Él les dijo: "Venid y lo veréis".
Fueron, vieron dónde vivía y permanecieron con él aquel día.
Eran como las cuatro de la tarde."
(Juan 1, 38-39)
El Evangelio de hoy vuelve a interpelarme de forma directa, recordándome mi experiencia de conversión, cuando le vi y le reconocí en un retiro de Emaús. Entonces, supe que era el Maestro.
Jesucristo, como hizo con los dos discípulos de Emaús, me vio, se volvió y, haciéndose "el despistado", como si no lo supiera, como si no me esperara, como si Él "pasara por allí", sin más.... me preguntó: "¿Qué buscas?"
Ahora, le conozco, pero entonces, me sorprendió su maravillosa forma de actuar, su sutil modo para no imponerse, su delicada manera para no forzar mi voluntad ni quebrantar mi disposición. No me hizo ver quién era ni lo importante que era. Tampoco me recriminó nada ni comenzó a señalarme. Ni siquiera me dijo lo que debía hacer.
Todo lo contrario. Con su maestría de Amor, quiso reafirmar la libertad, que siempre otorga a nuestra albedrío, para hacerme ver si realmente tenia interés y quería algo de Él, si realmente quería acercarme a Él, si realmente quería conocerle.
Yo, pobre ignorante, le contesté: "A ti, Señor. Me han dicho Quien eres, pero no te conozco ni sé dónde vives". Él me respondió: "Ven y verás".
Su contestación no fue una frase hecha, ni una manera educada de calmar mi curiosidad, ni siquiera una forma condescendiente de tratarme. No era, ni mucho menos, un "tienes que..." ni un "debes de..."
Era una invitación en toda regla que despertó interés sincero en mí. Era una llamada personal de un Amigo a "ir y ver" porque, entonces (Él lo sabía... porque lo sabe todo), yo ni iba ni veía. Yo no sabía qué buscaba...
Aquella invitación a conocerle quedó impresa en mi corazón para siempre. Aquel ofrecimiento a compartir conmigo Su tiempo y Su vida quedó profundamente marcada en mi alma. Ante tal propuesta de intimidad y amistad ¿cómo podía negarme?
Yo viví aquella invitación como un "moverme", como un "ir y ver" para "estar y ser". Comprendí que Jesús no es un Dios de teorías, de ideas o de normas, sino de hechos, de actividad, de acción.
Conocí en primera persona cómo la fe en Cristo comienza con una vivencia íntima, con un encuentro personal, con una experiencia completa de Amor desinteresado. Y por eso, Jesús siempre nos pregunta "¿Qué buscáis?".
Yo viví aquella invitación como un "moverme", como un "ir y ver" para "estar y ser". Comprendí que Jesús no es un Dios de teorías, de ideas o de normas, sino de hechos, de actividad, de acción.
Conocí en primera persona cómo la fe en Cristo comienza con una vivencia íntima, con un encuentro personal, con una experiencia completa de Amor desinteresado. Y por eso, Jesús siempre nos pregunta "¿Qué buscáis?".
Cristo escrutó en lo profundo de mi corazón para hacer emerger ese anhelo sincero que no busca interés, ese deseo generoso que no busca vanidad, esa intención desprendida de darme y abandonarme al Amor. Y me llamó.
Entonces, "fui y vi dónde vivía, y permanecí con Él desde ese día. Eran como las seis de la tarde de un viernes de noviembre".