¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta fe. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta fe. Mostrar todas las entradas

viernes, 8 de diciembre de 2023

¿CÓMO Y PARA QUÉ PERSEVERAR EN LA FE?


“ La autenticidad de vuestra fe produce paciencia”
(Stg 1,3)

Recuerdo una historia que escuché contar a Monseñor Munilla en la que hablaba de la perseverancia: la caza del zorro, muy propia de la cultura británica.

Cuando se suelta al zorro, la jauría de perros sabuesos sale rápidamente en su persecución. Al principio todos corren, saltan y ladran al unísono. Hacen mucho ruido. Pero a medida que pasa el tiempo, el cansancio hace mella y los perros se van descolgando. Unos se despistan con cualquier cosa del camino. Otros se paran a olisquear. Otros se tumban en el suelo. Otros se cuestionan el por qué de correr y se dan la vuelta. Y sólo unos pocos consiguen alcanzar la presa.

¿Por qué ocurre esto? ¿Acaso los que alcanzan la presa son más fuertes, más jóvenes, más capaces o están mejor entrenados?

La respuesta es que aquellos perros habían visto al zorro al comienzo de la cacería. Sabían lo que perseguían.

Vivimos en un mundo "a la carrera" donde todo es "urgente" e "inmediato". Todo es para el "aquí y ahora". Todo lo queremos para "ya". Nos domina la impaciencia. Y cuando somos impacientes, nos paralizamos y comenzamos a pensar que, lo que deseábamos tan sólo hace un momento, quizás ya no merece la pena, nos desmotivamos y abandonamos.

En la vida del cristiano pasa lo mismo que con los sabuesos ingleses: sólo quien ha visto a Cristo es capaz de aguantar la dureza de la carrera, los inconvenientes del camino y las dificultades del terreno. Sólo quién es consciente de por qué corre, es capaz de alcanzar la meta.
No vale cumplir. No vale seguir a otros. No vale "creer de oídas". Lo que vale es saber el "por qué" de la perseverancia, saber el "qué" de su atractivo. Perseverar no es sino demostrar que somos lo que decimos ser. 

Muchas veces nos pasa lo que a los perros de caza: corremos pero no sabemos para qué ni hacía dónde. Corremos porque vemos correr a otros y nos encontramos inmersos en un activismo que nos convierte en "sabuesos descontrolados", en "pollos descabezados", en "cabras locas".

Sin objetivo en mente, la perseverancia es imposible. Sin visualizar la meta, la carrera no tiene sentido. Sin ver al "zorro", ¿para qué ladrar? ¿para qué correr?

Sólo se puede ser cristiano si has puesto los ojos fijos en Cristo. No se puede ser fiel por el hecho de ver a otros serlo. No se puede ser perseverante por hacer lo que vemos a otros hacer. No se puede ser auténtico por el hecho de "cumplir" como los demás.
La perseverancia es la fe puesta en acción... hasta el final. No se trata de empezar la carrera con mucho ánimo y muchas ganas, para abandonar en los primeros kilómetros. 

La fe no es una carrera de cien metros lisos sino, más bien, una carrera de obstáculos, o mejor aún, un maratón. No se trata de correr, se trata de acabar, de cruzar la meta, de vencer... 

Porque al vencedor, Cristo le promete "siete" cosas (Ap 2 y 3),: 
  1. comer del árbol de la vida
  2. darle la corona de la vida
  3. darle el maná escondido, y una piedrecita blanca, y escrito en ella, un nombre nuevo
  4. no sufrir la muerte segunda
  5. tener autoridad sobre las naciones
  6. confesar su nombre delante de su Padre y delante de sus ángeles
  7. hacerle columna en el templo de su Dios y sentarse con Él en su trono. 

JHR

martes, 8 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (9): ¡VELAD PORQUE LLEGA EL NOVIO!

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: 
"Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas 
que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. 
Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. 
Las necias, al tomar las lámparas, 
se dejaron el aceite con las lámparas. 
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. 
A medianoche se oyó una voz:
 ¡Que llega el esposo, salid a recibidlo!.
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas 
y se pusieron a preparar sus lámparas. 
Y las necias dijeron a las sensatas: 
"Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas". 
Pero las sensatas contestaron: 
"Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, 
mejor es que vayáis a la tienda y os compréis".
Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, 
y las que estaban preparadas entraron con él al banquete, 
y se cerró la puerta. 
Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: 
"Señor, señor, ábrenos". Pero él respondió: 
"Os lo aseguro: no os conozco". 
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora"
(Mt 25,1-13)

Nos encontramos dentro del discurso escatológico de Mateo (c. 24-25) en el que nos muestra la importancia de la vigilancia y la responsabilidad mediante la parábola de las diez vírgenes (25,1-13) y la de los talentos (25, 14-30), y que termina con el relato del juicio final (25,31-46).

La parábola de las diez vírgenes se refiere a la segunda venida de Cristo o parusía y guarda relación con la parábola del traje de boda (Mt 22,2-15). Ambas nos advierten que todo banquete nupcial requiere de una preparación previa y de un "dress code" o código de vestimenta", para poder participar en él, es decir, para poder entrar en el reino de Dios. 
¿Qué simbolizan las diez vírgenes?
Las vírgenes necias son cristianos tibios, acomodados y mediocres, sin vida interior y desprovistos de luz sobrenatural. Católicos de cumplimientos externos mínimos y de fe a la medida de sus deseos. Creyentes que eluden el compromiso, que se aferran a las cosas materiales y a los afanes del mundo, y que creen que llamarse cristianos será suficiente para entrar en el cielo.

Las vírgenes prudentes, son cristianos comprometidos con el Reino de Dios, que están continuamente vigilantes y a la expectativa de la llegada del novio... orientados hacia su vocación de servicio y entrega a través de oración y de vida interior, que escuchan y meditan la Palabra de Dios y la cumplen,

¿Qué simbolizan la lámpara, el aceite y la luz?
Cada uno tenemos una lámpara, que es nuestra esperanza en Dios; un aceite, que es el la fe y la confianza en Dios que hará brillar nuestra lámpara con una luz particular, nuestras obras, el amor a Dios y al prójimo. Todo ello nos hace ser nosotros mismos, únicos, irrepetibles e intransferibles.

Algunas lámparas brillan con luz más potente, otras con luz más débil, otras quizás parpadeen…y algunas puede que estén apagadas. Podemos tener esperanza y fe, incluso buenas obras y acogida, pero sin amor, la fe no puede ni brillar ni iluminar.

Puede que no me guste mi lámpara o que piense que merezco otra mejor, con más capacidad de aceite, que ilumine más. Puede que no me guste mi luz porque sea muy tenue, o puede que haya comprado aceite suficiente.

Pero la lámpara que tengo es la que debo hacer brillar con el aceite que debo comprar. Por eso, no puedo usar la lámpara de otros ni pedirles su aceite.

¿Qué simbolizan las tiendas y las puertas cerradas? 
Todos estamos invitados al banquete, pero no todos entraremos en él. La simple condición de "vírgenes", es decir, el hecho de creer que somos "cristianos", no nos dará el derecho de entrada: "No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7,21)

Las tiendas no podrán surtirnos de aceite porque en la oscuridad de la noche (fuera de la gracia de Dios, en la hora de nuestra muerte o de la llegada de Cristo) no podemos encontrarlo, es decir, no podemos cuidar y aumentar la fe por nuestros medios, a nuestra comodidad, a nuestra medida, en el sitio equivocado o en el momento que ya sea tarde. 

Las puertas del banquete estarán cerradas, no por habernos quedado dormidos (por haber sido pecadores porque todos lo somos, las vírgenes prudentes y necias) sino porque no nos habremos preparado con antelación y porque no llevamos puesto el "traje de boda" (Mt 22,1-14), es decir, por no haber amado y por no haber buscado nuestra santidad durante nuestra vida.
¿Qué me pide Jesús?
Es por eso que Cristo me pide: "Velad, porque no sabéis el día ni la hora (Mt 25,13). El mismo mensaje que les dio a sus discípulos en Getsemaní (Mt 26,41) y al anunciarles los últimos días y su venida (Lc 21, 36): "Velad, orad y estad despiertos". 

Jesús me advierte que esté alerta y vigilantes, con una vida interior de oración, sacramentos y estado de gracia constantes. 

Soy responsable de mi propia fe, de mi vida interior, de mis actos de caridad, que son mi DNI personal e intransferible. No la puedo pedir prestada porque se me negará el acceso por intentar usurpar la identidad de otra persona. Por eso:

¿Cuido mi vida interior de fe para formarme y transformarme?
¿Rezo constantemente para escuchar la voluntad de Dios?
¿Escucho atentamente la Palabra de Dios para convertir mi corazón?
¿Participo activa y asiduamente de los sacramentos para santificarme?
¿Anuncio con mi lámpara encendida que el Señor ya está presente entre nosotros? 
¿Brilla mi fe con el aceite del amor o está apagada por la tibieza?


JHR

miércoles, 28 de diciembre de 2022

PERSEVERAR EN LA TRIBULACIÓN

"Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente: 
Eloí Eloí, lemá sabaqtaní 
(que significa: 'Dios mío, Dios mío, 
¿por qué me has abandonado?')"
(Mc 15,34)

Es fácil ser cristiano cuando todo en la vida nos va bien, cuando no somos perseguidos o cuando no sufrimos tribulación. Sin embargo, seguir a Cristo no nos hace inmunes al mal, al dolor o al sufrimiento, porque si Cristo fue tentado, probado, odiado, perseguido y atribulado...nosotros también: "Seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará....Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo" (Mt 10,22, 24).

Dice San Pablo que "Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios...y, si hijos, también herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él...Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 14.17.26).

El propósito último de Dios es que seamos transformados más y más a la imagen de Su Hijo (Rm 8,29) por y para Quien creó todo. Esa es la imagen y semejanza con la que Dios nos creó y que perdimos: la santidad. La perseverancia en las pruebas y tribulaciones es parte del proceso que Dios permite para alcanzar nuestra santificación y para lograr nuestro crecimiento espiritual. La prueba demuestra la autenticidad de nuestra fe  y nos conduce a la gloria (1 P 1,6-7; Stg 1,2-4,12).

Dice san Agustín que Dios saca del mal un bien mayor. Sabemos que Dios no es quien nos prueba como tampoco un padre prueba a un hijo ni desea su mal. Dios creó todo bueno porque Él es bueno y no puede alegrarse de nuestros sufrimientos y, mucho menos, ser su artífice. Dios permite la tribulación de la misma forma que un padre permite ciertas situaciones que le sirven a un hijo para obtener un bien mayor. 

Si de algo estoy absolutamente convencido es que a Dios siempre le encontramos en el sufrimiento, aunque pueda parecer que, por momentos, "nos ha abandonado". El mismo Jesús gritó en la cruz:  "Eloí, Eloí, lemá sabaqtaní", "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46; Mc 15,34). 
El lamento desolador de Cristo es una oración sincera y conmovedora recogida del Salmo 22, que surge de lo más profundo del corazón humano de Jesús, dotado de una gran densidad humana y de una riqueza teológica sin parangón. En él expresa una confesión llena de fe y generadora de esperanza, "desde el seno de mi madre, tú eres mi Dios, proclama una seguridad que sobrepasa toda desolación y se abre a la alabanza del amor misericordioso del Padre, quien ya ha concedido lo que le pide antes de implorarlo

Cuando sufrimos, cuando sentimos dolor o tribulación, clamamos a Dios porque le notamos lejano, incluso, ausente. ¡No somos capaces de verlo! Pero Dios está siempre a nuestro lado, en silencio paciente, aunque el dolor nos impide verlo y sentirlo, porque atenaza nuestro corazón y obnubila nuestra menteLa pregunta es ¿clamo a Dios con fe como Cristo hizo?.

Desde el principio, cuando la humanidad "cayó" al dejarse seducir por la serpiente, Dios anunció el sufrimiento, el dolor y la fatiga que el pecado nos ocasionaría. Pero antes de ello, nos hizo una promesa mesiánica: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gn 3,15). El mal y la muerte no tienen la última palabra. La Palabra de Dios, Cristo, ya ha obtenido la victoria.

Cuando la tribulación nos inunda, cuando la fe decae, cuando la serpiente nos tienta y nos sumerge en la desesperación...somos esos dos discípulos de Emaús...que discutimos entre nosotros por lo que nos sucede (o incluso, culpamos a Dios de nuestras desgracias) mientras somos incapaces de verlo a nuestro lado.

Vamos de camino por nuestra vida peregrina, lamentándonos por nuestras desolaciones, quejándonos por nuestras pérdidas, abatidos y decepcionados por el mal que sufrimos. Una vida, muchas veces, forjada en la pretensión de ver más nuestros objetivos alcanzados, nuestros anhelos realizados y nuestras expectativas satisfechas, que de ver y escuchar al Señor para que nos explique cuál es el propósito de nuestra vida. ¡Nos falta fe para ver a Cristo ayudándonos a cargar nuestra cruz!
El mundo y el Enemigo nos incita a vivir "nuestra" vida lejos del dolor y del sufrimiento, nos tienta a buscar el bienestar y el placer (que no la felicidad plena), tanto, que nos alejamos del mismo Dios sin darnos cuenta, aunque vayamos a misa y nos creamos buenos cristianos. 

Porque sucede que cuando todas nuestras expectativas y deseos se desmoronan, nos quejamos y queremos instrumentalizar a Dios, colocándole dentro de nuestra corta visión humana...para dictarle cómo deben ser las cosas y cuándo debe actuar en beneficio nuestro.

Y es entonces cuando deberíamos preguntarnos en la intimidad de nuestros corazones: 

¿Cuántos días me levanto pensando en cómo voy a afrontar mi jornada, planificando lo que voy a hacer, decidiendo lo que debe ocurrir, corriendo de un lado a otro, quejándome cuando las cosas no me salen como las había pensado y olvidándome por completo de Quien está a mi lado y hace posible todo?

¿Cuántos días me levanto y le ofrezco a Dios mi jornada, mis alegrías y mis penas, mis éxitos y mis fracasos, mis gozos y mis sufrimientos? ¿Doy gracias a Dios o sólo le exijo? ¿Planifico mi vida en torno a Dios o a mis deseos? ¿Le visito, le escucho y le reconozco al partir el pan o me refugio en mi "aldea"? ¿Vivo una vida eucarística o "sobrevivo" una vida mundana? ¿Arde mi corazón o está frío como el cemento?

Perseverar en la tribulación sólo es posible con una fe sólida, con una esperanza confiada, con un amor gratuito que recibo en la Eucaristía. Sólo allí puedo abrir mi corazón y reconocerle; sólo allí arde mi corazón cuando me explica las Escrituras; sólo allí recibo la gracia para afrontar mi dolor y mi sufrimiento en la certeza de que la meta merece la pena. 

Sólo reconociendo a Dios siempre a mi lado y confiando en Él, puedo ver mi sufrimiento, mi dolor y mi tribulación como una prueba en mi camino que Dios permite para que crezca mi fe, mi esperanza y mi caridad. 

Y sólo puedo hacerlo...visitándole en la Eucaristía, el lugar de la presencia de Dios vivo y resucitado, el lugar sagrado donde transformar mi angustia en alabanza y acción de gracias.

"Así pues, habiendo sido justificados en virtud de la fe, 
estamos en paz con Dios, 
por medio de nuestro Señor Jesucristo, 
por el cual hemos obtenido además por la fe 
el acceso a esta gracia, 
en la cual nos encontramos; 
y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 
Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, 
sabiendo que la tribulación produce paciencia, 
la paciencia, virtud probada, 
la virtud probada, esperanza, 
y la esperanza no defrauda, 
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones 
por el Espíritu Santo que se nos ha dado" 
(Rm 5,1-5)

JHR

martes, 2 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (3): MUJER, QUÉ GRANDE ES TU FE

"Ten compasión de mí, 
Señor Hijo de David"
(Mt 15,22)

Jesús, con su magistral pedagogía, nos muestra hoy en el evangelio, al menos, tres enseñanzas. 

La primera es la universalidad de su Iglesia. El cristianismo no es un grupo "estufa" de amigos ni un circulo cerrado ni un club privado para unos pocos. La casa de Dios está abierta de par en par a todos los hombres de todas las naciones, de todas las culturas y de todos los ámbitos porque Su misericordia no entiende de límites ni de fronteras sino que está abierta a la fe firme y confiada en Dios.

Sin embargo, llama la atención la aparente indiferencia con la que responde Jesús con su silencio a la cananea desesperada, y después, la insultante brusquedad de su doble negativa, a los discípulos y a la mujer. Sólo ante la perseverante insistencia (incluso "cansina" y desesperada) de ésta, es cuando la gracia actúa y obra el milagro. 

Es la segunda enseñanza del pasaje de hoy, que nos conduce y nos guía en nuestro camino de fe para comprender la voluntad de Dios. Hablamos de la mayéutica divina (término que procede del griego "maietikos", que significa “ayudante en el parto"), una metodología que se utilizaba también en la antigüedad (Sócrates) y que más que dar respuestas, suscita interrogantes y cuestiones, para que la persona persevere y saque a relucir conceptos latentes en su corazón.

Dios utiliza la mayéutica con frecuencia, pero sobre todo, cuando rezamos y no recibimos respuesta alguna. En ocasiones, Dios calla y guarda silencio. Y casi nunca lo entendemos. Es como si asistiera al parto pero esperase a que "empujásemos" nosotros, para finalmente, actuar y dar luz. Dios quiere provocar nuestra reacción, quiere que hagamos una confesión de fe perseverante, humilde, sincera y confiada, para actuar.

La tercera enseñanza de Jesús es la objetividad de los contenidos de la fe, cuando afirma que la revelación plena de Dios, es decir, la auto donación amorosa de Dios a todos los hombres, sucede en el seno de Israel, el pueblo elegido de Dios, y en concreto, en la persona de Cristo: "Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel". Será misión de sus apóstoles, llevar la salvación al mundo gentil.
De un hombre proviene la salvación de todos. La cananea así lo confiesa: "Señor, hijo de David...tienes razón...pero ayúdame". Le reconoce como el Mesías prometido, y evoca la respuesta de los discípulos en el evangelio de ayer: "Realmente eres Hijo de Dios".

Es entonces cuando Jesús responde: "Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas". Una fe que mueve la compasión divina ante todo sufrimiento humano y que no conoce límites.

Ante las angustias, problemas y necesidades que experimento en mi vida, mi alma grita desesperada ¡Ten compasión de mí, Señor!, buscando una respuesta inmediata y una solución definitiva que no llega...y me pregunto ¿Por qué parece que no me escuchas? ¿Por qué parece que mis problemas te son indiferentes?

Señor, aunque me desconciertas, sé que tu propósito es purificar mi intención. Quieres que yo mismo compruebe cuán grande es mi fe y que crea en Ti, porque "sin fe es imposible complacerte, pues el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan" (Heb 11,6). 




JHR

lunes, 1 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (2): ¿POR QUÉ HAS DUDADO?

¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
(Mt 14,22-33)

El evangelio de hoy está lleno de simbolismos que merece la pena meditar (No temáis, soy yo), pero hoy vamos a reflexionar sobre lo que podríamos titular como "Las tempestades del cristiano". 

Ocurre que los cristianos, que hemos sido enviados por Jesús en la barca (la Iglesia) al mar (el mundo) sumido en las tinieblas (falta de Dios) y tempestades (tentaciones) y con viento contrario (maldad), tenemos que ser conscientes de nuestra misión y de lo que la sustenta, porque tenemos poca fe y solemos dudar.  Necesitamos pedirle a Dios: "Auméntanos la fe" (Lc 17,5).

Volvamos al pasaje: parece que los discípulos no se asustan por el viento o por las olas, sino porque ven a un "fantasma" caminar sobre las aguas. La escena nos muestra la divinidad inequívoca de Cristo, nos anticipa su resurrección y, como comprobamos a lo largo de los evangelios, nos enseña la dificultad que tenemos los hombres para reconocer al Resucitado en medio de las dificultades o de las decepciones, como les ocurrió a los discípulos de Emaús (Lc 24,21). 

Incluso puede que cuando, como Pedro, reconozco a Cristo, que me dice "ven" y me llama a seguirlo, tomo la decisión (a veces impetuosa) de lanzarme al agua sin fe, sin pensar a qué me enfrento. Lo mismo que hizo Pedro cuando se levantó y fue corriendo al sepulcro (Lc 24, 12). Un gran amor me impulsa hacia nuestro Señor... pero no es suficiente. 

Y es que cuando pierdo de vista a Jesús (como Pedro que duda), aunque sea sólo por un instante, me hundo. Aunque estoy seguro de mi amor a Dios, necesito edificar una fe sólida, una vida interior de oración y sacramentos que me haga perseverar y no vacilar jamás. Necesito confiar en el poder divino para que, cuando sienta la fuerza del viento o de las olas, no tenga miedo y me hunda, sabedor de que "todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis" (Mc 11,24).

Necesitamos pedir, necesitamos rezar a nuestro Dios: "Señor, sálvame" (Lc 14,33). Es el poder de la oración confiada y de la vida eucarística, que nos ayuda siempre en nuestras tempestades, en nuestras dificultades porque Dios está en nuestra barca, todos los días, hasta el fin de los tiempos" (Mt 28,20).

La pedagogía de Dios utiliza el mal para sacar bien de él. Nuestras dudas, junto a nuestras certezas, son parte de nuestro camino de seguimiento a Cristo que nos hacen dar grandes saltos de fe cuando nos abandonan nuestras seguridades humanas. Entonces, somos capaces de reconocer a nuestro Señor y decir: "Realmente eres Hijo de Dios".

                             JHR

jueves, 18 de noviembre de 2021

FIRMES EN LA BRECHA

"Busqué entre todos ellos alguien 
que construyera una muralla 
y se mantuviera en la brecha frente a mí, 
en favor del país, 
para que no lo destruyera, 
pero no pude encontrarlo" 
(Ez 22,30)

La expresión "abrir brecha" hace referencia a la rotura de un frente en el combate, es decir, a la abertura que un ejército enemigo hace en la muralla de un castillo, rompiendo su defensa, venciendo su resistencia, traspasando sus líneas y tratando de conquistar la plaza.

Por otro lado, "estar o mantenerse en la brecha" suele utilizarse para señalar que alguien está en una buena posición, que triunfa o destaca en algo. Sin embargo, los cristianos preferimos un significado de mayor altura: alguien que está preparado, dispuesto o comprometido, alguien que está en la trinchera, en primera linea de defensa, alguien que está "en activo" o "en vela". 
Este sentido espiritual viene expresado en la profecía de Ezequiel 22,30: Dios busca a alguien que se interponga en favor de los que obran contra su voluntad, alguien que de la cara por Él, alguien que se mantenga firme en la brecha, pero no lo encuentra.

"Estar en la brecha" o "mantenerse en la brecha" es sinonimo de intercesión (en latín, intercedĕre), hacer una petición en nombre de otro, mediar, estar entre dos partes en conflicto, rogando ante uno en nombre del otro. 

Estamos en guerra...una guerra interior. El enemigo ha abierto brecha en la fe y ha provocado un abismo entre los hombres y Dios. Por ello, el mundo necesita a Dios y Dios "necesita" intercesores, "soldados" que llenen ese espacio abierto y vulnerable, que se mantengan firmes en la brecha... en la oración. 
Jesús pregunta: "¿Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" (Lc 18,8) ¿Habrá alguien en la trinchera? ¿Habrá alguno o ninguno?

¡Cuántos "ningunos" se rinden al Enemigo! ¡Cuántos "ningunos" deponen las armas de la fe (Ef 6,10) y claudican ante la adversidad, la comodidad o las falsas promesas del Invasor de almas! ¡Cuántos "ningunos" se alían con el Adversario y se enfrentan a Dios, a veces, incluso "no haciendo nada" o mirando hacia otro lado! ¡Cuántos "ningunos" reniegan de su ciudadanía celestial (Flp 3,20) para nacionalizarse "mundanos"!

Cristo nos recuerda que "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mateo 18,20). Pidámosle que fortalezca la muralla de nuestra fe a través de la oración constante (1 Cor 16,13), que cure nuestras heridas de la batalla a través de los sacramentos y que nos arme de valor a través de la sana doctrina y de la unidad de su Iglesia (Hch 2,42).


JHR

jueves, 9 de septiembre de 2021

¿ERES TÚ, SEÑOR?

"¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!"
(Mateo 14,27)

Mi vida interior, en el silencio, la paz y la serenidad del alma, es una continua búsqueda y contemplación en la que mi corazón anhela el encuentro íntimo con el Amado. 

Por el contrario, mi vida exterior, en el ruido, la decepción y la desesperanza se convierte en la pérdida de vista del Resucitado en la que mis ojos son incapaces de reconocerlo aunque camine a mi lado.

¿Eres Tú, Señor? Pregunto con insistencia, cuando me sobreviene la oscuridad y la prueba. 

¿Eres tú, Señor? Ruego con recogimiento, cuando el trajín cotidiano no me deja vislumbrar el amanecer en el horizonte. 

¿Eres Tú, Señor? Demando con humildad, cuando mis seguridades humanas se desmoronan y siento que caigo en la profundidad del abismo.
Es la Contemplación, esa actitud de entrega que me orienta, me dispone y me prepara a su visión. 

Es la Fe, esa caja de resonancia que responde a mi pregunta y que revela Su presencia en mi camino. 

Es la Providencia, esa alternancia de períodos de consolación y desolación, que me confirma sutil e interiormente que voy por buen camino. 

Es Cristo, que se acerca a mí y me susurra silenciosamente al oído lo que ha prometido; que me ofrece, con gran discreción y reserva, a través de un sutil velo, una visión mística e intuitiva de su esencia, auténtico anticipo y primicia del cielo. 

Es el Ángel del Señor, que me transporta y me "arrebata en espíritu" como al discípulo amado hacia la liturgia celeste, en un estado intermedio entre la fe y la visión absoluta de Dios,  que me permite asomarme para ver la preparación de la fiesta de bodas.
Pura gracia y puro don. No hay méritos propios ni derechos adquiridos por mí en ello. Una gracia que despierta en mí una irresistible fascinación por acercarme más y más al Señor. Un don que siembra en mí un incontenible ansía a dirigir mi mirada directamente al Salvador y a permanecer junto Él...porque "nada podrá separarme del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, mi Señor" (Romanos 8,39).

¡Eres Tú, Señor! Aseguro, como los dos de Emaús, mientras arde mi corazón y le reconozco en la Eucaristía. 

¡Eres Tú, Señor! Afirmo, como la flor que se abre a la luz del sol y al agua de la lluvia, mientras le veo palpitar en esa urna de cristal. 

¡Eres Tú, Señor! Atestiguo, como María Magdalena en el sepulcro y como Tomás en el aposento alto, que es verdad... que has resucitado y vives.
Esta es mi certeza: que el plan de Dios sale de lo profundo de su corazón, se hace presente en el tiempo y en el espacio, y tras cumplirse, vuelve al Padre. Cristo, parte del amor del Padre, se encarna y viene a mí por el Espíritu, para finalmente, retornar al Padre, llevándome con Él, a mi verdadero hogar. 

Este es mi anhelo de trascendencia: que el sufrimiento, el dolor y la muerte no tienen la última palabra; que el Padre amoroso espera la llegada del hijo pródigo a su casa celestial (Lucas 15,11-32); donde se encuentra la auténtica bienaventuranza, la verdadera dicha: donde no hay reproche ni condena; donde soy perdonado, acogido y abrazado por su misericordia; donde soy restituido, dignificado y vestido como hijo amado e invitado a entrar en la fiesta.

¡Eres Tú, Señor!...¡En verdad has resucitado!

sábado, 7 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (7): CON FE, NADA ES IMPOSIBLE

"En verdad os digo que, 
si tuvierais fe como un grano de mostaza, 
le diríais a aquel monte: '
Trasládate desde ahí hasta aquí', 
y se trasladaría. 
Nada os sería imposible"
(Mateo 17,20)

La lectura del libro de Deuteronomio que la Liturgia nos ofrece hoy nos muestra el "Shemá", "Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno", una de las principales y más sagradas plegarias judías, una especie de "credo" judío que afirma al único Dios a quien amar con todo el corazón, con todo el alma y con toda la fuerza.

Lo primero que proclama el Shemá es “Escucha”. La primera actitud de fe que debemos tener es de escucha, de prestar atención y para ello, debemos rezar, establecer una relación estrecha con Dios.

El Evangelio de Mateo 14,17-20 nos relata el enfado de Cristo al comprobar que sus discípulos discuten y siguen sin tener fe, a pesar de que acaban de bajar con Él del Tabor, tras haber visto su gloria y haber escuchado a Dios Padre. 

Les llama generación incrédula y perversa, y les dice, poco más o menos, que no les soporta. Es como si los discípulos le frustraran y le "sacaran de quicio", porque a pesar de estar con el Hijo del Dios vivo, a pesar de ser testigos de milagros y signos portentosos, ellos siguen sin ver ni oír. Y sobre todo, siguen sin rezar...siguen sin tener fe.

Una vez más, Jesús busca fe en la tierra "Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lucas 18,8), porque con fe todo es posible, incluso lo humanamente imposible. 

El Señor ni siquiera me pide una fe adulta ni perfecta. No le importa que sea pequeña pero sí que sea auténtica. La fe es un don de Dios que debemos pedir para que Él nos la aumente, para que de un grano de mostaza, se convierta en un gran árbol donde aniden los pájaros (Mateo 13,31).

Me pide una fe firme, como la del hombre que se arrodilla por amor paternal y tiene la certeza de que Cristo puede curar a su hijo epiléptico, cuando le hace una petición sencilla pero auténtica, una súplica simple pero sincera: "Ten compasión de mi hijo". 

El evangelio de san Marcos hace un relato más extenso de la escena en la que Jesús le dice al padre del muchacho epiléptico que todo es posible al que tiene fe, a lo que aquel le responde: "Creo, pero ayuda mi falta de fe" (Marcos 9,23-24). El padre atribulado es consciente de que su fe necesita la ayuda de Jesús, le entrega su debilidad a Cristo, quien la acoge y le concede la gracia por el amor que brota de ese corazón de padre.

Durante esta semana, estamos escuchando en la Palabra de Dios casos de "fe que mueve montañas" de personas que no son discípulos de Cristo, sino gente ajena a Jesús, incluso pagana. Sin embargo, se acercan a Dios con auténtica fe y con gran humildad. Por eso, Cristo se compadece de ellos y accede a sus peticiones. 

¡Cuántas veces no veo frutos porque no rezo! 
¡Cuántas veces pretendo servir a Dios sólo por mis méritos y sin confiar en Él, sin escucharle! 
¡Cuántas veces caigo en una fe de rutina! 
¡Cuántas veces ofrezco a los demás una fe de "postureo"! 
¡Cuántas veces tengo mi corazón cerrado a la gracia!
¡Cuántas veces me niego a darle el control total a Jesús! 
¡Cuántas veces creo sólo en mis capacidades y me convierto en un incrédulo y en un perverso!

¡Señor, auméntanos la fe 
porque somos siervos inútiles! 
(Lucas 17, 5 y 10)

martes, 20 de abril de 2021

CREER NO BASTA

"Tú crees que hay un solo Dios. 
Haces bien. 
Hasta los demonios lo creen y tiemblan. 
¿Quieres enterarte, insensato, 
de que la fe sin las obras es inútil?" 
(Santiago 2,19-20)

A menudo pienso lo fácil que para muchos supone ser cristiano en la Iglesia, en un retiro, en un ambiente cristiano: con sólo creer, basta. Sin embargo, el apóstol Santiago dice que creer está bien pero que sólo con eso no basta, que es inútil porque también los demonios creen en Dios y eso no les hace seguidores de Cristo.

Creer o no creer, de un modo teórico, exige poco: tan sólo supone adoptar una posición, una opinión. Creer en Dios no es sólo pensar que existe y ya está. Jesús dice: "No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 7,21). Saber que existe no nos da el acceso al reino de los cielos: implica hacer su voluntad.

Hacer la voluntad de Dios requiere algo más que habituarse a realizar o practicar algunas cosas, algo más que desempeñar un papel religioso o moral. Consiste, no tanto en "hacer" como "ser", es decir, en ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5,48).

"Ser perfectos" supone cumplir los mandamientos de Dios pero, antes, tenemos que conocer al Dios de los mandamientos. Porque creer en alguien no significa necesariamente conocerle. Conocer a Dios implica experimentarle en la propia vida, hacerle presente en cada momento, dejarse querer por su gran amor.

"Ser perfectos" implica conocerle en su Palabra, en los sacramentos. Requiere vivir la Eucaristía para ver a Cristo, quien desde el altar, se hace presente en su Cuerpo y en su Sangre, en su Alma y en su Divinidad.

Dios ha querido comunicarse a sí mismo, darse a conocer, y así, invitarnos a participar de Su vida divina. La fe es la respuesta del hombre a la revelación divina, manifestada en  confianza, obediencia y entrega totales.

"Ser perfectos" implica testificar y proclamar cada día a ese "Dios conocido", incluso con palabras. Supone ser coherente con aquello que hemos visto, oído y experimentado. Dice el apóstol Santiago: "La fe, si no tiene obras, está muerta por dentro" (Santiago 2,17), es decir, que la fe no es una idea teórica sino que se debe poner en práctica.
"Ser perfectos" significa alcanzar el cielo pero no se gana sólo por ir a misa, leer la Biblia o por ser buena persona. Es una relación con Dios y las relaciones no se "creen", se experimentan, se viven. Vivir la fe implica acción, supone un movimiento "ascendente", es decir, ir hacia Dios. 

"Ser perfectos" es un proceso que se desarrolla en todo momento y durante toda la vida. Supone paciencia, obediencia y perseverancia hasta el fin (Mateo 10,22). No se puede ser perfectos "a ratos" o dependiendo de donde estemos, o de cómo nos sintamos. 

"Ser perfectos" significa reconocer que, más allá de lo que se pueda experimentar directamente o de lo que se pueda cononcer científica o históricamente, Dios es el origen, la causa y el fin de todo lo creado, y por tanto, "verle y tocarle" es aceptar libre, total e incondicionalmente Su amor.




JHR

jueves, 17 de diciembre de 2020

FALTAN LÍDERES, SOBRAN GERENTES

"Quien quiera ser el primero,
 que sea el último de todos 
y el servidor de todos"
(Marcos 9,35)

Quienes me leen con asiduidad, conocen mi constante denuncia contra el mal del activismo en ámbitos católicos, y que Pio XII denominó como la "herejía de la acción". Un desatino demasiado instalado en las mentes de muchos "nuevos evangelizadores católicos", que utilizan, consciente o inconscientemente, los "modos" empresariales y el "lenguaje" ideologizante del mundo.

Con demasiada frecuencia, se utilizan en los métodos evangelizadores ciertas modalidades "empresariales" que buscan la efectividad y la eficacia humanas, mientras marginan la gracia divina y olvidan el propósito que debe regir toda acción cristiana y, por tanto, también toda actividad apostólica: la fe, la esperanza y el amor.

Para transmitir estos "modos" y "maneras" se emplea un lenguaje corporativo que evidencia una casi completa ausencia de fe y confianza en Dios, como si "todo" dependiera de la capacidad y el talento humanos, aunque con sus "bocas" le den el beneplácito de una autoría "forzada" al Espíritu Santo.

En efecto, falta amor y sobra activismo. Falta fe y sobra autosuficiencia. Falta esperanza y sobra presunción. Falta "luz" y sobran "iluminados". Falta humildad y sobra orgullo. Faltan "buenos ejemplos" y sobran "ideas novedosas". Faltan líderes y sobran gerentes (coordinadores).
Faltan líderes apasionados por Jesús que den ejemplo y abran camino, y sobran coordinadores tibios que disponen y organizan recursos materiales y humanos, pero sin propósito trascendental ni sustento espiritual. 

Faltan cristianos comprometidos con el Evangelio que acerquen almas a Dios y las cuiden, y sobran "practicantes no creyentes" que se ocupan sólo de las cosas.

Faltan auténticos discípulos de Cristo que, a imitación suya, tengan la oración como prioridad, y sobran "gerentes" que mantienen la acción como preferencia.

¿Dónde encontrar estos líderes apasionados, comprometidos y auténticos discípulos de Cristo? ¿Cómo saber lo que los cristianos debemos hacer y decir cuando servimos a Dios?

Jesús nos enseña

Como siempre, Dios nos "primerea" y se anticipa a nuestras "torpezas" para explicarnos, en el capítulo 9 del evangelio de San Marcos, lo que debemos hacer y que no somos capaces de ver o entender.

Aquí, el evangelista narra una escena en la que Jesús se enfada con aquellos que intentan hacer "cosas para Dios" y se olvidan del "Dios de las cosas". 

Tras bajar del monte Tabor con Pedro, Juan y Santiago, Jesús se encuentra a los demás discípulos discutiendo con la gente y con los escribas, y les pregunta (como si no lo supiera) igual que hizo con los dos de Emaús: "¿De qué discutís?" (Marcos 9,16). 

Jesús nos capacita
El motivo de la discusión era la incapacidad de los discípulos de expulsar a un demonio de un niño a quien había dejado mudo. En realidad, su negligencia para imitar al Maestro era debida a su falta de fe en Él.

Y Jesús responde de modo parecido a como lo hará más adelante, ya resucitado, con los dos de Emaús. En esta ocasión, en lugar de llamarles "torpes y necios", les llama "generación incrédula", que viene a ser lo mismo. Pero además, esta vez  esboza una cierta queja y expresa hasta un cierto hartazgo: "¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?" (Marcos 9, 19).

Jesús nos exige fe
La gente le pregunta a Jesús si puede hacer algo. Y Jesús, con un tono de cierto enojo y perplejidad ante su desconfianza, les contesta: "¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe" . Y lo expulsó, una vez que el padre del niño hizo una profesión de fe: "Creo, pero ayuda mi falta de fe" (Marcos 9, 23-24).

Aquí se encuentra la base de todo milagro: la fe. Sin fe, ni el propio Jesús puede hacer milagros, como ya ocurrió en otras ocasiones e incluso en su propia ciudad, Nazaret. Sin confianza en Dios, no somos más que simples humanos, incapaces ya no sólo de realizar milagros, sino ni tan siquiera percibirlos a nuestro alrededor.

Jesús nos exhorta a la oración
Seguimos en el evangelio de Marcos para notar cómo los discípulos "no se habían enterado de nada"Cuando los discípulos se quedaron a solas con Jesús, le preguntaron: "¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?", a lo que el Señor respondió: "Esta especie solo puede salir con oración" (Marcos 9,29). 

A la fe siempre le acompaña la oración. Sin oración, todo lo que pretendamos hacer para la gloria de Dios y la salvación de las almas es infructuoso. La autosuficiencia en nuestras capacidades y la confianza en nuestros propios méritos, hacen que cualquier actividad espiritual que pretendamos realizar, se vacíe de contenido y esté avocada al fracaso.

Jesús nos llama a la humildad y al amor
Pero continuemos caminando junto a Jesús y sus discípulos para saber que nos suscita el Señor en nuestra vida cristiana. Cuando llegan a Cafarnaún, Jesús vuelve a preguntarles (esta vez con la misma frase con la que se dirigirá cuando se encuentre con los discípulos de Emaús) : "¿De que discutíais por el camino?" (Marcos 9, 33).

Los discípulos callaban porque lo que habían venido discutiendo durante todo el camino era sobre quién era el más importante de ellos. Y el Señor, cogiendo a un niño, les vuelve a enseñar, es decir, nos vuelve a decir a nosotros lo que debemos hacer: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado" (Marcos 9,35-37). 

Cristo hizo antes todo lo que nos dijo después: se humilló, despojándose de su condición divina para venir a salvarnos. Y lo hizo por amor. Por tanto, como seguidores suyos es preciso que mostremos la misma humildad y caridad. Porque la primera nos lleva a la segunda y viceversa. 

Jesús nos pide coherencia y perseverancia
Jesús finaliza la enseñanza de hoy para todos nosotros con dos sentencias concluyentes: 

-"Quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro" (Marcos 9, 39). Cristo nos pide coherencia entre lo que decimos y hacemos, y autenticidad entre a quien proclamamos y qué decimos de Él con nuestros actos y con nuestro proceder.

-"Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaréis? Tened sal entre vosotros y vivid en paz unos con otros" (Marcos 9,50). Dios nos pide perseverancia en sus enseñanzas y firmeza en sus mandamientos, para así vivir todos juntos en paz. Porque los cristianos no nos movemos por sentimientos ni por estados de ánimo. Nos movemos por y hacia la luz de Cristo.