¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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sábado, 12 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (13): "SEÑOR, SÁLVAME"

Después que la gente se hubo saciado, 
enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca 
y se le adelantaran a la otra orilla, 
mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. 
Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, 
sacudida por las olas, porque el viento era contrario. 
A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. 
Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, 
se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo: «Ven».
Pedro bajó de la barca 
y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús;
 pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, 
empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
(Mt 14,22-33)

Seis días más tarde, volvemos al mar de Galilea para reencontrarnos con la escena de los discípulos en la barca (que representa la comunidad, la Iglesia) "faenando" en los quehaceres cotidianos, en los que de forma habitual y constante surgen tormentas y tempestades.

El hecho de ser cristiano no significa que vayamos a estar exentos de contrariedades o dificultades. De hecho, siempre que estamos en nuestras faenas, en nuestras obligaciones surgen los problemas y las pruebas, pero Jesús siempre se nos aparece para ayudarnos cuando más le necesitamos.

Lo que Mateo quiere resaltar con la reacción de Pedro, con sus debilidades y sus miedos, es que todos, incluso la cabeza de la Iglesia, necesitamos perseverar en la prueba para convertirnos y trabajar nuestro coraje, y también reconocer la presencia de Cristo, para recibir de Él la fortaleza y aumentar la fe.

De nuevo, Jesús le recrimina a Pedro su poca fe como había hecho anteriormente en tantas ocasiones (Mt 8,23-27; 16,22-27) y también cuando le niegue (Mt 26, 69-75). Sin embargo y a pesar de todo, Cristo le pone al frente de Su Iglesia (Jn 21,11-16) por su corazón lleno de amor.

El Señor sabe que todos nosotros, incluido el papa, el sucesor de Pedro, necesitamos su ayuda. Nadie está exento de noche oscura, nadie está a salvo de crisis espirituales o tribulaciones, que por otro lado, son ocasiones excepcionales para que nuestra fe sea puesta a prueba y crezca con la ayuda de Dios, y así vencer el mal.
Sin embargo, ante las dificultades, nos sobresalta el miedo, que conduce al bloqueo y a la desconfianza... y Jesús lo sabe. Por eso, necesitamos que se aparezca en nuestras dudas, y debilidades, en nuestras preocupaciones y problemas...para que nos anime, nos ayude, nos rescate y nos salve. 

¡Ayúdanos, Señor, a perseverar en medio de las pruebas y las debilidades para que pueda aumentar nuestra fe!

¡Rescátanos, Señor, cuando las tinieblas se ciernen sobre nuestra misión apostólica y sobre nuestro caminar cotidiano para que podamos ver tu luz!

¡Permítenos, Señor, descubrirte también cuando nos hablas con Tu Palabra y con Tu Espíritu, en toda ocasión y en todo lugar para que podamos reconocerte y creer!

¡Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación!

¡Realmente eres Hijo de Dios!

JHR

viernes, 11 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): SI TUVIÉRAIS FE, NADA OS SERÍA IMPOSIBLE

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que,
 de rodillas, le dijo:
«Señor, ten compasión de mi hijo que es lunático y sufre mucho: 
muchas veces se cae en el fuego o en el agua. 
Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo».
Jesús tomó la palabra y dijo:
«¡Generación incrédula y perversa! 
¿Hasta cuándo estaré con vosotros, hasta cuándo tendré que soportaros? 
Traédmelo».
Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte:
«¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?».
Les contestó:
«Por vuestra poca fe. 
En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, 
le diríais a aquel monte: 
“Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría. 
Nada os sería imposible»
(Mt 17,14-20)

Jesús, después de su Transfiguración en el Tabor (a 17 km al suroeste del mar de Galilea, cerca de Nazaret), regresa a Cafarnaún (al noreste del mar y que significa “villa de Nahum”, o villa de consuelo) donde se le acerca un hombre que tiene un hijo epiléptico (que en la mentalidad judía se atribuía a fuerzas malignas o demoníacas).

Ante la súplica del "hombre" que, de rodillas, pide compasión y que tantas veces ha acudido a mí pero que no he atendido ni he sido capaz de curarlo por mi falta de fe, Jesús me increpa duramente: me llama incrédulo y perverso.

Me recuerda que Él ya no está físicamente, en persona, pues ha muerto, resucitado y ha sido exaltado, y que me ha dejado a mí, su discípulo, y a la Iglesia, como intermediación y salvación para el mundo: Cristo dio a los apóstoles "autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia" (Mt 10,1). 

Ellos le acompañaron mientras enseñaba y hacía milagros. Vieron su gloria en el Tabor...y sin embargo, su poca fe seguía les impedía hacer aquello para lo que Jesús les había dado potestad
La Iglesia, los cristianos... somos ahora la "presencia" de Dios en la tierra y tenemos el "poder" de realizar milagros pero...¿me creo capaz o tengo dudas? ¿tengo fe suficiente como para mover montañas o mi incredulidad es la que las crea? ¿Hago presente a Cristo cuando alguien que me necesita acude a mí o mi falta de fe lo imposibilita? ¿Por qué no puedo, Señor?

Porque mi autosuficiencia y mi afán de hacerlo todo por mis méritos me impide ayudar a mi prójimo. Cómo los dos de Emaús, yo esperaba...pero en mí, en mis capacidades, en mis expectativas...

Porque mi incertidumbre y mi duda me imposibilitan dar una respuesta auténtica a otros. Como los dos de Emaús...converso y discuto de todo lo que había sucedido...pero sin fe, sin esperanza, sin caridad...

Porque mi incoherencia y mi contradicción me convierten en "piedra de tropiezo" (Mt 16,21,23) que impide que tu gracia se derrame. Como los dos de Emaús, soy necio y torpe para comprender...

Porque mi epilepsia espiritual y mi convulsión física reduce mi escasa fe a una cuestión teórica que sé pero que no ejerzo en la práctica. Como los dos de Emaús, no te reconozco...no creo realmente que hayas resucitado...

Dice san Pablo que "caminamos en fe y no en visión" (2 Cor 5,7). Por tanto, lo que me hace capaz de vencer obstáculos y realizar milagros es lo creo y no lo que veo. 

Mi visión siempre es escasa y limitada pero mi fe debe ser una llama abundante y firme que jamás se apague permaneciendo en la Iglesia, buscando la presencia de Dios para pedirle en oración ser instrumento de su poder. Sólo así, podré mover montañas.

¡Señor, Cuántas veces te frustro por mi perversidad y mi poca fe! 
¡Cuántas veces te disgusto por mi dura cerviz y mi corazón de piedra! 
¡Cuántas veces te abandono por mi poca sensibilidad y mi autosuficiencia! 
¡Cuántas veces te impido realizar milagros por mis dudas y mis recelos! 
¡Cuántas veces Tú sí crees en mí pero yo no en Ti!

¡Si tuviera fe, nada me sería imposible!
¡Señor, ten compasión de mí y aumenta mi fe!
¡Haz que sea posible lo imposible!


JHR

sábado, 27 de agosto de 2022

¿DÓNDE ESTÁ NUESTRA FE?

"¿Quién nos separará del amor de Cristo?, 
¿la tribulación?, ¿la angustia?, 
¿la persecución?, ¿el hambre?, 
¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?"
(Ro 8,35)

Seguimos caminando como pueblo de Dios por el desierto. No han sido cuarenta años sino dos, desde que el Covid 19 hizo su presencia en la tierra, pero nos ha parecido una eternidad. 

Han sido tiempos difíciles en los que la pandemia nos ha traído desgracia y muerte, sensación de caos y miedo que nos han llevado a realizar importantes transformaciones coyunturales y estructurales a nivel global: cambios de hábitos y planes, de mentalidades y comportamientos, de leyes y procedimientos...También en la Iglesia. 

Algunos cristianos han achacado la pandemia a un castigo divino por nuestros pecados. Otros, sencillamente, no le encuentran explicación y se han colapsado en lo que podría llamarse una pandemia "eclesial".   

Esta epidemia "eclesial" a nivel mundial ha generado en el corazón humano un miedo extremo a la muerte, ha debilitado la esperanza y la fe de muchos cristianos, incluso obispos y sacerdotes que han confiado más en científicos y políticos y han cerrado parroquias y establecido medidas desproporcionadas que no eran obligatorias. Esto ha provocado una parálisis espiritual que nos ha alejado (voluntaria o involuntariamente) a todos de la presencia de Dios, imposibilitándonos la participación en los sacramentos. Muchos de los que se han ido...no han vuelto.
Es necesario recordar que a lo largo de toda la historia de la Iglesia ha habido multitud de epidemias y pandemias, de pestes y plagas, de persecuciones y martirios sangrientos...y nunca se cerraron parroquias ni se suspendieron misas. Incluso, el Señor, que se rodeaba de enfermos contagiosos como los leprosos, nunca tuvo reparo en seguir cumpliendo su misión...¿la razón? porque tenía plena confianza en Dios y en su Providencia.

Pero hoy no queremos señalar culpables ni responsables sino meditar sobre los cambios y transformaciones que se han producido tanto en el seno eclesial y litúrgico, como en la mente y el comportamiento de muchos feligreses, sobre todo, de los más mayores.

El Enemigo ha utilizado siempre el miedo y la desconfianza para separar al hombre de Dios. Con la pandemia, ha penetrado sin ningún obstáculo en nuestros templos a causa de la desaparición del agua bendita (y se ha frotado las manos con gel hidro alcohólico) y de la suspensión de la Eucaristía y del resto de los sacramentos (y ha campado a sus anchas por los espacios, otrora sagrados y entonces, vacíos).  

Cuando no se han suspendidomisas y adoraciones se ha cambiado la Eucaristía presencial por la televisada, el signo de la paz por las miradas de desconfianza, la sonrisa alegre de nuestra cara por la mascarilla que la oculta, la comunión sacramental en la boca por la recepción manual, a través de pantallas de metacrilato, o incluso se nos ha negado. 
El temor y la falta de fe nos ha llevado a sustituir la confesión por el aislamiento, la oración comunitaria por el rezo a través de WhatsApp, los retiros por los confinamientos, la señal de la cruz por el termómetro en la frente, la gracia por la vacuna, la confianza por la sospecha, la fe por la distancia "de seguridad". 

Se han perdido costumbres y tradiciones de la Iglesia y en algunas parroquias, el sacerdote ya no se lava las manos con agua como símbolo de purificación, sino que lo hace con gel, aunque el misal romano especifica claramente la obligación de “lavarse las manos".
Es imperiosa la necesidad de pedirle a Dios que aumente nuestra fe y nuestra confianza en Él. Baste recordar las palabras que Jesús nos repite continuamente, porque conoce nuestra debilidad y fragilidad humana: 

-"No temáis" (365 veces a lo largo de la Escritura)

-"No estéis agobiados por vuestra vida...¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?" (Mt 6,25 y 27)

-"¿No hará Dios justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" (Lc 7-8)

También San Pablo, que escribió a la Iglesia de Roma durante tiempos muy difíciles de persecución y epidemia, nos consuela y nos anima: 

-"El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios. Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Ro 8,26-28).

-"Pues si vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis...somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él." (Ro 8,13-14. 16-17)

La pandemia nos ha colocado como nunca ante la necesidad imperiosa de discernir los signos de los tiempos y de comprender que estamos todos juntos, ante el bien y el mal, en la salud y en la enfermedad; en una misma barca, con un mismo espíritu y una misma fe: la de la Iglesia, en la que no debemos temer nada porque en ella también está Cristo, Dios-con-nosotros. Y "Si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros? "(Ro 8,31).

Aquí dejo mis preguntas para la reflexión:

¿Cómo va a ser el Señor medio de transmisión del mal para tener que recibirlo con gel y en la mano?

¿Cómo voy a estar más protegido del mal, con el gel o con el agua bendita? 

¿Cómo voy a estar más seguro, con la distancia de seguridad o con la gracia?

¿Cómo voy a tener más paz, con una mirada sospechosa o con un abrazo?

¿Cómo voy a encontrar mejor a Jesús, con la televisión o con la comunión?

¿Cómo voy a protegerme del pecado, con el confinamiento o con la confesión?

¿Cómo voy a pedir a Dios que aumente mi fe, con el silencio o con la oración?

Y cuando venga el Hijo del Hombre... ¿encontrará fe en la tierra?



JHR



domingo, 21 de junio de 2020

NO TENGÁIS MIEDO. NO ESTÁIS SOLOS

Jesus Christ y frase ilustración del vector. Ilustración de ...
"No tengáis miedo a los hombres, 
porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; 
ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. 
Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, 
y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. 
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, 
pero no pueden matar el alma. 
No; temed al que puede llevar a la perdición 
alma y cuerpo en la “gehenna”... 
A quien se declare por mí ante los hombres, 
yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. 
Y si uno me niega ante los hombres, 
yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos".
(Mateo 10, 26-33)


Dicen que "el miedo es libre", pero yo creo que si es algo, es irracional, sistémico y crónico en el hombre, y con frecuencia, se convierte en una excusa para la inacción, en lugar de un estímulo para la acción. El miedo es una inseguridad causada por la falta de confianza en quien tiene el poder sobre las cosas. El miedo es la ausencia de Verdad, la falta de Dios.

Y desde luego, no es cristiano, porque el mismísimo Jesús nos exhorta a no tener miedo a los hombres; a no estar preocupados por quienes nos persiguen y acosan; y nos anima a proclamar la Verdad sin temor, a testificar por Él delante del mundo. Tener miedo es completamente contrario a ser cristiano.

Por desgracia, el miedo está presente también en la Iglesia. Un miedo irracional, desconfiado y poco cristiano a los hombres, expresado por algunos obispos y respaldado por un gran número de sacerdotes, que ha propiciado el cierre de iglesias y de capillas de adoración perpetua, la retirada del agua de las benditeras y la invención de mil pretextos e instrucciones para no darse la paz o para no comulgar en la boca. Algo que jamás había ocurrido en la historia de la Iglesia.
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Tristemente, por falta de fe, han cedido ante el Imperio, han escondido a Dios, han negado a Cristo ante los hombres, huyendo como los discípulos...

Desgraciadamente, por falta de confianza, han aceptado ese buenismo que les pierde, han tratado de congraciarse con el mundo sin resultado, en lugar de testificar y de defender al Señor, negándole como los discípulos...

Lamentablemente, por falta de esperanza, han intentado remediar las situaciones con las armas del mundo sin conseguirlo, han intentado colocarse en lugar de Dios y le han dado la espalda, traicionándole como los discípulos...

Luctuosamente, por falta de caridad, han negado la libertad a los fieles de recibir a Cristo eucarístico, de acudir a su presencia sacramental y de descansar en Él de sus agobios y angustias, siendo desleales como los discípulos...

Yo creo que lo han hecho porque, en el fondo, no creen en las promesas de Cristo. Temen encontrarse solos ante el mundo, recelan de la ayuda divina y sospechan haber sido abandonados por Dios. ¡No creen! ¡El miedo a los hombres les impide creer y se esconden de Dios y del mundo!

Nada nuevo sobre el cielo. Es la historia del pueblo de Dios, del infiel y traicionero Israel: ¡Nosotros! 

Y sin embargo, Dios no se cansa de perdonar nuestras continuas infidelidades y traiciones. Jesús nos repite una y otra vez en su Palabra: "No tengáis miedo" y nos invita a "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mateo 11,28).  Sigue abriendo sus brazos en la cruz y clamando al cielo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23,34)
Jesucristo es el remedio a todos nuestros temores y a todos nuestros males. Pero siempre que cumplamos la regla de las tres "P": fe en su Palabra, esperanza en su Providencia y amor a su Persona.

Caminar junto a Cristo es aceptar riesgos e incomodidades. Es asumir cansancios y luchas. Es admitir insultos y persecuciones. ¡Él lo hizo! ¡Pasó por todo ello para demostrarnos que sí se puede! Si lo hacemos, Dios nos asegura que no seremos abandonados. Él está con nosotros. Siempre. Hasta el final.

En varias ocasiones nos prometió que nos enviaría al Paráclito para defendernos y protegernos. En la barca zarandeada por la tempestad nos llamó "hombres de poca fe". En el Huerto de los Olivos quiso experimentar la soledad y la angustia extremas, precisamente para redimirnos también de este aspecto. 

Y en la misma cruz nos dijo: "Ahí tienes a tu Madre." Nos dejó a la Virgen Santísima, la mejor intercesora, no sólo para ampararnos sino para llegar más rápido a Él. No desperdiciemos todas las ayudas que el cielo nos envía para aceptar las que el mundo nos ofrece.
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Y sin embargo, nosotros seguimos sin creernos sus palabras. Seguimos sospechando y recelando. Seguimos pensando en un Dios lejano o ausente. Seguimos siendo infieles...


"Señor, concédeme serenidad 
para aceptar todo aquello que no puedo cambiar,
valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar
y sabiduría para entender la diferencia".
(Reinhold Niebuhr)

jueves, 12 de marzo de 2020

"NO TEMAS, PORQUE YO ESTOY CONTIGO"

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"No temas, porque yo estoy contigo"
(Isaías 41,10)

Una de las frases que más se repite en la Palabra de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos es: “No temas”. Aparece 366 veces. Una por cada día (incluidos los años bisiestos). 

Dios no quiere que sus hijos tengamos miedo a nada, ni al presente ni al futuro. Nos mira con compasión, sabiendo que somos débiles y vulnerables. Él está siempre con nosotros y nos pr
otege de todos los males, incluso de las epidemias. Pero no voy a hablar del corona virus. Eso se lo dejo a otros.

Quiero centrarme en hablar sobre la confianza. ¿De qué tenemos miedo? ¿De quién desconfiamos? ¿Qué nos atemoriza? ¿Perder nuestra salud, nuestra vida, nuestro bienestar, nuestro dinero, nuestro confort, nuestros seres queridos?

Los Evangelios de Marcos y Mateo asocian el miedo a la falta de fe, a la desconfianza y hasta, a la cobardía. No en vano, Jesús recrimina a los discípulos su miedo porque son hombres de poca fe (Mateo 8,26; 14, 31; 17, 20; Marcos 4, 40; ). Les ll
ama cobardes, porque tienen poca fe. Y a quién le pide auxilio le dice: "No temas, basta que tengas fe." 

El problema somos nosotros, que somos hombres de poca fe. Desconfiamos y recelamos de todo y de todos, hasta de nuestro Dios. Seguramente, porque pensamos que todo depende de nosotros, de lo que hagamos o digamos. Seguramente, porque mientras los problemas no nos afecten personalmente, no hay que preocuparse
."El que encuentre su vida la perderá, y el que la pierda por mí la encontrará" (Mateo 10, 39).

Somos hijos rebeldes por el pecado, que trata de convencernos de que Quien nos ha dado la vida, nada tiene que decirnos o hacer. Hacemos oídos sordos a su i
nvitaciones de amor y sin escucharle, buscamos nuestro propio camino hacia una independencia que nos lleva a una vida alejada de la Gracia. Y cuando nos alejamos de Dios, vienen los problemas y el pánico.

La lectura de hoy del profeta Jeremías es dura: "Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza" (Jeremías 17,5-6).

Nuestra sociedad occidental, y nosotros con ella, camina como el Israel de Moisés: por el desierto, sin esperanza, sin confianza y con temor. Al igual que Moisés sacó a los israelitas de la esclavitud de Egipto, Jesucristo, con su muerte y resurrección, nos liberó de la esclavitud del pecado, nos sacó de nuestro Egipto.

Pero con el paso de los años, nos hemos olvidado. Por nuestro egoísmo, nos hemos vuelto desconfiados y hemos apartado nuestro corazón de Dios. Hemos relegado a Quien tiene el poder sobre todo, y hemos pretendido ponernos en su lugar y "ser como Dios". 

Sin embargo, como decía San Agustín, "somos mendigos de la Gracia". El hombre, sin Dios, camina sin rumbo por la vida "maldito", perdido y vulnerable, como un vagabundo, buscando en la basura del mundo o mendigando ayuda de los hombres.

Mendiguemos la Gracia para que nos ampare en la necesidad. Recemos a Nuestra señora para que nos ampare en la dificultad. Roguemos al Señor para que nos asista y nos escuche en la incertidumbre. "Pidamos y se nos dará. Busquemos y hallaremos. Llamemos y se nos abrirá " (Mateo 7, 7).

Hoy más que nunca, a los cristianos se nos brinda una gran oportunidad para mostrar al mundo el valor de la esperanza y la fe de nuestro Señor. Es en tiempos de epidemias, cuando el cristianismo sobresale por su confianza en Dios, por su coherencia en el actuar, por su prudencia en el hablar.

Durante las grandes pestes y epidemias de siglos pasados, los cristianos siempre mostraron un amor y una lealtad a Dios sin límites, sin escatimar ningún recurso material o humano y pensando sólo en los demás. Sin temer el peligro, se abandonaron en manos de Dios y se hicieron cargo de los enfermos, atendiendo todas sus necesidades y sirviéndolos en Cristo. 

Muchos santos murieron infectados, pero partieron de esta vida serenamente felices, plenamente confiados en que su Señor les recompensará por su amor martirial, a semejanza de Jesucristo, que murió en la Cruz por nosotros: "No hay amor más grande que entregar la vida por otros".

Nuestra fe no es superstición, sino confianza plena. Nuestra oración no es magia, sino relación con nuestro Padre Todopoderoso. La Cruz no es un amuleto, sino la victoria al sufrimiento y la muerte. Dios no es el genio de la lámpara que cumple nuestros deseos, sino quien nos escucha y nos da paz. Y la Resurrección, nuestra recompensa.

El miedo consume la fe, destruye la esperanza y apaga el amor. El miedo socava la confianza y nos aleja de Dios, como le pasó a Judas, a quien el Mal le llenó el corazón de desconfianza y miedo. Soltó la mano del Señor y se agarró a la del Diablo. Dejó la luz y se perdió en las tinieblas.

Siempre vienen a mi pensamiento las palabras de San Pablo: "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Romanos 8, 31). 

¿Prudencia?, por supuesto. ¿Oración?, continuamente. ¿Esperanza?, completa. ¿Amor?, todo. ¿Miedo?...sólo a contagiarnos del pecado. 

"No temas, porque yo estoy contigo"

sábado, 25 de junio de 2016

CONFIANZA DAÑADA, CORAZÓN ROTO


“La confianza es como un espejo, una vez roto, nunca puedes mirarte de la misma manera”

La confianza se define como tener fe en alguien o algo. Tener confianza nos permite hacer muchas cosas en la vida. La confianza es algo que nos esforzamos continuamente por mantener, es algo que permite desarrollamos y algo que podemos deducir por el aliento de los demás. Pero cuando se rompe, nos hace perder el equilibrio en la vida y nuestro mundo se desmorona.

Cuando se pierde la confianza en alguien muy cercano, tu corazón se rompe en mil añicos, como un espejo. Y esto ocurre porque el corazón tiene límites, fronteras. Inmediatamente, llega el dolor y no parece haber ningún lugar al que acudir, y uno se rompe.

¿Qué hacer para reconstruir la confianza en otra persona? 

Recuperar la confianza sólo llega a través de la reflexión, la sanación, el apoyo de los seres queridos y sobre todo, mediante la oración.

Es imprescindible evitar el diálogo interno negativo.

“No es culpa mía”, “no merezco esto”, “no es justo”, “con lo que yo he hecho por él”, etc. son pensamientos que debemos borrar inmediatamente de nuestra mente. 

Si no lo hacemos, permaneceremos encallados indefinidamente en el rencor y la auto-justificación.

Rodearse de aquellos que creen en ti y que te aman incondicionalmente, restaurará tu confianza.... sólo se necesita tiempo.

Pero lo más importante, es potenciar el diálogo interno con Dios. Él es Nuestro sanador. Sólo Él puede restaurarnos. Sólo Él puede concedernos su Gracia, que nos libera. Sólo Él.

Dios puede restaurar lo que está roto y cambiarlo por algo realmente asombroso. Todo lo que necesitas es fe. (Joel 2,25)

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SANAR UNA CONFIANZA DAÑADA

Querido Padre celestial, mi Señor
Vengo a Ti con mi corazón herido,
Vengo a Ti con mi confianza dañada,
Vengo a Ti con mi alma cansada de luchar
Vengo a Ti porque sabes quién me ha herido,
Inconscientemente, sin malicia, sin intención.

Dolor y decepción recorren mis venas
Angustia  y tristeza buscan salir de mí
¿Me ayudarás? ¿Me sanarás?
Derrama tu sangre purificante sobre nosotros dos
Derrama tu amor sobre nosotros dos
Y líbranos de tu enemigo, que busca dividirnos

Cámbiame, renuévame, restáurame,
Suaviza mi corazón, oh Padre de la Misericordia
Y llénalo de Tu amor y de Tu paz
Déjame seguir el ejemplo perfecto de Tu Hijo
No deseo buscar mi justicia
sino ofrecer un sacrificio de amor y aceptación

Aleja de mi mente el rencor
Y acerca a mi corazón el perdón
Concédeme tu gracia para ser misericordioso como tú eres
Regálame tu compasión para ser amoroso como tú eres
Envíame tu Espíritu sanador para no llevar cuenta, para no juzgar, para perdonar, para restaurar

Permíteme sentir tu abrazo acogedor y hazme ser mejor con él
Ofrécenos un espacio común donde el amor restaure las heridas
Déjame confiar en que Tú puedes sanarnos
Déjame creer que Tú puedes cambiarnos

Llévanos a Ti,
Juntos de nuevo a Ti
Sé, que por tu dulce gracia, todas las cosas son posibles para Ti
Toda la gloria es tuya, mi Señor
Amén


(Dedicado a quien me trajo a Dios)


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"Confidence is like a mirror, once broken, you can never look at you on the same way"

Confidence is defined as having faith in someone or something. Have confidence allows us to do many things in life. Itt is something we continually strive to maintain, it is something that can be developed and something we can deduce by the breath of others. But when it breaks, we lose the balance in life and our world crumbles.

When confidence is lost in a close, a friend, your heart breaks into a thousand shattered like a mirror. And this happens because heart has limits and boundaries. Immediately comes the pain and there seems to be no place to go, and one breaks.

What to do to rebuild confidence in another person?

Restoring confidence comes only through reflection, healing, support of loved ones and basically, prayer.

It is essential to avoid negative self-talk.

"It's not my fault," "I do not deserve this," "not fair", "what I've done for him", etc. are thoughts we should immediately erase from our minds.

If we do not, we will remain bogged down indefinitely in rancor and self-justification.

Surround yourself with those who believe in you and love you unconditionally will restore your confidence .... it just takes time.

But the most important thing is to maximize and to upgrade our internal dialogue with God. 

God can restore what is broken and change it for something really amazing. All you need is faith. (Joel 2:25)

He is our healer. He is the only one who can restore everything.  He can give us the grace that set us free. Only God.

___________


HEALING FOR A DAMAGE CONFIDENCE

Dear Heavenly Father, my Lord
I come to you with my wounded heart,
I come to you with my damaged confidence,
I come to you with my tired soul by struggling
I come to you because my dearest priest has hurt me,
Without consciousness, without malice, no bad intention
But he’s broken me down

Pain and disappointment run through my veins
Anguish and sadness are looking out for me
Would you help me? Would you heal me?
Pour your purifying blood on us both
Pour your infinite love on us both
And rid us of your enemy, which seeks to divide us

Change me, renew me, restore me,
Soften my heart, Oh Father of Mercy
And fill it with Your love and Your Peace
Let me follow the perfect example of Your Son
I would not get my justice
but offer a sacrifice of love and acceptance

Let me let go rancor from my mind
And bring forgiveness to my heart
Grant me your grace to be merciful as you are
Give me your compassion to be loving as you are
Send me your healing Spirit not to take account, not to judge, but to forgive, to restore

Let me feel your warm embrace and make me be better with him
Give us a common space where love restores wounds
Let me trust that you can heal us
Let me believe that you can change us
Take us to You,
Together again to You
I know, by your sweet grace, all things are possible for You
All glory is yours, my Lord
Amen

(Dedicated to who brought me to God)