¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta invitación de Dios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta invitación de Dios. Mostrar todas las entradas

miércoles, 17 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (18): A TODOS LOS QUE ENCONTRÉIS, LLAMADLOS A LA BODA

"Muchos son los llamados, 
pero pocos los elegidos"
(Mt 22,14)

Las lecturas que hoy nos propone la Iglesia nos hablan de santidad, o mejor dicho, nos llaman a todos a la santidad. En la profecía de Ezequiel y en el Salmo 50, Dios promete darnos un corazón nuevo, infundirnos un espíritu nuevo, derramar sobre nosotros un agua purificadora. En el Evangelio, nos invita a su boda y pone a nuestra disposición, de forma gratuita, el "vestido de boda".

Dice Jesús que "Muchos son los llamados pero pocos los elegidos". Pero ¿a qué nos llama? Nos llama a "Ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto" (cf. Mt 5,48). Nos llama a ser santos. Sin embargo, muchos creyentes piensan que alcanzar la santidad es imposible o que está reservada a unos pocos privilegiados. 

Pero no es así. El Señor pone a nuestra disposición todos los medios posibles para que la alcancemos: sale a los caminos, es decir, se encarna, y viene a buscar a los descarriados para reunirnos en torno a su mesa, es decir, a la Eucaristía. Nos invita y nos promete un corazón de carne, un espíritu nuevo, un agua purificadora, un vestido de boda. 

¡Dios pone todo de su parte para nuestra santidad! Y nosotros... ¡cuántas veces rechazamos su invitación! ¡Cuántas veces nos parece una boda irrelevante y rechazamos su llamada! ¡Cuántas veces decepcionamos y enfadamos al Anfitrión, dándole la espalda y siguiendo en "nuestras cosas"!

Cuando Cristo nos asegura que son pocos los elegidos se refiere, no tanto a la dificultad para entrar en el reino de los cielos, sino a nuestra negativa a entrar. 

Nos justificamos, nos excusamos o, en el caso de aceptar, lo hacemos sin el traje de boda, es decir, de forma inapropiada.

¡Cuántas veces acudimos a la Eucaristía sin estar en gracia, sin confesarnos o en situación irregular! ¡Qué daño le hacemos al novio!
La fiesta está preparada, el banquete está listo, y sin embargo, nosotros no estamos dispuestos. Y no lo estamos porque nuestro egoísmo por "nuestros asuntos" y nuestra comodidad nos impiden acudir a su llamada, que implica un compromiso de nuestra parte.

El reino está abierto de par en par, el banquete se nos ofrece a todos. El traje para asistir es gratis, es pura gracia, por lo que no tenemos excusas para no utilizarlo. No podemos seguir ofuscándonos en nuestros esquemas humanos, ni seguir empeñándonos en hacer nuestra voluntad con nuestros corazones de piedra, con nuestra "dura cerviz".

No hay tiempo que perder. Tengo que aceptar la invitación que Dios me ofrece. De momento, hay muchos asientos libres pero no debería dejarlo para el último momento porque puede que cuando quiera entrar a la fiesta, ya no haya sitio.

¿Soy consciente de la importancia del evento, de la grandeza del Anfitrión? ¿Conozco el protocolo? ¿Voy vestido para la ocasión, limpio de pecado, perfumado de gracia y revestido de Cristo?  ¿Tengo la actitud correcta (fe), espero que llegue el "día" (esperanza) y tengo preparado el traje adecuado (amor) para ser un "digno invitado"?

Es el momento de responder afirmativamente a la invitación, de prepararme, de acoger un corazón nuevo, un espíritu nuevo, un traje nuevo para que, llegado el día, el Señor me diga: "Llevas puesto el traje de boda. ¡Pasa!"



JHR


sábado, 16 de enero de 2021

¿TE HE DICHO ALGUNA VEZ QUE TE QUIERO?

"Salió de nuevo a la orilla del mar; 
toda la gente acudía a él y les enseñaba. 
Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, 
sentado al mostrador de los impuestos, 
y le dijo: 'Sígueme'. 
Se levantó y lo siguió"
 (Marcos 2, 13-14)

Meditando hoy el conocido pasaje del evangelio de San Marcos, cuando Jesús le dice a Mateo "Sígueme", me ha hecho recordar el momento, hace algo más de cinco años, en el que escuché "la pregunta". 

Fue en un retiro cuando Cristo, que "paseaba por la orilla de mi mar", me miró con ternura y me preguntó: ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?...Fue su forma de decirme: "Sígueme".

Desde que escuché esa pregunta retórica, ya nada fue igual, ya no fui el mismo. No podía serlo. Me levanté y lo seguí. Tampoco podía explicarlo. Algo cambió mihasta entonces, duro y áspero corazón. Su llamada retumbó en mi interior como un eco interminable que aún perdura. 

Fue esa peculiaridad para atraerme, esa sutileza para afirmar preguntando "¿te he dicho alguna vez que te quiero?", esa delicadeza para preguntar afirmando "Sígueme", la que puso "patas arriba" toda mi forma de pensar y actuar, ampliando mi perspectiva y cambiando completamente mi mirada egoísta y ensimismada en mis intereses, para dirigirla hacia Dios y hacia los demás. 

Fue esa voz endulzada de gracia interrogativa, que jamás quebranta la libertad, la que me invitó a descubrir cómo, en realidad, me lo había dicho continuamente a lo largo de toda mi vida, pero yo no me había dado cuenta. Ese día no fue el día que Dios pasó por mi vida. Él ya estaba en ella, pero yo no lo veía. Fue el día en que yo pasé por el amor de Dios.

Fue esa mirada cautivadora, auténtico "flechazo de amor", la que me mostró como Dios-Amor va siempre por delante ("me primerea", como dice el Papa Francisco), abriendo el camino, liderando, dando ejemplo, invitándome a hacer lo mismo que Él: a servir, a amar.
Como hizo Mateo, dejé atrás mi "oficio de recaudador", mi profesión de "usar" y "abusar" de otros, mi propósito de "recibir" y "sacar provecho" de los demás, para "actualizar y resetear" mi vida, para dejar de vivirla de una forma egoísta e interesada y entregarla a los intereses del Reino, a la voluntad de Dios.

Así es Cristo

Amor auténtico y desinteresado que da la vida por sus amigos (Juan 15,13). 

Amor pleno y profundo que trasciende todo conocimiento, que enardece el corazón, cuando lo ocupa, cuando lo llena y lo habita (Efesios 3,17-19)

Amor eterno e infinito (Salmo 135,1) que no deja indiferente a nadie y que mueve a invitarle a "casa", como hizo Mateo o como hicieron los dos de Emaús. 

Ningún mérito es propio ni nuestro. Todos son de Jesucristo. Y cuando interiorizas esta Verdad, Ella misma te hace libre. Entonces, sigues a Cristo y haces tuya la pregunta:

 ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?

viernes, 4 de enero de 2019

¿QUÉ BUSCÁIS?


Imagen relacionada
"Jesús se volvió y, al verlos, les dijo: "¿Qué buscáis?".
Ellos le dijeron: "Rabí (que significa maestro), ¿dónde vives?". 
Él les dijo: "Venid y lo veréis". 
Fueron, vieron dónde vivía y permanecieron con él aquel día. 
Eran como las cuatro de la tarde."


(Juan 1, 38-39)

El Evangelio de hoy vuelve a interpelarme de forma directa, recordándome mi experiencia de conversión, cuando le vi y le reconocí en un retiro de Emaús. Entonces, supe que era el Maestro. 

Jesu
cristo, como hizo con los dos discípulos de Emaús, me vio, se volvió y, haciéndose "el despistado", como si no lo supiera, como si no me esperara, como si Él "pasara por allí", sin más.... me preguntó: "¿Qué buscas?"

Ahora, le conozco, pero entonces,
 me sorprendió su maravillosa forma de actuar, su sutil modo para no imponerse, su delicada manera para no forzar mi voluntad ni quebrantar mi disposición. No me hizo ver quién era ni lo importante que era. Tampoco me recriminó nada ni comenzó a señalarme. Ni siquiera me dijo lo que debía hacer. 


Todo lo contrario. Con su maestría de Amor, quiso reafirmar la libertad, que siempre otorga a nuestra albedrío, para hacerme ver si realmente tenia interés y quería algo de Él, si realmente quería acercarme a Él, si realmente quería conocerle. 

Yo, pobre igno
rante, le contesté: "A ti, Señor. Me han dicho Quien eres, pero no te conozco ni sé dónde vives". Él me respondió: "Ven y verás". 

Su contestación no fue una frase hecha, ni una manera educada de calmar mi curiosidad, ni siquiera una forma condescendi
ente de tratarme. No era, ni mucho menos, un "tienes que..." ni un "debes de..."

Era una invit
ación en toda regla que despertó interés sincero en mí. Era una llamada personal de un Amigo a "ir y ver" porque, entonces (Él lo sabía... porque lo sabe todo), yo ni iba ni veía. Yo no sabía qué buscaba...



Aquella invitación a conocerle quedó impresa en mi corazón para siempre. Aquel ofrecimiento a compartir conmigo Su tiempo y Su vida quedó profundamente marcada en mi alma. Ante tal propuesta de intimidad y amistad ¿cómo podía negarme?

Resultado de imagen de rostro de jesusYo viví aquella invitación como un "moverme", como un "ir y ver" para "estar y ser". Comprendí que Jesús no es un Dios de teorías, de ideas o de normas, sino de hechos, de actividad, de acción.

Conocí en primera persona cómo la fe en Cristo comienza con una vivencia íntima, con un encuentro personal, con una experiencia completa de Amor desinteresado. Y por eso, Jesús siempre nos pregunta "¿Qué buscáis?".

Cristo escrutó en lo profundo de mi corazón para hacer emerger ese anhelo sincero que no busca interés, ese deseo generoso que no busca vanidad, esa intención desprendida de darme y abandonarme al Amor. Y me llamó.

Entonces, "fui y vi dónde vivía, y permanecí con Él desde ese día. Eran como las seis de la tarde de un viernes de noviembre".