¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 9 de septiembre de 2021

¿ERES TÚ, SEÑOR?

"¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!"
(Mateo 14,27)

Mi vida interior, en el silencio, la paz y la serenidad del alma, es una continua búsqueda y contemplación en la que mi corazón anhela el encuentro íntimo con el Amado. 

Por el contrario, mi vida exterior, en el ruido, la decepción y la desesperanza se convierte en la pérdida de vista del Resucitado en la que mis ojos son incapaces de reconocerlo aunque camine a mi lado.

¿Eres Tú, Señor? Pregunto con insistencia, cuando me sobreviene la oscuridad y la prueba. 

¿Eres tú, Señor? Ruego con recogimiento, cuando el trajín cotidiano no me deja vislumbrar el amanecer en el horizonte. 

¿Eres Tú, Señor? Demando con humildad, cuando mis seguridades humanas se desmoronan y siento que caigo en la profundidad del abismo.
Es la Contemplación, esa actitud de entrega que me orienta, me dispone y me prepara a su visión. 

Es la Fe, esa caja de resonancia que responde a mi pregunta y que revela Su presencia en mi camino. 

Es la Providencia, esa alternancia de períodos de consolación y desolación, que me confirma sutil e interiormente que voy por buen camino. 

Es Cristo, que se acerca a mí y me susurra silenciosamente al oído lo que ha prometido; que me ofrece, con gran discreción y reserva, a través de un sutil velo, una visión mística e intuitiva de su esencia, auténtico anticipo y primicia del cielo. 

Es el Ángel del Señor, que me transporta y me "arrebata en espíritu" como al discípulo amado hacia la liturgia celeste, en un estado intermedio entre la fe y la visión absoluta de Dios,  que me permite asomarme para ver la preparación de la fiesta de bodas.
Pura gracia y puro don. No hay méritos propios ni derechos adquiridos por mí en ello. Una gracia que despierta en mí una irresistible fascinación por acercarme más y más al Señor. Un don que siembra en mí un incontenible ansía a dirigir mi mirada directamente al Salvador y a permanecer junto Él...porque "nada podrá separarme del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, mi Señor" (Romanos 8,39).

¡Eres Tú, Señor! Aseguro, como los dos de Emaús, mientras arde mi corazón y le reconozco en la Eucaristía. 

¡Eres Tú, Señor! Afirmo, como la flor que se abre a la luz del sol y al agua de la lluvia, mientras le veo palpitar en esa urna de cristal. 

¡Eres Tú, Señor! Atestiguo, como María Magdalena en el sepulcro y como Tomás en el aposento alto, que es verdad... que has resucitado y vives.
Esta es mi certeza: que el plan de Dios sale de lo profundo de su corazón, se hace presente en el tiempo y en el espacio, y tras cumplirse, vuelve al Padre. Cristo, parte del amor del Padre, se encarna y viene a mí por el Espíritu, para finalmente, retornar al Padre, llevándome con Él, a mi verdadero hogar. 

Este es mi anhelo de trascendencia: que el sufrimiento, el dolor y la muerte no tienen la última palabra; que el Padre amoroso espera la llegada del hijo pródigo a su casa celestial (Lucas 15,11-32); donde se encuentra la auténtica bienaventuranza, la verdadera dicha: donde no hay reproche ni condena; donde soy perdonado, acogido y abrazado por su misericordia; donde soy restituido, dignificado y vestido como hijo amado e invitado a entrar en la fiesta.

¡Eres Tú, Señor!...¡En verdad has resucitado!