¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 30 de junio de 2016

¿POR QUÉ A VECES NO VEMOS FRUTOS?


A veces, me inundan sentimientos de frustración al tratar de entender la razón por la que, a pesar de todos los esfuerzos, de toda la pasión con la que nos dedicamos en todo lo que hacemos, de todo el compromiso que ponemos, de toda la carne que ponemos en el asador, no vemos frutos.

Seguramente, nuestra visión esté clara en relación a lo hacemos en la parroquia y para Quién lo hacemos. Posiblemente, las actividades que realizamos son edificantes y los métodos que utilizamos, correctos. Ciertamente, oramos, adoramos y glorificamos a Dios. Nuestra pasión por Cristo, por anunciar el Evangelio y por llegar a los demás está fuera de toda duda. Incluso, hasta vivimos a la luz de Su Palabra.

Sin embargo, ¿porque no vemos frutos ni crecimiento inmediatos? ¿Qué pasa?

Lo primero que me viene a la mente es que la respuesta es porque estamos haciendo algo mal o en contra de la voluntad de Dios y por ello no nos bendice con resultados. 

Pero, ¿el crecimiento numérico tiene que ser siempre un signo de bendición de Dios? ¿Los resultados demuestran que una parroquia es bendecida? ¿Somos nosotros los que debemos cuantificar números y resultados?

Aunque los números no son malos (de hecho, son buenos) y los resultados agradan a Dios, tenemos que discernir con cuidado la forma en que nos planteamos el crecimiento de nuestra parroquia, y lo que significa obtener fruto como iglesia. 

Las condiciones de "suelo"

Quizás estamos haciendo todas las cosas "correctas" y tenemos la actitud correcta, y sin embargo, no ocurre nada, no vemos frutos claros.

En Lucas 8, 4-15, Jesús nos habla con una parábola, la del sembrador, que es Dios y la semilla, que es la palabra de Dios. 

Jesús, como siempre, es muy claro y rotundo: La Palabra de Dios tiene un efecto distinto en los corazones de las personas que la oyen. 

Algunos acogen la fe más o menos, pero rebota en sus corazones endurecidos (semillas en el camino). 

Otros la reciben con alegría, pero esta alegría es efímera porque al no tener raíces, creen por algún tiempo, y pronto se alejan (semillas en la roca). 

Otros tienen una actitud indiferente, porque son ahogados por las preocupaciones y los placeres de la vida, y su fruto no madura (semillas entre espinos). 

Y algunos la reciben, la retienen en un corazón bueno y recto, y dan buenos y abundantes frutos (semillas en la buena tierra).

Aquí está el punto: Nosotros no tenemos el control sobre las condiciones del suelo. Nosotros no tenemos el poder de elegir dónde cae la semilla. Nosotros sólo ayudamos a Dios a sembrarla. Nosotros sólo debemos confiar en nuestro Creador, pues Él es quien cosecha.

La misericordia de Dios

Quizás nuestra parroquia ha experimentado un crecimiento explosivo y espectacular en los dos últimos años y posiblemente, nos ha puesto en una situación de alta actividad y presión, incómoda o agotadora.

Sin embargo, la falta de crecimiento o de frutos evidentes pueden ser síntoma inequívoco de la misericordia de Dios sobre nosotros. 

Quizás hemos experimentado un repunte importante en la asistencia a misa, pero no tanto en cuanto al servicio o al compromiso. 

Quizás el espacio sea insuficiente o no esté en la óptimas condiciones. 

Quizás nos hemos involucrado en demasiadas actividades y servicios que conllevan enormes implicaciones organizativas y distintos niveles de compromiso. 

O quizás nuestra parroquia no está llamada a ser una iglesia de un gran tamaño y complejidad. Puede ser que la misericordia de Dios esté actuando sobre todos nosotros para que no se produzca un insólito crecimiento.

El plan de Dios

En última instancia, todo crecimiento y fruto es el resultado directo de la voluntad soberana de Dios. Él determina los tiempos y los espacios, y nos llama a cumplir nuestro servicio con confianza en Él. Dios es perfecto y su Plan para nosotros, también.

Eso significa que Él también es soberano para determinar el tamaño de nuestra parroquia. 

Si el Señor quiere que su iglesia crezca en número, que así sea. 

Pero puede ser que le demos mayor gloria si nuestra parroquia llega a una determinada situación, a unos ciertos resultados o a un determinado tamaño.

El hecho es que, si la asistencia en nuestra parroquia es como es, si el compromiso es el que es, si el fruto es el que es, si las instalaciones son las que son, nosotros tan sólo debemos confiar en Dios y en su plan. 

Debemos estar atentos a discernir cómo y por dónde sopla el Espíritu Santo y desplegar nuestras velas para ser llevados por Él. Las grandes iglesias no tienen por qué ser la norma y de hecho, no son lo habitual.

Así que ¿por qué preocuparse? Está bien ser pequeños. Está bien ser como somos. Está bien ser lo que somos. 

Y termino con unas palabras de nuestro querido vicario episcopal, D. Ángel Camino sobre las tres "pes": "somos pocos, pequeños y pecadores, y Dios nos quiere así".