¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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viernes, 13 de septiembre de 2019

SÍNTOMAS DE UN EVANGELIZADOR

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"Para tener lo que no se tiene, 
hay que ir por donde no se ha ido"
(San Juan de la Cruz)

La Iglesia, en sus veinte siglos de historia, ha cumplido "religiosamente" el mandato que Jesús le dio de evangelizar el mundo. 

Ahora, muchos católicos hemos asumido el reto de la "Nueva Evangelización", que San Juan Pablo II puso en la cabeza de todos, que Benedicto XVI puso en boca de todos y que, ahora debe llegar al corazón de todos.

La nueva evangelización no es "evangelizar de nuevo" porque se haya hecho mal o porque no haya funcionado ni tampoco repetir o criticar lo pasado.

La nueva evangelización es "una actitud valiente" con la que desciframos los nuevos escenarios y desafíos que han surgido en nuestra sociedad, para transformarlos en espacios de testimonio y de anuncio del Evangelio. 

La nueva evangelización es "un estilo audaz" por el que los cristianos hacemos nuestro el coraje, la pasión y la fuerza de los primeros cristianos en el primer siglo. 

En realidad, podemos hablar de una "evangelización total", donde los católicos del siglo XVI, tenemos el privilegio de ser partícipes de un nuevo desarrollo evangelizador, con imaginación en los métodos y ardor apostólico en las acciones, para dar una respuesta como Iglesia a un mundo en continuo cambio, y en el que el único protagonista sigue siendo el Espíritu Santo. 

Así, para esta evangelización total, abandonamos lo estéril, desechamos lo que no produce, abandonamos lo cómodo, rechazamos la autosuficiencia y la introspección, para establecer lo útil, lo eficaz, lo provechoso, lo que da fruto. 

Los nuevos apóstoles del siglo XXI continúan escribiendo el libro de los Hechos y se les reconoce por unos síntomas muy significativos. Aquí hay, al menos, seis:

Conversión personal

En primer lugar, para evangelizar, Dios nos llama a la conversión personal (‘μετανοια’/metanoia). No podemos transmitir aquello en lo que no creemos, aquello que no vivimos. No podemos transmitir el Evangelio sin tener un encuentro personal y una relación estrecha con Jesús.

Para evangelizar, necesitamos desarrollar una vida interior diaria a través de la oración, los sacramentos, la vida comunitaria y el conocimiento del Evangelio

De esta manera, mantendremos una relación personal y estrecha con el Señor para conocer su voluntad, porque sin trato personal, diario y real con Dios, sin una vivencia de la fe en comunidad donde aportar nuestros talentos y donde alimentarnos espiritualmente, sin ímpetu y espíritu evangelizador, no seremos capaces de evangelizar.

Conversión pastoral

En segundo lugar, el Espíritu Santo nos da la guía para establecer una correcta composición de lugar: qué somos, cuáles son los retos, a quién dirigirnos, qué hacer, qué es lo que no funciona y lo qué sí. 

Por eso, antes de "salir afuera", como Iglesia, debemos desarrollar una profunda conversión pastoral que re-descubra nuestra propia identidad, aquello que es esencial, aquello que somos. 
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La identidad de la Iglesia es, a la vez, comunitaria (κοινωνία/koinonia), de envío (άπόστολος/enviado) y de servicio a los demás (διακονiα, diakonia). Así es como Jesús la fundó, anticipándose con su ejemplo.

Nuestro objetivo es ir y hacer discípulos, sirviendo en común. Nuestra tarea es ser discípulos que renueven la Iglesia, que den, que sirvan, que se conviertan en apóstoles, que, a su vez, hagan nuevos discípulos, que renueven la Iglesia…..Es un círculo continuo.

Es la propia misión la que nos conduce como Iglesia a la conversión pastoral, en la misma medida que la conversión pastoral nos empuja a la misión.

Pasión evangelizadora

En tercer lugar, la conversión pastoral nos conduce a adoptar una actitud de apostólicasentirnos interpelados por el mandato de Cristo de evangelizar, salir de nuestra comodidad, de nuestro cansancio o anestesia, hacia un renovado impulso, mostrar plena confianza en el Espíritu para que nos guíe, para que volvamos a asumir y testimoniar con alegría y con pasión el anuncio del Evangelio.
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Nuestra relación con el Señor desata en nosotros una sed intensa, suscita una pasión ilimitada, incita un apetito insaciable por aprender de otras experiencias y descubrir nuevos métodos, por buscar en sitios insospechados y caminos no habituales.

No pretendemos sacar "conejos de la "chistera", ni nos inventamos las cosas de la nada; no perfeccionamos nada ni tenemos la solución a todos los problemas de la Iglesia; no nos quedamos en el inmovilismo del "siempre se ha hecho así", ni perdemos las ganas de aprender, sino que buscamos, viajamos, aprendemos mientras cumplimos la voluntad de Dios; no creemos que nuestra parroquia, comunidad, movimiento o método evangelizador son la panacea ni la respuesta a todas las preguntas. 

Nuestra pasión y nuestra sed está provocadas por la acción del Espíritu Santo en atenta lectura de la Palabra de Dios y por el Magisterio...
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-por un pasaje de los Hechos sobre los viajes de San Pablo, sobre cómo eran las primeras comunidades y cómo actuaba el poder del Espíritu Santo... 

-por un un pasaje de los evangelios que hace arder nuestros corazones... 

-por una homilía de un sacerdote o una encíclica de un Papa que nos hace meditar...

-por un libro o una cita de un autor cristiano que nos hace pensar... 

-por el conocimiento de la vida de un santo...

-por un retiro, un congreso o una conferencia que nos mueve a la "acción".....

Acción en Oración

En cuarto lugar, la pasión evangelizadora nos produce una "santa insatisfacción" por re-descubrir el mensaje de Cristopor vivir la fe dentro de la Iglesia y sentirnos realmente parte de Ella y a una "divina impaciencia" por hacer la voluntad de Dios.  

Una santa insatisfacción por buscar y querer conocer más del amor de Dios porque "quienes prueban su Amor, siempre quieren más", y  que se aplaca a través de la comunicación con nuestro Padre, quien nos transforma el corazón.
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Los nuevos apóstoles del siglo XXI creemos, esperamos y amamos, ponemos la acción en oración. No somos activistas que quieran “atraer mucha gente”, ni tampoco somos resultadistas, ni pensamos que nuestra misión depende de nuestras aptitudes y esfuerzos. 

Obedientes a lo que Dios suscita en nuestras almas en oración, nos abandonamos ante el corazón de Dios, para verificar Su voz en nuestras vidas, buscando la dirección adecuada e intentando discernir los signos de los tiempos, según la Gracia suscitada por el Espíritu.

Humildes y asidos de la mano de Nuestra Madre, la Virgen María, tratamos de imitar su corazón puro y pronunciar sus mismas palabras: "He aquí el esclavo del Señor", con un "Hágase en mi Tu voluntad".

Celo por el servicio

En quinto lugar, buscamos no sólo ir a Misa con los de siempre, ni "refugiarnos" en nuestros "grupos estufa" donde dar rienda suelta a nuestra gula espiritual, ni juntarnos siempre con los que estamos cómodos y a gusto, sino estar más con los de afuera que con los de adentro. 

Anhelamos ser Iglesia en salida, imitando al Maestro en el servicio al prójimo, porque "el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por todos" (Mateo 20, 28; Marcos 10, 45).

Intentamos ser una Iglesia en servicio (κοινωνία/koinonia), que de la vida por los pobres, los alejados, los necesitados y los olvidados de nuestro tiempo.

Queremos construir una Iglesia que "primeree", que testimonie el amor de Dios hasta el último rincón de la tierra y de los corazones, y no tanto, que imponga normas o preceptos. Si hace falta incluso... con palabras.

Soñamos con ser una Iglesia que comparte con todos lo que hemos vivido, lo que hemos "aprendido y recibido, lo que habéis oído y visto" (Filipenses 4, 9-10).

Venderlo todo por un tesoro encontrado

Y en sexto lugar, lo vendemos todo para comprar el tesoro encontrado.

Venderlo todo es acabar con una auto-imagen religiosa de perfección y virtud, con rasgos pelagianos:"lo hacemos bien" o "somos buenos".
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Venderlo todo es entregar el propio tiempo, dejar de calcular lo que se tiene y lo que se hace, para empezar a dar con una medida generosa, que no busca nada a cambio.

Venderlo todo es perder lo propio y ganar para otros, con nuestros bienes, con nuestros dones, con nuestras obras y con nuestros actos.

Venderlo todo es trabajar al estilo del Reino, abandonando planes y esquemas propios, para cumplir la voluntad de Dios.


En realidad, es lo de siempre

Todos estos síntomas apostólicos han estado siempre presentes  en la Iglesia, sólo que hoy se llama Nueva Evangelización.. Les pasó a numerosos santos, conocidos o anónimos, que un día quisieron subirse a la ola del Espíritu Santo, que les suscitó la voluntad de Dios para su tiempo, dejando sus propias realidades y sus propios esquemas. 

Es lo de siempre pero no es igual

En cada época, el Espíritu Santo se manifiesta a su manera, cómo quiere y por donde quiere, para luchar contra las perezas adquiridascontra los hábitos rutinarios, contra las prácticas olvidadas, contra los nuevos escenarios adversos.

En cada momento, el Espíritu Santo ha provocado diferentes “olas” evangelizadoras: desde los apóstoles que edificaban iglesias con gentiles en los primeros tiempos, pasando por el desarrollo de los monasterios en la Edad Media, hasta nuestros días, en los que manifiesta la importancia de los laicos no sólo como “mantenedores de la fe” sino como "propagadores de la fe".

Sin embargo, no todos los cristianos desarrollan estos síntomas, que son especialmente refractarios con aquellos que se inmunizan al cambio y a la novedad, pensando que para estar bien hay que seguir como siempre, cuando la verdad es que para estar bien, hay que seguir cambiando como siempre... "haciéndolo todo nuevo".

¿Tengo yo algún síntoma de estos?

viernes, 14 de junio de 2019

PALABRAS DE CONOCIMIENTO

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"A cada cual se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. 
Así, el Espíritu a uno le concede hablar con sabiduría;
 a otro, por el mismo Espíritu, hablar con conocimiento profundo; 
el mismo Espíritu a uno le concede el don de la fe; 
a otro el poder de curar a los enfermos; 
a otro el don de hacer milagros; 
a otro el decir profecías; 
a otro el saber distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero; 
a otro hablar lenguas extrañas, 
y a otros saber interpretarlas. 
Todo esto lo lleva a cabo el único y mismo Espíritu, 
repartiendo a cada uno sus dones como quiere." 
(1 Corintios 12, 7-11)

Hace poco, recibí una gracia muy especial que, como siempre, Dios me envía siempre en forma de "guiños": "Yo mismo iré contigo personalmente y te daré descanso" (Éxodo 33, 14).

Providencialmente, nos invitaron a mi mujer y a mi a una Adoración Eucarística en la parroquia Santo Domingo de la Calzada, que celebran cada primer lunes de mes. La experiencia fue extraordinaria. Realmente, encontré descanso. Fue, de nuevo, otra manifestación del Espíritu Santo, que nunca cesa de inspirar y que nos hizo experimentar por primera vez el carisma de la palabra de conocimiento, descrito por el apóstol San Pablo en 1 Corintios 12, 7-11. 

Las palabras de Sabiduría y de Conocimiento son palabras inspiradas que instruyen y mueven a un cambio de vida, que el Espíritu Santo pone en el corazón de una persona, en forma de una idea insistente en la mente o de una imagen intensa y repetitiva, sobre alguna circunstancia de la vida de alguien, del pasado, del presente o del futuro:
  • Presente. Diálogo de Jesús con la samaritana casada con cinco maridos. (Juan 4, 16-19). 
  • Pasado. Diálogo de Jesús con Natanael, tras verle subido en una higuera. (Juan 1, 47-50). 
  • Futuro. Diálogo de Jesús con sus discípulos para encontrar el lugar donde celebrará la Institución de la Eucaristía y que después se convertiría en el lugar de reunión de los primeros cristianos, donde se derramó el Espíritu Santo el día de Pentecostés. (Marcos 14, 13-16). 
Las palabras de conocimiento no son intuiciones o presentimientos humanos. 

Son siempre un carisma del Espíritu Santo, que él hace en nosotros si nos dejamos, y que le da gloria sólo a Él. 

El Espíritu Santo concede en ocasiones este carisma a algunas personas, como un don suyo, que da a quien quiere, como quiere y cuando quiere, y no como un don que una persona posea por sí misma.

Las palabras de conocimiento son fragmentos de ponen a la luz la verdad que el Espíritu desea que se sepa sobre una persona o situación en particular

Las palabras de conocimiento se pueden recibir en cualquier momento pero, fundamentalmente, se reciben cuando se ora por otros, ya sea en la oración personal, o en la oración de intercesión en voz alta. 
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Las palabras de conocimiento son un instrumento maravilloso de caridad que ayudan a las personas con dificultades, a poner todas las circunstancias de su vida bajo el poder misericordioso de Dios, incluso aquellas que se han bloqueado, se han olvidado, o se han callado por vergüenza.

Las palabras de conocimiento son un don de la misericordia divina, pero que no anulan jamás nuestra libertad, sino que la potencian.

Las palabras de conocimiento son un signo deslumbrante, pero como todo carisma, conlleva siempre un riesgo y una humillación:

Riesgo a equivocarse, a quedar mal, o a ir de iluminado, y que te tilden como tal o peor, como loco. 

- Humillación porque nunca jamás lleva a la glorificación de la persona que lo recibe y conlleva siempre una cruz proporcional.

Para recibir una palabra de conocimiento es necesario hacer un acto de fe, saberse instrumento de Dios y estar dispuesto a, incluso, quedar mal por amor a Dios.

Para recibir este carisma sólo es necesario abrir el corazón a la gracia del Espíritu y estar dispuesto a decir lo que el Señor ponga en el corazón a la persona a la que vaya destinada la palabra. 

Si no estamos dispuestos a morir a nosotros mismos, el Señor no nos dará sus carismas, porque sabe que no los ejerceremos.