¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 6 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (7): SEÑOR, AYÚDAME

En aquel tiempo, Jesús se retiró 
a la región de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, 
saliendo de uno de aquellos lugares, 
se puso a gritarle:
«Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. 
Mi hija tiene un demonio muy malo».
Él no le respondió nada. 
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
«Atiéndela, que viene detrás gritando».
Él les contestó:
«Sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Ella se acercó y se postró ante él diciendo:
«Señor, ayúdame».
Él le contestó:
«No está bien tomar el pan de los hijos 
y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso:
«Tienes razón, Señor; 
pero también los perritos se comen las migajas 
que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió:
«Mujer, qué grande es tu fe: 
que se cumpla lo que deseas».
En aquel momento quedó curada su hija.
(Mt 15, 21-28)

Este es un pasaje que muchas veces se presta a malas interpretaciones acerca de la actitud de Jesús, que parece ignorar o despreciar a esta mujer cananea, pagana. De hecho, la primera vez, parece mostrarle indiferencia y ni la responde, y por dos veces, parece negarle lo que le pide. 

¿Qué ha pasado? ¿Dónde está la compasión y la misericordia que Jesús ha mostrado a los necesitados en los anteriores capítulos evangélicos? ¿Es el mismo Jesús o es otra persona distinta? ¿Por qué se dirige Jesús a una región como Tiro y Sidón, "impura", "prohibida" y "fuera" de la salvación, según la mentalidad judía?

Veamos, frase por frase, lo que la Escritura quiere mostrarnos:

"Jesús se retiró"
Mateo no dice que "pasó" o "cruzó" por allí como si fuera hacia a otro lugar, sino que se "quedó", permaneció allí. Es decir, Jesús tenía toda la intención de ir allí y quedarse. ¿Para qué? Para mostrarnos que la universalidad de la salvación, aunque viene a través del pueblo judío, no está restringida únicamente a Israel, sino abierta a todos los hombres.

una mujer cananea
Una mujer sin nombre, sin identidad, una mujer "alejada", prohibida por la ley, pagana, pecadora pero, en el fondo, una madre que ama a su hija y que quiere preservarla del mal. Una mujer que nos representa a cualquiera de nosotros, que no somos judíos.

"saliendo de aquellos lugares" 
Son los lugares tenebrosos y oscuros del ser humano, lugares alejados de Dios, lugares de pecado. La mujer "sale" del pecado y cree en el "Hijo de David", el Mesías prometido. Jesús siempre quiere entrar en nuestro dolor, en nuestro sufrimiento pero espera a que salgamos de nuestro pecado y pongamos de manifiesto la pureza de intención de nuestro corazón y la fe sincera en Dios. 

"Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel"
Cristo expresará a menudo la universalidad de su Iglesia pero esa será la misión de sus apóstoles: llevar la salvación al mundo gentil porque Él ha sido enviado a Israel. De un hombre proviene la salvación de todos, de un pueblo la del mundo. El Señor lidera, abre camino, da ejemplo, para que sus discípulos continúen su obra.

"Señor, hijo de David...tienes razón...pero ten compasión de mi y ayúdame"
La cananea confiesa y reconoce a Jesús como el Mesías prometido, y evoca la frase de los discípulos ante el milagro de Jesús caminando sobre las aguas: "Realmente eres Hijo de Dios".

El grito de esta madre sobrepasa lo natural, lo humano... esta cananea pide como "conviene"... es el Espíritu Santo quien hace proferir este gemido en ella: "el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables (Rm 8,26).

"también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos"
La pedagogía o mayéutica del Maestro, más que dar respuestas, quiere mover los corazones de las personas a la acción, a una búsqueda explícita de la perseverancia, a un interés real por la fe verdadera, aunque no se sientan merecedores de la gracia de Dios

Dios utiliza esta pedagogía con frecuencia: calla, guarda silencio y espera. Y casi nunca entendemos por qué. Dice san Agustín: "Dios, que te creo sin ti, no te salvará sin ti", refiriéndose a que Dios quiere purificar nuestras intenciones, provocar nuestra reacción sincera y humilde, estimular nuestra de fe, para que Él pueda actuar, obrar milagros y salvarnos. 
"Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas"
Ante una fe verdadera y auténtica, ante la intercesión desesperada de una madre que pide por la salud de su hija, el corazón de Dios se conmueve y hace brotar su misericordia ante el sufrimiento humano.

Señor, a veces no escucho tu respuesta...guardas silencio, "te pido auxilio, y no respondes; me presento ante ti, y no lo adviertes" (Job 30,20)...te muestras "indiferente" o me pones impedimentos... pero yo seguiré insistiendo, porque tengo la certeza que me escuchas.

Enséñame a pedir como conviene, a pedir bien, porque "pido y no recibo, porque pido mal, con la intención de satisfacer mis pasiones" (Stg 4,3).

Señor, purifica mi intención y aumenta mi fe, porque "sin fe es imposible complacerte, pues el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan" (Hb 11,6). 

"A ti, Señor, te invoco; Roca mía, no seas sordo a mi voz; que, si no me escuchas, seré igual que los que bajan a la fosa. Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario" (Sal 28,1-2).

JHR

sábado, 3 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (4): "PAN PARTIDO" PARA LOS DEMÁS

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, 
se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. 
Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados.
Al desembarcar vio Jesús una multitud, 
se compadeció de ella y curó a los enfermos. 
Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
«Estamos en despoblado y es muy tarde, 
despide a la multitud para que vayan a las aldeas 
y se compren comida».
Jesús les replicó:
«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer».
Ellos le replicaron:
«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».
Les dijo:
«Traédmelos».
Mandó a la gente que se recostara en la hierba 
y tomando los cinco panes y los dos peces, 
alzando la mirada al cielo, 
pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; 
los discípulos se los dieron a la gente. 
Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. 
Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
(Mt 14,13-21)


Tras explicarnos las Escrituras mientras vamos de camino, hoy el Señor parte para nosotros el pan. Jesús nos lleva a la Eucaristía a través de dos ideas: compasión y servicio.

CompasiónCristo "desembarca" (se encarna) y se compadece (se entrega así mismo) al ver que nosotros, la "multitud", tenemos necesidad de sanación y de alimento. 

A través de un sentimiento profundamente humano, Jesús expresa la voluntad salvífica de Dios para todos los hombres. 

Ante la multitud que lo seguía y "no lo dejaba en paz" (posiblemente le agobiaba), Jesús no reacciona airadamente porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. 

La compasión va más allá de la piedad. Se trata de anteponer las necesidades de la gente a las nuestras (aún siendo legítimas). Jesús se identifica con el sufrimiento de todos nosotros hasta el punto de cargar con él para aliviarnos. Y nos invita a hacer lo mismo.

Servicio. Jesús reacciona de forma muy distinta a la de sus discípulos, que quieren "quitarse a la gente de enmedio", pero el Señor les dice: "dadles vosotros de comer". 

Dos actitudes muy distintas: la divina y la humana. La ilógica del mundo nos alienta a pensar en nosotros mismos, al individualismo, pero la lógica de Dios nos anima a pensar en los demás, a compartir tiempo y recursos con nuestro prójimo, a servir a los demás. 

¡Cuántas veces nosotros miramos hacia otra parte para no ver a los necesitados! ¡Cuántas veces pensamos: "allá ellos"! ¡Cuántas veces le damos la vuelta a la frase del Señor y pensamos "yo no he venido a servir sino a ser servido"!

El servicio va más allá de "dar lo que nos sobra" o "servir cuando pueda". Se trata de poner nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestros talentos, nuestra vida, todo... al servicio de los demás. Jesús se pone a disposición de todos para compartirse así mismo, para entrar en comunión con todos.
Eucaristía. La compasión y el servicio...nos dirigen hacia la Eucaristía. Los cristianos no podemos acudir a misa con sentimientos individualistas o egoístas sino con los mismos sentimientos fraternos de Jesús: pensar en los demás y entregarnos a ellos. 

El pan ordinario se convierte en señal indicadora del pan eucarístico. Al alzar la mirada al cielo, pronunciar la bendición (acción de gracias), partir el pan y repartirlo entre la gente, Cristo mismo, "el pan bajado del cielo" hace presente el amor de Dios y con su propio cuerpo, su propia sangre, su propia entrega, nos alimenta eucarísticamente y nos sana espiritualmente.

La multiplicación de los panes realizada por Jesús pone de relieve que han llegado los días mesiánicos, el tiempo de la Iglesia de Cristo, el tiempo esctológico en el que los cristianos hagamos presente el Reino de Dios en la tierra, hasta que Él vuelva.

La Eucaristía es el sacramento de la caridad en el que el Dios eterno se hace presente en el tiempo para entregarse, por puro amor, a todos los hombres. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el sacrificio de su propia vida en la Cruz por nosotros.

La Eucaristía es también el sacramento de la unidad en el que somos testigos de la compasión de Dios por cada hombre, por cada uno de nosotros, y escuchamos de labios del Señor un mandato claro: "Dadles vosotros de comer". 

Es en ese encuentro íntimo y, de forma milagrosa, cuando siguiendo la invitación del Señor, miramos a nuestro prójimo con su misma mirada compasiva y nos convertimos en "pan partido" para los demás, para darnos a aquella persona que no nos agrada o para entregarnos a aquel a quien ni siquiera conocemos. 

Somos "pan partido" para los demás


JHR

martes, 16 de noviembre de 2021

(RE)CONOCER A CRISTO

"Hoy ha sido la salvación de esta casa, 
pues también este es hijo de Abrahán. 
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar 
y a salvar lo que estaba perdido"
(Lucas 19, 1-10)


Ayer lunes fue mi santo, San Alberto Magno, y el Señor llamó mi atención, como siempre a través de Su palabra, en el evangelio de Lucas, donde menciona a un ciego y a un tal Zaqueo. Ambos "quieren ver y no pueden"...curioso... habla de mí...de otro que también quiere ver y no puede, otro que está en búsqueda constante por (re)conocer a Dios pero que cae continuamente.

No hace mucho, yo estaba en una cuneta, alejado del camino, ciego, abatido y sin ilusión. Fue entonces cuando me dijeron en Jericó (=un retiro de Emaús) que Jesús venía de camino. Yo, le grité con insistencia: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Lo hice, casi por inercia, por mimetismo, por desesperación...por ver si se paraba, por ver que ocurría.

Jesús se paró y me preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” (en realidad, me preguntó: "¿te he dicho alguna vez que te quiero?"). Yo le contesté: “Señor, que vea otra vez” (en realidad, le contesté: "sí, Señor, muchas veces, pero yo no te escuchaba"). Entonces Él me dijo: “Recobra la vista, tu fe te ha curado”. 

Como los dos de Emaús, yo estaba de vuelta de muchas cosas y cargaba con una pesada mochila de decepciones y proyectos frustrados… Yo estaba ciego porque sólo veía "mis cosas" y no lo verdaderamente importante. Fue sólo cuando me puse junto al camino por donde Jesús pasaba, cuando fui capaz de reconocerle...y Él me hizo"ver". 

Dejé de ser un "ciego" y volví a ver, a ilusionarme, a comprometerme, a entregarme… El encuentro con el Resucitado me transformó. Descubrir a Jesús, reconocerle y confesarle, dejarme transformar y seguirle, no es ningún mérito mío, sino todo un milagro que sólo la fe consigue.

Eso fue ayer. Hoy Jesús, que no tira nunca la toalla por los pecadores, ya dentro de la ciudad de Jericó, en el tumulto del "día a día", al verme "subido" en una higuera (encaramado de nuevo en el orgullo y la soberbia), me derrite con esa mirada compasiva suya, capaz de enamorar y de convertir como nadie...y me llama "Zaqueo". 

Me mira y no me reprocha mi mal proceder ni mis caídas desde el momento que me hizo recobrar la vista. Tan sólo me dice que quiere venir a mi casa a comer, mientras algunos ya han comenzado a murmurar acerca de mi condición de pecador, de mal cristiano.

Como Zaqueo, dando un salto, reconozco mis faltas de caridad y de piedad, asumo todo aquello que he hecho mal y me comprometo a restituirlo. Cristo, defendiéndome de mis acusadores, les dice: "He venido a buscar y a salvar a los que estaban perdidos"... Nuestro Señor es...Único.

Sin embargo, yo, ¡qué facilidad tengo para volver a mi ceguera y obrar mal, para servirme de los demás, para vivir a su costa en lugar de vivir a su favor! ¡Qué prontitud tengo para criticar y para descartar a aquellos que no actúan conforme a mis criterios! ¡Qué incapacidad para entender por qué actúan así, para compadecerme de sus heridas y para evitar brindarles mi ayuda y mi apoyo!

¡Cuánto me cuesta comprender que Dios me quiere tal como soy, con mis virtudes y mis defectos, que perdona todas mi ofensas!... ¿cómo puedo yo criticar o descartar al diferente? ¿cómo puedo yo no perdonar a quien me ofende? ¿cómo puedo negarme a asumir que el amor de Dios es, como la lluvia o el nuevo día, para todos, buenos y malos?

Al (re)conocer a Jesús, mis ojos se abren de nuevo y veo. Él me da ejemplo para que yo sea también motivo de conversión, para que me esfuerce en mirar a otros con la compasión con la que Él nos mira, para esforzarme en salir a buscar a quienes están perdidos o necesitan mi ayuda...

Ser cristiano es (re)conocer a Cristo Resucitado en el prójimo. Ese que me encuentro en una cuneta o subido a un árbol...a cada paso que doy...


JHR

jueves, 12 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): TEN PACIENCIA

"Ten paciencia conmigo, 
y te lo pagaré todo” 
(Mateo 18, 21-19, 1)

Ayer, el Señor me hablaba de corrección, reconciliación e intercesión. Hoy me invita al perdón, una de las claves para mi santidad, en la parábola del siervo despiadado de Mateo 18, donde los dos deudores ruegan paciencia a su señor y prometen pagarlo todo. 

Es exactamente lo que yo hago cuando me acerco al Sacramento de la Confesión: experimento la paciencia misericordiosa de Dios y, aunque, es imposible pagarle todo, me perdona.

Jesús me llama a la perfección del amor, a ser como el Padre misericordioso, a "ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,38), y me abre la puerta del perdón: la compasión.

En la Biblia, el número "siete" significa perfección y por tanto, perdonar "setenta veces siete" equivale a la perfección total, a perdonar siempre. "Siete", también, significa descanso: "Y al séptimo día, descansó" (Génesis 2, 2-3). Cuando perdono, descanso y encuentro paz.

Cristo me amó hasta el extremo en la cruz para el perdón de mis pecados: "Padre, perdónalos, porque nos saben lo que hacen" (Lucas 23,34). De la misma manera, mi cruz implica amar hasta el extremo a quienes "me condenan y crucifican". 

Supone mirar al cielo y pedirle a Dios que me ayude a perdonar a otros "porque no saben lo que hacen"Requiere mostrar compasión hacia quienes me ofenden, paciencia hacia quienes me hieren y benevolencia hacia quienes "me traicionan".

Esa es la perfección del amor a la que me exhorta el Señor: mostrar paciencia y perdonar a otros ¡siempre!, aunque sepa que no puedan pagármelo, aunque sepa que no puedan reparar el daño hecho. 

Cuando perdono, mi mente descansa. Mi corazón queda en paz. Mi espíritu se llena de amor. Entonces, mi alma se perfecciona y me configuro plenamente con Jesús, con la misericordia divina del Padre.

lunes, 2 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (2): "TRAEDMELOS"

"Comieron todos y se saciaron 
y recogieron doce cestos llenos de sobras. 
Comieron unos cinco mil hombres, 
sin contar mujeres y niños."
(Mateo 14,13-21)

El evangelio de Mateo nos muestra el milagro de la multiplicación de los panes y los peces que también relatan los otros evangelios (Juan 6, 1-15, Marcos 6,30-44, Lucas 9,10-17), enfatizando que se trata de un signo de excepcional importancia: la Eucaristía, en la que Jesús se compadece de la gran multitud porque los ve como ovejas sin pastor (Marcos 6,34), porque los ve hambrientos y enfermos, es decir, nos mira con misericordia, nos alimenta y nos perdona los pecados.

A diferencia del evangelio de Juan, que comienza con la iniciativa de Jesús para probar la fe de Felipe y Andrés, y que sólo son capaces de aportar soluciones humanas del todo insuficientes, Mateo, Marcos y Lucas optan por darles la iniciativa a los discípulos que, viendo que se hace tarde y el día declina, le dicen al Señor que se deshaga de la gente y los mande a sus casas. Es decir, se desentienden de la gente.

Sin embargo, Jesús les dice a los discípulos que sean compasivos, que les acojan, que les atiendan en sus necesidades y que les den de comer. Ellos le ponen objeciones por la escasez de alimentos y por su incapacidad para cubrir las necesidades de tantas personas... y quizás también por egoísmo y por pereza. 

Es cuando el hombre, con humildad, ve que no puede, que Jesús toma las riendas y entra en acción. Y, refiriéndose a los cinco panes y a los dos peces, les dice: "Traedmelos", es decir, les pide que le lleven una ofrenda para obrar el milagro. Es el ofertorio eucarístico por el que Cristo quiere “lo poco” de nosotros para darnos “lo mucho” de Él. De nuestra pobreza, saca abundancia. 
Ese "traedmelos"  también nos interpela a llevar a Cristo a todos los que están necesitados, a todos los que tienen hambre y sed de Dios.

A continuación, "Mandó a la gente que se recostara en la hierba"evocando el Salmo 23,1-2: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar” y el libro del Éxodo 14,1: “Acampad allí, mirando al mar”. Pero para que Jesús obre el milagro, aunque tenemos poco que ofrecer, a Él le basta sólo con nuestra fe. Sólo pide nuestra confianza en Dios y que lo que ofrezcamos, lo hagamos con amor y generosidad.

"Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos". Jesús utiliza la plegaria eucarística de acción de gracias y de consagración que utilizará en la última cena y que el sacerdote realiza en la Eucaristía para, a continuación, repartirla entre toda la asamblea.

"Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños"Cristo, en la comunión, se entrega generosamente y nos sacia, se revela como el Dios de la abundancia y de la generosidad, que no del despilfarro y el derroche. Su corazón está pendiente de nuestras necesidades. Toma lo que le ofrecemos (tiempo, dinero, habilidad o recursos) y lo multiplica más allá de nuestras expectativas.

Mi cuerpo necesita alimento pero mi espíritu también. ¿Cómo satisfago el hambre de mi espíritu? ¿Busco a Cristo en la Eucaristía? ¿Me doy cuenta de su generosidad, que colma cualquier expectativa? ¿Soy consciente que se me da a sí mismo hasta el extremo? 

Mis hermanos necesitan de mí pero, sobre todo, necesitan de Dios ¿Soy generoso y compasivo con los demás o me desentiendo de ellos? ¿Se los llevo a Jesús o trato de monopolizarlo?

martes, 29 de junio de 2021

FRENTE AL DESCARTE, ENCUENTRO Y ACOGIDA


"Amarás al Señor, tu Dios, 
con todo tu corazón y con toda tu alma 
con toda tu fuerza y con toda tu mente. 
Y a tu prójimo como a ti mismo"
(Lucas 10,27)

La parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,30-37) interpela a un mundo que ha dejado de ser solidario y justo. Jericó representa a una sociedad hostil que ha dejado de ser "civilizada", el sacerdote y el levita personifican a una comunidad que se ha deshumanizado y desnaturalizado, toda vez que ha dejado de contemplar los valores innatos a la dignidad humana para hacerlo en términos utilitaristas, económicos o productivos.  

La cultura del "tener", del materialismo o del consumismo es, en realidad, la cultura del hedonismo y del placer, que oculta bajo una falsa apariencia de "bienestar", un amor narcisista, endiosado y ególatra. El mismo orgullo de Satanás, quien se vanagloria de atacar los dos principales mandamientos de Dios, amar a Dios y amar al prójimo, para amarse a sí mismo y destruir al hombre.
Dice el papa Francisco que "la globalización nos ha hecho más cercanos pero no más hermanos" porque ha dado paso a "la cultura del descarte", que consiste en categorizar a los seres humanos por su poder adquisitivo, por su fragilidad y vulnerabilidad, por su color de piel, por su condición social, religiosa o económica o, simplemente, por sus creencias o ideas, de tal modo que quienes no cumplen los requisitos estandarizados del Nuevo Orden Mundial son, sistemáticamente, descartados y situados en el ámbito de la marginalidad.
La cultura de la indiferencia, del desprecio y de la muerte arremete fundamentalmente contra los más frágiles y vulnerables, que son descartados porque no aportan, porque no producen, porque no consumen.

Y así, los no nacidos (seres humanos inocentes) son descartados con leyes del aborto, los ancianos (testigos de la memoria colectiva y de la tradición), desechados con leyes de la eutanasia, las familias (pilares de la sociedad) destruidas con leyes del divorcio, y los pobres (los predilectos de Jesús) marginados con injustas leyes exclusivas. 

Frente a la cultura del descarte, el papa Francisco nos exhorta a practicar "la cultura del encuentro y la acogida". Nos llama a ser una Iglesia samaritana que acoja y abrace sin esperar reconocimientos ni gratitudes; que sea cercana y que no se desentienda de nadieque sea prójima y que no pase de largo; que se acogedora y dedique tiempo y espacio e incluso, dinero con los "descartados".
¿Quién es mi prójimo?
Los judíos seguían el mandamiento levítico de amar al prójimo entendido como "próximo", es decir, como pariente o persona cercana en su comunidad. 

Amar a nuestros seres queridos, a nuestros familiares y a nuestros amigos es fácil, pero Jesús va más allá cuando nos dice: "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos" (Mateo 5,44-45). Para ser hijos de Dios debemos amar y rezar por nuestros enemigos. Y eso, sí que cuesta...

Además nos dice: "No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13), refiriéndose con  el termino "amigos" a todos los hombres. Es el amor el que nos da ojos para ver, corazón para sentir, y manos para servir.

Los cristianos debemos dar la vida por todos..."Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,46-48). Para ser perfectos en el amor como Dios debemos amar a todos. Y eso sí que merece la pena...

Así pues, "prójimo" no es aquel que me es más cercano por razones de parentesco, nacionalidad, cultura o religión, sino aquel a quien me acerco en su necesidad, a quien me aproximo en su sufrimiento, a quien me uno en su dificultad.
Amar al prójimo requiere "pararme", no por curiosidad sino por disponibilidad. Supone superar mis prejuicios, acoger y ayudar a quienes me necesitan. Implica sentir su misma hambre y su mismo dolor, asumir su situación compasivamente, es decir, "padecer-con" ellos. 

Supone comprometerme y preocuparme por quien sufre, por quien tiene necesidades, por quien está indefenso o herido. Porque no puedo ser espectador silencioso o desentendido ni inhibirme por temor a mancharme las manos, por recelo a entretenerme y ofrecer mi tiempo, por suspicacia a pararme y ofrecer mi ayuda. 

Pero además, no puedo despreocuparme de mi prójimo porque eso significará que me estoy desentendiendo del propio Jesús: "Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mateo 25,35-36).

Frente a la cultura del descarte, como cristiano debo vivir una cultura de la compasión, del compromiso y de la comunión: sentir con y por los que sufren, servir por amor a los necesitados y edificar una comunidad amorosa con mis prójimos y con Dios.

Y ahora...
..."Anda y haz tú lo mismo"
(Mateo 10,37)

jueves, 28 de enero de 2021

HIJO PRÓDIGO Y BUEN SAMARITANO

"Sed misericordiosos 
como vuestro Padre es misericordioso"
(Lucas 6,36)

Uno de los elementos más característicos de la divina pedagogía de Jesús, y el más claro signo de coherencia y autenticidad de su divina personalidad son sus más de cincuenta parábolas escritas a lo largo y ancho de los evangelios. 

Las parábolas de Jesús son metáforas, comparaciones sencillas, alegorías fácilmente comprensibles para los hombres, tomadas de nuestras realidades y vivencias cercanas, que atraen y captan poderosamente nuestra atención. 

Su principal propósito es despertar nuestro pensamiento (nos implican, nos invitan), estimular nuestra conciencia (nos complican, nos comprometen) y llamarnos a la acción (nos simplifican, nos santifican) para acercarnos a su amor.

Sin embargo, la maestría divina en sí misma, limitada por el don gratuito que Dios nos otorga al respetar nuestra libre voluntad, nos deja abierta una puerta para que nuestra razón se sumerja en una reflexión interna y así, nuestro discernimiento pueda interpretar el mensaje y conferirle una aplicación particular y propia.

Las parábolas nos muestran lo que Dios es y cómo actúa; lo que el hombre es y cómo actúa; y lo que podemos y debemos llegar a ser. Pero lo deja siempre a nuestra elección, a nuestra voluntad, a nuestra libertad.

Hijo pródigo
La parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32) nos presenta dos actitudes humanas con dos personajes, ambos hijos de un mismo padre: el publicano, el hijo menor, despilfarrador y despreciado por los demás; y el fariseo, el hijo mayor, cumplidor de la Ley y bien visto por los demás. Y en medio, la actitud divina: la del Padre misericordioso, que acoge, perdona y dignifica a ambos.

Todos tenemos algo de publicanos y algo de fariseos, dos formas diferentes de vivir nuestra existencia ante la atenta y amorosa mirada de Dios. Todos tenemos actitudes rebeldes y despilfarradoras, y a la vez, cumplidoras y políticamente correctas. 

Todos tenemos actitudes de inseguridad y de "nostalgia egoísta" de Dios, y también, de autosuficiencia y de "reivindicación posesiva" de Dios. Todos tenemos actitudes de debilidad y de miseria que claman compasión y perdón, y también, de superioridad y de prepotencia que reclaman justicia y reconocimiento.

Sin embargo, a pesar de que nuestro Padre nos da todo lo que es suyo (la gracia, el amor, el perdón y la dignidad filial), nosotros, los dos hijos (el publicano y el fariseo), nos sentimos desgraciados, desatendidos y excluidos. Ambos nos apartamos de su amor. Cada uno de una manera: unos por egoísmo y otros por envidia. 

Mientras, el Padre que nos muestra su infinita misericordia, espera a que, libremente, se produzca la conversión de nuestros corazones al amor...Nosotros nos encontramos lejos del Padre pero Él siempre nos ve cerca, nos quiere en su casa.

Buen samaritano
La parábola del buen samaritano (Lucas 10,30-37) nos muestra también dos actitudes humanas, con otros dos personajes, el sacerdote y el levita, que cumplen la letra de la Ley pero no su espíritu (el amor). Ambos son incapaces de demostrar su fe con obras al ignorar al necesitado, al negar su ayuda al desahuciado, al mostrar indiferencia y pasar de largo, es decir, pecan de omisión, negligencia, inmisericordia y cobardía ante aquel a quien no consideran "prójimo". 

Y por otro lado, la actitud divina: la del buen samaritano que representa el amor de Cristo, quien "estando de viaje" (situación temporal), se para en el camino (la historia del hombre), acoge al "mal visto" (excluido), atiende al maltratado (perseguido) por los bandidos (el mal) y cura al herido (al pecador), le lleva a la posada (a la casa del Padre, la Iglesia) y paga por él (entregando su vida en la Cruz). No tenía obligación de hacerlo pero quiso hacerlo libremente y por amor.

El camino de Jericó a Jerusalén era conocido en tiempos de Jesús como el "Camino de sangre" por el grave peligro de ser asaltado y asesinado por los ladrones que lo acechaban. Esto mismo ocurre hoy en el "camino de maldad" que caracteriza nuestro mundo actual, donde el egoísmo y el individualismo nos convierten en hombres indiferentes y codiciosos que buscan su propio interés, que matan al prójimo, y por otro lado, nos convierten en cristianos teóricos, sin caridad ni misericordia ante la desgracia ajena.

Cuántas veces pensamos que el mal ajeno no "va" con nosotros, que "no es asunto nuestro". Cuántas veces damos un rodeo, mirarmos hacia otro lado y pasamos de largo. Cuántas veces nos consideramos cristianos pero ante la prueba de nuestra fe, no pasamos de la teoría a la práctica, de los dichos a los hechos. Cuántas veces somos "indiferentes" al prójimo, en lugar de ser "diferentes" al mundo.

Lo que realmente precisa y determina nuestra fe no es su definición, no es la teoría, ni la literalidad de la Ley, sino su puesta en práctica. "La fe sin obras está muerta" (Santiago 2,17). Y eso es precisamente a lo que Cristo nos invita: a poner por obras todo aquello que nos dice.

Con ambas parábolas Dios nos muestra la doble dimensión de la vocación cristiana: Primero, descubrir el amor de Dios que se compadece de nosotros y, segundo, nuestra poner en práctica esa misma misericordia con el prójimo

Dios nos llama a amar a todos, a los amigos y a los enemigos, a los cercanos y a los extraños, a los compañeros y a los rivales, a los que nos aman y a los que nos odian (Mateo 5,44)Cristo, el Buen samaritano, no hace distinciones ni pone excusas: todos somos "prójimos", todos somos cercanos, próximos. Todos somos hermanos. 

El Señor nos invita a vivir la esencialidad del mensaje evangélico: a no juzgar ni condenar, a ser generosos con los necesitados y atender a los heridos, a perdonar a quienes nos ofenden. (Lucas 6, 36-38). Dios, el Padre misericordioso, no pone límites ni fronteras como tampoco exigencias: Su amor es ilimitado, es generoso, es para todos, para publicanos y fariseos. Todos somos hijos.

Por ello, todos estamos llamados a ser buenos samaritanos y padres misericordiosos. Todos estamos invitados a ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5,48). Esta es la Ley del amor. Este es el camino de la santidad.

"A vosotros se os han dado a conocer 
los secretos del reino de los cielos y a ellos no. 
Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra,
y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. 
Por eso les hablo en parábolas, 
porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender (...) 
porque está embotado el corazón de este pueblo, 
son duros de oído, han cerrado los ojos;
 para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, 
ni entender con el corazón, 
ni convertirse para que yo los cure. 
Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven 
y vuestros oídos porque oyen" 
(Mateo 13,11-16)

JHR

miércoles, 9 de diciembre de 2020

LOS "AY" DE LA BIBLIA

"¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra 
por los toques de trompeta que faltan, 
por los tres ángeles que están a punto de tocar!"
(Apocalipsis 8,13)

La Palabra de Dios utiliza con frecuencia el término "ay" para manifestar lamento, como "¡Ay de mí …!" (Salmo 120,5), para significar advertencia, como ¡Ay del malvado!" (Isaías 3,11), para anunciar  angustiacomo "¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra! (Apocalipsis 8-12), o para expresar un sentimiento de compasión, como "¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días!" (Mateo 24,19).

Encontramos este término tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento:

Los "ay" del Antiguo Testamento

Los dos primeros "ay" de la Biblia son pronunciados por el rey Salomón en Proverbios 23, 29 y en Eclesiastés 10, 16, sobre los malos y necios gobernantes
Los profetas son un oráculo de lamento constante por las consecuencias del pecado. Es el mismo Dios quien se lamenta de la infidelidad del hombre y de su alejamiento del Amor, y, sin embargo, se compadece de él.

Isaías 
"Ay" de los corruptos (1,4), de los rebeldes (3,9-11), de los codiciosos (5,8), de los lincenciosos y de los viciosos (5,11-12), de los blafemos, de los mentiroros y de los orgullosos (5,18-21), de los adictos y de los sabios (5,22-23), de los opresores y los tiranos (10,1-5), a los que también hacen referencia los capítulos 13 al 23, las naciones en contra de Dios y que son tipos de imperios antidivinos: Babilonia, Asiría, Filistea, Moab, Damasco, Egipto, Tiro, Tarsis, etc.

"Ay" de los que se apartan de Dios, de los que se vuelven idólatras y traidores, de los que confían en la política y en economía del mundo más que en Dios, de los que critican y pleitean (28,1; 29,1; 29,15; 30,1; 31,1; 33,1; 45,9-10).

Jeremías
"Ay" de los maliciosos y de los necios (4,13 y 19), de los soberbios, malvados y obstinados en la mentira (13,27), de los injustos y los interesados (22,13 y 18), de los pastores que dispersan a las ovejas del rebaño (23,1).

Ezequiel
Ezequiel, como Isaías, hace referencia al juicio sobre las naciones opositoras a Dios (babilonia, Egipto, Tiro, etc). "Ay" de los idólatras y los ignominiosos (16,23), de los sanguinarios (24,6-9), de (30,2), de los pastores que no cuidan del rebaño de Dios, es decir, de los sacerdotes malvados (34,2).

Profetas menores 
"Ay" de los que se apartan de la Iglesia y de Dios (Oseas 7,13; 9,12), de los que serán juzgados (Joel 1,15), de los "falsos cristianos" (Amós 5,16-18; 6,1-6), de los criminales y de los ladrones (Miqueas 2,1), de los mentirosos, perversos y avaros (Nahún 3,1), de los codiciosos, ladrones  y asesinos (Habacuc 2,6-15), de los rebeldes y los que se oponen a Dios (Sofonías 2,5; 3,1), de los malos sacerdotes ( Zacarías 11,17).

Los "ay" del Nuevo Testamento

Mateo
En el Evangelio de Mateo, Jesús es quien proclama siete "ay", que son "tipo" de las siete copas de  la ira de Dios del Apocalipsis y que dirige específicamente a los escribas y fariseos
Sus palabras no contienen odio o ira, sino más bien, expresan compasión, tristeza y angustia por ellos. Porque le rehúsan, porque son injustos con el Pueblo, porque son hipócritas, falsos y codiciosos (Mateo 23,14-36). Se lamenta de los ricos y de los falsos profetas, de los que escandalizan y se compadece de las embarazadas en los dias de tribulación (Mateo 18,7).

Lucas
"Ay" de los ricos, de los frívolos y de los que buscan fama (6,24-26), de los que no escuchan el Evangelio (10,13), de los fariseos e hipócritas y de los que buscan reconocimiento social, de los que no tienen amor (11,42-52), de los que escandalizan y no perdonan (17,1), de las que estén encintas el día del juicio 21,23). 

Judas 
"Ay" de los blasfemos e injuriadores (1,11).

1 Corintios
"Ay" de los que no anuncian ni viven el Evangelio (9,16)

Apocalipsis
San Juan, en el Apocalipsis, nos muestra tres "ay" o lamentaciones sobre las tragedias (interiores) que vendrán al mundo, la gran tribulación sobre la Iglesia y las copas de la ira de Dios, y que están relacionados con las tres últimas trompetas (8,13; 9,12; 11, 14; 12,12). 
Podríamos decir que, teológicalmente, los "ay" son la "otra cara" de las Bienaventuranzas, pero Dios no pretende pronunciar una maldición, juicio, condena o castigo, sino son más bien expresiones de la infinita misericordia de Dios, la cual busca desesperadamente la conversión de los hombres:

Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos (Mateo 5,3)
¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! (Lucas 6,24)

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados (Mateo 5,5)
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! (Lucas 6,25)

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados (Mateo 5,6)
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! (Lucas 6,25)

Bienaventurados vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien por mi causa (Mateo 5,11)
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! (Lucas 6, 26)

Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros (Mateo 5, 12)
Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas (Lucas 6,26)

Los "ay" son los pálpitos de un corazón que ama, que espera y que perdona. 

Son las lágrimas de un corazón que llora en Betania y que acompaña a los dos de Emaús. 

Son los latidos de un corazón que sufre en Getsemaní y que salva en el Calvario.

miércoles, 12 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (13)

"No te digo que perdones hasta siete veces, 
sino hasta setenta veces siete." 
(Mateo 18, 21-19, 1)

En la Biblia, el número "siete" significa perfección, plenitud.  También es descanso ("Y al séptimo día,  descansó"). "Setenta veces siete" equivale a decir la perfección de la perfección...

Cristo, que nos llama a ser "perfectos como el Padre es perfecto" (Mateo 5, 38), nos invita a perdonar siempre, a mostrar compasión, a tener misericordia, a tener paciencia. Eso es la máxima expresión del Amor.

Sin embargo, ¡cuánto me cuesta perdonar! ¡cuánto me cuesta amar de verdad¡ ¡cuánto me supone mirar a quien me ofende con los mismos ojos de Dios! ¡cuánto me cuesta mostrar paciencia y misericordia con quien me hace daño o me traiciona!

Perdonar no es fácil... requiere mucho amor. Pero si no perdono ¿cómo voy a ser perdonado? Si no doy confianza ¿cómo voy a ser digno de confianza? Si no soy compasivo ¿cómo voy a ser compadecido? Si no amo ¿cómo voy a ser amado?

Jesús, en la cruz, pidió compasión por todos nosotros: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen".

Esa es la actitud del amor: perdonar a otros ¡siempre! porque, muchas veces, no sabemos lo que hacemos. Debo perdonar, incluso aún sabiendo lo que me hacen...

Cuando perdono, mi mente descansa. Mi corazón queda en paz. Mi espíritu se llena de amor. Mi alma se perfecciona.


JHR