"Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la ley del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón;
el que, sin cometer iniquidad,
anda por sus senderos"
(Salmo 119,1-3)
No creo que exista nadie en este mundo que no dedique su vida a la "búsqueda de la felicidad", o, al menos, que no apele a su derecho a ser feliz. Sin embargo, buscar la felicidad no significa conseguirla, como tampoco desearla supone, en sí mismo, alcanzarla de forma automática.
Pero antes de desearla o de buscarla, es necesario saber en qué consiste la verdadera felicidad para saber cómo llegar a ella. Y para ello es preciso hacerse la preguntas correctas: ¿cuál es el sentido de mi vida? ¿para qué estoy en el mundo? ¿cuál es la vocación a la que estoy llamado?
Nuestra sociedad ha confundido (o mejor dicho, ha transformado) el concepto eterno de felicidad con el cortoplacista del hedonismo. El mundo trata de ofrecer pequeñas recompensas temporales a corto plazo que nos hacen creer vivir una felicidad que evita el dolor y el sufrimiento pero que no es más que aparente, efímera e irreal.
La felicidad no tiene límites ni espaciales ni temporales y pertenece a la categoría del ser
no a la del tener ni a la del aparentar. No es un objeto de consumo que se pueda comprar, vender o subastar. No es fortuna, salud, dinero,
poder, sexo, éxito fácil, placer o vida fácil...tampoco ausencia de frustración o dificultades, ni tampoco eficacia, agitación o hiperactividad. La felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace.
El principal enemigo de la felicidad es el Diablo que nos pone trampas para confundirnos y engañarnos, ofreciéndonos un reflejo deformado de nuestra auténtica vocación a la felicidad: ansiedades y proyecciones negativas, envidias y celos, perfeccionismos y altas expectativas, culpas y miedos, narcisismos y victimismos...
Se trata de señuelos inteligentemente urdidos por el Enemigo para hacernos sentir que somos indignos, que no damos la talla, que siempre nos falta algo...
Desde la ciencia
Desde el punto de vista científico, la felicidad es el resultado de la acción de determinadas hormonas.
La dopamina es la hormona (del placer) que nuestro cerebro segrega en situaciones agradables a través de cinco receptores situados en la misma zona, alimentando los sentimientos de deseo, motivación y recompensa, que nos hacen repetir aquellas conductas que nos proporcionan placer, creando una cierta adicción y que se relacionan con el "recibir".
La serotonina es la hormona (de la felicidad) que segrega señales de bienestar a todo el cerebro a través de catorce receptores distintos. A diferencia del placer, la felicidad no es adictiva, dura mucho más tiempo, y está relacionada con el "dar". Mientas que para la felicidad estar bien es suficiente, para el placer nada es suficiente.
Desde la razón
Desde el punto de vista racional, el placer es como un letrero llamativo de "Stop", en medio del camino, que nos seduce y nos embelesa, que nos "vende" la satisfacción inmediata para que nos detengamos y nos olvidemos de nuestra búsqueda de la felicidad auténtica, de la plenitud, esto es, de Dios.
El hedonismo es una droga adictiva, de consumo sencillo y fácil de encontrar que nos ofrece satisfacciones intensas e inmediatas pero breves y fugaces, que siempre nos deja vacíos e insatisfechos, y que nos obliga a buscar más y en mayor cantidad. Pero no es felicidad.
Desde la fe
Desde el punto de vista espiritual, el hombre actual se ha convertido en un adicto al placer y cuando no lo encuentra, cae en la depresión y en el desánimo, otra terrible tentación de Satanás con la que ataca todas las virtudes en conjunto.
El Enemigo de Dios siempre disfraza la mentira de impresión, de sensación, de emoción, de pasión, y camufla la esclavitud con una falsa idea de libertad.
Sin embargo, la Palabra de Dios nos regala una guía de la felicidad en las Bienaventuranzas (Mateo 5,1-13), Lucas nos dice que no existe felicidad en una vida que busca "recibir" en lugar de "dar" (Hechos 20,35), y el rey David nos dice que feliz es quien lleva una vida intachable, quien cumple los preceptos de Dios y sigue sus senderos (Salmo 119,1-3).
El mundo nos dice que la felicidad está en la riqueza material. Sin embargo, Jesús dice que felices son los pobres de espíritu, los que reconocen su pequeñez y su necesidad de Dios.
El mundo nos dice que la felicidad está en el placer y la ausencia de sufrimiento. Sin embargo, Jesús nos muestra que se llega al cielo a través de la cruz y el dolor, en la entrega total por los demás.
El mundo nos dice que la felicidad está en el poder y en los propios logros. Sin embargo, Cristo nos dice que los mansos y humildes heredarán la tierra.
El mundo nos dice que la felicidad está en la abundancia y en la tenencia de bienes. Sin embargo, Jesús nos dice que los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados.
El mundo nos dice que la felicidad está en la falta compasión con los demás. Sin embargo, Jesús nos dice que los misericordiosos serán perdonados.
Dice San Agustín que "Dios es fuente de nuestra felicidad y meta de nuestro apetito, Aquel que da respuesta a todos nuestros interrogantes y sentido a toda nuestra existencia". Frente a la inmediatez del placer que nos ofrece el mundo, Dios nos brinda la eternidad de la felicidad.
Personalmete, puedo afirmar que soy un buscador de la felicidad...lo que no significa que mi vida esté exenta de contratiempos e imprevistos, incluso de pérdidas y renuncias, de dolores y sufrimientos. Soy consciente de que el camino a la felicidad no es siempre recto, que está lleno de curvas y de tropiezos, de subidas y de bajadas.
Mi felicidad no depende de lo que posea, de lo que me ocurra o de cómo me levante...depende de mi propósito de vida, que es buscar continuamente a Dios, en la certeza de Él está junto a mi, recorriendo a mi lado mi camino existencial. Se trata de ver a Dios en cada acontecimiento, en cada instante, en cada persona de mi vida, y eso me ayuda a seguir caminando... incluso, a veces, cojeando.
Si todo va bien en el camino, se lo agradezco a Dios. Si algo no va bien, se lo ofrezco a Dios. Él se ocupa de mí y de los míos...Y yo estoy seguro de ello, porque en su Palabra me asegura: "¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré" (Isaías 49,15).
La felicidad es un don de Dios y no una conquista por méritos propios. No se halla en el exterior sino en la profundidad del alma, donde el Señor vive, y donde ha puesto los materiales necesarios para que yo pueda construirla.
Buscar la felicidad es averiguar qué soy y para qué soy, es decir, edificar mi vida desde la aceptación de lo que soy y no desde lo que me gustaría ser, desde lo que tengo y no desde lo que me gustaría tener, desde el plan que Dios tiene para mí y no desde mi propio proyecto.
Construir la felicidad es darle un sentido a mi vida... y saborearlo, es decir, abrir el corazón para comprender el significado del amor e interiorizarlo. Alegrarme y agradecer los regalos que Dios me ha dado, pero al mismo tiempo, asumir la debilidad y la fragilidad, la pérdida y la renuncia, el dolor y el sufrimiento, como partes inherentes del camino.
Buscar la felicidad es buscar el rostro del Señor en toda ocasión, escuchar el suave susurro del Espíritu que me guía, es saberme buscado por Dios, es saberme objeto de deseo de mi Creador... pero, sobre todo, es dejarme encontrar por Él... para decirle ¡Aquí estoy, Señor!
JHR