¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta generación incrédula y perversa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta generación incrédula y perversa. Mostrar todas las entradas

viernes, 11 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): SI TUVIÉRAIS FE, NADA OS SERÍA IMPOSIBLE

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que,
 de rodillas, le dijo:
«Señor, ten compasión de mi hijo que es lunático y sufre mucho: 
muchas veces se cae en el fuego o en el agua. 
Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo».
Jesús tomó la palabra y dijo:
«¡Generación incrédula y perversa! 
¿Hasta cuándo estaré con vosotros, hasta cuándo tendré que soportaros? 
Traédmelo».
Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte:
«¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?».
Les contestó:
«Por vuestra poca fe. 
En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, 
le diríais a aquel monte: 
“Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría. 
Nada os sería imposible»
(Mt 17,14-20)

Jesús, después de su Transfiguración en el Tabor (a 17 km al suroeste del mar de Galilea, cerca de Nazaret), regresa a Cafarnaún (al noreste del mar y que significa “villa de Nahum”, o villa de consuelo) donde se le acerca un hombre que tiene un hijo epiléptico (que en la mentalidad judía se atribuía a fuerzas malignas o demoníacas).

Ante la súplica del "hombre" que, de rodillas, pide compasión y que tantas veces ha acudido a mí pero que no he atendido ni he sido capaz de curarlo por mi falta de fe, Jesús me increpa duramente: me llama incrédulo y perverso.

Me recuerda que Él ya no está físicamente, en persona, pues ha muerto, resucitado y ha sido exaltado, y que me ha dejado a mí, su discípulo, y a la Iglesia, como intermediación y salvación para el mundo: Cristo dio a los apóstoles "autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia" (Mt 10,1). 

Ellos le acompañaron mientras enseñaba y hacía milagros. Vieron su gloria en el Tabor...y sin embargo, su poca fe seguía les impedía hacer aquello para lo que Jesús les había dado potestad
La Iglesia, los cristianos... somos ahora la "presencia" de Dios en la tierra y tenemos el "poder" de realizar milagros pero...¿me creo capaz o tengo dudas? ¿tengo fe suficiente como para mover montañas o mi incredulidad es la que las crea? ¿Hago presente a Cristo cuando alguien que me necesita acude a mí o mi falta de fe lo imposibilita? ¿Por qué no puedo, Señor?

Porque mi autosuficiencia y mi afán de hacerlo todo por mis méritos me impide ayudar a mi prójimo. Cómo los dos de Emaús, yo esperaba...pero en mí, en mis capacidades, en mis expectativas...

Porque mi incertidumbre y mi duda me imposibilitan dar una respuesta auténtica a otros. Como los dos de Emaús...converso y discuto de todo lo que había sucedido...pero sin fe, sin esperanza, sin caridad...

Porque mi incoherencia y mi contradicción me convierten en "piedra de tropiezo" (Mt 16,21,23) que impide que tu gracia se derrame. Como los dos de Emaús, soy necio y torpe para comprender...

Porque mi epilepsia espiritual y mi convulsión física reduce mi escasa fe a una cuestión teórica que sé pero que no ejerzo en la práctica. Como los dos de Emaús, no te reconozco...no creo realmente que hayas resucitado...

Dice san Pablo que "caminamos en fe y no en visión" (2 Cor 5,7). Por tanto, lo que me hace capaz de vencer obstáculos y realizar milagros es lo creo y no lo que veo. 

Mi visión siempre es escasa y limitada pero mi fe debe ser una llama abundante y firme que jamás se apague permaneciendo en la Iglesia, buscando la presencia de Dios para pedirle en oración ser instrumento de su poder. Sólo así, podré mover montañas.

¡Señor, Cuántas veces te frustro por mi perversidad y mi poca fe! 
¡Cuántas veces te disgusto por mi dura cerviz y mi corazón de piedra! 
¡Cuántas veces te abandono por mi poca sensibilidad y mi autosuficiencia! 
¡Cuántas veces te impido realizar milagros por mis dudas y mis recelos! 
¡Cuántas veces Tú sí crees en mí pero yo no en Ti!

¡Si tuviera fe, nada me sería imposible!
¡Señor, ten compasión de mí y aumenta mi fe!
¡Haz que sea posible lo imposible!


JHR

sábado, 7 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (7): CON FE, NADA ES IMPOSIBLE

"En verdad os digo que, 
si tuvierais fe como un grano de mostaza, 
le diríais a aquel monte: '
Trasládate desde ahí hasta aquí', 
y se trasladaría. 
Nada os sería imposible"
(Mateo 17,20)

La lectura del libro de Deuteronomio que la Liturgia nos ofrece hoy nos muestra el "Shemá", "Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno", una de las principales y más sagradas plegarias judías, una especie de "credo" judío que afirma al único Dios a quien amar con todo el corazón, con todo el alma y con toda la fuerza.

Lo primero que proclama el Shemá es “Escucha”. La primera actitud de fe que debemos tener es de escucha, de prestar atención y para ello, debemos rezar, establecer una relación estrecha con Dios.

El Evangelio de Mateo 14,17-20 nos relata el enfado de Cristo al comprobar que sus discípulos discuten y siguen sin tener fe, a pesar de que acaban de bajar con Él del Tabor, tras haber visto su gloria y haber escuchado a Dios Padre. 

Les llama generación incrédula y perversa, y les dice, poco más o menos, que no les soporta. Es como si los discípulos le frustraran y le "sacaran de quicio", porque a pesar de estar con el Hijo del Dios vivo, a pesar de ser testigos de milagros y signos portentosos, ellos siguen sin ver ni oír. Y sobre todo, siguen sin rezar...siguen sin tener fe.

Una vez más, Jesús busca fe en la tierra "Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lucas 18,8), porque con fe todo es posible, incluso lo humanamente imposible. 

El Señor ni siquiera me pide una fe adulta ni perfecta. No le importa que sea pequeña pero sí que sea auténtica. La fe es un don de Dios que debemos pedir para que Él nos la aumente, para que de un grano de mostaza, se convierta en un gran árbol donde aniden los pájaros (Mateo 13,31).

Me pide una fe firme, como la del hombre que se arrodilla por amor paternal y tiene la certeza de que Cristo puede curar a su hijo epiléptico, cuando le hace una petición sencilla pero auténtica, una súplica simple pero sincera: "Ten compasión de mi hijo". 

El evangelio de san Marcos hace un relato más extenso de la escena en la que Jesús le dice al padre del muchacho epiléptico que todo es posible al que tiene fe, a lo que aquel le responde: "Creo, pero ayuda mi falta de fe" (Marcos 9,23-24). El padre atribulado es consciente de que su fe necesita la ayuda de Jesús, le entrega su debilidad a Cristo, quien la acoge y le concede la gracia por el amor que brota de ese corazón de padre.

Durante esta semana, estamos escuchando en la Palabra de Dios casos de "fe que mueve montañas" de personas que no son discípulos de Cristo, sino gente ajena a Jesús, incluso pagana. Sin embargo, se acercan a Dios con auténtica fe y con gran humildad. Por eso, Cristo se compadece de ellos y accede a sus peticiones. 

¡Cuántas veces no veo frutos porque no rezo! 
¡Cuántas veces pretendo servir a Dios sólo por mis méritos y sin confiar en Él, sin escucharle! 
¡Cuántas veces caigo en una fe de rutina! 
¡Cuántas veces ofrezco a los demás una fe de "postureo"! 
¡Cuántas veces tengo mi corazón cerrado a la gracia!
¡Cuántas veces me niego a darle el control total a Jesús! 
¡Cuántas veces creo sólo en mis capacidades y me convierto en un incrédulo y en un perverso!

¡Señor, auméntanos la fe 
porque somos siervos inútiles! 
(Lucas 17, 5 y 10)