apacentar Su rebaño (1 Pedro 5, 1-4; Hechos 20,28).

Me preocupan los sacerdotes que tienen como meta el crecimiento cuantitativo de la parroquia en lugar de tener como principal objetivo la Gloria de Dios. Jesucristo nos conmina a ir, anunciar el Evangelio y hacer discípulos, pero el fin principal del hombre es glorificar a Dios, tal y como San Ignacio definió sabiamente en su Principio y Fundamento. 

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Me preocupan los sacerdotes que utilizan los púlpitos para ensalzarse y vanagloriarse en lugar de servir a Dios y a su pueblo, tal y como hizo Jesucristo. (Mateo 20, 26-28; Marcos 10, 43-45).

Me preocupan los sacerdotes que construyen una estructura de servicio a través de las personas en lugar de edificar personas a través de su servicio. Se trata de una peligrosa tentación que, a menudo, subyace en muchos de los abusos de algunos curas.

Me preocupan los sacerdotes que cultivan una cultura de dependencia y sumisión a ellos mismos en lugar de sometida a la acción del Espíritu Santo. Por supuesto, no niego la importancia y necesidad de su dirección espiritual pero el cura no es el salvador del pueblo. Sólo Cristo. Dependemos de Jesús sacramentado como nuestro Salvador, de la Santa Iglesia como nuestra Madre santificadora, del Evangelio como expresión de la voluntad de Dios, de la oración como nuestro sustento cotidiano y del Espíritu como nuestro guía y apoyo.

Me preocupan los sacerdotes que hablan de "sus cosas", dando rienda suelta a la "tentación del micrófono", en lugar hablar de las "cosas de Dios". El Evangelio necesita ser leído, explicado y entendid
o como la palabra de Dios que actúa en nuestras vidas y nos revela a nuestro Señor. 

Me preocupan los sacerdotes que están más pendientes de dar todo lo que se les pide en lugar de corregir fraternalmente. No son muy distintos a los padres que les dan a sus hijos todos los caprichos que desean para evitar que se enfaden o para hacer que les correspondan con amor. La fe católica no es una mezcla heterogénea donde las personas eligen lo que les gusta o no, lo que les apetece o no. Es un camino de misión que vivimos en comunidad fraterna para la gloria de Dios, la bendición de su pueblo y el avance de su reino.


Me preocupan los sacerdotes que han perdido el sentido de guardar el silencio debido y se han imbuido en la cultura de la prisa al celebrar. 



Me preocupan los sacerdotes que niegan la comunión a un feligrés que se arrodilla para recibir a Cristo porque "eso no se lleva en su parroquia", en lugar de discernir esa reverente actitud como un gran acto de humildad ante la majestuosidad de Su presencia.



Me preocupan los sacerdotes que desposeen a la Eucaristía de su identidad esencial y sacra, en lugar de celebrar una liturgia solemne y esmerada en los gestos y en el cuidado al hacer las cosas, según lo establecido por la Iglesia. Si la Misa no arranca desde Dios, camina hacia Dios y culmina en Dios, no tiene sentido.

Me preocupan los sacerdotes que manifiestan una deficiente comprensión de la dignidad que se ha de dar a la Palabra de Dios dejando a quienes, incluso con buena intención, carecen de las cualidades propias para ello: lectores poco preparados, que no se les entiende, que pronuncian mal, que comienzan diciendo: “Primera lectura”, o, “Salmo responsorial”, o, “segunda lectura”

Me preocupan los sacerdotes que piden a los ministros extraordinarios que administren la comunión, no habiendo real necesidad para ello

Me preocupan los sacerdotes que no observan unos minutos de sagrado silencio después de la comunión, que dedican excesivo tiempo a la homilía y, luego, le entren las prisas por acabar, y apenas dispongamos de un tiempo para dar gracias a Jesús que está en nosotros.

Me preocupan los sacerdotes que permiten que los fieles no se arrodillen durante la consagración. Esta actitud muestra la ignorancia de lo que está sucediendo en el altar, y el desconocimiento de la forma correcta de comportarse ante Dios. Es un signo de falta de fe al no sentirse profundamente conmovidos en el instante en el que el Señor desciende y transforma el pan y el vino, de tal manera que se convierten en su Cuerpo y en su Sangre. (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, Madrid 2001, p. 237.).

En fin, son muchos los temas y puntos en los que sacerdotes y fieles debemos poner un mayor esmero y cuidado en la celebración de la Eucaristía, con la humildad de sabernos servidores y no dueños de ella, de modo que procuremos conocer y dar a conocer, cuanto debemos observar en las celebraciones litúrgicas. Y si se ha de corregir, se corrija.

Los sacerdotes que celebran fielmente la Misa según las normas litúrgicas y la comunidad que se adecua a ellas, demuestran de manera silenciosa pero elocuente su amor por la Iglesia. 

Los que no lo hacen, me preocupan...y mucho. Porque se confunden y nos confunden.

Por eso, debemos rezar mucho por ellos.