¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 22 de agosto de 2024

EVANGELIZACIÓN: LO QUE FUNCIONA Y LO QUE NO


Desde hace poco más de una década, tras mi conversión, a pesar de mi inicial reticencia y de mi escaso conocimiento sobre la fe, el Señor me llamó, de una forma muy directa en un retiro de Emaús a evangelizar. 

Sin apenas darme cuenta, Dios ha ido preparándome y capacitándome para poder cumplir la misión a través de: formación teológica, mariológica, litúrgica y bíblica, discipulado, grupos de fe y de Lectio Divina, servicios pastorales parroquiales y diocesanos, peregrinaciones, lecturas espirituales, congregaciones religiosas, encuentros y métodos de nueva evangelización (ENE, Alpha, Emaús, Effetá)... 

Después de todos estos años, uno se da cuenta de que España, y Occidente en general, han dejado de ser eminentemente católicos y han pasado a ser religiosamente indiferentes, tibios o agnósticos, mientras la Iglesia sigue manteniendo métodos, estructuras y lenguajes que "no llegan", que "no funcionan" y que no producen "frutos". Casi todos los sacerdotes han sido formados como si estuviéramos en el antiguo régimen de la Cristiandad y dan por hecho muchas cuestiones de los fieles que no se corresponden con la realidad. 

Es sorprendente comprobar hasta qué punto las personas carecen de una mínima formación cristiana en lo relativo a la liturgia, los sacramentos, la oración, la Escritura, etc. Y es porque nadie se lo ha enseñado. Y es que todos hemos dado por hecho que la civilización occidental sigue siendo cristiana. Y eso ya no es así.

Un estudio científico llamado "Buenas Prácticas en Parroquias", de febrero de 2023 sobre cómo evangelizan las parroquias, qué prácticas tienen, como renuevan sus estructuras, etc. demuestra que de las 22.000 parroquias existentes en España, tan sólo 300 han empezado alguna forma de "conversión pastoral y renovación misionera", a través de métodos kerigmáticos, itinerarios de discipulado, cambios de estructuras que no favorecen la transmisión de la fe, grupos de liturgia y de Biblia, formación de evangelizadores...

Es cierto, que tras varios lustros de nueva evangelización, se aprecia esta renovación pastoral en algunas parroquias que crecen orgánicamente; quizás a paso lento, pero firme y seguro, con la guía del Señor. 

Sin embargo, aún queda mucha mies por trabajar y pocos son los obreros (cf Mt 9,37), pero no hay que perder la esperanza porque Dios nos ayuda: "El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho" (Jn 14,26).
Lo que no funciona
Lo más importante para un evangelizador es discernir lo que funciona y lo que no funciona en el terreno de misión. Lo que es cierto y seguro es que nada funciona sin el Espíritu Santo, sin una actitud de abandono en Dios y oración frecuente, de servicio y entrega altruista, y sin una disposición humilde y obediente.

No funcionan los intentos proselitistas de "convertir" a la fuerza, de convencer en lugar de contagiar, de forzar en lugar de respetar. Tampoco funcionan las antiguas pastorales de catequesis iniciáticas, sin antes entablar una relación personal con las personas que buscan a Dios. Nosotros nos interesamos por las personas pero no convertimos a nadie, es Dios quien lo hace.

La evangelización es infructuosa sin liderazgo, sin discipulado o sin acompañamiento. Esas son las claves y los frutos de la evangelización: organización, formación y caridad. 
Lo que sí funciona
Para que haya discipulado, lo primero que debe haber es una comunidad que acoja y acompañe, además de una corresponsabilidad entre sacerdotes y laicos que favorezca el crecimiento espiritual, uno liderando y otros sirviendo.

La evangelización funciona cuando nos interesamos de verdad por las personas, cuando las escuchamos. Muchos vienen con muchas dudas y preguntas sin contestar. Cuando las personas se sienten escuchadas (en una sociedad llena de ruido y que no escucha) es cuando se abren y preguntan. 

Es entonces cuando se puede empezar a hablarles, pero nosotros sólo mostramos a Cristo con nuestro testimonio de vida, para que Él responda sus dudas, mientras les acompañamos en el camino. Todo discípulo necesita un mentor, un acompañante que le sostenga y le ayude mientras "va de camino". Pero Maestro, sólo hay Uno.

Para que este discipulado sea duradero y de frutos, necesitamos colaborar con los sacerdotes, formar líderes y establecer grupos (que no coordinadores ni equipos) que utilicen todas las diferentes herramientas humanas y divinas que tenemos a nuestro alcance (cf Sal 78).

Dios nos pide un cambio de mentalidad, tanto en los sacerdotes como en los laicos. Nos pide dejar de estar aferrados a la vieja mentalidad de mantenimiento, de fe introspectiva y privada, de total inacción misionera y nulo compromiso evangelizador. 

Necesitamos directores de orquesta, no hombres-orquesta que intenten tocar a la vez todos los instrumentos. La evangelización requiere hoy una orquesta, compuesta por su director y sus solistas, sus instrumentos y sus intérpretes... formada por un líder, servidores y herramientas que "suenen" correcta y armónicamente.
Sacerdotes, laicos, diáconos, religiosos...todos "tocan", todos evangelizan. Pero en la evangelización es el párroco quien dirige y lidera la orquesta, desde la cercanía y la escucha, desde la corresponsabilidad y la delegación.

Lo que Dios nos pide
Jesús, que hace nuevas todas las cosas (cf Ap 21, 5), nos pide hacer cambios y utilizar nuevos métodos de evangelización. Nos pide hacer nueva la forma de tratar a las personas que se acercan a la Iglesia y a los sacramentos, la forma de vivir la fe comunitariamente. 

El Espíritu Santo, que ha derramado el amor de Dios en nuestros corazones (cf Rom 5,5), nos suscita, tanto a sacerdotes como a laicos, la imperiosa necesidad de cultivar la caridad: acoger, acompañar, formar y discipular, porque, por desgracia, al crecer la maldad (en el mundo), se ha enfriado el amor en la mayoría (cf Mt 24,12) de nuestras comunidades parroquiales. 

No se trata tanto de poner en marcha una pastoral de nuevos métodos que caigan en la tentación del activismo, sino de generar una nueva forma de construir auténticas comunidades cristianas.
Es nuestra misión reedificar una Iglesia que ha dejado de "salir" al mundo y que ha olvidado el "amor primero" (Ap 2,4); que se ha contagiado de los falsos ídolos del mundo (Ap 2,14-15;20-21); que se ha vuelto "autosuficiente" y "complaciente", y se cree a salvo (Ap 3,1); que se mantiene "cumpliendo" con tibieza y a duras penas (Ap 3,15-16); que sólo crece en incertidumbre, que se pone a la defensiva y no se deja corregir (Ap 3,19); que contagia compasión...más que pasión, que inspira pena...más que alegría (Ap 3,17).

Es nuestra tarea (de todos) rescatar esa mentalidad "evangelizadora" para "construir" discípulos y no para "mantener" reuniones y edificios.

Es nuestra labor (de todos) retomar esa mentalidad originaria de formar hombres apasionados de Cristo que contagien a otros y no para seguir haciendo lo que se ha hecho "siempre".

Un cristiano, por mucho que vaya a misa (más por lo que cree que debe hacer, que por creer que va al encuentro de Cristo), no es maduro hasta que no se convierte en discípulo, es decir, hasta que no está en misión, mientras se forma y contagia a otros su pasión evangelizadora

Un cristiano, por mucho que consuma sacramentos (más por inercia y tradición que por conocimiento de lo que ello supone) no es fructífero hasta que no se convierte en discípulo, es decir, hasta que no "se pone manos a la obra" y "sale" a evangelizar

Es nuestra misión (de todos) descartar lo que no funciona y asumir lo que funciona.

lunes, 25 de julio de 2022

QUIEN NO RENUNCIA, NO ANUNCIA

"
Si alguno quiere venir en pos de mí, 
que se niegue a sí mismo, 
tome su cruz cada día 
y me siga."
(Lc 9,23)

Dice el mismísimo Jesús que para seguirle hay que renunciar, que para ser discípulo suyo es necesario renunciar...a muchas cosas...que no necesitamos. 

Según el diccionario, renunciar es abandonar voluntariamente una cosa que se posee o algo a lo que se tiene derecho.  Meditemos cada palabra y frase de esta definición:
  • "Abandonar" implica dejar, desistir, renunciar
  • Voluntariamente" implica hacerlo libremente, por propia voluntad, sin presión, sin condicionantes ni pretensiones.
  • "una cosa que se posee", implica bienes, propiedades,  pertenencias, ideas conocimientos...
  • "algo a lo que se tiene derecho" implica algo que podemos demandar, solicitar o reclamar justamente.
¡Qué difícil es seguir a Cristo! ¡Qué arduo es evangelizar! ¿no?

¡Quien no renuncia, no anuncia! ¡Renunciar es amar! ¡Renunciar es servir! ¡Renunciar es darse, entregarse!

Solo aquel que renuncia al mundo, anuncia bien al Señor. Solo quien está libre de triunfalismos y de apegos, testimonia de manera creíble a Cristo. Solo aquel que es dócil y humilde a la acción del Espíritu, evangeliza.

Seguir a Cristo exige libertad frente a los condicionantes sociales, a los miedos y a las falsas seguridades. Estamos llamados a ser testigos de su amor, a contagiar nuestra fe, la esperanza y dar frutos de amor.
Anunciar a Cristo implica confianza en Dios para afrontar el desapego de un mundo que nos insta al egoísmo, al individualismo y al consumismo. Supone ir, salir, arriesgarse, ligeros de equipaje, sin seguridades humanas para dejar actuar a la Providencia.

Hacer discípulos es invitar sin imponer ni imponerse, ir juntos, al lado del hermano, ni delante ni detrás y sin imponer ningún ritmo de marcha. La fuerza del anuncio no está en los argumentos, ni en los métodos ni en los procedimientos sino en la renuncia del yo para que crezca Él.

Servir a Dios y al prójimo requiere renunciar a nuestros intereses, a nuestras opiniones, a nuestras necesidades, para centrarnos en las de los demás. 

Evangelizar no es hacer adeptos ni prosélitos sino atraer, contagiar, seducir... escuchando con amor sincero y sirviendo con autenticidad, generosidad, obediencia y humildad.

¡Para anunciar hay que renunciar!


domingo, 11 de julio de 2021

CRISTO NOS LLAMA Y NOS ENVÍA

"Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos,
dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.
Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más,
pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja;
que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y decía: ‘Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha,
al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos’.
Ellos salieron a predicar la conversión,
echaban muchos demonios,
ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.”" 
(Mc 6,7-13)

Hoy, XV domingo del tiempo ordinario, las lecturas que la Iglesia nos propone son absolutamente maravillosas y nos confrontan ante la verdadera identidad de la Iglesia: su misión apostólica y evangelizadora.

El Evangelio nos narra el primer envío de los discípulos sin Jesús, que leemos también en Mc 3,13-14, donde los llama uno a uno por su nombre, y en Mt 28,19-20, donde los envía al mundo entero a hacer discípulos.

La carta de San Pablo a los Efesios 1,3-14 refuerza esta llamada, elección y envío, cuando dice "Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él en el amor...para que seamos alabanza de su gloria y marcados por el sello del Espíritu Santo".

Llamada, Envío y Autoridad

Llamada: Cristo llama a los Doce, a sus “elegidos”. “Doce”, en la Biblia, simboliza plenitud, totalidad, estructura completa constituida por Dios. Doce son las tribus de Israel y doce son los apóstoles del Señor: ambos representan la totalidad del pueblo de Dios. Cuando Jesús “llama a los doce” significa que nos llama a todos, a la humanidad entera.

Jesús es quien designa, quien convoca y quien envía. Nosotros no vamos por nuestra cuenta ni somos protagonistas ni somos quienes elegimos a Cristo. Es Él quien nos mira y nos cautiva.

Sin embargo, Jesús no monopoliza ni acapara la misión. Quiere compartirla con nosotros y nos hace partícipes de la historia de la salvación y por eso, nos llama nos instruye sobre cómo llevar a cabo la misión de una manera sobria y sencilla, testimonial y veraz, coherente y auténtica. Como dice Monseñor Munilla: “Nos implica, nos complica, nos aplica y nos simplifica”. 

Envío: El Señor nos envía, con la garantía del fruto de la misión, a partir de dos disposiciones: una, interior, “hacia dentro”, para mostrar confianza, obediencia y apertura, de forma que el Señor realice su obra también en mí; y otra, exterior, “hacia fuera”: para dar testimonio de Cristo, proclamar su mensaje de salvación y que el realice su obra en otros. 
“De dos en dos”: significa un “nosotros”, porque “donde estéis reunidos dos o tres en mi nombre, allí estaré yo en medio de vosotros” (Mateo 18,19). 

Nos envía de forma comunitaria y solidaria, mutua y recíproca para que nos proporcionemos compañía y aliento en el camino, nos ofrezcamos fortaleza y ayuda en las dificultades, otorguemos credibilidad y veracidad al testimonio y aportemos responsabilidad y apoyo en la misión.

Nos envía a todas las personas que encontremos en el camino de nuestra vida: a los cercanos (familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos…) y a los lejanos (pobres, enfermos, solitarios, desesperanzados…) para dar testimonio del amor de Dios a todos los hombres.

Autoridad: Jesús nos da su poder, nos otorga el Espíritu Santo, no sólo para que prediquemos y demos testimonio de Él, sino para que, como Él, atendamos y curemos enfermos, resucitemos muertos, limpiemos leprosos y expulsemos demonios (Mt 10,8).

8-9 Apoyo, Confianza y Coherencia

Apoyo: “Un bastón para el camino”. Jesús quiere que sus discípulos caminemos confiados y apoyados en Él. El bastón simboliza a Cristo, el único apoyo que necesitamos. Al Señor le encontramos en la Oración como amparo, en la Palabra como fundamento y en la Eucaristía como sustento.

Confianza: “Ni pan, ni alforja, ni dinero ni túnica de repuesto”. La misión que Cristo nos encomienda es espiritual y, por tanto, no la podemos llevar a cabo desde nuestras seguridades humanas, desde nuestros recursos, expectativas o capacidades. Debemos ir “ligeros de equipaje”, “sin apegos, ni ataduras ni esclavitudes”, es decir, con desprendimiento y desapego a nuestras ideas y conceptos, a nuestras “formas de ver las cosas”. Necesitamos la confianza plena en Jesucristo, que nos envía y nos capacita y esperanza en su Providencia.

Coherencia: “Sandalias pero sin una túnica de repuesto”. Las sandalias simbolizan obediencia y disponibilidad para anunciar la Buena Nueva (Efesios 6,15; Romanos 10,15), y una sola túnica simboliza un solo corazón: austeridad y humildad en las “formas”, sencillez y coherencia en los “hechos”, autenticidad y veracidad en las “palabras”.
10 Acogida y Servicio

Acogida: “Quedaos en la casa donde entréis”: Jesús quiere que seamos acogidos por aquellos a quienes somos enviados, que nos encontremos con ellos y que les hagamos discípulos de Cristo.

Servicio: También es una exhortación a ser una Iglesia de encuentro y acogida, no de hipocresía y rechazo. Una Iglesia abierta y diaconal, al servicio de Dios y de las necesidades del mundo.

11 Alegría, Valentía y Misericordia

Alegría: “Y si un lugar no os recibe ni os escucha, sacudíos el polvo de los pies”: Jesús nos previene de la humillación, el fracaso y el rechazo. Por ello, nos invita a sacudirnos la amargura, la oposición, la hostilidad y la dureza de corazón, la nuestra y la ajena; a vivir la misión con alegría y a no quedarnos con nada ni pedir nada.

Valentía: Nos exhorta a caminar con valentía y perseverancia en la fe; a no desfallecer ante la falta de frutos, a no ser resultadistas.

Misericordia: Nos llama a perdonar y a no guardar rencor a quienes no quieren recibir ni escuchar a Cristo; a dejarlos en manos de la justicia y de la misericordia divina. Nosotros sembramos y sólo Dios cosecha.

12-13 Conversión y sanación

Conversión: “Ellos salieron a predicar la conversión”: Jesús nos llama a salir con una actitud misionera que trabaje por la conversión y la salvación de las almas. “El encuentro con Cristo cambia radicalmente nuestra vida, la impulsa a la metanoia o conversión profunda de la mente y del corazón, y establece una comunión de vida que se transforma en seguimiento” (San Juan Pablo II). La conversión significa un cambio de mentalidad y de vida.

Sanación: “Echaban muchos demonios y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”: Cristo nos concede el poder del Espíritu Santo para expulsar nuestros demonios y los de otros, es decir, nuestras maldades, nuestros orgullos, nuestros egoísmos; para sanar las heridas físicas y espirituales, las nuestras y las de los demás; para purificar los corazones, los nuestros y los de los demás; para “ungir con aceite”, es decir, para bautizar, para consagrar al mundo a Dios.

Contemplamos al Señor, llamándonos para liberarnos de todo el mal que nos esclaviza y nos deshumaniza; enviándonos al mundo que tanto le necesita y que no le conoce; capacitándonos con lo que tenemos que llevar (actitudes, disposiciones o talentos) y enseñándonos lo que no tenemos que llevar (orgullos, rencores o egoísmos).

Nosotros, sus discípulos, somos caminantes con “bastón y sandalias, el Espíritu de Jesús, su Palabra y su autoridad para participar en la historia de la salvación, para anunciar el Amor a todos con quienes nos encontramos, para acompañarles en el sufrimiento, para fomentar la fraternidad, para acoger a los que están perdidos y necesitados, para abrazar a los que están solos y para sanar corazones que están heridos.
Somos peregrinos sin “pan, ni alforja, ni dinero que no nos instalamos ni nos acomodamos en las seguridades humanas. No buscamos bienestar ni tenemos donde recostar la cabeza. No pretendemos ser eficaces ni resultadistas.

Somos apóstoles, “enviados” de Cristo que no llevan “túnica de repuesto sino que vestimos con la sencillez de los pobres, con la humildad de los mansos y la pureza de intención de los santos. Siempre en camino. Nunca atados a nada ni a nadie. Sólo con lo imprescindible: Jesucristo.

Somos portadores de novedad, signos de la cercanía y del amor de Dios, que buscamos constantemente el rostro del Señor

Somos la “voz” que grita en el desierto, la “sal” de la tierra y la “luz” en medio de la oscuridad

Y entonces, en un lugar de nuestro viaje, Jesús se hace el encontradizo con nosotros, nos inflama el corazón, le reconocemos al partir el pan y le decimos:

"Señor, ayúdame a vivir tu llamada,
a cumplir mi vocación de cristiano,
a realizar mi misión de evangelizador fielmente,
a desapegarme de las cosas materiales
y de las seguridades del mundo,
a buscar siempre y en todo tu mayor gloria"

JHR
 

jueves, 27 de mayo de 2021

NECESITAMOS FORMACIÓN

"¿Hasta cuándo, ignorantes, amaréis la ignorancia,
y vosotros, insolentes, recaeréis en la insolencia,
y vosotros, necios, rechazaréis el saber?
Prestad atención a mis razones,
derramaré mi espíritu sobre vosotros,
quiero comunicaros mis palabras"
(Pro 1,22-23)
Hace algún tiempo, en un retiro de Emaús, me regalaron una pulserita verde que siempre llevo en mi muñeca y en la que está escrita una inscripción de San Alberto Hurtado que dice: "¿Qué haría Jesús en mi lugar?" 

Reconozco que esta pregunta me ha sacado de mi ignorancia, de mi insolencia y de mi necedad anteriores. Sin duda, ha sido una gran ayuda colocarme en el lugar de Cristo para saber cómo obrar en cada momento, sobre todo, cuando le sirvo, en el ámbito de la evangelización

Pero ¿Cómo responder a la pregunta si no conozco a fondo a Cristo? ¿Cómo discernir lo que Jesús haría en mi lugar si no tengo una relación lo suficientemente estrecha como para saberlo? ¿Cómo salir de mi ignorancia, de mi insolencia y de mi necedad?

La fe cristiana es el encuentro y la relación íntima con Jesucristo. Una vez que nos hemos encontrado con Él y le hemos reconocido, necesitamos establecer una profunda e íntima relación con Él, seguir dejándonos amar y rociar por el Espíritu Santo, escuchar y alimentarnos de lo que nos dice a través de su Palabra, de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, entablar un diálogo personal con Él en la oración, para finalmente, servirle y amarle.  

Porque lo que Jesús haría en mi lugar sería, sin duda, amar y servir. Pero para amar y servir tengo que conocer. Y no se puede servir y amar lo que no se conoce. Por tanto, necesito profundizar en el conocimiento de Cristo, es decir, necesito formación. Todos la necesitamos, y la necesitamos ya.
Formarme no significa convertirme en teólogo o en un erudito en cristianismo, sino conocer cuánto me ha amado Dios en Jesús, saber cómo puedo agradarle siempre más y ofenderle menos, conocer su voluntad y saber qué tiene pensado para mí. 

Como discípulo del Maestro, mi misión es estar constantemente aprendiendo de Él, entender su plan para mí, conocer la vocación a la que me llama, para así, ser sal de la tierra y luz del mundo.

Sin conocer la Verdad, sin ser fiel a la doctrina de la Iglesia, a quien Cristo ha encomendado la misión de evangelizar, no sólo no puedo saber lo que Jesús haría en cada circunstancia de mi vida, tampoco puedo ser un apóstol eficaz.
"El arte del apostolado es arriesgado. La solicitud por acercarse a los hermanos no debe traducirse en una disminución de la verdad.... Sólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente apóstol. Y sólo el que vive con plenitud la vocación cristiana puede estar inmunizado de los errores con los que se pone en contacto(Pablo VI).
Pero no necesito dejar de evangelizar hasta alcanzar una formación completa, un conocimiento total de Cristo. Si esperara a eso, nunca haría nada. Puedo ser discípulo junto a otros discípulos, aprender mientras enseño a otros, compartir mientras comparto con otros, formarme mientras formo a otros...como hacían los apóstoles. 
"El imperativo de actuar hoy y con urgencia procede de las necesidades que son verdaderamente inmensas para quien sabe darse cuenta... He aquí la hora de los laicos. Es preciso empezar a trabajar hoy mismo, porque tal es la ley de la conciencia cristiana. Cuando se ha oído enunciar un deber no se dice: 'lo haré mañana'. Se debe actuar inmediatamente"  (Pablo VI).
En el mundo actual, el Enemigo ha cambiado el terreno original de la batalla espiritual. La Serpiente antigua ha modificado sus tácticas y sus estrategias llevándolas al plano ideológico, cultural y educacional, donde consigue mejores resultados que en el físico. 
Hoy, Satanás no busca una lucha frontal de sangre y destrucción como antaño, sino una guerra incruenta de confusión y corrupción; no quiere matar con actos sino envenenar con ideas; no quiere mártires sino apóstatas; no quiere víctimas sino desertores. 

Para poder entrar en el combate ideológico de nuestro tiempo, tenemos muchas armas que Dios pone a nuestra disposición:

Necesitamos estar alerta y vigilar a través de la oración para que nuestra fe, esperanza y caridad aumenten. 

Necesitamos leer, estudiar, meditar a través de la formación en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. 

Necesitamos obtener los dones de sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios a través del Espíritu Santo para que nuestra voluntad se ponga en marcha.

Necesitamos recibir la gracia y la paz a través de los sacramentos para que nuestra perseverancia haga frente a las insidias y maldades con las que el Enemigo quiere hacernos caer.

Necesitamos conocer la Luz y la Verdad de Cristo a través de la Palabra de Dios para que nuestra resistencia haga frente a las mentiras y falsedades con las que Satanás pretende desvirtuar nuestras conciencias.
En definitiva, necesitamos formación y misión, oración y acción, verdad y justicia. Y en todo, amor.
"Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado; el que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios podrá apreciar si mi doctrina viene de Dios o si hablo en mi nombre. Quien habla en su propio nombre busca su propia gloria; en cambio, el que busca la gloria del que lo ha enviado, ese es veraz y en él no hay injusticia"(Jn 7,16-18).



 

JHR

martes, 25 de mayo de 2021

CONQUISTAR Y COLONIZAR ALMAS

"Os he destinado para que vayáis y deis fruto, 
y vuestro fruto permanezca" 
(Jn 15,16)

Durante mucho tiempo hemos formado parte de una sociedad cristiana, de un mundo conquistado por el mensaje de Jesucristo y colonizado por el amor de Dios. Sin embargo, poco a poco, a lo largo de años, hemos ido permitiendo invasiones que han asaltado los territorios del alma, deteriorando e incluso, destruyendo sus fortines, esto es, los corazones de los hombres.

Jesucristo, sabedor de las necesidades el hombre y anticipándose a ellas, nos ha encomendado una misión a sus seguidores... también a nosotros, a los cristianos del siglo XXI: reconquistar almas para Dios. En eso consiste la nueva evangelización, en la recuperación de los territorios donde, otrora, Dios habitaba, es decir, la restauración de los corazones en el amor del Padre.

Conquistar almas es una tarea muy gratificante (que no beligerante), en la que el Señor nos da la oportunidad y el privilegio de servir en su ejército celeste para contribuir a la edificación de Su Reino de amor.

Ninguno de nosotros se alista en el ejército de Dios por su propia iniciativa. Es Jesús quien nos elige, y lo hace en función, no de nuestros méritos ni capacidades, sino de su plan. Una vez que elige a sus soldados, los forma. Su primera enseñanza es que nos dejemos conquistar por Él, que abramos nuestra fortaleza de piedra, nuestro corazón endurecido, y que le dejemos entrar. 

La novedad de la conquista de Jesús es que nunca toma la forma de una invasión violenta ni de un asedio agresivo. Cristo necesita ser invitado a entrar en nuestras vidas. Nos mira con ternura y nos regala su amor mientras espera a que le abramos la puerta y nos dejemos conquistar por Él, nos dejemos seducir y amar por Él. Tras la conquista, el Señor coloniza nuestro corazón y habita en él.

Cuando entramos en intimidad con Jesús, nos convertimos en sus amigos. Se establece amigablemente en nosotros, es decir, vive y permanece en nosotros con el propósito de poblarnos, desarrollar y potenciar las riquezas y los talentos que nos ha dado y que nosotros todavía no hemos explotado, bien por desconocimiento o por dejadez.

Es entonces cuando nos convoca a salir, a conquistar y colonizar almas, aunque en realidad, nosotros ni conquistamos ni colonizamos, simplemente, salimos a buscar almas y las acercamos a Cristo. 

Dispuestos a conquistar 
La conquista de almas, es decir, la evangelización, significa estar dispuestos a seguir el ejemplo de Jesús. Es estar dispuestos a tener la misma mirada de Cristo hacia todas las almas, es decir, a verlas como Dios las ve. Es estar dispuestos a sentir pasión por ellas, a enamorarnos de ellas, como Dios lo está de todos los hombres: 

Conquistar almas significa rescatar personas de las garras del Diablo, liberarlas de las esclavitudes del mal, sacarlas de las tinieblas de este mundo oscuro, mostrándoles el amor y la luz de Dios a través de nuestras palabras y obras.
Conquistar almas no consiste sólo desear el bien de los demás, sino procurarlo, lo cual exige hacer todo aquello que esté en nuestra mano para que las personas sean felices. Requiere nuestra entrega hasta el extremo, es decir, dar la vida por los demás. 

Conquistar almas no consiste en ganar batallas (discusiones) ni firmar rendiciones (persuasiones) ni hacer prisioneros (captaciones), sino en acercar y atraer almas a Dios compartiendo a Cristo, es decir, compartiendo Su amor con ellas, para que después, el propio Jesús colonice sus corazones.

Conquistar almas no consiste en desarrollar métodos, ni cumplir procedimientos ni realizar actividades, sino en reflejar que nos amamos unos a otros. En eso conocerán que somos discípulos de Cristo (Jn 13,35).

Conquistar almas no consiste en ser resultadistas ni estar pendientes de qué hacemos para Dios, sino qué hace Él a través de nosotros. Basta un corazón entregado, dócil y lleno de Espíritu Santo para poder trabajar unidos hacia la conquista. Unos estudiarán el terreno, algunos planearán la estrategia y otros la ejecutarán, pero sólo Dios conquista y coloniza (1 Corintios 3,7). 

Conquistar almas sólo es posible si tenemos a Cristo como el centro de nuestra vida. Sólo así, nuestro corazón arderá de pasión y, en la medida en que nuestra pasión por Jesús aumente, deseando saber más de Él a través de su Palabra y de la oración, aumentará nuestro celo por servirle a Él y a los demás. 

Dispuestos a colonizar 
Tras la conquista viene la colonización, es decir, entrar en las vidas de esas personas. Entrar en sus vidas significa interesarnos, acogerlos, escucharlos y ayudarlos... "a la manera de Jesús":

Colonizar almas requiere ser coherentes, veraces y auténticos, tanto en nuestras palabras como en nuestras acciones, de forma que las personas vean cómo la verdad nos hace libres a todos (Jn 8,32).

Colonizar almas supone mostrar compasión, identificarnos y empatizar con sus situaciones, preocupaciones y necesidades, demostrar deseo auténtico de ayudarles y, por supuesto, rezar por ellos.
Colonizar almas implica acompañar, enseñar y formar en el camino hacia Cristo a todos aquellos que no le conocen o que le han perdido de vista. Darles a conocer aquello que nosotros hemos experimentado, sobre todo, a través del testimonio personal.

Colonizar almas entraña ofrecer una amistad genuina, en contraste con el interés egoísta que muestra el mundo, brindar amabilidad, simpatía y disponibilidad. De esta manera, seremos luz para ellos (Mt 5,14).

Dispuestos a perder
Para ganar almas para Dios, los cristianos debemos estar dispuestos, primero, a perder. Perder significa "darlo todo", vaciarnos de nosotros, e incluso hasta perder nuestra vida. 

Debemos estar dispuestos a perder nuestro tiempo y dinero para darselo a otros; nuestras comodidades para buscar oportunidades de servir; nuestros egoísmos para volcarnos en las necesidades de otros; nuestras vergüenzas para hablar de Dios; nuestras ideas para seguir el plan de Dios; nuestras imposiciones para escuchar con atención; nuestros miedos a los desconocidos; nuestros prejucios para no juzgarlos;  y nuestras prisas por convencerlos.

Se trata de perder para ganar, de morir para vivir, de dejarse amar por Dios para amar a los demás, de dejarse llevar por Cristo para conducir a otros hacia Él, de dejarse cautivar por Jesús para ser un apasionado suyo.

Y si no estamos dispuestos a todo esto, significará que tampoco estaremos dispuestos a amar y a seguir a Cristo, para conquistar u colonizar almas.

lunes, 22 de marzo de 2021

EVANGELIZACIÓN: DE "GASOLINERAS" A "ÁREAS DE SERVICIO"

"Así nos lo ha mandado el Señor: 
Yo te he puesto como luz de los gentiles, 
para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra" 
(Hechos 13,47)

Seguimos afrontando el mismo y, a la vez, siempre nuevo desafío de la Iglesia Católica: la evangelización. A pesar de que hay un gran impulso del Espíritu Santo para llevar almas a Dios, en general, seguimos teniendo poco espíritu misionero, poco deseo evangelizador.

Haber nacido cerca de la meta no presupone que hayamos ganado la prueba. La Iglesia existe para evangelizar y si no lo hace, no es Iglesia. Los católicos existimos no para esperar a otros, sino para ir a buscarlos, ponerles en carrera y ayudarles a cruzar la meta.

Evangelizar no es un "entrenamiento" de los sacerdotes ni un "ejercicio" de unos pocos "locos". Es la misión de todo seguidor de Cristo y no valen los pretextos: "no estoy en forma", "no estoy preparado" o "no estoy capacitado". Tampoco vale guardarla en el "cajón de las cosas pendientes y difíciles" ni "dejarla para mañana". A Cristo no le valen nuestras excusas.

Yo creo que el reto de muchos católicos es precisamente ese, que ven la evangelización como un trabajo penoso y duro, sólo para los que están en forma. Sin embargo, la evangelización es algo mucho más sencillo y bonito: es pasión y alegría por el descubrimiento de Jesucristo. 

La evangelización es ese "amor primero" que hace palpitar el corazón de forma acelerada, que hace tener una sonrisa continua en los labios y que impulsa a contárselo a todo el mundo. La evangelización es "sentir mariposas en el estómago".

Conversión personal
Como deciamos, evangelizar es una idea que no entusiasma a los católicos en general, es una asignatura pendiente que se nos "atranca" y nos cuesta aprobar, debido a varias razones:

-al "santo titubeopor el que pensamos que la fe es algo personal y que no debe imponerse a nadie. 

-al "temor acomplejado" ante un mundo que nos impone bajo amenaza "encerrar la fe" y nos impide la distinción entre cristianos y agnósticos.

-a la pérdida de entusiasmo y de pasión por Cristo ante una "fe cultural, complaciente y puntual" que cubre las necesidades espirituales más básicas y que nos impide pensar más allá de nosotros.

-a la falta de "mentalidad evangelizadora", que está perdida, olvidada o anestesiada por la comodidad, el materialismo y el relativismo.

Sin embargo, para acabar con los titubeos, temores y complejos, con la falta de entusiasmo y pasión, y construir una mentalidad evangelizadora, no es suficiente con establecer planes, métodos o retiros que favorezcan la conversión (o re-conversión) de otros. Antes de nada, es necesaria la conversión del evangelizador.

Ocurre que en muchas ocasiones, los evangelizadores somos "personas espejo" que nos miramos y sólo nos vemos a nosotros mismos reflejados, cuando deberíamos ser "personas cristal" que miran a través y ven un mundo más amplio, un gran campo de actuación.
Las "personas cristal" que evangelizan, ven más allá de sus propias necesidades, contagian su entusiasmo y animan a unirse a ellas, a un mundo que mira hacia el suelo, que está desesperanzado, que está perdido y a oscuras.

Las "personas espejo" que no evangelizan o que "creen" evangelizar, quieren que todos se parezcan a ellas, piensen como ellas, actúen como ellas y se "nieguen" a cambiar como ellas. En realidad, no tienen pasión porque les falta fe, no creen "del todo" en Dios.

Conversión comunitaria
Las personas están configuradas según la identidad de sus parroquias. Y, por tanto, también es precisa la conversión de la parroquia. Las "personas espejo" suelen acomodarse (aunque no por mucho tiempo) en "parroquias gasolinera", es decir, "parroquias de mantenimiento" a las que se va a repostar, a consumir en la tienda en "productos de impulso", pagar y marcharse para, quizás, no volver a pasar nunca más por allí, por lo que muchas, son cerradas y abandonadas.
Sin embargo, las "personas cristal", junto con el "encargado", replantean esas "parroquias gasolinera" para convertirlas en mucho más, en "parroquias área de servicio". Estas parroquias misioneras ofrecen muchos más "servicios extra" que el simple repostaje o mantenimiento: centro de información, "take away", supermercado, farmacia, parque infantil, lavadero de coches, taller de chapa y pintura, concesionario de coches, restaurante y hasta hotel. 
Estas parroquias son "zonas de servicio y de descanso", donde sus empleados muestran un deseo sincero de acoger y servir con una sonrisa a todo aquel que se acerque pero que también salen de "su área" para buscar nuevos clientes. Los clientes se sienten queridos y atendidos y se quedan ellas para volver a hacer lo mismo que han visto hacer a los empleados.

Es urgente y necesario que nos replanteemos qué modelo de parroquia tenemos y qué modelo queremos. Si nos conformamos con cubrir nuestras necesidades o si, por el contrario, queremos cubrir las de otros. Si elegimos este último, comprobaremos de primera mano que al dar recibimos mucho más de lo que aportamos, y que al servir cubrimos a la vez nuestras propias necesidades.

Del "mantenimiento" a la "evangelización"
Evangelizar es convertir parroquias de mantenimiento institucional (necesidades de la comunidad) y personal (necesidades de la individualidad) en parroquias misioneras (necesidades del mundo). Es pasar de la "prisión" a la "misión".

Evangelizar es salir de nuestras zonas de confort, de nuestros egoísmos personales, de nuestros hábitos rutinarios y de nuestras comodidades para "implicarnos" en la vida de los demás. Es "ensancharse" en lugar de "encogerse".

Evangelizar es abrir las puertas de par en para para recibir y para salir, no para "llenar bancos" sino para hacer discípulos. Es "complicarnos" la vida para "simplificar" las de otros. Es vivir para otros y no para nosotros. Es dar sin esperar recibir a cambio.

Evangelizar es establecer una "mentalidad evangelizadora de máximos" y no de mínimos. Es enseñar y compartir la fe. Es vivir el Evangelio en la práctica y no sólo en la teoría. Es una conversión del corazón y de la mente.

Evangelizar es pasar de personas espejo a personas cristal, de parroquias gasolinera a parroquias área de servicio. Es cambiar de actitud, no de doctrina. Es cambiar de corazón, no de cuerpo. Es "mirar hacia afuera y no hacia adentro".
Evangelizar es adoptar una cultura de invitación y no de rechazo: primero por parte del liderazgo y después, extendido a toda la comunidad. Es salir del "intimismo" a la "universalidad", de la "individualidad" a la "catolicidad".

Evangelizar no es organizar eventos sociales sino llevar a los hombres a Cristo. No es "hacer cosas por hacer" sino con un propósito más hondo; no es un servicio social de "comedores sociales o supermercados parroquiales" sino con una caridad más profunda: mostrar el amor de Dios a través de la unión a su Iglesia, a la comunidad cristiana, a la parroquia.

Evangelizar no es esperar a estar capacitado y preparado para ponerse "en acción" sino salir al mundo para descubrir lo que Dios quiere que hagamos. Es "activarse" con los "inactivos". Es formarse mientras se discipula, es crecer en la fe mientras se comparte.

Evangelizar es dejar de discutir con otros por lo que nos separa y ver lo que nos une. Es ir al encuentro del hijo pródigo para que regrese a la casa del Padre. Es abrir los brazos para fundirse en el amor y celebrarlo juntos.

Evangelizar es un modo de vivir, de interesarse de verdad por los demás, de "jugársela" y "desgastarse" por ellos. Y es, en último término, es obedecer una orden directa de Jesús: "Id al mundo y enseñarles lo que yo os he enseñado".



JHR

domingo, 6 de septiembre de 2020

EL EVANGELIO NO SE PUEDE CONFINAR

"Pero a mí no me importa la vida, 
sino completar mi carrera 
y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: 
ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios.
(Hechos 20,24)

El Covid-19 ha trastocado todos los aspectos sociales, económicos, políticos, laborales y también, espirituales en todo el mundo. 

La pandemia ha cerrado casi todos los lugares de culto, templos e iglesias, ha interrumpido muchas actividades pastorales, ha suspendido todos los métodos, procesos y retiros evangelizadores, hasta el punto que pareciera que el Evangelio ha sido confinado.

Pero eso no significa que no podamos seguir haciendo apostolado porque los cristianos no podemos callar lo que hemos conocido y vivido. La pregunta es ¿cómo evangelizar en este tiempo de pandemia?

Dios, en su infinita sabiduría, nos invita a seguir el ejemplo del apóstol San Pablo, quien incluso confinado en la cárcel en Roma, continuó evangelizando, discipulando y dando ánimos a los cristianos de todas las Iglesias que fundó. Y todo por la Gracia divina.

De igual manera, en este tiempo de incertidumbre y de interrogantes, es la gracia de Dios la que nos invita al discernimiento y a la escucha orante, es decir, nos ofrece una ocasión para reconocer Su presencia en medio de nosotros y nos exhorta a comprender los signos de los tiempos que vivimos.

No olvidemos que la situación mundial de pandemia que Dios permite (como permitió la prisión de San Pablo) es también un tiempo favorable y de gracia, un kairós, un signo de los tiempos. Y así, Dios utiliza los medios más insospechados para cumplir su plan salvífico. 

Dios nos quiere revelar algo, nos quiere enseñar una manera diferente de evangelizar, nos invita:

- al silencio y a la reflexión. Nuestra misión evangelizadora no trata tanto de "hacer" como de "ser", es decir, debemos reflexionar, meditar y comprender lo que Dios nos pide "ser" en estos momentos de duda y de perplejidad.

- a la vida interior y sacramental. Debemos mirar y escuchar a Cristo en nuestra oración y en el altar. Él nos susurrará lo que debemos hacer en cada momento. Nos llama a escucharle, a prestarle atención, alejándonos del "ruido" y del "activismo". Es tiempo de oración, penitencia y sacrificio.

- a la compasión y a la caridad. De forma personal y comunitaria, los cristianos debemos tomar conciencia de los problemas y sufrimientos de las personas. "Ser compasivos" significa "padecer con" los que están solos o desesperanzados, con los que han perdido el trabajo o la salud, con los que han perdido a un ser querido, para acompañarlos y socorrerlos, y así, dar testimonio del amor de Dios.
-a la docilidad a la acción del Espíritu Santo. Sólo con humildad y sumisión al Espíritu Santo seremos capaces de afrontar con fe y confianza estos tiempos difíciles y los que seguirán a la pandemia. Nuestra confianza y esperanza en el futuro no pueden estar depositadas en las respuestas que el mundo (o nosotros) aporte, sino en el Plan perfecto de Dios.

- a la conversión personal. Necesitamos un cambio de mentalidad y de vida que nos aleje de cualquier voluntarismo pelagiano, activismo vano o cansancio escéptico. Son los pequeños gestos cotidianos, los milagros de "andar por casa", las virtudes heroicas y anónimas", las acciones realizadas "en lo escondido" las que, por sí mismas, harán la obra evangelizadora que el Espíritu de Dios nos suscita.
- a la conversión pastoral. Los obispos y sacerdotes, como mediadores y pastores del pueblo de Dios, están llamados a ofrecer una mayor cercanía, solidaridad y disponibilidad con los que sufren, y a mantener la unidad y fraternidad de los fieles ante las nuevas situaciones. Los laicos, como pueblo de Dios, estamos llamados a formarnos, a estar alerta y vigilantes.

Cristo nos exhorta a llevar esperanza allí donde todo parece perdido, a poner cercanía allí donde hay soledad, a sacar una sonrisa allí donde hay tristeza. Nos invita a iluminar todo nuestro alrededor con la luz con la que hemos sido iluminados por Él.

Es tiempo de elegir entre lo verdaderamente importante y lo superfluo, de optar entre lo efímero y lo eterno, de escoger entre lo necesario y lo prescindible.

Nuestros miedos e inseguridades, nuestras súplicas y ruegos despiertan a Jesús en medio de la tempestad. Él nos insta a no tener miedo, a ser valientes, a no preocuparnos y a confiar en Él porque está con nosotros en la barca, que es la Iglesia.

Cristo nos llama a ser una Iglesia evangelizadora, es decir, a seguir su ejemplo y a hacer lo que hizo Él: anunciar la buena nueva del Reino de Dios, hacer discípulos, enseñar, curar enfermos, compartir tiempo con pecadores, dar de comer a hambrientos y de beber a los sedientos. 
El Señor nos llama a ser una Iglesia apostólica, es decir, dar vista a los ciegos, liberar a los cautivos y oprimidos, evangelizar a los pobres, anunciar la gracia y la misericordia de Dios, servir al prójimo y procurar la salvación de todas las almas.

Nos llama a ser pescadores de hombres, a remar mar adentro, a lanzar la red por el otro lado, a pescar en circunstancias y tiempos adversos, a no confiar en nuestros conocimientos y pareceres. Nos llama a tener fe y confianza.


El Evangelio no se puede confinar
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