¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 12 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): TEN PACIENCIA

"Ten paciencia conmigo, 
y te lo pagaré todo” 
(Mateo 18, 21-19, 1)

Ayer, el Señor me hablaba de corrección, reconciliación e intercesión. Hoy me invita al perdón, una de las claves para mi santidad, en la parábola del siervo despiadado de Mateo 18, donde los dos deudores ruegan paciencia a su señor y prometen pagarlo todo. 

Es exactamente lo que yo hago cuando me acerco al Sacramento de la Confesión: experimento la paciencia misericordiosa de Dios y, aunque, es imposible pagarle todo, me perdona.

Jesús me llama a la perfección del amor, a ser como el Padre misericordioso, a "ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,38), y me abre la puerta del perdón: la compasión.

En la Biblia, el número "siete" significa perfección y por tanto, perdonar "setenta veces siete" equivale a la perfección total, a perdonar siempre. "Siete", también, significa descanso: "Y al séptimo día, descansó" (Génesis 2, 2-3). Cuando perdono, descanso y encuentro paz.

Cristo me amó hasta el extremo en la cruz para el perdón de mis pecados: "Padre, perdónalos, porque nos saben lo que hacen" (Lucas 23,34). De la misma manera, mi cruz implica amar hasta el extremo a quienes "me condenan y crucifican". 

Supone mirar al cielo y pedirle a Dios que me ayude a perdonar a otros "porque no saben lo que hacen"Requiere mostrar compasión hacia quienes me ofenden, paciencia hacia quienes me hieren y benevolencia hacia quienes "me traicionan".

Esa es la perfección del amor a la que me exhorta el Señor: mostrar paciencia y perdonar a otros ¡siempre!, aunque sepa que no puedan pagármelo, aunque sepa que no puedan reparar el daño hecho. 

Cuando perdono, mi mente descansa. Mi corazón queda en paz. Mi espíritu se llena de amor. Entonces, mi alma se perfecciona y me configuro plenamente con Jesús, con la misericordia divina del Padre.