“Anunciamos Tu Muerte,
Proclamamos Tu Resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!”
Evangelizar en mucho más que compartir tiempo y experiencias con personas en torno a una cena. Es mucho más que defender a la Iglesia y al cristianismo. Es mucho más que tratar de convertir a no creyentes…
Tampoco es hablar de una doctrina que hay que aprender de memoria o del contenido de una sabiduría para meditar.
Del griego koiné εὐαγγέλιον (euangelos, εὔ = "bueno, buena", ἀγγέλλω = noticia, mensaje) se utiliza para resumir la expresión “anunciar una buena noticia”: alguien “evangelizado” es alguien que ha sido “puesto al corriente”.
La Evangelización comenzó con Jesús mismo, y al igual que Él fue enviado por el Padre, Él envía a sus discípulos y a toda la Iglesia, comprometiéndonos en esa misión: la edificación del Reino de Dios.
Es el anuncio de la resurrección de Cristo, es proclamar el amor de Dios por nosotros y llevar a las personas a un encuentro personal con Cristo.
Evangelizar es, ante todo, dar testimonio de una transformación en el interior mismo del ser humano: por la resurrección de Cristo nuestra propia resurrección ya ha comenzado.
Jesús ha vuelto a dar valor y dignidad a cada uno y somos aceptados plenamente asumidos por él tal como somos, como hijos suyos.
Por ello, todos los cristianos estamos llamados a evangelizar. Pero proclamar buenas noticias no tiene que ser una carga o una obligación.
¿Pongo mala cara cuando tengo que contar algo maravilloso? ¿Creo que es un compromiso hablar de amor? ¿Me creo incapaz de hacerlo?
Nosotros allanamos el camino e indicamos la dirección poniendo nuestro servicio, nuestro ejemplo, nuestro testimonio y nuestra oración pero es el Espíritu Santo quien realmente se encarga de todo.
No estamos solos, pidámosle a Dios su intervención. Nosotros sembramos y Dios cosecha. No es mérito nuestro.
"...recibiréis la fuerza del Espíritu Santo,
que vendrá sobre vosotros,
y seréis mis testigos en Jerusalén,
en toda Judea y Samaria,
y hasta los confines de la tierra".
(Hechos 1,8)