En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que,
de rodillas, le dijo:
«Señor, ten compasión de mi hijo que es lunático y sufre mucho:
muchas veces se cae en el fuego o en el agua.
Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo».
Jesús tomó la palabra y dijo:
«¡Generación incrédula y perversa!
¿Hasta cuándo estaré con vosotros, hasta cuándo tendré que soportaros?
Traédmelo».
Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte:
«¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?».
Les contestó:
«Por vuestra poca fe.
En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza,
le diríais a aquel monte:
“Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría.
Nada os sería imposible»
(Mt 17,14-20)
Jesús, después de su Transfiguración en el Tabor (a 17 km al suroeste del mar de Galilea, cerca de Nazaret), regresa a Cafarnaún (al noreste del mar y que significa “villa de Nahum”, o villa de consuelo) donde se le acerca un hombre que tiene un hijo epiléptico (que en la mentalidad judía se atribuía a fuerzas malignas o demoníacas).
Ante la súplica del "hombre" que, de rodillas, pide compasión y que tantas veces ha acudido a mí pero que no he atendido ni he sido capaz de curarlo por mi falta de fe, Jesús me increpa duramente: me llama incrédulo y perverso.
Me recuerda que Él ya no está físicamente, en persona, pues ha muerto, resucitado y ha sido exaltado, y que me ha dejado a mí, su discípulo, y a la Iglesia, como intermediación y salvación para el mundo: Cristo dio a los apóstoles "autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia" (Mt 10,1).
Ellos le acompañaron mientras enseñaba y hacía milagros. Vieron su gloria en el Tabor...y sin embargo, su poca fe seguía les impedía hacer aquello para lo que Jesús les había dado potestad.
La Iglesia, los cristianos... somos ahora la "presencia" de Dios en la tierra y tenemos el "poder" de realizar milagros pero...¿me creo capaz o tengo dudas? ¿tengo fe suficiente como para mover montañas o mi incredulidad es la que las crea? ¿Hago presente a Cristo cuando alguien que me necesita acude a mí o mi falta de fe lo imposibilita? ¿Por qué no puedo, Señor?
Porque mi autosuficiencia y mi afán de hacerlo todo por mis méritos me impide ayudar a mi prójimo. Cómo los dos de Emaús, yo esperaba...pero en mí, en mis capacidades, en mis expectativas...
Porque mi incertidumbre y mi duda me imposibilitan dar una respuesta auténtica a otros. Como los dos de Emaús...converso y discuto de todo lo que había sucedido...pero sin fe, sin esperanza, sin caridad...
Porque mi incoherencia y mi contradicción me convierten en "piedra de tropiezo" (Mt 16,21,23) que impide que tu gracia se derrame. Como los dos de Emaús, soy necio y torpe para comprender...
Porque mi epilepsia espiritual y mi convulsión física reduce mi escasa fe a una cuestión teórica que sé pero que no ejerzo en la práctica. Como los dos de Emaús, no te reconozco...no creo realmente que hayas resucitado...
Dice san Pablo que "caminamos en fe y no en visión" (2 Cor 5,7). Por tanto, lo que me hace capaz de vencer obstáculos y realizar milagros es lo creo y no lo que veo.
Mi visión siempre es escasa y limitada pero mi fe debe ser una llama abundante y firme que jamás se apague permaneciendo en la Iglesia, buscando la presencia de Dios para pedirle en oración ser instrumento de su poder. Sólo así, podré mover montañas.
¡Señor, Cuántas veces te frustro por mi perversidad y mi poca fe!
¡Cuántas veces te disgusto por mi dura cerviz y mi corazón de piedra!
¡Cuántas veces te abandono por mi poca sensibilidad y mi autosuficiencia!
¡Cuántas veces te impido realizar milagros por mis dudas y mis recelos!
¡Cuántas veces Tú sí crees en mí pero yo no en Ti!
¡Si tuviera fe, nada me sería imposible!
¡Señor, ten compasión de mí y aumenta mi fe!
¡Haz que sea posible lo imposible!
JHR