¿Quién no se ha preguntado alguna vez por qué o para qué vivimos? ¿Quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos? Nuestra naturaleza humana es lo único que nos impulsa a buscar el sentido último de nuestra vida. Los animales no tienen esa capacidad.
Plantearse y encontrar el sentido de la vida no es tarea fácil. De hecho, muchos nunca se han planteado siquiera esta cuestión y viven por inercia una vida vacía y sin sentido.
Sin embargo, el sentido último de nuestra vida es lo que nos motiva, lo que nos impulsa, lo que nos llena y lo que nos hace felices. Lo que nos ayuda a superar los obstáculos y nos permite ser más eficaces, enfrentar los problemas desde una perspectiva superior.
¿La vida es un vacío creado por el caos y la casualidad o se fundamenta en un propósito eterno diseñado por un creador supremo?
Optar por lo primero es vivir en base a los sentimientos, donde la prioridad soy yo mismo. Optar por lo segundo, es vivir en base a la fe, donde la prioridad es Dios.
El gran error de vivir en los sentimientos consiste en buscar las cosas materiales, las cosas que creemos que nos hacen felices o que nos agradan, pero nos anclamos en lo fácil, en lo egoísta, en lo banal, en el “YO”.
Vivir en la fe es tener la certeza de que hemos sido creados con un propósito, por una razón, para una misión. El secreto de la existencia está en saber para quién se vive y tiene que referirse necesariamente a alguien. Y ese alguien es Dios, que nos ama tal y como somos, sin limitaciones, para siempre, pase lo que pase, hagamos lo que hagamos.
Vivir en la fe consiste en buscar a Dios y las cosas de Dios, aquello por lo que estamos dispuestos a sacrificarnos, por lo que estamos dispuestos a dejarlo todo y por lo que vale la pena luchar de verdad.
Dios sale al encuentro del hombre: “porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3,16).
Y porque hemos sido creados a su imagen y semejanza, el sentido último de nuestra vida es servir a Dios y a los demás, o lo que es lo mismo, el AMOR.
Jesucristo nos muestra el camino: El SERVICIO. Él da sentido a su vida (y a la nuestra) sirviendo y muriendo por amor: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mateo 20, 28).
He aquí el sentido de nuestra existencia: AMOR y SERVICIO, y viceversa.