Ir a misa es disfrutar de una celebración sin igual en nuestras vidas. Es encontrarnos con Dios para seguir participando de su sacrificio y agradecer el don infinito de la salvación que nos ha dado. Ir a misa es un adelanto de la gloria que viviremos con nuestro Padre en la vida eterna.
Sin embargo, cuántas veces nos hemos auto-convencido de no ir a misa bajo la tentación de alguna excusa: ¿Para
qué ir si no entiendo nada? ¿Dónde dice que es obligatorio?, estoy cansado, es aburrido, vaya rollo…
He aquí las principales excusas:
La
Iglesia está llena de hipócritas
Todos somos
pecadores, pero no debemos juzgar al prójimo. Juzgar no ayuda a nadie, ni a ti ni a mi, ni a nadie y tampoco cambia la situación. "El que esté
libre de pecado que tire la primera piedra".
Precisamente porque somos todos pecadores, vamos a misa a buscar la misericordia de Dios. Por eso, es normal encontrar ahí a tantos hipócritas y pecadores, mentirosos y avaros, vanidosos y lujuriosos,
etc.
Ahora bien, si tu no eres nada de eso, sino que eres perfecto, no hace falta que vayas. El Papa Francisco dijo en una audiencia: "Si uno no se siente
necesitado de la misericordia de Dios, si uno no se siente pecador, ¡es mejor
que no vaya a Misa! Vamos a Misa porque somos pecadores y queremos recibir el
perdón de Jesús y participar en su redención y en su perdón".
No necesito la Iglesia para estar con Dios
Si un amigo te
dijera que no necesita ir a verte a tu casa, ni
hacer gestos concretos y explícitos para demostrarte su cariño porque le basta con recordarte, ¿no dudarías de que su amistad?
Si un amigo no fuera a un funeral de un ser querido con la excusa de que le recuerda en su mente y en su corazón, ¿no dudarías de su cariño?
El movimiento natural del amor surge en el interior, se desborda y se manifiesta en el exterior. Por eso, la misa es un recuerdo, un memorial al que asistimos los amigos de
Jesús, porque no podemos (ni queremos) olvidar lo que hizo por nosotros. Lo hacemos presente, no como algo del pasado.
La
misa es muy aburrida
Lo mismo le ocurría a mi hijo pequeño: se aburría con el fútbol hasta que vino un día al Bernabeu y le expliqué de qué iba todo ese lío, le expliqué las reglas, conoció de cerca a los jugadores, las tácticas, las distintas competiciones, etc.
No fue fácil. El proceso de
incorporación a veces necesita tiempo, pero al final hace su trabajo. Hoy
es un fanático empedernido (más que yo) del Real Madrid.
Salvando todas las
distancias, en el caso de la misa, uno se aburre por desconocimiento y falta de ganas de integración y entonces, es incapaz de disfrutar de las grandezas de
la misa. Es necesario entrenarse: conocer mejor las reglas, los signos, la
teología, y empezar a encontrarle el gusto. Cuesta. Es verdad, pero vale la pena. El
tiempo se encargara de hacer su trabajo.
Iré
cuando lo sienta, nunca obligado
¿Acaso dices que solo tienes hambre de vez en cuando y que solo comerás cuando lo
necesites, cuando lo creas conveniente? No, ¿verdad?. El cuerpo nos obliga a alimentarlo. Es cuestión de vida o muerte. Es inevitable.
Lo
mismo te pasaría si descubrieses esa hambre espiritual que clama desde
lo hondo del corazón con intensidad. Es imposible no
desear alimentar el espíritu. Es cuestión de vida o muerte: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no
tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida
eterna y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y
mi sangre es verdadera bebida" (Jn 6, 53-55)".
No
me gusta ir a misa
Utilizar el
criterio de los sentimientos para decidir qué hacer o no hacer en la vida es una actitud infantil y poco madura.
Si sólo hiciéramos lo que nos apetece, muchas actividades
importantes de nuestra vida quedarían sin efecto. Si nos rigiésemos por esta ley caprichosa acabaríamos enfermos (no quiero esa medicina),
siendo despedidos del trabajo (no quiero ir a trabajar) o no
desarrollaríamos muchos de nuestros talentos (no quiero ir al colegio).
La madurez nos descubre que los sacrificios son parte fundamental de la
vida, son experiencias que nos permiten crecer y desplegar
con plenitud nuestra existencia.
Con un poco de esfuerzo y perseverancia muchas
de las actividades que al inicio nos cuestan (y por ende no nos gustan), con el
tiempo comienzan a adquirir el sabor de la familiaridad, de la sana rutina del
buen hábito, del sacrificio que libera, del rito capaz de darle un profundo
sentido a la vida; y así poco a poco se nos desvela la belleza y el gran valor
que se nos ocultaban a primera vista.
En el caso de la Eucaristía es tremendo
poder descubrir la presencia real de Dios y la posibilidad de compartir con Él
una hora junto a Él.
La misa es para los viejos
No es cierto.
Depende del lugar. Aunque sí es cierto que en muchos lugares de Europa es así.
Ahora bien, los ancianos nos dan una cátedra de vida en ese sentido: por la
sabiduría adquirida a través de los años y por el aproximarse inminente de la
inexorable muerte, logran vislumbrar con más claridad lo esencial de la vida que
es invisible a los ojos, y se arriesgan, como pocos jóvenes lo harían, a dar
ese salto de fe y a vivir contra-corriente, y llevar con coherencia su fe.
Muchos
vuelven a ir a misa y a rezar habitualmente porque saben que allí encuentran
"ese fármaco de inmortalidad, ese antídoto para no morir, ese remedio para
vivir en Jesucristo para siempre" (San Ignacio de Antioquía).
Qué importa el
qué dirán y las falsas apariencias de este mundo que pasa. Deberíamos aprender
del testimonio y experiencia de nuestros mayores (como nos aconseja el Papa Francisco).
¿Cómo
evitar llegar a esa situación donde los jóvenes dejan de practicar la fe? Si
tú eres uno de esos viejos sabios, sigue dando tu testimonio con valentía y
trata de llevar a misa a tus nietos mientras se dejan llevar. Si tú eres uno
de esos jóvenes inmortales que creen que la vida no acaba y la muerte no llega,
y que ha puesto su fe en sí mismo, medita más sobre estos misterios y
pregúntate ¿hacia dónde vamos? ¿qué hacemos aquí? ¿qué hay después de esta
vida? ¿por qué tantas personas mayores van a misa? ¿qué ven ellos que no veo
yo? Tal vez así podrás adquirir esa sabiduría profunda que falta en nuestros
días y volverás a ir a misa.
Voy
siempre a misa pero no veo ningún cambio en mi.
La comunión es el
gran acto de fe. No todo lo que recibimos podemos medirlo, cuantificarlo con
criterios perfeccionistas, efectivistas y pragmáticos.
Hay un misterio que
late allí que va mucho más allá de nosotros, mucho más allá de nuestro campo de
comprensión, un cambio real que sucede siempre: el Cuerpo de Cristo crece, aumenta,
se eleva, porque el Señor se hace presente en nuestro corazón.
Por eso hay que
creerle a Jesús cuando recibimos los sacramentos: "El que los recibe más
frecuentemente, recibe más frecuentemente al mismo Salvador, porque el
mismo Jesús así lo dice: El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí y yo en él" (Timoteo de Alejandría).
Si le creemos, necesariamente nuestra
vida cambiará, es la lógica de la gravedad y de la inercia: si el centro es Cristo,
las órbitas de nuestra vida cambian y eso se nota.
No
entiendo la dinámica de arrodillarse y levantarse todo el tiempo.
Somos seres
espirituales y materiales. Por eso, no podemos vivir sin mediaciones, sin contacto, sin
símbolos. La palabra símbolo viene del griego sym (con, juntos) y ballein
(verbo que significa arrojar, poner), el resultado es elocuente, se trata de
poner juntas dos cosas, que separadas no poseen un significado completo, con el
fin de que adquieran la plenitud de este.
Cada vez que nos arrodillamos, santiguamos, ponemos de pie,
estamos realizando una serie de signos litúrgicos llamados a expresar
simbólicamente una serie de realidades.
En el caso de la misa lo más
extraordinario es que muchos de los símbolos se vuelven no solo portadores de
un mensaje o representación de un concepto, sino que realizan efectivamente
aquello que significan. Por ejemplo, cuando el cura alza la hostia y dice las
palabras de la consagración esta “poniendo juntos”, la realidad material de un
trozo de pan y una serie de oraciones formales; ambas cosas por separadas no
pueden decirnos mucho, pero juntas, se convierten en el Cuerpo de Cristo.
Nosotros por nuestra parte nos arrodillamos. Ese gesto que otras ocasiones
podría no significar nada (me arrodillo para buscar un objeto que se cayó), en
este momento al hacerlo delante de la hostia, que es el Cuerpo de Cristo, se
convierte en un signo, un símbolo de verdadera adoración.
En
mi parroquia no hay una misa sobria con recogimiento
Primero hable con
su Párroco y vea cuál es el problema de fondo. Tal vez se lleve una sorpresa.
Tenga presente que Dios ha suscitado toda clase de espiritualidades.
La Iglesia
sobreabunda de carismas con diversos matices y colores. No es que unos
sean mejores que otros, simplemente somos distintos. Dios lo sabe y por eso nos
regala tantos dones. Por eso, así como a ti no te ayudan los cantos en otro idioma y la música con guitarra, hay quienes, paradójicamente, no se recogen con
el rito tridentino y con los cantos gregorianos.
No juzgues, respeta y valora la
pluralidad que es el signo de la grandeza de Dios, único capaz de sostener en
unidad los polos opuestos. En todo caso, siempre puedes buscar otra Iglesia
cercana que responda mejor a tu sensibilidad espiritual.
Recuerda: sólo corrige allí donde no se cumplan las normas litúrgicas correspondientes o se practiquen
abusos. Del resto, maravíllate y da gracias a Dios.
No
soporto el contacto físico con desconocidos
La misa es la
celebración cumbre de una comunidad que entra en comunión total, formando un
solo Cuerpo. Aquí todo se mezcla: cuerpo, alma, espíritu. Todo se unifica en
Cristo, Cabeza del Cuerpo. Por ende, si quieres evitar el contacto y
consideras a tu prójimo un desconocido (y no un hermano), estás en el
lugar equivocado.
Aquí todo es contacto y hermandad. Como decía Pablo “Vivo yo, ya no yo, Cristo vive en mí”, y vive
en mi hermano que comulga junto a mí y vive en todos los que participamos de
Él. Todos formamos un solo Cristo, vivimos su vida, realizamos su misión. Somos
una nueva humanidad, la humanidad en Cristo. Estrechamente unidos, más que por
la sangre de familia, por la sangre de Cristo, y en Cristo, por Cristo, y para
Cristo vivimos en este mundo.
No
puedo concentrarme, me dan ataques de risa
Si es risa de
alegría y gratitud por los dones recibidos (eucaristía significa acción de
gracias) me parece legítimo. Hay gente que es espontáneamente alegre. Eso sí,
trata de no molestar a los demás, es decir, ríete contenidamente. Tampoco se te
ocurra reírte durante la consagración, pues allí se reactualiza la pasión de
Nuestro Señor (que de gracioso tiene poco).
Si por el contrario, tu risa es
expresión de superficialidad burlesca e infantil, haz un esfuerzo y trata de
madurar. Si no obtienes resultados pídele al Señor la gracia o llama a tu
médico. Fuera como fuera, la meta es que la misa sea un reflejo de tu vida.