¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 13 de marzo de 2021

DIMAS O GESTAS: ¿QUÉ LE DIGO A JESÚS?

"Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: 
¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. 
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: 
¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? 
Nosotros, en verdad, lo estamos justamente,
 porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; 
en cambio, este no ha hecho nada malo. 
Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. 
Jesús le dijo: En verdad te digo: 
hoy estarás conmigo en el paraíso" 
(Lc 23,39-43)

Estamos en Cuaresma, a pocos días del inicio de la pasión de Cristo, meditando la imagen del Calvario al que Jesús no va solo. Va acompañado por dos malhechores sentenciados a morir crucificados. La imagen, que corta el ocaso del horizonte, nos muestra a tres condenados: Jesús, Dimas y Gestas.

Aunque ningún evangelio canónico menciona los nombres de los que acompañan a Jesús, sí lo hacen el evangelio apócrifo de Nicodemo, el proto evangelio de Santiago y el manuscrito del s. XII de la declaración de José de Arimatea, en el que leemos:
"Siete días antes de la pasión de Cristo fueron remitidos al gobernador Pilato desde Jericó dos ladrones, cuyos cargos eran éstos:

El primero, llamado Gestas, solía dar muerte de espada a algunos viandantes, mientras que a otros les dejaba desnudos y colgaba a las mujeres de los tobillos cabeza abajo para cortarles después los pechos; tenía predilección por beber la sangre de los miembros infantiles; nunca conoció a Dios; no obedecía a las leyes y venía ejecutando tales acciones, violento como era, desde el principio de su vida.

El segundo, por su parte, estaba encartado de la siguiente forma. Se llamaba Dimas; era de origen galileo y poseía una posada. Atracaba a los ricos, pero a los pobres les favorecía. Aun siendo ladrón, se parecía a Tobit [Tobías], pues solía dar sepultura a los muertos. Se dedicaba a saquear a la turba de los judíos; robó los libros de la ley en Jerusalén, dejó desnuda a la hija de Caifás, que era a la sazón sacerdotisa del santuario, y substrajo incluso el depósito secreto colocado por Salomón. Tales eran sus fechorías” (Dec. Jos. Arim. 1, 1-2).
Se trata de dos reos condenados por sus obras y justamente sentenciados a una muerte por crucifixión. Dimas es crucificado a la derecha de Jesús y Gestas, a su izquierda. Los dos son testigos de excepción de las palabras de Jesús dirigidas al Padre celestial: "Perdónales porque no saben lo que hacen". 
Sin embargo, ante la misericordia divina que remueve las conciencias, uno y otro expresan actitudes completamente distintas: Dimas reconoce al Mesías y Gestas le niega. Uno le sigue y otro, le abandona. Uno se abre a la luz y otro, se pierde en la oscuridad. 

Dimas y Gestas somos nosotros, cada uno de nosotros, que acompañamos a Jesús al Gólgota y que somos crucificados a su derecha y a su izquierda. Colgados del madero, ante la justicia y misericordia divina, no podemos mantenernos en una posicion neutral...La pregunta es: ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Qué le decimos a Jesús?

Gestas le niega
Gestas, con el corazón lleno de odio y resentimiento, injuria e increpa con sarcasmo a Jesús, burlándose de Él y poniendo en duda su identidad divina "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". 

No es una súplica, ni tan siquiera una petición. Es una exigencia de milagro burlona, un escarnio más del "entorno anticristo" sufrido por Jesucristo en Su pasión. Se trata de una demanda malvada, no inclinada ni "arrodillada" humildemente hacia el amor misericordioso divino, sino una reclamación de justicia más humana que divina, arrogante y altiva, que brota desde el orgullo y la rabia. 

En ese momento en el que increpamos con egoísmo a Dios, nos convertimos en Gestas, negamos a Cristo, nuestra alma se oscurece y abrimos la puerta de nuestro corazón para dar entrada al Enemigo, al Anticristo, a Satanás.

En efecto, en las palabras de Gestas se vislumbra la mismísima sombra del Diablo, hablando por su boca y tentando a Cristo. Y lo hace, como hizo tiempo atrás en el desierto (Mt 4,6; Lc 4,9-11), en el momento de mayor sufrimiento, en el momento de mayor soledad, de mayor debilidad. 
Jesús calla
En esta ocasión, Jesús calla, guarda silencio, no contesta. No es un silencio impuesto ni que exprese indiferencia, desprecio o miedo. Es un silencio divino que espera y busca el arrepentimiento del pecador. 

Su silencio es un signo de dignidad, propia de quien ha sido y es fiel a sí mismo. Es una expresión de confianza, de quien se sabe sostenido y apoyado por la voluntad del Padre. Es un símbolo de sabiduría, de conexión íntima con su identidad trinitaria.

El Señor nunca responde a las burlas y las injurias. Tampoco culpa al hombre ni le reprocha. Ama al pecador y odia el pecado. Actúa con paciencia, humildad y silencio porque quiere abrazar a todos y conducirlos a la casa del Padre.

Lo opuesto al "silencio" de Jesús, a su identidad divina, es la identificación de Gestas con su ego, con su identidad humana. Reacciona mal a lo que ocurre. Los hombres reaccionamos mal a lo que nos dicen o nos hacen, y lo hacemos desde la perspectiva y los mecanismos propios de nuestro ego. 

Gestas, al negar a Cristo, al blasfemar y al apostatar, se está arrojando él mismo a la condenación.

Dimas se convierte
Dimas, al oír la mofa de Gestas, le recrimina duramente su injusta y perversa actitud, testificando la inocencia y la identidad divina de Jesús: "Éste no ha hecho nada malo"En realidad, se dirige al propio Satanás y reniega de él, señala el mal, asume su propia culpa y se arrepiente. 

Dimas se confiesa cuando dice: "Nosotros, en verdad, estamos justamente condenados, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos". Y dirigiéndose directamente a Cristo, le llama por su nombre, Jesús, "El Señor salva" y le suplica: "Acuérdate de mí".  
No le está pidiendo al Señor un simple recuerdo suyo, ni le pide que le alivie el dolor que merece, reconociendo su falta de derecho a pedirselo. Le está pidiendo aprender a amar como Jesús ama en la Cruz. Le está diciendo: "Confío en ti, estoy en tus manos, no me abandones. En verdad, Tú eres el Hijo de Dios". 

En realidad, las palabras de Dimas son una oración, una súplica, una plegaria con la que está rezando un Padrenuestro muy personal: "Venga a mi tu reino". 

Dimas, al acoger y creer en el Evangelio, al tener la certeza de que "su Reino no es de este mundo" cuando le dice "cuando llegues a tu reino", se está convirtiendo a la salvación.

Jesús habla
Jesús, que a lo largo de su predicación había declarado la gran alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente (Lc 15,7), y descrito la alegría del padre ante el hijo que vuelve a casa (Lc 15,11-32), ahora, en los últimos instantes de su vida terrenal, tras escuchar a los dos que tiene junto a Él, tras escucharnos a cada uno de nosotros, muestra sus brazos abiertos en la cruz como signo de su abrazo misericordioso a todos los hijos que, arrepentidos de su mal y por libre voluntad, desean volver a la casa del Padre. 

Dimas, con su arrepentimiento, su confesión y su profesión de fe, mueve a Jesús a hablar rápida y categóricamente: "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso".  Con esta frase lapidaria, Jesús perdona y da infinitamente mucho más de lo que le pide Dimas. Le concede:
  • la meta: "el Paraíso". 
  • la compañía: "Conmigo". 
  • el momento: "Hoy".
Dimas se convierte en la única persona declarada "santa" por el mismo Jesucristo. Otra vez más, la fe obra milagros. Dimas sólo le pide un recuerdo, Jesús le da el Cielo.

Al morir, ya sea al hombre viejo físico o al hombre viejo espiritual, cada ser humano, cada uno de nosotros está solo ante Dios, ante Su justicia verdadera y Su misericordia infinita. Ante su Trono, nadie puede mentirle, nadie puede engañarle. Cristo, con su espada de doble filo, escruta las profundidades del corazón humano y habla...o calla...

No sabemos si Gestas fue finalmente salvado por Jesús. Lo que sí sabemos es que Dimas sí lo fue. Por eso, ¿Qué le digo a Jesús? ¿Soy Dimas o Gestas? o mejor, ¿Quiero ser Jesús?


JHR

jueves, 29 de marzo de 2018

AMOR FRENTE A TRAICIÓN

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"Judas, ¿con un beso entregas al hijo del hombre?"
(Lucas 22, 48)

Comenzamos la Semana Santa escuchando los Evangelios de Mateo, que enfatizan las infidelidades de los discípulos: la traición de Judas, la huida de todos en Getsemaní y, posteriormente, la negación de Pedro.

A pesar de que los discípulos dejan solo a Jesús en los momentos críticos, su amor y su amistad, trascienden el abandono de éstos. La ref
lexión que surge de estos hechos nos interpelan también a nosotros, hoy día. De igual manera que los discípulos, podemos abandonar a Jesús, pero Jesús nunca nos abandona a nosotros. Su amor es mucho mayor que nuestra infidelidad. 


Jesús sabe que va a ser traicionado a pesar de que Judas está maquinando en secreto; Jesús sabe que va a ser negado por Pedro a pesar de que le dice que morirá por Él; Jesús sabe que va a ser abandonado por sus discípulos a pesar que están con Él en el Huerto. Jesús lo sabe todo. 

Imagen relacionadaAún así, Cristo comparte sus últimos mensajes en confianza con todos ellos; cena y confraterniza en intimidad con sus amigos. Para los judíos compartir mesa, participar del pan y del vino eran las máximas expresiones de amistad, de intimidad y de confianza. 

A pesar de ser traicionado por sus amigos, por personas muy íntimas, ¡la increíble gratuidad del amor de Jesús supera la deslealtad, la negación y la huida de sus discípulos. Su amor no depende de lo que los demás hacemos por Él. Aunque cometamos el pecado más grande, sigue considerándonos amigos suyos. 


Resultado de imagen de los discipulos en getsemaniJesús, sabiendo perfectamente lo que Pedro y los demás discípulos iban a hacer, se fue con ellos a Getsemaní. Sabiendo perfectamente lo que Judas había hecho, y lo que venía a hacer, le dijo: "Amigo, ¡a lo que vienes!" No era palabras dichas con ironía, sino con sinceridad y honestidad. Judas era su amigo y Jesús lo amaba. 

¡Qué triste la reacción humana! ¡Qué descorazonadora la actitud del hombre! Después de haber vivido, comido y caminado junto a Jesús durante tres años, Judas terminará entregando a su Maestro y amigo, Pedro terminará negándole y todos, terminarán abandonándole. 

El mismo amor que Jesús sentía por Judas, por Pedro y por el resto de sus discípulos que le fueron infieles, es el que siente por cada uno de nosotros, quienes, lamentablemente, lo negamos, lo traicionamos y abandonamos a diario, quizás con más frecuencia que lo hicieron Judas y el resto.

Cerca y lejos de Jesús a la vez

Los discípulos fueron unos privilegiados: caminaron tres años junto a Jesús, fueron testigos de milagros asombrosos, e incluso predicaron junto a Él. Sin embargo, Judas nunca valoró ni amó a Cristo. En realidad, no estaba realmente interesado en lo que enseñaba. Tenía puesto su corazón en las cosas terrenales, como muestra su traición y sus robos (Juan 12,6). 
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Seguramente Judas fue desilusionándose a medida que conocía más a Jesús, e incluso enfadándose y pensando que había desperdiciado tiempo siguiéndolo. Por eso, cuando se dio cuenta de que Jesús no le serviría para sus propios fines, lo traicionó, mostrando que nunca fue un verdadero discípulo (Juan 26,14-16).

Jesús habló en muchas ocasiones, refiriéndose a "los Judas" (Mateo 6,19-24 y 7,21-23), e incluso advirtió sobre lo que supondría la traición (Mateo 26,24). Sabía que en su Iglesia siempre habría Judas que estarían físicamente cerca de Él pero que sus corazones estarían muy lejos. Aún así lo permitió. Los amó.

Y yo, ¿estoy a la vez cerca y lejos de Jesús? ¿le traiciono? ¿le abandono en los momentos críticos?

Sólo Jesús llena nuestras vidas

Muchos siglos antes de la venida de Cristo, Dios le habló al profeta Jeremías: "Doble iniquidad ha cometido mi pueblo: me han abandonado a mí, la fuente de agua viva para excavarse aljibes, aljibes agrietados, que no retienen agua" (Jeremías 2,13).

Judas representa esta doble iniquidad de la que habla el profeta. Él creyó que era mejor tener un puñado de monedas que tener a Cristo. Luego vio el error que cometió, pero en vez de arrepentirse, decidió quitarse su propia vida.


Imagen relacionadaLa esencia de nuestro pecado original, de nuestra rebelión es, aún estando cerca de Dios, abandonarle por temor o por egoísmo, por tratar de llenar nuestras vidas con cosas materiales que jamás podrán llenarlas.

De nada nos sirve tener cosas materiales ni nada de este mundo si no tenemos a Cristo: "Pues los que quieren enriquecerse caen en la tentación y en la trampa de deseos insensatos y funestos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males. Algunos, arrastrados por ese amor al dinero, se han apartado de la fe y están atormentados por muchos remordimientos" (1 Timoteo 6,9-10).

Y yo, ¿dejo que Jesús llene mi vida? o ¿trato de llenarla con cosas materiales? ¿estoy cerca de Cristo en misa o pensando en mis cosas?

Judas! ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? 
Pedro! ¿con un "no" abandonas al Hijo de Dios?
Cristiano! ¿con un "no tengo tiempo" traicionas al mismísimo Dios?


jueves, 9 de marzo de 2017

SI PEDRO CAYÓ...


El apóstol Pedro fue elegido por Jesús como líder de los discípulos y de su Iglesia. Humano, generoso, confiado, lleno de fe  y sin embargo, cayó de manera dramática (Lucas 22, 31-62).

Su caída está llena de señales de advertencia para los sacerdotes de hoy y también para todos nosotros. Aunque estos signos no siempre ocurren de manera lineal, cada sacerdote y, en general cada cristiano, debería evaluarlos en su vida.

Confiar en uno mismo

Jesús le dijo a Pedro que el diablo le haría caer, pero Pedro le aseguró su fidelidad y le afirmó con firmeza su compromiso de ir a la cárcel o incluso morir por Él. Seguramente Pedro tenía intención de cumplir esas palabras, como lo demuestra su voluntad posterior de defender a Jesús en el Jardín de Getsemaní. Sin embargo, pocas horas después, negaría conocer a Jesús. 
Pedro confiaba demasiado en sí mismo, en sus fuerzas, y no era consciente de que sin la ayuda de Dios la fe se desvanece. Ese es el peligro del exceso de confianza de algunos sacerdotes: creer que "no me sucederá". Es una señal de advertencia enorme.

Jesús les dijo a los apóstoles: "Orad para que no caigáis en tentación" (Lucas 22,40).  Sin embargo, ellos se durmieron. Gracias a la oración, nos ponemos en manos de Dios, en cuya compañía no hemos de sentir temor y en cuya confianza, nada fallará.

Sufrir cansancio emocional y físico

Los discípulos debían vigilar y orar en el huerto, pero en cambio, dormían. La fatiga emocional de la oposición creciente hacia Jesús había hecho mella en ellos. El agotamiento aumentó su vulnerabilidad a las acechanzas del enemigo. 
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Bajo la cansada tensión de las responsabilidades de un sacerdote dentro de una parroquia, también ellos, a veces, bajan la guardia. Y se duermen "en los laureles". 

Llevar demasiadas cargas y descansar poco puede llevar a consecuencias graves. Creerse por encima del bien y el mal (que es una forma de dormirse), también.

Dejar de orar

"Orad", les dijo Jesús a sus discípulos en Getsemaní. Incluso aunque hubieran querido rezar, el sueño era más apetecible y fuerte que la oración. El problema es muy simple: la falta de oración refleja una auto-dependencia, pensar que "yo puedo", en lugar de la dependencia de Dios. 

Cada vez que no estamos orando, somos susceptibles a caer. De hecho, la falta de oración generalmente se correlaciona con actuar primero y seguir a Dios en segundo lugar, como lo hizo Pedro cuando primero defendió a Jesús con una espada.

Distanciarse de Jesús 

Pedro siguió a Jesús después de su arresto, pero lo hizo de lejos. Esa distancia era obviamente geográfica, pero su corazón también se alejaba rápidamente de Jesús. Él, que había estado muy cerca de Jesús y que dijo que moriría por Él, no le defendió cuando lo arrestaron. Y cuando le preguntaron y le reconocieron como discípulo de Jesús, Pedro lo negó.

Nuestra distancia de Jesús puede ser no tanto negarle públicamente, pero quizás por una menor asistencia a los sacramentos, menos espacio de oración, menos cercanía con Jesús...y eso nos lleva irremediablemente a caer.

Ocultarse en público

Pedro no se escondió completamente, por supuesto, pero eso no significa que no lo intentara. Se calentó con el mismo fuego que se calentaban los enemigos de Jesús. 

Estuvo con los que acusaron a Jesús y sin embargo, su única preocupación era pasar desapercibido. 

Esta es otra señal de advertencia: Si te sientes tentado a esconder que eres cristiano, o sacerdote (incluso mientras sirves públicamente), te estás moviendo en la dirección equivocada. 

No vale eso de "mimetizarse". 

Mentir o relativizar

Una sirvienta miró atentamente a Pedro y lo acusó de ser un seguidor de Jesús. De hecho, el texto dice que ella miró fijamente al discípulo. Cara a cara. A los ojos. Sin embargo, Pedro mintió. Ella lo desafió a decir quién era, y él lo negó. 
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Cuando mientes (aunque sea por un buen fin), tu caída se produce a toda velocidad. Jesús nos dice que nuestro sí, sea sí y nuestro no, no. No valen "medias tintas".

Otro peligro actual es el relativismo. Relativizar es un terreno peligroso, porque nos arrastra a intentar "quitar hierro" a ciertas cuestiones importantes. 

El mensaje del evangelio es claro y rotundo, No es para nada relativista.

Reiteración en las negaciones

Por tres veces, varias personas relacionaron a Pedro con Jesús y tres veces, el primer discípulo lo negó. Admitir que era un seguidor de Cristo habría sido arriesgar su propia vida, y Pedro no llegaría hasta ahí. 

De hecho, sus negaciones aumentaron hasta el punto de que llegó a enfadarse, jurando que no tenía relación con Jesús. 

Los sacerdotes, cuando caen, a menudo tratan de auto-convencerse de que las continuas negaciones, de alguna manera, cambian la realidad. 

Aquí está el auténtico peligro. Para Pedro, el proceso de su caída ocurrió rápidamente. Era como si corriera hacia la desobediencia. Sin embargo, la mayoría de los sacerdotes o cristianos con responsabilidad no se meten en problemas; Se deslizan hacia allí. A veces el proceso sucede tan imperceptiblemente que se ven inmersos en un desastre antes de que sean conscientes de ello.

Si Pedro, que convivió de cerca con Jesús, vio sus milagros y, sin embargo, cayó...¿Qué hay de nosotros?

Es por eso que debemos estar muy atentos a las señales de advertencia que Jesús, a través de Pedro, nos muestra y guardarlas en nuestros corazones.