“Mira, lo que hallé fue sólo esto: Dios hizo sencillo al hombre,
pero él se complicó con muchas razones.”
(Eclesiastés 7, 29)
A los seres humanos nos gusta complicar las cosas. En un mundo de consumo e inmediatez, vivir con sencillez es complicado. Y es que nos hemos vuelto muy sofisticados, lo queremos todo y lo queremos ya.
Nos complicamos la vida con un sinfín de artificios, afanes, compromisos, apariencias, modas y comportamientos y estamos más pendientes de la complicación y del bienestar, que de la entrega y el sacrificio.
Compramos cosas que no necesitamos, con dinero que no tenemos, para impresionar a personas que no queremos.
Ser cristiano implica sencillez, naturalidad y humildad. Jesucristo vivió una vida sencilla, desde su nacimiento hasta su muerte, huyó de la pomposidad, del boato y de la apariencia. “porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado.”(Lucas 14, 11). Habló de forma natural y sencilla, mediante parábolas y palabras fáciles de entender. Se rodeó de los apóstoles, personas humildes y normales.
“Dios ha elegido lo que es común y despreciado en este mundo, lo que es nada, para reducir a la nada lo que es. Y así ningún mortal podrá alabarse a sí mismo ante Dios.” (1 Corintios 1, 28-29)
La verdadera razón de todas estas complicaciones que inventamos y que nos esclavizan, no es otra que la búsqueda del propio reconocimiento.
Nuestra tendencia y nuestro gran error es darnos importancia a nosotros, pensar que todo depende de nuestra capacidad y esfuerzo, de nuestros conocimientos y aptitudes, del “YO”.
Pero la sencillez es ABRIR EL CORAZÓN Y DEJAR ENTRAR A DIOS, desterrando el odio, el orgullo y el egoísmo. Es abnegación, humildad y misericordia.
La sencillez es ABRIR LA MENTE Y DEJARSE INTERPELAR POR DIOS, desterrando el prejuicio, la rebeldía y la duda. Es entrega, mansedumbre y confianza.
La sencillez nos lleva a reconocer que lo que tenemos es un regalo de Dios, que su cuidado es asunto suyo, y que está al servicio de los demás.
“… pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre; a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en Aquel que me conforta.
(Filipenses 4, 11-13)