¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 18 de mayo de 2021

WELCOME BACK HOME

“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; 
pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, 
porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; 
estaba perdido y lo hemos encontrado”
(Lucas 15,31)

A menudo, hablo con amigos míos que se han alejado completamente de Dios y de la Iglesia... Y les pregunto por qué...porque yo también me alejé. Sin duda, se trata de buenas personas pero que, sin embargo, albergan un gran recelo hacia Dios, y sobre todo, hacia su Iglesia. 

Seguramente, su actitud es consecuencia de la mentalidad del mundo que proclama a los cuatro vientos la total libertad del hombre sobre todo tipo de ataduras y, por tanto, que rechaza a un Dios al que tildan de "opresor" y de "autoritario". Planteado así, Dios resultaría ser un dictador terrible y la Iglesia un lugar de suplicio. 

Tampoco ayuda mucho la presencia en la Iglesia de quienes se autodenominan cristianos pero cuyos actos están basados en una tradición popular y cultural llena de devociones, ritos y cumplimientos vanos, y absolutamente alejados de toda esencia y sobrenaturalidad. Planteado así, todos los cristianos resultarían ser unos hipócritas y unos fariseos despreciables.

Estas dos deformaciones de la fe, una externa y otra interna, contribuyen poderosamente al continuo goteo de personas que huyen despavoridas de la Iglesia y se alejan de Dios, pese a estar bautizados y haber sido educados en el mensaje de Cristo. 

Ambas son, sin duda, personificaciones del hijo pródigo y del hermano mayor de la gran parábola de Lucas 15, 11-32. Ninguno de los dos se ha encontrado de verdad con el infinito y gratuito amor del Padre (lo digo por experiencia propia). Ninguno de los dos se ha dejado amar por Él (lo digo por experiencia propia).  Ninguno de los dos ha aceptado el ofrecimiento altruista del Padre (lo digo por experiencia propia)
Seguramente, porque ambos han estado (como yo estuve) más pendientes de ellos mismos, de sus necesidades y de sus expectativas que del buen hacer del Padre, y así, ambos se han alejado: uno yéndose, y otro, quedándose.

Para nosotros, los cristianos, es importante discernir si nos encontramos en alguno de estos dos casos. Es importante reflexionar si nos encontramos entre los que se han alejado o entre los que, permaneciendo en la casa del Padre, también estamos distanciados de Dios. Porque así, será muy difícil que otros hermanos pródigos regresen. 

No existen fórmulas mágicas para acercar a los alejados. Tampoco se trata de obligarles o de convencerles para que vuelvan. Precisamente, porque esa decisión depende exclusivamente de su libre voluntad para volver, aceptar el Amor de Dios y dejarse amar. Pero lo que sí es seguro es que ni la envidia, ni el rencor, ni la hipocresía ni la doble vida atraerán a nadie. Sólo el amor auténtico cautiva, seduce y contagia.
Es posible que quienes se han alejado de la Iglesia (lo digo por propia experiencia), más que rebeldes o malvados se hayan sentido poco amados, desatendidos, o incluso, despreciados por quienes han permanecido en la Iglesia. Y aquí entramos todos, laicos y sacerdotes. 

Es posible que la animadversión por la Iglesia y por los curas de los que se han alejado (lo digo por propia experiencia) haya sido debida a un amor escasamente demostrado o, incluso negado por quienes han permanecido en la IglesiaY aquí entramos todos, laicos y sacerdotes. 

Hace poco leí una frase del cardenal Giulio Bevilacqua ("La parrocchia e i lontani", la parroquia y los alejados) que refleja lo que sí es efectivo para atraer a los alejados: “Podemos, debemos acercar a las almas sencillamente, en plenitud de fe, en heroísmo de esperanza, y en locura de caridad”.

Sin duda, necesitamos una fe robusta (que debemos pedir) , una esperanza heroica (que debemos mantener) y un amor loco (que debemos dar)... hacia Dios y hacia los demás. Necesitamos, primero, convertirnos nosotros al amor, para atraer a otros, después. Sin una verdadera conversión de amor, la evangelización es imposible.

En ese mismo ensayo, el arzobispo Montini decía: “Hermanos alejados, perdonadnos, si no os hemos comprendido, si os hemos rechazado muy fácilmente. Os hemos tratado con ironía, con menosprecio, con polémica, y os pedimos perdón. Escuchadnos, intentad conocernos… Si sois libres, si sois honestos, debéis ser también fuertes e independientes para venir y escuchar”.

Sin duda, debemos pedir disculpas a todos aquellos a quienes no hemos acogido, comprendido o aceptado. Debemos pedir perdón a  todos aquellos a quienes no hemos escuchado, atendido o amado. Debemos invitar, acoger y amar a  todos aquellos a quienes (todos nosotros) hemos alejado o rechazado, por acción u omisión, de la casa de Dios. 

Por eso... mis queridos alejados, ¡Bienvenidos de nuevo a casa! ¡Welcome back home! 


JHR

martes, 11 de mayo de 2021

PERMANECER Y VIVIR EN EL AMOR

"Como el Padre me ha amado, así os he amado yo;
permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor;
lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre
y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, 
y vuestra alegría llegue a plenitud. 
Este es mi mandamiento: 
que os améis unos a otros como yo os he amado. 
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. 
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: 
a vosotros os llamo amigos, 
porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 
No sois vosotros los que me habéis elegido, 
soy yo quien os he elegido 
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, 
y vuestro fruto permanezca. 
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. 
Esto os mando: que os améis unos a otros"
(Juan 15, 9-17)


A menudo, la gente no entiende lo que significa la fe cristiana. Muchos incrédulos o alejados apelan a la libertad individual del hombre para afirmar que el cristianismo es una carga pesada de normas y mandamientos que no tiene cabida en la sociedad actual. En realidad, se trata de apartar a Dios de sus vidas.

Sin embargo, los capítulos 13 al 15 del Evangelio de San Juan nos dan la respuesta de lo que significa ser cristiano. Jesús, mientras se despide de los apóstoles, sus amigos, les da las últimas indicaciones y ánimos, y les muestra cuál el camino para seguirlo, cuál es la única ley que mueve el Universo, cuál es el mandamiento del cristiano: el Amor.

Cristo afirma categóricamente: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros"Su mandamiento no es una simple recomendación ni una condescendiente sugerencia de despedida. Todo lo que Él hace es "novedad": "Mira, hago nuevas todas las cosas" (Apocalipsis 21,5).

En primer lugar, es nuevo porque Él lo ha cumplido, dando ejemplo, mostrando el amor de Dios, no de una forma teórica sino práctica: amando al prójimo, acogiendo al excluido, curando al enfermo, ayudando al pobre, asistiendo al necesitado, compadeciendo al pecador. Y también porque lo ha llevado a la plenitud: es un amor redimido, liberado y rescatado de la esclavitud del pecado, entregado hasta el extremo en la Cruz, un amor a todos.  
La comparación "Como yo os he amado" supera el criterio del Antiguo Testamento de "como a uno mismo" (Levítico 18,19). No se trata de amar con un amor humano sino con un amor pleno, total y divino: la entrega total de Cristo.

"En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros"El amor es lo que marca la diferencia, lo que nos distingue de un mundo regido por el egoísmo, por el materialismo y por el individualismo. Si amamos, el mundo reconocerá que somos discípulos de Cristo, que somos cristianos, que permanecemos en Su amor.

Ser discípulo de Cristo no significa "cumplir" una serie de normas y preceptos, ni "practicar" una serie de ritos y cultos, como hacía el pueblo de Israel, o como muchos nos quieren hacer creer hoy. Ser cristiano es haber descubierto el "Amor más grande" en la persona de Jesús, y haberlo experimentado en la profundidad de nuestro corazón. De esa forma, con el corazón en ascuas y prendido por el Espíritu, sólo nos queda una cuestión por hacer: darlo a los demás, entregarlo a los demás, amar y servir a los demás.

El amor es lo único que, al "darlo", se multiplica. Son esos pequeños gestos diarios de  mirada limpia, de ternura, de compasión hacia nuestro prójimo, los que nos hacen realmente "cristianos". Son esas pequeñas actitudes de cercanía, de acogida, de servicio a nuestro hermano, los que manifiestan el amor de Dios. Al entregarlo a los demás, lo multiplicamos exponencialmente, y lo recibimos.

El mandamiento de Jesús es, en sí mismo, un "deber", una "obligación" y una "exigencia" del amor. No es una carga pesada porque el amor todo lo soporta (1 Corintios 13, 7). No es una obligación impuesta desde el exterior sino un impulso de la propia voluntad que mueve a devolver lo recibido por que el amor no es egoísta (1 Corintios 13,5). Es una misión, es la vocación cristiana: Amar y Servir.

El mandamiento del amor es parecido a la ley de la gravedad: un objeto lanzado al aire está "obligado" a caer, no puede negarse a hacerlo. De igual modo, el amor recibido de Dios "exige" darlo, no puede negarse a hacerlo. El amor es una "fuerza impuesta" por el propio amor. No puede ser de otra forma.

El mandamiento del amor no se cumple por una amenaza de ser castigado sino que es una moción interior del corazón, suscitada por el Espíritu de amor en el alma, que es atraída "irresistiblemente" por lo que ama, sin que exista una obligación impuesta desde el exterior.

El mandamiento del amor no es una imposición de Dios sino la propia Ley de Dios, que es Amor y, como tal, se da hasta el extremo: "Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Juan 13,1).
El mandamiento del amor es una fuerza vital de quien ama de verdad...y lo hace para siempre.  "Permaneced en mi amor" implica eternidad, supone permanecer y vivir en el amor de Cristo mientras vivamos en la tierra y, con mayor motivo, cuando vayamos al cielo. Un amor "efímero o pasajero" no es amor... será placer, satisfacción o pasatiempo, pero no es alegría, ni felicidad, ni plenitud. Porque el amor no se cansa ni se impacienta (Juan 13,4). 

"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Jesús ha dado la vida por sus amigos, ha tenido el amor más grande que se puede tener, pero ¿Quiénes son Sus amigos? Sus amigos son aquellos que han conocido el amor de Dios, aquellos que lo han experimentado y que lo ponen en práctica

"Lo que Cristo manda" no significa "lo que Dios nos obliga". El amor no tiene elección: se da y punto. Tampoco pide imposibles: surge de forma espontánea. Esa es la gran belleza del cristianismo: que el Señor nos ha elegido... no hemos sido nosotros; que nos ha creado... no nos hemos creado nosotros; que nos ha amado hasta el extremo... no hemos sido nosotros. Somos unos elegidos, unos privilegiados.

Lo que Jesús manda, repite y enfatiza es que demos fruto permanente, es decir, que vivamos el Amor eternamente: "que os améis unos a otros como yo os he amado".  Lo que Cristo nos pide es que vayamos a la fuente de la vida, es decir, al Amor de Dios...y que permanezcamos en Él, es decir, en unión íntima con Él, porque somos sus amigos.



JHR