¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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lunes, 15 de febrero de 2021

ARREBATADOS EN ESPÍRITU

"¡Alegraos conmigo!"
(Lucas 15, 5 y 9)

Este fin de semana hemos contemplado el cielo en la tierra. "Arrebatados en Espíritu en el día del Señor", hemos sido transportados, como San Juan, a la liturgia celeste: la cohorte celeste en pleno se congregó alrededor del Trono para participar en una gran fiesta.

"Sonó una voz potente como de trompeta...era un Hijo de Hombre, en medio de los siete candelabros de oro, con cabellos blancos como la nieve y sus ojos como llama de fuego, que decía: No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente... escribe lo que estás viendo" (Apocalipsis 1,12-19).
Era el Resucitado, nuestro Señor Jesucristo, que nos hablaba a todos con autoridad y recibía en su casa con los brazos abiertos un grupo de cristianos, jóvenes y adultos, que se comprometían con Él, fundiéndose en un prolongado abrazo de amor (como en la parábola del hijo pródigo de Lucas 15,11-32).
El Señor, mirándoles a la cara uno a uno y hablándoles directamente al corazón, les dijo: "Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios" (Ezequiel 36,24-28).

La esplendorosa visión del cielo, difícil de describir si no se vive, hizo realidad el Evangelio de Lucas 4,16-22: "Jesús ... se puso en pie para hacer la lectura y dijo: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor'. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirlos: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". 

Y así, el Espíritu de Dios se cernió sobre todos nosotros, convirtiéndonos en alter christus ipse christus. Un nuevo Pentecostés que derramó sobre nuestras cabezas como llamaradas, sus siete dones. Una lluvia de gracias que roció nuestros corazones en un nuevo amanecer. Una unción de lo alto que llenó nuestras almas de gozo inefable.
Yo, desde el altar, invitado circunstancial y privilegiado, sentí una profunda alegría al ver el firme compromiso de estos "hombres nuevos en el Espíritu" que, delante del Cordero, renovaban de forma libre y consciente las promesas realizadas en el bautismo y le decían al Padre: "Abba" (Romanos 8,14-17). Fue un "sí" profundo y sincero...un confiado "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad" (Salmo 40,8-9).

Entonces Cristo nos dijo a todos: "¡Alegraos conmigo!" y todos los coros angélicos, a una sola voz, dijeron: "Bendito el que viene en el nombre del Señor... Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Salmo 118, 26-29).

El obispo D. Juan Antonio Martínez Camino que celebraba el sacramento en representación del "Único Sacerdote" nos habló de los tres olivos representados en las cristaleras de la parroquia.
                              
Los Tres Olivos, símbolos de los árboles del paraíso: a la izquierda, el árbol del conocimiento del bien y del mal, y a la derecha, el árbol de la vida; y en medio, el del Gólgota, el árbol de la Cruz, por el cual nuestro Señor cargó con nuestros pecados para conducirnos a la vida. Y encima de ellos, el Espíritu Santo.

Fue un maravilloso encuentro donde saboreamos la gloria divina y donde reforzamos nuestros lazos de amistad, de fraternidad, de comunión profunda entre nosotros y con Dios. 

El Señor nos vistió con la mejor túnica, nos puso un anillo en la mano y sandalias en los pies, sacrificó el toro cebado y celebró un gran banquete, con el que el Padre Dios selló su alianza eterna con nosotros y restableció nuestra dignidad como hijos suyos.

Esta vez no había ningún "hermano mayor". No hubo reproches ni envidias. Sensibles a su Palabra, dóciles a su Espíritu y vestidos de gala como "hombres nuevos", todos nos unimos alegres a la boda del Cordero con su Esposa, al don del amor gratuito que Dios otorga a su Iglesia, porque todos estábamos muertos y hemos resucitado.


JHR

martes, 9 de junio de 2020

EQUIPOS DE PROTECCIÓN ESPIRITUAL

"El principal reto de la evangelización de la Iglesia 
es luchar contra la 'apostasía silenciosa' 
y proporcionar a las personas la oportunidad 
de experiencias íntimas de encuentro con Dios."
(Cardenal Robert Sarah)

Antes del Covid, es indudable el hecho de que en todos los ámbitos de nuestra sociedad actual ya existía una pandemia espiritual. El hombre hace mucho que ha decidido que no necesita a Dios y vive de espaldas a Él. Se ha contagiado de un virus apóstata y mortal.

Pero es más preocupante observar cómo este virus ha penetrado con saña dentro de nuestras comunidades parroquiales y las ha devastado, llenándolas de enfermos y víctimas espirituales. 

Bastaría con realizar unos simples tests espirituales masivos en cada comunidad parroquial para encontrar una realidad evidente, un resultado preocupante: "positivo" en apostasía y relativismo. 

Quizás algunos traten de negar la existencia de este virus o de minimizar sus efectos y consecuencias. O quizás quieran falseen las cifras de contagiados o de muertos (espirituales). O quizás nos quieran contar un "relato" que nada tiene que ver con la realidad. Pero, a pesar de todo eso, el resultado no cambiará. El hecho es que nuestras "residencias espirituales" se encuentran llenas de enfermos infectados que transmiten y contagian el virus a todos los que allí conviven. 

Este fatal resultado "positivo" en muchos entornos católicos nos demuestra que nos hallamos ante un perverso germen, sutil e invisible, que va agrediendo, erosionando y destruyendo poco a poco, los pulmones espirituales de la Iglesia. 

Se trata de una lenta, constante y silenciosa apostasía que penetra en la Iglesia imperceptiblemente, sin darnos cuenta, sin saber de dónde o de quién viene el contagio. Sus claros síntomas son "doctrinas" novedosas o interpretaciones "actualizadas" sobre la fe católica, con la única intención de "amoldar" a los cristianos al mundo. 

Nos encontramos ante una ideología disfrazada de "nueva visión" de los principios cristianos y de la doctrina de la Iglesia, difundida de una manera constante por el "Imperio" y sus medios de comunicación propagandista (la Bestia), y que aboga por un hombre sin Dios, un subjetivismo exacerbado y un relativismo agudizado cuyo objetivo inicial es "negociar" la fe, para después, acabar con ella. 

Medidas de protección espiritual

Para contrarrestar este virus apóstata, los cristianos debemos adoptar una serie de medidas de protección espiritual. Y para ello, se me ha ocurrido hacer una analogía con elementos de plena actualidad:

En primer lugar, es urgente desenmascarar este mal, informando a la población católica de una forma clara, rotunda y veraz, del riesgo letal de esta pandemia, que puede conducir a la muerte espiritual, a la destrucción del alma. A la vez,  debemos formarnos en la sana doctrina de la Iglesia, como primer paso en el crecimiento en la fe. 

En segundo lugar, es imprescindible hacer comprender la necesidad de un "confinamiento interior del alma" basado en una intensificación de la oración y el sacrificio, y en un aumento de la lectura y meditación de la Palabra de Dios, para el fortalecimiento y la perseverancia de nuestra vida interior.

En tercer lugar, es preciso dotar a los cristianos de protección espiritual con "equipos de protección individual" (EPI), contra el virus de la falsedad y así, poder ejercer su servicio a Dios y a los demás, sin necesidad de buscar aplausos ni menciones heroicas. 

Hablamos de los sacramentos. Estos EPI espirituales deben estar "homologados" por la Iglesia Católica para garantizar la máxima protección espiritual, de tal forma, que para cada alma es necesario escoger la talla, diseño o tamaño que mejor se adecue a su estado espiritual o a su situación de riesgo de contagio. 
Su reparto comienza por los sacerdotes y el personal pastoral, quienes están en primera línea de batalla y para quienes este agente mortal es una amenaza real, que puede llegar a cercenar toda posibilidad de lucha contra éste; y continúa por el resto de la población de fieles para evitar su posible contaminación o rebrotes infecciosos.

Los EPI espirituales deben administrarse de una manera correcta, según las indicaciones del Fabricante, es decir, según la enseñanza de Cristo, y atendiendo a las distintas características o especificaciones de la Iglesia para cada uno de ellos, con el objeto de evitar posibles vías de entrada del peligroso agente anti-cristiano.

Los EPI espirituales tienen su mayor ventaja en el hecho de que no son desechables y pueden reutilizarse una y otra vez, siempre que sean necesarios y ante cualquier situación de riesgo potencial.

Para conocer cada rasgo específico de cada uno de los distintos EPI, es necesario realizar una breve descripción de los mismos y de su indicación adecuada a un entorno espiritual potencialmente expuesto a la infección. 

La evaluación del riesgo de exposición permitirá precisar la necesidad del tipo de protección más adecuado en cada caso o, preferiblemente, el uso conjunto de todos ellos. 

Mascarillas litúrgicas

Recomendable para todo el personal en general: Con el fin de evitar contagios, los casos confirmados con sintomatología respiratoria y aquellos en investigación, deberán llevar, preferentemente, mascarillas litúrgicas semanales, al menos, todos los domingos. Se trata de una primera medida necesaria de protección. Presentan un 78% de eficacia de filtración mínima y un 22% de fuga hacia el exterior. 
Recomendable para el personal especializado: La protección respiratoria es especialmente indispensable para el personal sanitario especializado (sacerdotes, diáconos, consagrados) y/o para el personal auxiliar (voluntarios, formadores, catequistas, fieles comprometidos, etc.), que puedan estar en contacto a menos de 2 metros de casos en investigación o confirmados, es de una mascarilla litúrgica diaria. Presentan entre un 92 y un 98% de eficacia de filtración mínima, y entre un 8 y un 2% de fuga hacia el exterior. 

Ropa de protección cristiana

La ropa de protección espiritual es el revestimiento de Cristo y está compuesta por la "bata" del bautismo, las "vestiduras blancas" de la comunión eucarística y las "botas" de la confirmación.
Todos ellos tienen un alto grado de resistencia a la penetración de microorganismos pecaminosos, una espesa capa de impermeabilización contra la salpicadura de fluidos malignos y secreciones ateas, a la vez que proporcionan una gran libertad de movimiento gracias a la "Verdad".

Guantes del Espíritu

Los guantes del Espíritu, también llamados dones, son siete: sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, piedad, fortaleza, temor de Dios, a los que se añaden otros tres de apoyo: humildad, servicio y pureza de intención. 
Recomendables para todos y especialmente indicados para los sacerdotes encargados de: 

-actividades de atención y servicio al paciente: dirección espiritual, formación, etc. 

-tareas de laboratorios: grupos y actividades pastorales, catequesis, evangelización, etc. 

-trabajos de limpieza y desinfección, tanto de superficies generales como de espacios concretos, utilizados en la confesión o la unción de enfermos. 

Gafas conyugales/Pantallas de castidad 

Los cristianos casados deben usar la protección ocular del sacramento del matrimonio, compuesto de gafas integrales de amor, mientras que los no casados o separados disponen de pantallas de castidad, cuando haya riesgo de contaminación ocular y/o carnal por salpicaduras o gotas de impureza. 
Se recomienda no tocarse los ojos de la fe con las manos de la injusticia y realizar una higiene intensiva, antes y después de cada uso o acto de caridad, mediante el lavado con agua y jabón, o mediante gel hidro-alcohólico. 

Agua y jabón penitencial/Gel de unción

La exposición constante a la contaminación del pecado de la ropa, los guantes, las gafas o las pantallas requiere, imprescindiblemente, su limpieza y desinfección, mediante el lavado con agua y jabón o gracia santificante mediante el sacramento de la Reconciliación o Penitencia, al menos, una vez al mes, sin menoscabo de hacerlo más regularmente, por ejemplo, semanalmente. 
                              
En caso de estancia en la UCI y con respiración asistida, se recomienda, además, el uso del gel hidro alcohólico o sacramento de unción de enfermos

Cuando sea necesario, puede hacerse un uso conjunto de más de un equipo de protección individual, dado que está asegurada la total compatibilidad entre ellos, y probada su idoneidad conjunta y simultánea. 

Los EPI deben colocarse antes de iniciar cualquier actividad susceptible de causar contaminación, para así, garantizar la protección adecuada en función de la forma y nivel de exposición y que ésta se mantenga durante la realización de toda actividad espiritual. 

Esto debe tenerse en cuenta cuando se colocan los distintos EPI, de tal manera que no interfieran y/o alteren las funciones de protección específicas de cada equipo. En este sentido, deben respetarse siempre y sin excepción las instrucciones del Fabricante. 

Se debe evitar que los EPI sean una fuente de contaminación ulterior, por ejemplo, exponiéndolos, sin vigilancia o con desidia, a superficies infectadas o entornos contagiosos.

Protejámonos contra el virus del pecado y viviremos eternamente.

viernes, 14 de junio de 2019

PALABRAS DE CONOCIMIENTO

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"A cada cual se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. 
Así, el Espíritu a uno le concede hablar con sabiduría;
 a otro, por el mismo Espíritu, hablar con conocimiento profundo; 
el mismo Espíritu a uno le concede el don de la fe; 
a otro el poder de curar a los enfermos; 
a otro el don de hacer milagros; 
a otro el decir profecías; 
a otro el saber distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero; 
a otro hablar lenguas extrañas, 
y a otros saber interpretarlas. 
Todo esto lo lleva a cabo el único y mismo Espíritu, 
repartiendo a cada uno sus dones como quiere." 
(1 Corintios 12, 7-11)

Hace poco, recibí una gracia muy especial que, como siempre, Dios me envía siempre en forma de "guiños": "Yo mismo iré contigo personalmente y te daré descanso" (Éxodo 33, 14).

Providencialmente, nos invitaron a mi mujer y a mi a una Adoración Eucarística en la parroquia Santo Domingo de la Calzada, que celebran cada primer lunes de mes. La experiencia fue extraordinaria. Realmente, encontré descanso. Fue, de nuevo, otra manifestación del Espíritu Santo, que nunca cesa de inspirar y que nos hizo experimentar por primera vez el carisma de la palabra de conocimiento, descrito por el apóstol San Pablo en 1 Corintios 12, 7-11. 

Las palabras de Sabiduría y de Conocimiento son palabras inspiradas que instruyen y mueven a un cambio de vida, que el Espíritu Santo pone en el corazón de una persona, en forma de una idea insistente en la mente o de una imagen intensa y repetitiva, sobre alguna circunstancia de la vida de alguien, del pasado, del presente o del futuro:
  • Presente. Diálogo de Jesús con la samaritana casada con cinco maridos. (Juan 4, 16-19). 
  • Pasado. Diálogo de Jesús con Natanael, tras verle subido en una higuera. (Juan 1, 47-50). 
  • Futuro. Diálogo de Jesús con sus discípulos para encontrar el lugar donde celebrará la Institución de la Eucaristía y que después se convertiría en el lugar de reunión de los primeros cristianos, donde se derramó el Espíritu Santo el día de Pentecostés. (Marcos 14, 13-16). 
Las palabras de conocimiento no son intuiciones o presentimientos humanos. 

Son siempre un carisma del Espíritu Santo, que él hace en nosotros si nos dejamos, y que le da gloria sólo a Él. 

El Espíritu Santo concede en ocasiones este carisma a algunas personas, como un don suyo, que da a quien quiere, como quiere y cuando quiere, y no como un don que una persona posea por sí misma.

Las palabras de conocimiento son fragmentos de ponen a la luz la verdad que el Espíritu desea que se sepa sobre una persona o situación en particular

Las palabras de conocimiento se pueden recibir en cualquier momento pero, fundamentalmente, se reciben cuando se ora por otros, ya sea en la oración personal, o en la oración de intercesión en voz alta. 
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Las palabras de conocimiento son un instrumento maravilloso de caridad que ayudan a las personas con dificultades, a poner todas las circunstancias de su vida bajo el poder misericordioso de Dios, incluso aquellas que se han bloqueado, se han olvidado, o se han callado por vergüenza.

Las palabras de conocimiento son un don de la misericordia divina, pero que no anulan jamás nuestra libertad, sino que la potencian.

Las palabras de conocimiento son un signo deslumbrante, pero como todo carisma, conlleva siempre un riesgo y una humillación:

Riesgo a equivocarse, a quedar mal, o a ir de iluminado, y que te tilden como tal o peor, como loco. 

- Humillación porque nunca jamás lleva a la glorificación de la persona que lo recibe y conlleva siempre una cruz proporcional.

Para recibir una palabra de conocimiento es necesario hacer un acto de fe, saberse instrumento de Dios y estar dispuesto a, incluso, quedar mal por amor a Dios.

Para recibir este carisma sólo es necesario abrir el corazón a la gracia del Espíritu y estar dispuesto a decir lo que el Señor ponga en el corazón a la persona a la que vaya destinada la palabra. 

Si no estamos dispuestos a morir a nosotros mismos, el Señor no nos dará sus carismas, porque sabe que no los ejerceremos. 

jueves, 14 de diciembre de 2017

DONES, FRUTOS Y VIRTUDES DEL ESPÍRITU

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¿Qué es un don del Espíritu? ¿Qué es una virtud? ¿Cuáles son las diferencias entre dones y virtudes? ¿Qué son los futros? ¿Identifico los frutos del Espíritu en mí y en otros?

Hoy hablaremos sobre la acción del Espíritu Santo en nosotros a través de los dones y las virtudes, que se exteriorizan en los frutos.

Dones

Los Dones del Espíritu Santo son medios imperecederos proporcionados por Dios por los que obtenemos las gracias, talentos y carismas necesarios para sobrellevar la vida terrena y alcanzar la santidad.
Son cualidades que se imparten al alma, la hacen sensible a los movimientos de la gracia y le facilitan la práctica de la virtud.

Nos hacen escuchar la silenciosa voz de Dios en nuestro interior y así, ser dóciles a los delicados toques de su mano.

Podríamos decir que los dones del Espíritu Santo son el "aceite" del alma, mientras la gracia es la "gasolina".

Los dones del Espíritu Santo son siete:
  • Sabiduría. Nos proporciona un conocimiento amoroso de Dios, de las personas y de las cosas creadas por la referencia que hacen a Él. Este don está íntimamente unido a la virtud de la caridad y nos dispone a tener "una cierta experiencia de la dulzura de Dios".
  • EntendimientoNos proporciona un conocimiento más profundo de los misterios de la fe al vivir en gracia de Dios y que nos hace crecer en santidad. Este don está íntimamente unido a  la virtud de la fe y nos dispone a tener un mayor conocimiento de  la voluntad de Dios.
  • Ciencia. Nos proporciona una comprensión de lo que son las cosas creadas como señales que llevan a DiosEste don está también íntimamente unido a la virtud de la fe y nos enseña a juzgar rectamente todas las cosas creadas para ver en ellas la huella de Dios, percibir la sabiduría infinita, la naturaleza y la bondad de Dios. 
  • Consejo. Nos proporciona experiencia y madurez para discernir con los ojos de DiosEste don está íntimamente unido a la virtud de la prudencia y nos ayuda a elegir los medios que debemos emplear en cada situación y a mantener una recta conciencia. 
  • Piedad. Nos proporciona la voluntad de fomentar un amor filial hacia Dios y un especial sentimiento de fraternidad para con los hombres por ser hermanos e hijos del mismo Padre. Este don está también íntimamente unido a la virtud de la fe y nos ayuda a tratar a Dios con confianza, la de un hijo hacia su padre.
  • Fortaleza. Nos proporciona la fuerza necesaria para vencer los obstáculos y poner en práctica las virtudes. Este don está íntimamente unido a la virtud de la fortaleza y nos ayuda a resistir y aguantar cualquier clase de peligros y ataques, así como al cumplimiento del deber a pesar de todos los obstáculos y dificultades que encuentre. 
  • Temor de Dios. Nos proporciona un amparo de Dios y un deseo de no ofenderle,y es consecuencia del don de sabiduría y su manifestación externa. No es miedo en sí mismo, sino la voluntad de no dañar ni desobedecer a Dios en ningún sentido con nuestra conducta.
Estos siete Dones del Espíritu son permanentes, nos ayudan a ser más dóciles a la voluntad de Dios y a conseguir la perfección de las Virtudes.

Virtudes

Santo Tomás de Aquino decía que "La gracia perfecciona la naturaleza", lo que significa que, cuando Dios nos da su gracia, no arrasa antes nuestra naturaleza humana para poner la gracia en su lugar. 
Dios añade su gracia a lo que ya somos, a las virtudes naturales, que nos regala al nacer y a las sobrenaturales, que nos concede durante nuestra vida. Todas ellas, encaminadas a ponérnoslo fácil para ser santos.

Las virtudes del Espíritu son hábitos adquiridos o cualidades permanentes del alma que dan inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien y evitar el mal. Crecemos en virtud en la medida en que crecemos en gracia.

Pueden ser sobrenaturales, cualidades infundidas y aumentadas directamente por Dios y naturales, hábitos adquiridos y aumentados por la práctica perseverante, por nuestro propio esfuerzo y disciplina.
  • Teologales
Virtudes sobrenaturales, que junto con la gracia santificante, son infundidas directamente por Dios en nuestra alma, cuando recibimos el sacramento del Bautismo. 

Son tres:

-Fe. En Dios creemos. El apóstol Pablo dice que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11,1). Según el catecismo "la fe es un acto personal, una respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela". 

Es la virtud sobrenatural infundida por Dios en el entendimiento, por la cual asentimos firmemente a las verdades divinas reveladas por la autoridad o testimonio del mismo Dios que revela. 

Es un principio de acción y de poder que Dios nos concede y que hay que pedírsela, que se caracteriza porque no es pasiva, sino que conduce a una vida activa alineada con el mensaje y el ejemplo de vida de Jesús. 

La fe se pierde por un pecado grave contra ella, cuando rehusamos creer lo que Dios ha revelado.

-Esperanza. En Dios esperamos. Es la virtud sobrenatural con la que deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le sirven, y los medios necesarios para alcanzarla

En otras palabras, nadie pierde el cielo si no es por su culpa, por un pecado directo contra ella, por la desesperación de no confiar más en la bondad y misericordia divinas. Si perdemos la fe, la esperanza se pierde también, pues es evidente que no se puede confiar en Dios si no creemos en El.

-Caridad. A Dios amamos. Es la virtud por la que amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios

Se le llama la reina de las virtudes, porque las demás, tanto teologales como morales, nos conducen a Dios, pero es la caridad la que nos une a El. Donde hay caridad están también las otras virtudes. 

La caridad es la capacidad de amar a Dios con amor sobrenatural y se pierde sólo cuando deliberadamente nos separamos de Él por el pecado mortal, igual que la Gracia Santificante.
  •  Cardinales
Infundidas también por Dios en el alma por el Bautismo, se llaman así porque de ellas dependen las demás virtudes morales. Estas virtudes no miran directamente a Dios, sino a las personas y cosas en relación con Dios. 

Son aquellas que nos disponen a llevar una vida moral o buena, ayudándonos a tratar a personas y cosas con rectitud, es decir, de acuerdo con la voluntad de Dios. 
Son cuatro: 

-Prudencia. Es la facultad que perfecciona nuestra inteligencia para juzgar con rectitud, sin precipitación y sin premeditación. El conocimiento y la experiencia personales facilitan el ejercicio de esta virtud. 

-JusticiaEs la facultad que perfecciona nuestra voluntad para salvaguardar los derechos de nuestros semejantes a la vida y la libertad, a la santidad del hogar, al buen nombre y el honor, a sus posesiones materiales. 

-Fortaleza. Es la facultad que perfecciona nuestra conducta para obrar el bien a pesar de las dificultades. La perfección de la fortaleza se muestra claramente en los mártires, que prefieren morir a pecar. La fortaleza no podrá actuar si somos conformistas, si tenemos miedo a ser señalados, criticados, menospreciados, ridiculizados e incluso perseguidos.

-TemplanzaEs la facultad que perfecciona nuestro instinto para dominar nuestros deseos, y, en especial, para usar correctamente las cosas que dan placer a nuestros sentidos. La templanza no elimina los deseos, sino que los regula y modera, especialmente el uso de los alimentos y bebidas, y el placer sexual en el matrimonio.  
  • Morales
Las virtudes morales naturales son hábitos adquiridos por nosotros. Existen muchas:

-Piedad filial y Patriotismo. Nos dispone a honrar, amar y respetar a nuestros padres y nuestra patria. 

-Obediencia. Nos dispone a cumplir la voluntad de nuestros superiores como manifestación de la voluntad de Dios. 

Están la Veracidad, Liberalidad, Paciencia, Humildad, Castidad, y muchas más; pero, en principio, si somos prudentes, justos, recios y templados aquellas virtudes nos acompañarán necesariamente, como los hijos acompañan a los padres.

Frutos

Las virtudes se evidencian a través de los Frutos del Espíritu y Pablo las enumera en su carta a los Gálatas 5,22-23: "amor, alegría, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia". Son las "pinceladas anchas", los "trazos gruesos" que perfilan el retrato del cristiano auténtico.

Son doce, de los cuales, los cinco primeros están relacionados fundamentalmente con Dios:
  • Caridad/Amor. El amor es la primera manifestación de la unión del cristiano con Jesucristo, es el fundamento y raíz de todos los demásEl Espíritu Santo, Amor Infinito, comunica al alma su llama, haciéndola amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda la mente y al prójimo, por amor a Dios. La caridad nos hace generosos. Vemos a Cristo en nuestro prójimo, e invariablemente lo tratamos con consideración, siempre dispuestos a ayudarle, aunque sea a costa de inconveniencias y molestias. Donde falta este amor no puede encontrarse ninguna acción sobrenatural, ningún mérito para la vida eterna, ninguna verdadera y completa felicidad.
  • Gozo/Alegría. Al fruto principal del Espíritu Santo, el amor, "sigue necesariamente el gozo, pues el que ama se goza en la unión con el amado". La Alegría, que emana espontáneamente de la Caridad o Amor, da al alma un gozo profundo, producto de la satisfacción que se tiene de la victoria lograda sobre sí mismo, y del haber hecho el bienEs una alegría desbordada y optimista, que no se apaga en las tribulaciones, sino que crece por medio de ellas y por la cual irradiamos un resplandor interior que se aprecia en el exterior.
  • Paz. El amor y la alegría dejan en el alma la paz, "la tranquilidad en el orden", como la define San Agustín, y nos da serenidad, tranquilidad y ecuanimidad. El Gozo verdadero lleva en sí la paz que es su perfección, porque supone y garantiza el tranquilo goce del objeto amado que, por excelencia, no puede ser otro sino Dios, y de ahí, la paz es la tranquila seguridad de poseerlo y estar en su gracia. Esta es la paz del Señor, que supera todo sentido, como dice San Pablo (Filipenses 4,7) pues es una alegría que supera todo goce fundado en la carne o en las cosas materiales, y para obtenerla debemos inmolar todo a Dios. 
  • Paciencia. La Iglesia Católica nos enseña que la plenitud de amor, gozo y paz solo se alcanzará en el cielo. Mientras tanto, nuestra vida es una permanente lucha contra enemigos, visibles e invisibles, y contra las fuerzas del mundo y del infierno. Por eso, el Espíritu Santo nos infunde la paciencia para sobrellevar esta lucha con buen ánimo, sin rencor ni resentimiento, haciéndonos superar los obstáculos y las turbaciones que produce en nosotros, y para encontrarnos en armonía con las criaturas con que tratamos. 
  • Longanimidad. Parecida a la paciencia, es una disposición estable que confiere al alma una amplitud de visión y de generosidad por las cuales somos capaces de esperar el tiempo que Dios quiera antes de alcanzar las metas deseadas, cuando vemos que se retrasa el cumplimiento de sus designios. Sabe tener bondad y paciencia con el prójimo, sin cansarse por su resistencia y su oposición. No se subleva ante el infortunio y el fracaso, ante la enfermedad y el dolor. Desconoce la auto compasión: alzará los ojos al cielo llenos de lágrimas, pero nunca de rebelión. Longanimidad es coraje y  ánimo en las dificultades que se oponen al bien, es un ánimo sobrenaturalmente grande para concebir y ejecutar las obras de la verdad.
Los siguientes frutos están relacionados con el prójimo:
  • Bondad. Es la disposición de beneficiar al prójimo, de hacer el bien a los demás. Es una disposición a  defender siempre con firmeza la verdad y justicia. No busca el beneficio ni la comodidad propias. No juzga, ni critica ni condena a los demás;. Jamás compromete sus convicciones ni contemporiza con el mal. La bondad, efecto de la unión del alma con Dios, bondad infinita, infunde el espíritu cristiano sobre el prójimo, haciendo el bien y sanando a imitación de Jesucristo. 
  • Benignidad. Es una disposición estable al deseo del bien de los demás y procurarlo. Es una disposición constante a la indulgencia, amabilidad y a la afabilidad en el hablar, en el responder y en el actuarNos dispone a tener una consideración especial por los niños y ancianos, por los afligidos y atribulados. Se puede ser bueno sin ser benigno teniendo un trato rudo y áspero con los demás; la benignidad vuelve sociable y dulce en las palabras y en el trato, a pesar de la rudeza y aspereza de los demás. Es una gran señal de la santidad de un alma y de la acción en ella del Espíritu Santo. 
  • Mansedumbre. Relacionada con las dos anteriores, la mansedumbre es la perfección de ambas. La mansedumbre se opone a la ira, que quiere imponerse a los demás y se opone al rencor que quiere vengarse por las ofensas recibidas. Hace al cristiano delicado y lleno de recursos. Le dispone a entregarse totalmente a cualquier tarea que le venga, pero sin agresividad ni ambición. Nunca trata de dominar a los demás. Sabe razonar sin ira, con persuasión y dulzura en las palabras, y jamás llega a la disputa.
  • Fidelidad. Es la disposición a mantener la palabra dada, ser puntuales en los horarios y cumplidor en los compromisos, que glorifica a Dios, que es verdad. Quién promete sin cumplir, quien fija hora y llega tarde, quien es cortés delante de una persona y luego la desprecia a sus espaldas, falta a la verdad y a la fidelidad.
Los tres restantes frutos están relacionadas con la virtud de la Templanza:
  • Modestia. Es la disposición a la justicia y el equilibrio ante cualquier situación, que conociendo sus propios talentos, ni los empequeñece ni los aumenta, ya que no son resultado de sus trabajos sino que es un don de Dios. La modestia es atrayente porque exterioriza sin quererlo una sencillez, orden y calma interiores. La modestia "pone el modo", es decir, regula la manera apropiada y conveniente en cualquier situación: en el vestir, en el hablar, en el caminar, en el reír, en el jugar. reflejando pureza del alma, excluyendo todo lo áspero, vulgar, indecoroso y mal educado.
  • Continencia. Es la disposición del alma que mantiene el orden en el interior del hombre y evita lo que pueda empañar su pureza exterior e interiorContiene en los justos límites la concupiscencia, no sólo los placeres sensuales, sino también los placeres concernientes al comer, al beber, al dormir, al divertirse y en los otros placeres del mundo.  
  • Castidad. Es la disposición hacia la victoria sobre la carne y que hace del cristiano templo vivo del Espíritu Santo. El alma casta, ya sea virgen o casada (porque también existe la castidad conyugal, en el perfecto orden y empleo del matrimonio) gobierna su cuerpo, en gran paz y en inefable alegría de la íntima amistad de Dios.

martes, 18 de julio de 2017

¿LE DAMOS ESPACIO AL ESPÍRITU SANTO?


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“Bendeciré a Yahve que me aconseja; 
aún de noche me instruye. 
Tengo siempre presente al Señor, 
con él a mi derecha no vacilaré”. 
(Salmo 16)


¿Dejamos a Dios que nos aconseje? ¿Estamos creando espacio para el Espíritu Santo?

El  don del consejo es con el que el Espíritu Santo nos capacita para tomar decisiones concretas y el que nos ayuda a madurar espiritualmente, tanto individualmente como en comunidad y a no caer presa del egoísmo ni de nuestra forma de ver las cosas. 

La condición esencial para recibir este don es la oración: ”Señor, ayúdame, aconséjame: ¿Qué tengo que hacer ahora?" Con la oración hacemos espacio para que el Espíritu venga y nos aconseje que debemos hacer en cada momento. 
En la intimidad con Dios y escuchándole, dejamos de lado nuestra lógica personal, nuestro sentir terrenal… y en nosotros madura una sintonía profunda con el Señor que nos lleva a cerciorarnos de cuál es su voluntad. Es el Espíritu el que nos aconseja, pero tenemos que dejarle espacio para que lo haga. Dar espacio y rezar para que nos guíe siempre.

Pero el Señor también nos habla a través de la voz y el testimonio de mis hermanos… que nos ayudan a arrojar luz en nuestras vidas y a reconocer Su voluntad.


Cuando se trata de actividades parroquiales, el problema surje cuando la planificación de éstas no deja espacio para lo que el Espíritu Santo quiere hacer. Por supuesto, Dios puede [y trabaja] a través de una planificación dirigida por Él, bien ideada y bien preparada pero entonces, ¿cómo planificar y crear espacio para que el Espíritu Santo pueda operar?
Lo importante, como todo en la fe, es desapegarnos de nuestros egos, de nuestras brillantes ideas, de nuestros grandes talentos, de nuestros deseos de éxito. No buscando la fama ni el halago humano. Lo que buscamos es la gloria de Dios y por eso, queremos Espíritu Santo. Necesitamos Espíritu Santo.

Creo que es un error llamar demasiado la atención sobre nosotros mismos. Algunas de nuestras parroquias se han convertido en clubes de fans cristianos, mientras el Espíritu observa desde lejos.

San Agustín dijo: "Trabaja como si todo dependiera de ti y ora como si todo dependiera de Dios". Debemos orar y planear como si todo dependiera de Dios porque para que suceda algo sobrenatural, necesitamos el Espíritu Santo. Así que nuestra planificación debe ser la oración, un plan donde el Espíritu Santo esté en el centro. Él es quien puede hacer la diferencia. 

Hay cuatro formas sencillas para dar espacio a Dios en nuestras vida de fe:

1. Oración - Lo primero, como ya he dicho, es orar para conocer la voluntad de Dios. Algunos cristianos van tan deprisa que no tienen tiempo de orar y otros parecen permanecer constantemente en tierra de nadie. Tan solo necesitamos ponernos en Su presencia delante del Santísimo y escuchar. Ser pacientes, en silencio orante, lo que nos permite dejarnos llevar por las inspiraciones del Espíritu Santo.
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2. Biblia - El Espíritu Santo habla a través de la oración pero también a través de la Palabra de Dios. Su Palabra es creadora. Muchos de nosotros buscamos denodadamente escuchar la voz de Dios en lugares extraños. En nuestro servicio a Dios, debemos tener presente las enseñanzas del Evangelio. Cuanto más cerca estemos de la Palabra de Dios, más cerca estaremos del Espíritu Santo.

3. Tradición de la Iglesia - Dios habla también a través de su Iglesia, del Papa, de los santos, de los obispos...Desde el punto de vista teológico, la Tradición nos enseña unos elementos inmutables, que nunca cambian y siempre permanecen idénticos: el dogma y la moral. y otros que si pueden cambiar o son modificables: la liturgia, disciplina, y la acción pastoral del magisterio.

4. Compromiso - Muchas parroquias planifican los servicios donde los sacerdotes son los ejecutantes, y la asamblea es la audiencia. Parece más un concurso  "tú si que vales" que una comunidad parroquial. Pero para que la gente experimente la acción del Espíritu Santo, necesitan participar orando, sirviendo, cantando, adorando, hablando, comprometiéndose... Pasemos de una planificación estricta a una espontánea, demos a la comunidad alguna responsabilidad, desafiándola a participar.