Ser cristiano es como correr el campeonato mundial de Fórmula 1.
Ecclestone (Jesús) creó la competición y estableció las reglas para que, los distintos equipos: Ferrari, McLaren, Williams, Lotus, Red Bull, Mercedes, Renault, etc.(distintas denominaciones cristianas: católica, anglicana, ortodoxa, protestante, etc.), se dispusieran a participar en su obra, dirigida por la FIA (Dios).
Los grandes premios (distintas formas de evangelización) se disputan en distintos países y en distintos horarios pero con las mismas normas.
Unos son diurnos y otros nocturnos, pero todos puntúan.
Durante el desarrollo de cada uno de ellos, los pilotos con sus monoplazas (laicos) están dirigidos y asesorados desde el pit-lane (parroquias) donde un gran equipo de personas: directores de equipo, mecánicos, ingenieros, etc. (obispos, sacerdotes, vicarios, pastores, etc.) bien instruidos, altamente cualificados, con experiencia reconocida y dirigidos por el director de la escudería (Papa) controlan la telemetría (teología), repostan combustible (dogmas), cambian neumáticos, alerones u otras piezas (paradigmas), dan instrucciones concretas (métodos para la evangelización: misiones, voluntariado, cursos Alpha, etc.) según cada momento de la carrera.
Nadie que forme parte de la F1 debe limitarse a ser un mero espectador, para eso está el público (el mundo).
Lo apasionante de la F1 es la ACCIÓN (MISIÓN), que va ligada a la EMOCIÓN (AMOR) para alcanzar el TÍTULO (VISIÓN).
Necesitamos parroquias "pit-lane" y laicos en monoplazas competitivos, pilotos sudorosos y extenuados, pero felices en el podio, al final de cada Gran Premio, al saborear carrera a carrera, la cercanía del título (primicias del reino de Dios).
Al final del campeonato, nos espera el título universal: el Reino de Dios.