"Os ruego, hermanos, que tengáis cuidado
con los que crean disensiones y escándalos
contra la doctrina que vosotros habéis aprendido;
alejaos de ellos.
Pues estos tales no sirven a Cristo nuestro Señor
sino a su vientre,
y a través de palabras suaves y de lisonjas
seducen los corazones de los ingenuos"
(Romanos 16,17-18)
En matemáticas, el máximo común divisor de dos o más números enteros es el mayor número entero que los divide sin dejar residuo (resto) alguno. A modo de símil, en la vida real, el Diablo (del griego διάβολος, diábolos, "calumniador") es el "máximo común divisor": el mayor enemigo del hombre que divide a dos o más sin dejar superviviente alguno.
Máximo, porque su figura de Gran Dragón, detallada en Apocalipsis 12,3 describe su colosal poder y su enorme maldad. Común, porque su corrupción se manifiesta en todos los ámbitos del ser humano (político, económico, social, religioso...). Divisor, porque su principal estrategia para luchar contra Dios y contra el hombre es siempre la discordia, la desunión, la desavenencia, la disgregación.
Desde el principio hasta nuestros días, el Acusador ha estado siempre rondando a los hijos de Dios para dividirlos, acusarlos y destruirlos. Lo consiguió con el Hijo de Dios, Adán... pero fracasó, con el Hijo del Hombre, Jesús.
Sin embargo y a pesar de haber sido derrotado por Cristo, el Difamador jamás se rinde en su afán destructor. El Divisor nunca descansa de su ansia hostil. Y así, da cumplimiento a la profecía de Génesis 3,15: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia", una enemistad documentada a lo largo de más de veinte siglos de vida ecelesial y suscitada por numerosos cismas en su seno, tanto a nivel global como local.
En el mundo del Rebelde, todo es violencia y enemistad, división y rebeldía, odio y envidia...actitudes que debilitan al hombre, le hacen frágil y fácilmente manipulable. Al conseguir enemistar a dos hombres, los divide y los enemista entre sí...y a la vez, los separa de Dios. Y sin Dios, no puede haber unidad.
"Divide y vencerás", este es el gran lema del Conspirador, y al que se dedica día y noche. Y lo hace especialmente dentro de la familia de Dios, enfrentando a padres contra hijos, desuniendo a esposos y esposas, enemistando a hermanos contra hermanos...destruyendo familias y comunidades.
¡Cuántos chismorreos y cotilleos existen en nuestras parroquias! ¡Cuántas murmuraciones y difamaciones se producen en nuestros grupos pastorales! ¡Cuántas hostilidades, cuántas envidias y cuántas disputas aparecen en el pueblo de Dios!
El apóstol Santiago nos advierte: "¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros?...Ambicionáis y no tenéis, asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada, lucháis y os hacéis la guerra" (Santiago 4,1-2).
Las divisiones dentro de las parroquias sólo causan daño, devastación y desaliento entre los hijos de Dios, estragos entre los fieles que desunen la comunidad, disputas y malentendidos que se transforman en heridas profundas y deserciones.
Ser cristiano no significa ir a la Iglesia cada día o cada domingo, sino "ser" como Cristo. San Pablo, a lo largo de sus cartas a las Iglesias que fundó, dibuja el perfil del cristiano conforme a la unidad y la gracia de Dios:
"Sobrio, respetable, sensato; sano en la fe, en el amor y en la paciencia; no calumniador sino maestro del bien; inspirador de buenos principios; modelo de buena conducta; íntegro y grave, irreprochable en la sana doctrina; de vida sobria, justa y piadosa; sin menospreciar a nadie ni ser menospreciado; obedediente, dispuesto a hacer el bien; sin hablar mal de nadie ni buscar riñas; condescendiente y amable con todo el mundo; sin envidias ni odios" (Tito 2,1-15 y 3,1-15).
"Unánime y concorde con un mismo amor y un mismo sentir; sin obrar por rivalidad ni por ostentación; considerar con humildad a los demás superiores; buscar el bien de los demás sin interés egoista; tener los sentimientos propios de Cristo Jesús; sin protestas ni discusiones; irreprochables y sencillos; hijos de Dios sin tacha" (Filipenses 2,2-14).
Afirma el apóstol que ser cristiano es tener los sentimientos propios de Cristo. Cristo es nuestro "Mínimo Común Múltiplo". Mínimo, en orgullo, vanidad y envidia. Común, en unidad, comunión y buena disposición. Múltiplo, en generosidad, entrega y amor.
Así, pues ¿por qué no convertirme yo en un "mínimo común multiplo"? ¿por qué no humillarme para que crezca Cristo en mí? ¿por qué no disponerme a buscar la unidad de todos? ¿por qué no multiplicarme en mi compromiso, mi entrega y mi amor hacia los demás?
"Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti,
que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado"
(Juan 17,21)