"Una nueva religión mundial nace
y cada uno busca a su propio maestro interior"
(Jean Vernette, sociólogo francés)
El hedonismo ha creado una sociedad secularizada sin disposición al sacrificio, sin interés por lo correcto, sin vinculaciones a los grandes valores, pero no ha resuelto el problema de la felicidad.
El hombre, creado con un corazón que busca continuamente a Dios, tiene sed espiritual. Y trata de saciarla, recomponiendo sus creencias y tomando distancia de los creyentes con respecto a los encuadres religiosos tradicionales; prescindiendo de un Dios mal explicado durante décadas: un Dios de normas, de castigos, de sacrificios inútiles. Construyendo su universo con sentido individual; busca su gurú particular, practica técnicas orientales que incluyen respirar, relajar, meditar, abrazar árboles, besar el aire, trascender a una dimensión psicosomática.
Ahora, tiene a su disposición múltiples elecciones que le hacen sentirse mucho más cómodo y que se ajustan "como anillo al dedo" a su demanda personalizada de espiritualidad. Ha descubierto un abanico de misticismos, importados de Oriente, que emergen y arraigan en el corazón del hombre occidental; reiki, new age, yoga...pseudo-religiones sin Dios, sin molestas objetividades, sin onerosas normas, sin compromisos profundos, sin inversiones a fondo perdido. Espiritualidades adaptadas al gusto y modo de vida occidentales.
El posmoderno occidental busca filosofías, sabidurías, energías, constelaciones, trascendencias orientales y visiones del mundo como coartada mística a su egocéntrico y narcisista modo de vida.
Este "elitista espiritual" no se "convierte" a ninguna religión, no tiene que transformar su vida, ni cambiar sus hábitos ni su rutina diaria. No tiene que seguir ni servir a nadie. Es algo más sencillo y cómodo: busca en el "supermercado espiritual", selecciona los ingredientes que le interesan, los adquiere gratis y se los lleva a casa, donde cocina una comida exclusiva y placentera.
Prescinde de la noción de Dios, de la asistencia a ninguna iglesia o templo institucionalizados, de cumplir dogmas que le "exigen en exceso". Cree y practica lo que quiere, sin ritos oficiales e incómodos, sin sacerdotes ni jerarquía o a autoridad que le dirija.
El místico del siglo XXI vive una espiritualidad de modo absolutamente personal, privada, muy acorde al talante particular, individualista y hedonista de nuestra sociedad subjetiva, vive una cultura del individuo, del "yo".
Sin Dios, sin iglesias; sin leyes; sin cielo ni infierno; sin bien ni mal. Así pues, ¡Ole mi karma!: sólo yo y nada más que yo, en el salón minimalista de mi casa, plagado de velas, sentado en la alfombra adoptando la postura del loto, con los ojos suavemente cerrados y meciéndome entre el aroma del incienso y las suaves caricias auditivas de un CD con música relajante.
Concentración, meditación, relajación.....no necesita más. No necesita nada ni a nadie. Sólo su "yo". No tiene que caminar hacia un ser supremo ni emprender peregrinación espiritual alguna hacia fuera, lejos de sí mismo; no tiene que salir del amado caparazón narcisista de su subjetividad ni desprenderse de sus deseos.
No hay heridas ni sufrimiento ni dolor; no libra duras batallas espirituales, no experimenta las cruces y paradojas de la fe; no se plantea desafíos serios ni objetivos complicados. Es su visión vital: un camino sin otro rumbo que la exploración infinita de los laberintos de la subjetividad, de su yo profundo.
Y así, su trascendencia le conduce a sentirse diferente y superior: él, en efecto no es un adoctrinado materialista, un borrego consumista, un adicto a la telebasura. “Ser alma espiritual” proporciona status y caché intelectual, indica que se posee y cultiva una “complejidad interior”, que le lleva a una "elevación mágica " y a un "elistismo sobrehumano" lo cual seduce intensamente al esnobismo del hombre posmoderno y le lleva a una posición superior, a convertirse en su propio Dios.
Caracterizado por un ego hipertrófico y un desaforado sentido de su propio yo, basa su vida en el lema: “Lo que yo deseo, lo que yo siento, lo que yo necesito”.
Subjetividad, hedonismo y relativismo en estado puro.
Subjetividad, hedonismo y relativismo en estado puro.
“Yo y mi circunstancia” es su criterio de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal, de lo correcto y lo incorrecto. Cualquier alusión a la existencia de una objetividad natural del ser, una estructura objetiva de la realidad, independiente de la propia opinión individual, se considera un signo de fascismo filosófico, de intolerancia religiosa o de mentalidad recalcitrante.
Y, puesto a elegir una religión, se diseña una sin Dios, sin molestas objetividades, sin abismos ni compromisos profundos, sin inversiones a fondo perdido, sin un mundo exterior que le coarte su libertad.
Son “legítimas expresiones de su ego”, "hallazgos de otro tipo de sensaciones" cuando todo se derrumba y que dan a luz una espiritualidad adaptada a la perfección en su búsqueda hedonista y egocéntrica, propias de ésta, nuestra actual sociedad secularizada.