¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 4 de noviembre de 2022

¡AHORA HA VENIDO "ESE" HIJO TUYO...!

"Hace tantos años que te sirvo, 
y jamás dejé de cumplir una orden tuya, 
pero nunca me has dado un cabrito 
para tener una fiesta con mis amigos; 
¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, 
que ha devorado tu herencia con prostitutas, 
has matado para él el novillo cebado!" 
(Lc 15,29-30)

¡Ahora ha venido ese hijo tuyo...! Es lo que le dice el hijo mayor de la parábola al Padre, al regresar su hermano (Lc 15,30). No dice "ese hermano mío" sino "ese hijo tuyo...", una expresión despectiva que parece hacerse eco de otra similar: "La mujer que me diste..." (Gn 3,12). El hombre, cuando se siente "destronado" o "interpelado", siempre se excusa y culpa a Dios.

Las palabras del evangelio de Lucas muestran una terrible realidad que muchos, que hemos estado alejados y hemos regresado arrepentidos a la Iglesia, sufrimos con frecuencia: las miradas de recelo y desprecio de algunos de nuestros "hermanos mayores" por recibir la gracia de Dios. Incluso le increpan por alegrarse y recibirnos con una fiesta.

Desgraciadamente, algunos que se consideran a sí mismos justos y fieles, conciben la casa de Dios como algo propio y exclusivo en la que ellos deciden dónde, cómo, cuándo y quién puede recibir la gracia divina. Parecen decirle a Dios cómo ser Dios y qué debe hacer.

Pero el Señor mismo les contesta en otro pasaje del evangelio con la parábola de los jornaleros de la viña: "¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" (Mt 20,15). Dios es bueno y aunque creó al hombre bueno, éste siempre cae en la tentación de ser malo.

El Ca­te­cis­mo de la Igle­sia Ca­tó­li­ca dice que la en­vi­dia es la tris­te­za que se ex­pe­ri­men­ta ante el bien del pró­ji­mo y el de­seo des­or­de­na­do de apro­piár­se­lo. Y el diccionario afirma que el término "envidia", que proviene del latín in- "poner sobre" y videre, "mirada", es decir, poner la mirada (malintencionada) sobre algo o alguien, "ver mal", con maldad o con "mal ojo", es justamente el sentido que Dios nos enseña en estas parábolas y que quiere que evitemos. 

Sin embargo, ni la envidia del hermano mayor ni la de los trabajadores tempraneros proviene sólo por su errónea idea de "injusticia retributiva" de Dios, sino por la alegría del "hijo resucitado" y por el hecho de que los jornaleros tardíos reciban el mismo salario al final del día.

Y es que estos "hermanos mayores" no llegan a comprender cómo es Dios realmente y cuán infinita es su misericordia y su bondad. No son capaces de ver...o, peor aún, "ven con maldad"...porque los celos les ciegan y la envidia les envenena. No comprenden que Dios no paga ni premia por nuestros méritos, sino porque Él es Amor... gratuito, infinito y para todos.
Esa incapacidad para alegrarse por la gracia divina derramada sobre otros, les lleva por celos a clericalizarse, a "farisearse", a sentirse orgullosamente superiores, a apropiarse de Dios y a proclamarse a sí mismos "dueños exclusivos de la gracia". 

La envidia es una actitud pecaminosa que tiene su origen en el orgullo y la soberbia, que conduce a prejuzgar y a difamar a nuestro hermano (en realidad, a "asesinarlo" ), que va en contra de la unidad de la Iglesia y que es "el pe­ca­do dia­bó­li­co por ex­ce­len­cia", según San Agustín, pues trata de alejarnos de la comunión con Dios y con los demás, buscando la división en el seno de Su familia, como hace también en el de la familia humana. 

¡Cuánto nos cuesta alegrarnos del bien ajeno! ¡Cuánto nos cuesta reconocer y apreciar la dignidad y los derechos de los demás como hijos del mismo Dios! ¡Cuánto nos cuesta "compartir" a Dios con otros! 

Sí, queremos a Dios para nosotros solos, pero en realidad, lo hacemos por un sentido egoísta de propiedad y no porque le amemos de corazón. ¡Estamos muy lejos de Él, aunque Él esté cerca de nosotros!...como el hijo mayor de la parábola.

El Señor nos advierte: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas" (Juan 10, 11).  "Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial. [Pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido.] …No es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños" (Mt 18,10-11.14).

Si nos fijamos bien en todas las parábolas llamadas "de la Misericordia" (el hijo pródigo, los trabajadores de la viña, la oveja extraviada, el dracma perdido...), Dios siempre nos invita a la alegría y el gozo. Y por ello, nosotros los cristianos, ¿no deberíamos alegrarnos junto con el Señor porque encuentre a las ovejas descarriadas, a las monedas perdidas o al hijo "que estaba muerto"? (cf. Mt 18, 12-13; Lc 15,8-10).

La memoria de Dios sobre cada ser humano, el pensamiento amoroso que somos cada uno de nosotros, debería hacernos recapacitar sobre el riesgo de no perdonar (Mt 6,15), de ser rencorosos y olvidar -abandonar- el amor (Ap 2,4-5)…Porque sin amor, "nada somos" (1 Cor 13).

Dice el Ca­te­cis­mo de la Igle­sia Ca­tó­li­ca que la en­vi­dia es la tris­te­za que se ex­pe­ri­men­ta ante el bien del pró­ji­mo y el de­seo des­or­de­na­do de apro­piár­se­lo. Así pues, el gozo por el bien de nuestro prójimo sólo puede darse por un deseo ordenado y desinteresado que mire con los mismos ojos misericordiosos de Dios, o con la misma mirada tierna de Cristo, que no busca envidiar ni apropiarse sino enamorar y entrar en comunión.

Sigamos la invitación de san Pablo: "Que la esperanza os tenga alegres" (Rm 12,12). "No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros" (Gal 5,26). O la del rey David: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 118,1). 

Así pues, la alegría debe ser la razón de nuestra esperanza en las promesas de Cristo y el agradecimiento, la actitud de nuestra confianza en la misericordia de Dios. 

Alegrémonos de la gracia que Dios derrama en otros hermanos, no por el aprecio insignificante que los hombres damos a una oveja frente a cien o a una moneda frente a diez, sino por el inmenso valor que tenemos todos y cada uno de nosotros para Dios.


"Alegraos, justos, y gozad con el Señor" 
(Sal 32, 11)

martes, 5 de julio de 2022

YO TAMBIÉN SUFRÍ EXILIO

"En el mes quinto, el día séptimo del mes, 
el año diecinueve de Nabucodonosor, rey de Babilonia, 
Nabuzardán, jefe de la guardia, servidor del rey de Babilonia,
vino a Jerusalén. E incendió el templo del Señor 
y el palacio real y la totalidad de las casas de Jerusalén...
...demolieron las murallas que rodeaban Jerusalén. 
En cuanto al resto del pueblo que quedaba en la ciudad... los deportó... 
Y de este modo fue deportado Judá lejos de su tierra".
 (2R 25, 8-21)

La deportación del pueblo de Israel a Babilonia en el 587 a.C., tras la destrucción y ruina de Jerusalén, no fue un castigo de Dios sino la consecuencia de no escucharle, durante varios siglos, a través de los diferentes profetas (Amos, Oseas, Isaías, Miqueas, Sofonías, Habacuc, Jeremías...) que suscitó entre el pueblo y que le advirtieron del peligro de caer en la iniquidad, el sincretismo religioso y la idolatría.

Sin embargo, el exilio servirá para que el pueblo tome conciencia de todo lo que han perdido al alejarse de Dios: tierra, templo, nación, identidad, idioma... esta desolación va a ser la ocasión propicia para que el pueblo de Dios recapacite y realice una profunda metanoia, una verdadera conversión del corazón. Israel va a ser purificado por el crisol del sufrimiento y resurgirá de sus cenizas, con una fe más viva, una actitud más humilde y un corazón más dócil a la voluntad de Dios.

Y es que sólo ante la desgracia, el hombre es capaz de tomar conciencia de su fragilidad, de darse cuenta de que las seguridades del mundo son pasajeras... y así, alzar los ojos al cielo e interpelarse: ¿Por qué? ¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Para qué?

Las dos primeras cuestiones están sobradamente contestadas. La tercera...me atrevo a contestarla y asumirla en mi propia carne: el primer paso es el lamento, a través del cual me dejo examinar por mi propia conciencia. El segundo, acercarme a Dios y, con humildad, pedirle ayuda para que me levante, me guíe y seguir adelante junto a Él.

Y lo sé, porque yo también sufrí exilio en el 2008 d.C. Yo mismo fui desterrado. Yo también fui "pueblo de Israel". Caí en la ruina y en la desgracia, y fui llevado a una tierra lejana y extranjera donde no hallé consuelo...y todo, por haber dejado entrar en mi corazón toda clase de perversidades, orgullos y autosuficiencias. Todo por haber abandonado a Dios.
Fue en el exilio de mis inseguridades donde tomé conciencia de mi fragilidad. Fue en el destierro de mis sufrimientos donde me di cuenta de todo lo que había perdido y de lo débil que era. Fue allí, en un país extraño, donde me di cuenta de que me había convertido en un hijo pródigo que no tenía ni algarrobas para llevarse a la boca. Pero sobre todo, me di cuenta de mi necesidad de estar junto a un Padre que me ama y que, porque me ama, me corrige y purifica.

Como Israel, solamente ante la desolación, sentí la necesidad de volver a acercarme a Dios. Con un nuevo corazón, fui en su busca para implorar misericordia. Pero Él, como el padre de la parábola, salió a mi encuentro y me cubrió de besos. No me dejó ni pedir perdón ni mediar palabra alguna. Dios, que sufre como un padre ante el dolor del hijo de sus entrañas en la prueba, sabe que necesito de su sabia pedagogía para que pueda acoger el amor verdadero sin reservas.
No sé si me ocurrirá como al pueblo de Israel que, con el paso del tiempo, se olvidó de nuevo de Dios, no supo reconocerle cuando se encarnó, y volvió al destierro. Pero sí sé que tengo que darle siempre gracias por cuanto me quiere, por cuanto me protege, por cuanto inclina su oído para escucharme, y también, por cuanto me ayuda y corrige, cada vez que vuelvo a caer.

Ahora sé donde encontrarle: en mi familia, en mis hermanos de fe, en aquellos que sufren exilio y marginación. Pero sobre todo, sé con seguridad que puedo encontrarle siempre en los sacramentos, donde nos ha prometido que "estará con nosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (cf. Mt 25,20).

"Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque escuchaste las palabras de mi boca; delante de los ángeles tañeré para ti; me postraré hacia tu santuario, daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros, me conservas la vida; extiendes tu mano contra la ira de mi enemigo, y tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos"
(Sal 137)



JHR

martes, 18 de mayo de 2021

WELCOME BACK HOME

“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; 
pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, 
porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; 
estaba perdido y lo hemos encontrado”
(Lucas 15,31)

A menudo, hablo con amigos míos que se han alejado completamente de Dios y de la Iglesia... Y les pregunto por qué...porque yo también me alejé. Sin duda, se trata de buenas personas pero que, sin embargo, albergan un gran recelo hacia Dios, y sobre todo, hacia su Iglesia. 

Seguramente, su actitud es consecuencia de la mentalidad del mundo que proclama a los cuatro vientos la total libertad del hombre sobre todo tipo de ataduras y, por tanto, que rechaza a un Dios al que tildan de "opresor" y de "autoritario". Planteado así, Dios resultaría ser un dictador terrible y la Iglesia un lugar de suplicio. 

Tampoco ayuda mucho la presencia en la Iglesia de quienes se autodenominan cristianos pero cuyos actos están basados en una tradición popular y cultural llena de devociones, ritos y cumplimientos vanos, y absolutamente alejados de toda esencia y sobrenaturalidad. Planteado así, todos los cristianos resultarían ser unos hipócritas y unos fariseos despreciables.

Estas dos deformaciones de la fe, una externa y otra interna, contribuyen poderosamente al continuo goteo de personas que huyen despavoridas de la Iglesia y se alejan de Dios, pese a estar bautizados y haber sido educados en el mensaje de Cristo. 

Ambas son, sin duda, personificaciones del hijo pródigo y del hermano mayor de la gran parábola de Lucas 15, 11-32. Ninguno de los dos se ha encontrado de verdad con el infinito y gratuito amor del Padre (lo digo por experiencia propia). Ninguno de los dos se ha dejado amar por Él (lo digo por experiencia propia).  Ninguno de los dos ha aceptado el ofrecimiento altruista del Padre (lo digo por experiencia propia)
Seguramente, porque ambos han estado (como yo estuve) más pendientes de ellos mismos, de sus necesidades y de sus expectativas que del buen hacer del Padre, y así, ambos se han alejado: uno yéndose, y otro, quedándose.

Para nosotros, los cristianos, es importante discernir si nos encontramos en alguno de estos dos casos. Es importante reflexionar si nos encontramos entre los que se han alejado o entre los que, permaneciendo en la casa del Padre, también estamos distanciados de Dios. Porque así, será muy difícil que otros hermanos pródigos regresen. 

No existen fórmulas mágicas para acercar a los alejados. Tampoco se trata de obligarles o de convencerles para que vuelvan. Precisamente, porque esa decisión depende exclusivamente de su libre voluntad para volver, aceptar el Amor de Dios y dejarse amar. Pero lo que sí es seguro es que ni la envidia, ni el rencor, ni la hipocresía ni la doble vida atraerán a nadie. Sólo el amor auténtico cautiva, seduce y contagia.
Es posible que quienes se han alejado de la Iglesia (lo digo por propia experiencia), más que rebeldes o malvados se hayan sentido poco amados, desatendidos, o incluso, despreciados por quienes han permanecido en la Iglesia. Y aquí entramos todos, laicos y sacerdotes. 

Es posible que la animadversión por la Iglesia y por los curas de los que se han alejado (lo digo por propia experiencia) haya sido debida a un amor escasamente demostrado o, incluso negado por quienes han permanecido en la IglesiaY aquí entramos todos, laicos y sacerdotes. 

Hace poco leí una frase del cardenal Giulio Bevilacqua ("La parrocchia e i lontani", la parroquia y los alejados) que refleja lo que sí es efectivo para atraer a los alejados: “Podemos, debemos acercar a las almas sencillamente, en plenitud de fe, en heroísmo de esperanza, y en locura de caridad”.

Sin duda, necesitamos una fe robusta (que debemos pedir) , una esperanza heroica (que debemos mantener) y un amor loco (que debemos dar)... hacia Dios y hacia los demás. Necesitamos, primero, convertirnos nosotros al amor, para atraer a otros, después. Sin una verdadera conversión de amor, la evangelización es imposible.

En ese mismo ensayo, el arzobispo Montini decía: “Hermanos alejados, perdonadnos, si no os hemos comprendido, si os hemos rechazado muy fácilmente. Os hemos tratado con ironía, con menosprecio, con polémica, y os pedimos perdón. Escuchadnos, intentad conocernos… Si sois libres, si sois honestos, debéis ser también fuertes e independientes para venir y escuchar”.

Sin duda, debemos pedir disculpas a todos aquellos a quienes no hemos acogido, comprendido o aceptado. Debemos pedir perdón a  todos aquellos a quienes no hemos escuchado, atendido o amado. Debemos invitar, acoger y amar a  todos aquellos a quienes (todos nosotros) hemos alejado o rechazado, por acción u omisión, de la casa de Dios. 

Por eso... mis queridos alejados, ¡Bienvenidos de nuevo a casa! ¡Welcome back home! 


JHR

miércoles, 14 de abril de 2021

MILLONARIO EN MISERICORDIA

"No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. 
No he venido a llamar a los justos, 
sino a los pecadores a que se conviertan" 
(Lucas 5,31-32)

Los Evangelios contienen innumerables pasajes que nos muestran la especial relación que Jesús tenía con los pecadores: el de los publicanos Mateo (Mateo 9, 9-12) y Zaqueo (Lucas 19, 1 -10), el de la pecadora que lavó sus pies en casa del fariseo (Lucas 7, 36), el de la mujer adúltera (Juan 8, 1-11), el del buen ladrón (Lucas 23, 39-43), el del fariseo y el publicano (Lucas 18, 9-14) y las parábolas del hijo pródigo, la oveja perdida y la moneda perdida (Lucas 15).

Jesús desconcertaba y sorprendía a los escribas, fariseos y doctores de la Ley cuando visitaba, hablaba y se juntaba con todos aquellos a quienes los judíos odiaban y repudiaban: rechazados y marginados, publicanos y samaritanos, enfermos y leprosos, viudas y mujeres... 

En general, los fariseos consideraban "pecadores" o "impuros" a todas las personas que no seguían la interpretación que hacían ellos de la Ley (quizás porque ellos se consideraban justos, puros y por encima de la Ley), sin duda, mostrando el resentimiento egoísta "del hermano mayor" en la parábola del hijo pródigo.
Jesús los reprendía (como un padre lo hace con sus hijos) cuando le increpaban por juntarse con ellos, mostrándoles, frente a su dura, egoísta y condenatoria actitudla gran compasión de Su humano corazón y la infinita misericordia de Su divina persona. Él mismo, el Justo y Santo, es la Misericordia Divina personificada.

San Juan Pablo II escribe su segunda encíclica, Dives in misericordia ("Rico en misericordia") en 1980 para mostrar al mundo el rostro de Dios a través de Jesucristo, encarnación y revelación de la Misericordia: "Quien me ha visto a mi, ve al Padre" (Juan 14, 9). 

Jesús, al compartir su vida y su amor con aquellos considerados pecadores, cumple la misión encomendada por el Padre mostrando Su rostro compasivo, y frente a quienes los rechazan y condenan, los libera de su experiencia de culpabilidad, los invita a la conversión, les devuelve su dignidad, y comiendo con ellos, anticipa el gran banquete de su encuentro definitivo con Dios.

Cristo, con sus palabras y hechos, manifiesta no sólo al Padre sino también al Espíritu Santo, es decir, se hace signo visible de la Santísima Trinidad"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor" (Lucas 4,18; Isaías 61,1).

Veinte siglos después, con el avance de la ciencia y la técnica, el hombre sigue dando la espalda a la misericordia y tampoco parece necesitarla. Sin embargo "el hombre moderno se muestra a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y lo peor, con la opción entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre el amor o el odio, entre la justicia y el pecado. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que pueden aplastarle o salvarle" (San Juan Pablo II, Dives in misericordia I, 2).

El infinito amor de Dios se transforma en misericordia, superando la norma estricta (y a veces estrecha) de la justicia. La Divina Misericordia no es un amor cualquiera. Es un misterio insondable de su propio ser trinitario: infinito, gratuito, y generoso, manifestado en Cristo encarnado, muerto y resucitado para la salvación de todos los hombres, de todos los pecadores, y en consecuencia, de todos sus amigos: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Juan 15,13-15).

San Pablo en Efesios 2,4 dice que "Dios es rico en misericordia". Dios es millonario en amor. Nos lo regala de forma gratuita y desinteresada en Cristo y no puede destruirse por ningún comportamiento nuestro. Así es el amor de Dios: fiel y paciente. Nada que ver con nuestro "amor humano": infiel, impaciente e interesado. 

Un amor infinitamente más grande que todos los pecados de la humanidad de todos los tiempos juntos. El amor misericordioso del Padre sale al encuentro del hombre pecador en Jesucristo, le abraza, le devuelve su dignidad y le conduce a la salvación por el Espíritu Santo.
Jesús, la Divina Misericordia, se acerca al drama humano, a todos nosotros, pecadores, habla con nosotros, come con nosotros en cada Eucaristía, y sin acusarnos, sin señalarnos, sin discriminarnos ni marginarnos, nos ayuda a tomar conciencia de nuestra situación desviada, nos hace presente el amor que Dios siente por sus hijos y nos invita a convertirnos, a cambiar de vida.

Nos enseña que todos somos débiles y frágiles, que todos pecamos y que no tenemos derecho a juzgar y a condenar a los demás: "No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros" (Mateo 7,1-5). 

Nos muestra que todos somos hijos pródigos de un Padre amoroso que nos acoge compasivamente, a pesar de nuestras debilidades, infidelidades, equivocaciones y pecados, y nos invita a alegrarnos con Él: “¡Alegraos conmigo!, porque he encontrado la oveja que se me había perdido”, “¡Alegraos conmigo!, porque he encontrado la moneda que se me había perdido”, “¡Alegraos conmigo!, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lucas 15,3-32).

Nos invita a "ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,48), "a amarnos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor" (1 Juan 4,7-8).

Dios es rico en misericordia, es millonario en amor, es infinito en compasión, ilimitado en gracia, y quiere que nosotros también seamos felices, santos y perfectos

¡Es tan fácil serlo! Sólo hay que hacer presente el amor en nuestra vida: "Amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,37-40).




JHR

jueves, 28 de enero de 2021

HIJO PRÓDIGO Y BUEN SAMARITANO

"Sed misericordiosos 
como vuestro Padre es misericordioso"
(Lucas 6,36)

Uno de los elementos más característicos de la divina pedagogía de Jesús, y el más claro signo de coherencia y autenticidad de su divina personalidad son sus más de cincuenta parábolas escritas a lo largo y ancho de los evangelios. 

Las parábolas de Jesús son metáforas, comparaciones sencillas, alegorías fácilmente comprensibles para los hombres, tomadas de nuestras realidades y vivencias cercanas, que atraen y captan poderosamente nuestra atención. 

Su principal propósito es despertar nuestro pensamiento (nos implican, nos invitan), estimular nuestra conciencia (nos complican, nos comprometen) y llamarnos a la acción (nos simplifican, nos santifican) para acercarnos a su amor.

Sin embargo, la maestría divina en sí misma, limitada por el don gratuito que Dios nos otorga al respetar nuestra libre voluntad, nos deja abierta una puerta para que nuestra razón se sumerja en una reflexión interna y así, nuestro discernimiento pueda interpretar el mensaje y conferirle una aplicación particular y propia.

Las parábolas nos muestran lo que Dios es y cómo actúa; lo que el hombre es y cómo actúa; y lo que podemos y debemos llegar a ser. Pero lo deja siempre a nuestra elección, a nuestra voluntad, a nuestra libertad.

Hijo pródigo
La parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32) nos presenta dos actitudes humanas con dos personajes, ambos hijos de un mismo padre: el publicano, el hijo menor, despilfarrador y despreciado por los demás; y el fariseo, el hijo mayor, cumplidor de la Ley y bien visto por los demás. Y en medio, la actitud divina: la del Padre misericordioso, que acoge, perdona y dignifica a ambos.

Todos tenemos algo de publicanos y algo de fariseos, dos formas diferentes de vivir nuestra existencia ante la atenta y amorosa mirada de Dios. Todos tenemos actitudes rebeldes y despilfarradoras, y a la vez, cumplidoras y políticamente correctas. 

Todos tenemos actitudes de inseguridad y de "nostalgia egoísta" de Dios, y también, de autosuficiencia y de "reivindicación posesiva" de Dios. Todos tenemos actitudes de debilidad y de miseria que claman compasión y perdón, y también, de superioridad y de prepotencia que reclaman justicia y reconocimiento.

Sin embargo, a pesar de que nuestro Padre nos da todo lo que es suyo (la gracia, el amor, el perdón y la dignidad filial), nosotros, los dos hijos (el publicano y el fariseo), nos sentimos desgraciados, desatendidos y excluidos. Ambos nos apartamos de su amor. Cada uno de una manera: unos por egoísmo y otros por envidia. 

Mientras, el Padre que nos muestra su infinita misericordia, espera a que, libremente, se produzca la conversión de nuestros corazones al amor...Nosotros nos encontramos lejos del Padre pero Él siempre nos ve cerca, nos quiere en su casa.

Buen samaritano
La parábola del buen samaritano (Lucas 10,30-37) nos muestra también dos actitudes humanas, con otros dos personajes, el sacerdote y el levita, que cumplen la letra de la Ley pero no su espíritu (el amor). Ambos son incapaces de demostrar su fe con obras al ignorar al necesitado, al negar su ayuda al desahuciado, al mostrar indiferencia y pasar de largo, es decir, pecan de omisión, negligencia, inmisericordia y cobardía ante aquel a quien no consideran "prójimo". 

Y por otro lado, la actitud divina: la del buen samaritano que representa el amor de Cristo, quien "estando de viaje" (situación temporal), se para en el camino (la historia del hombre), acoge al "mal visto" (excluido), atiende al maltratado (perseguido) por los bandidos (el mal) y cura al herido (al pecador), le lleva a la posada (a la casa del Padre, la Iglesia) y paga por él (entregando su vida en la Cruz). No tenía obligación de hacerlo pero quiso hacerlo libremente y por amor.

El camino de Jericó a Jerusalén era conocido en tiempos de Jesús como el "Camino de sangre" por el grave peligro de ser asaltado y asesinado por los ladrones que lo acechaban. Esto mismo ocurre hoy en el "camino de maldad" que caracteriza nuestro mundo actual, donde el egoísmo y el individualismo nos convierten en hombres indiferentes y codiciosos que buscan su propio interés, que matan al prójimo, y por otro lado, nos convierten en cristianos teóricos, sin caridad ni misericordia ante la desgracia ajena.

Cuántas veces pensamos que el mal ajeno no "va" con nosotros, que "no es asunto nuestro". Cuántas veces damos un rodeo, mirarmos hacia otro lado y pasamos de largo. Cuántas veces nos consideramos cristianos pero ante la prueba de nuestra fe, no pasamos de la teoría a la práctica, de los dichos a los hechos. Cuántas veces somos "indiferentes" al prójimo, en lugar de ser "diferentes" al mundo.

Lo que realmente precisa y determina nuestra fe no es su definición, no es la teoría, ni la literalidad de la Ley, sino su puesta en práctica. "La fe sin obras está muerta" (Santiago 2,17). Y eso es precisamente a lo que Cristo nos invita: a poner por obras todo aquello que nos dice.

Con ambas parábolas Dios nos muestra la doble dimensión de la vocación cristiana: Primero, descubrir el amor de Dios que se compadece de nosotros y, segundo, nuestra poner en práctica esa misma misericordia con el prójimo

Dios nos llama a amar a todos, a los amigos y a los enemigos, a los cercanos y a los extraños, a los compañeros y a los rivales, a los que nos aman y a los que nos odian (Mateo 5,44)Cristo, el Buen samaritano, no hace distinciones ni pone excusas: todos somos "prójimos", todos somos cercanos, próximos. Todos somos hermanos. 

El Señor nos invita a vivir la esencialidad del mensaje evangélico: a no juzgar ni condenar, a ser generosos con los necesitados y atender a los heridos, a perdonar a quienes nos ofenden. (Lucas 6, 36-38). Dios, el Padre misericordioso, no pone límites ni fronteras como tampoco exigencias: Su amor es ilimitado, es generoso, es para todos, para publicanos y fariseos. Todos somos hijos.

Por ello, todos estamos llamados a ser buenos samaritanos y padres misericordiosos. Todos estamos invitados a ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5,48). Esta es la Ley del amor. Este es el camino de la santidad.

"A vosotros se os han dado a conocer 
los secretos del reino de los cielos y a ellos no. 
Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra,
y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. 
Por eso les hablo en parábolas, 
porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender (...) 
porque está embotado el corazón de este pueblo, 
son duros de oído, han cerrado los ojos;
 para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, 
ni entender con el corazón, 
ni convertirse para que yo los cure. 
Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven 
y vuestros oídos porque oyen" 
(Mateo 13,11-16)

JHR

miércoles, 24 de junio de 2020

LOS SACRAMENTOS EN LA PÁRABOLA DEL HIJO PRÓDIGO

"La palabra de Dios es viva y eficaz, 
más tajante que espada de doble filo; 
penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, 
coyunturas y tuétanos; 
juzga los deseos e intenciones del corazón. 
Nada se le oculta; 
todo está patente y descubierto a los ojos 
de aquel a quien hemos de rendir cuentas."
(Hb 4,12-13)

La Palabra de Dios no deja de sorprenderme cada día y aunque sé que una espada de doble filo que penetra hasta los tuétanos, siempre me maravilla y me suscita algo nuevo. 

Cuando uno cree (no sin una cierta dosis de orgullo) que ya sabe lo que dice un determinado pasaje porque lo ha leído muchas veces, llega Dios y te dice al oído: ¡Qué necio y torpe eres para creer lo que dijeron los profetas! Y yo le digo: ¡Cuánta razón tienes siempre, Señor, gracias, por modelarme cada día!
Hoy, leía de nuevo la parábola del hijo pródigo para redescubrir el amor misericordioso de Dios, que muestra la mirada compasiva de un padre que, por muchos fallos y rebeldías que vea en su hijo, no puede olvidar las necesidades de un hijo, y le da todo.

Y disfrutando de la lectura pausada, Dios me revela una nueva enseñanza "escondida". Poco a poco y según avanzaba en la meditación, he ido viendo aparecer algo que nunca había visto antes en el pasaje: los sacramentos. 
 
Gratuidad

El amor de Dios es gratuito, personal y sincero. No espera nada a cambio y se anticipa. Se entrega cuando se lo piden, aunque duela, como al hijo menor, que le da lo que le corresponde. Se da cuando no se lo piden, aunque sea obvio, como al hijo mayor, que le da todo lo suyo.

El Amor sale a nuestro encuentro y está siempre a nuestro lado, aunque ninguno de sus hijos lo agradezcamos, aunque ninguno lo veamos, aunque ninguno lo sintamos.

El Amor siempre se alegra de la vuelta a casa de un hijo. Siempre se alegra de encontrar la oveja que estaba perdida. Siempre se alegra de encontrar la moneda perdida. Siempre celebra fiesta por un hijo que estaba muerto (por el pecado) y ha resucitado.

Sacramento de la Eucaristía
Dignidad

La misericordia de Dios no es sólo una decisión de no juzgar; es un acto de amor que nos mantiene en el abrazo de Dios, a pesar de nuestros intentos de no sentirnos dignos de él.

Dios siempre nos considera muy valiosos porque nos creó a su imagen y semejanza, indicador de que el hombre es superior a los demás seres del universo.

Dios siempre nos encuentra dignos de amor y cuando lo aceptamos, ese amor nos transforma, nos viste de nuestra nueva naturaleza como hijos adoptivos de Dios.

La dignidad significa eminencia, superioridad, excelencia, grandeza. Eso es lo que nos devuelve Dios.

Una dignidad que se encuentra elevada y enriquecida por la gracia de la filiación divina y la correspondiente vocación del hombre al fin sobrenatural.

Sacramento del Bautismo
Perfección

En Mateo 5,48, Jesús nos dice: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.” Ser perfecto como Dios significa reflejar el amor de Dios en el mundo.
  • Es perdonar y disculpar de su error, a mi mujer, a mi hijo, a mi hermano, sin llevar cuenta del daño.
  • Es comprender al que no es como yo y empatizar con su situación.
  • Es compartir todo lo que Dios me ha dado con los que me rodean.
  • Es consolar a quien está triste y herido.
  • Es alimentar al que está hambriento de amor.
  • Es acompañar a quien está solo y me necesita.
  • Es dar la vida por los demás.
  • Es hacer salir el sol (mi sonrisa) sobre el bueno y el malo, el justo y el pecador.
  • Es rezar por quien me insulta, me persigue y me odia para que se convierta al amor.
  • Amar al amigo o al enemigo es el mayor signo de la gratuidad del verdadero amor y la mayor prueba del amor cristiano.
 La perfección es amar como ama Dios.

Sacramento del Matrimonio/Orden sacerdotal
Donación

El amor misericordioso que recibo de Dios se convierte en la fuerza motivadora para darlo a los demás. Amo (perdono) con esa misma gracia que he recibido. Es el Espíritu Santo que me guía y me santifica.

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5,7). Los misericordiosos somos quienes sabemos que Dios es misericordioso y, por lo tanto, somos igualmente misericordiosos con los demás.

Dios me llama a ser signo de su amor para mis prójimos, que, en la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37), son también los extranjeros, los distintos, o incluso los enemigos.
Sacramento de la Confirmación

Conversión/Sanación

La parábola del hijo pródigo simboliza el camino de conversión al que estoy llamado, como todos los cristianos. En ella, me veo reflejado en el:

-hijo menor: he usado mi libertad para alejarme del amor del Padre, buscando la felicidad en un lugar equivocado, encontrando solamente la amargura.

-hijo mayor: he permanecido junto a mi padre con un amor sin libertad, más como siervo distante, que como buen hijo y hermano.

Ambos necesitan convertirse. Ambos necesitan sanarse. Y yo, en alguna ocasión, soy uno y otro, o ambos a la vez.

La parábola no muestra un tercer hijo “perfecto” que no necesite conversión: el Señor quiere, con su amor, que me dé cuenta de que todos, sin excepción, tenemos que fomentar en nuestra alma la búsqueda del amor, el rechazo del yo egoísta y la donación libre y gratuita.

Mi conversión es un trabajo diario y continuo. Siempre es tiempo de conversión. Cada día es una gran oportunidad de renovación personal en el amor.

Sacramento de la Unción de Enfermos
Confesión

La parábola me presenta la espera paciente de mi Padre celestial que festeja con una maravillosa reconciliación.

Es el sacramento de la alegría. Los cristianos vivimos alegres porque nos sabemos hijos de Dios, hijos muy queridos, perdonados, vestidos, sanados, restaurados y dignificados.

Es con mi alegría y mi servicio, con los que muestro, en todos los ambientes, que en es el encuentro con una persona, Jesucristo, donde se encuentran todas las respuestas a los anhelos más profundos del corazón del hombre, donde se encuentra la felicidad plena y la perfección.

Sacramento de la Penitencia o Reconciliación.
A veces, Dios me esconde sus enseñanzas para regalármelas en su preciso momento, cuando más las necesito. Por eso y por mucho más, no me canso de darle gracias.
 
Gracias Señor por tu amor,
porque yo no existía y me creaste,
porque me amaste sin amarte yo,
porque antes de nacer ya me pensaste,
Gracias, Señor.

Gracias Señor por tu misericordia,
porque yo te abandoné y Tú me buscaste,
porque yo desprecié tu amor 
y Tú no subestimaste mi miseria.
Gracias, Señor.

Gracias Señor por tu piedad,
porque te exigí mi libertad y Tú no me la negaste,
porque me fui orgulloso y ufano de tu lado 
y Tú me has estado esperando todo este tiempo.
Gracias, Señor.

Gracias Señor por tu compasión,
porque volví humillado 
y Tú restableciste mi dignidad.
Gracias, Señor.

¿Cómo devolverte tanto amor?
¿Cómo restituir tanta misericordia?
Ahora ya lo sé 
porque Tú me lo has mostrado,
Gracias, Señor, gracias.

miércoles, 28 de junio de 2017

LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

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"Un hombre tenía dos hijos;
y el menor de ellos dijo al padre: 
´Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.´ 
Y él les repartió la hacienda.
Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, 
y comenzó a pasar necesidad.
Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, 
que le envió a sus fincas a apacentar puercos.
Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, 
pero nadie se las daba.
Y entrando en sí mismo, dijo: 
´¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, 
mientras que yo aquí me muero de hambre!
Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti.
Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.´
Y, levantándose, partió hacia su padre. 
Estando él todavía lejos, le vió su padre y, 
conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.
El hijo le dijo: ´Padre, pequé contra el cielo y ante ti; 
ya no merezco ser llamado hijo tuyo.´
Pero el padre dijo a sus siervos: ´Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, 
ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies.
Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,
porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; 
estaba perdido y ha sido hallado.´ Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, 
oyó la música y las danzas;
y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
El le dijo: ´Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, 
porque le ha recobrado sano.´
El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba.
Pero él replicó a su padre: 
´Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, 
pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos;
y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, 
has matado para él el novillo cebado!´
Pero él le dijo: ´Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo;
pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, 
porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; 
estaba perdido, y ha sido hallado."
(Lc 15, 11-32)

La parábola del hijo pródigo es una de las más hermosas, profundas y significativa de la Biblia, que se enmarca como respuesta de Jesús a una crítica de los fariseos y los escribas, expertos judíos en la Ley mosaica, quienes le reprochaban juntarse con pecadores. Pero que también nos aplica a nosotros.

Tema principal: La misericordia de Dios hacia los pecadores arrepentidos y su alegría ante la conversión de los descarriados. El enfoque de la parábola no es el hijo joven, rebelde y luego arrepentido, sino el padre que espera y corre para dar la bienvenida al hogar a su hijo. 

Estructura. Según la actitud de los personajes en los que se centra el relato: 
  • el hijo pródigo se marcha (pecado: rebeldía/autosuficiencia)
  • vuelve (arrepentimiento/necesidad)
  • el padre le recibe (misericordia/amor) 
  • el primogénito se queja (envidia/soberbia)
Mensaje teológico.  El mensaje de amor de Cristo, siempre guiado a la conversión de los pecadores, al perdón de los pecados y al rechazo a los formalismos que apartan al creyente de la verdadera fe y misericordia.

El hijo pródigo - Pecado
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Es sobre quien, aparentemente, gira la historia, pues es quien hila las tres primeras escenas, el pecado (desobediencia, rebeldía), el arrepentimiento (sufrimiento, necesidad) y el perdón (misericordia, amor). La palabra "pródigo" no significa rebelde o perdido - significa "derrochador" y "extravagante". Se refiere a una persona que es imprudente y despilfarra su riqueza. 

Escena de la rebeldía: el menor de dos hermanos le pide al padre su parte de la herencia. 

Teológicamente:
  • el hijo menor representa a la humanidad pecadora que se ha alejado de Dios, a los pecadores (publicanos) que  no se someten a la voluntad de Dios y se alejan de Él. 
  • la herencia representa los dones y la gracia que Dios nos da a cada uno de nosotros.
  • la petición representa la caída (el pecado) en el Jardín de Edén. El hijo exige la libertad de utilizar los dones y la gracia al margen de la voluntad de su padre. 
  • la actitud del padre representa el amor de Dios al dejar libertad a nuestra voluntadEn realidad, el padre habría tenido que dividir la tierra y vender una parte de sus bienes para dar a su hijo la herencia solicitada. Cuando el hijo menor le pide su parte de la herencia a su padre es como si le dijera: "Ojalá estuvieras muerto." Se trata de un gran insulto, cargado de vergüenza y culpa. En la cultura judía, hacer algo así, probablemente, le habría acarreado la expulsión de la comunidad para siempre. Y ser parte de la comunidad era fundamental para la supervivencia, la salud y la calidad de vida en general.
Escena del derroche: malgasta la herencia de su padre (dones/gracia) llevando una vida disoluta.

Teológicamente:
  • representa que el pecado no está tanto en la reclamación (que también), sino, en la libertad mal utilizada de la misma, (derroche, libertinaje), que lo lleva a la más absoluta ruina, en todos los sentidos.
El pecado y la vida licenciosa le lleva, en un acto desesperado, a cometer un acto abominable: alimentarse con algarrobas igual que los cerdos, y como consecuencia, empeora más su situación. ¿Por qué? En la cultura judía, los cerdos eran animales "sucios" e "impuros", tal como se describe en la ley de Moisés (Lv 11,7), de tal forma que ni siquiera se les podía criar. Si un hombre judío anhelaba la comida de los cerdos es que definitivamente había caído en lo más bajo.

Escena del arrepentimiento/conversión: tras "tocar fondo", el hijo reflexiona acerca de su provecho personal y cae en cuenta de que le traerá mayor cuenta regresar a la casa del padre que seguir por su cuenta. 

Teológicamente:
  • representa las desgracias que provoca el pecado, que no son castigos divinos sino resultado de las malas acciones y que siempre acaban mal.
  • representa una actitud interesada en la conversión, es decir se arrepiente racionalmente y no sentimentalmente, busca un provecho personal y no la santidad en sí, de ahí que prepare una disculpa para que tal vez su padre lo recibiría como siervo. Esta es la prueba de que el hijo no comprende la profundidad del amor y la compasión de su padre. 
El hijo pródigo ensaya un discurso, pero nunca llega a usarlo. Incluso antes de llegar a casa de su padre, éste sale a su encuentro, ofreciéndole un perdón incondicional.  Se puede decir que su verdadera conversión, el arrepentimiento real, ocurre en este momento, pues ve en la actitud del padre (entrega y amor), principales características de una verdadera conversión. Esta conversión ocurre al acudir a Dios y al arrepentirnos de las malas acciones de nuestra vida.

El padre - Misericordia
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Es, en realidad, el personaje central de la parábola. 

Teológicamente:
  • el padre representa a Dios y, fundamentalmente, a su infinita misericordia y amor.
Escena del libre albedrío: El padre respeta y acepta la determinación que su hijo toma por su libre albedrío, le reparte su herencia y lo deja marcharse. 

Teológicamente:
  • representa a un Dios que no es ni dictador, ni prepotente, que nos muestra el camino, nos da su gracia pero nos deja libertad para utilizarla y para que escojamos nuestro destino (desgracia).
Escena de la misericordia: Al ver a su hijo que regresa, sale a buscarlo corriendo y antes de que diga palabra alguna lo abraza y lo besa. 

Teológicamente:
  • representa la infinita misericordia de Dios, incluso sabiendo que la conversión no es completa y que puede haber un trasfondo (interés egoísta), sale en busca de aquel que lo necesita y lo llama, le acepta sin reprocharle su descarrío o su indiferencia anterior.
Correr en la antigua cultura del Cercano Oriente era tabú. Requería a un hombre que subiera su túnica a las caderas y le expusiera las piernas y su desnudez para no tropezar. Correr no era nada bien visto y suponía escándalo y vergüenza para quien lo hacía.

Si un judío despilfarrara su dinero con los gentiles, la comunidad le habría expulsado de inmediato a su regreso. El padre de la parábola corrió probablemente para encontrarse con su hijo, antes de que cualquier persona en la comunidad tuviera ocasión de increparle. 

El padre no reprende al hijo, sino que le da una fiesta de bienvenida en casa, llamando a sus sirvientes a preparar el ternero cebado, un anillo, una túnica y zapatos. Así es como actúa Dios con los pecadores arrepentidos: es audaz, sorprendente y desbordante de alegría.

El padre le pone a su hijo una túnica para restaurar su dignidad frente a la comunidad. Sin duda el hijo tiene un aspecto andrajoso, sucio y mal alimentado, pero él le viste como un príncipe, en un acto de amor y compasión, y así honra a su hijo delante de todo el mundo.

El padre también le da un anillo al hijo. Llevar anillos en aquella época era un signo de riqueza y posición. El poder de este símbolo refleja el deseo del padre de restaurar su pertenencia de pleno derecho en la familia.

A continuación, el padre le pide a sus sirvientes que le traigan un par de sandalias. Este, tal vez el regalo más práctico que le permitían caminar con el padre sin temor a cortarse o ensuciarse los pies.

Pero hay un último regalo: el ternero cebado. Este tipo de banquete "extravagante" estaba reservado para ocasiones increíblemente importantes. Su hijo ya no comería las algarrobas de los cerdos; ahora cenaría con la mejor carne disponible en presencia de su familia y, probablemente, de todo el pueblo.

Escena de la justicia: en su diálogo con su primogénito, indica cómo el Padre cuida a los de su casa.

Teológicamente:
  • representa que Dios tampoco descuida a sus hijos, a aquellos que lo han seguido justamente y cómo ante el pecado de los justos, su actitud es de ternura pero también de firmeza.
El primogénito - Pecado
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La historia tiene una segunda parte sobre el hijo mayor, 
el primogénito, que a menudo se pasa por alto, porque es el personaje que menos participa en la parábola, pero es igual de importante. 

Teológicamente:
  • representa a los hijos de Dios que se consideran a sí mismos justos y fieles, y que dicen someterse en todo a la voluntad del Padre. El verdadero sentido de este personaje es mostrar como los fieles de Dios también caen en el pecado, en este caso, la soberbia y la envidia. 
  • representa a los fariseos y escribas a los que Jesús hablabaquienes se sintieron despreciados por la gracia escandalosa de Dios para con los pecadores y marginados. Además, han estado guardando las reglas siempre y le inquieren al padre por qué no les ha hecho a ellos una fiesta (reconocimiento de méritos). Aquellos que se someten (hipócritamente) a la voluntad de Dios, pero que tampoco están cerca de Él.
Al reprocharle al padre lo que le hace a su hermano en comparación con lo que ha hecho por él se muestra que también en su fe de obediencia, existía un móvil interesado.

¿Cuál es la respuesta del padre al hijo mayor?: "Todo lo que tengo es tuyo también, pero esto requiere una celebración: ¡mi hijo estaba muerto y ahora está vivo de nuevo!" 

Teológicamente:
  • representa la postura de Dios ante el pecador: justo, directo, generoso, enfocado en el poder del arrepentimiento no a las faltas cometidas.
La parábola termina con la negativa del hermano mayor a asistir a la fiesta. No sabemos lo que pasó, pero Jesús dejó la historia pendiente, abierta para preguntas y discusión, como hacía a menudo.

Enseñanza fundamental

Jesucristo, mediante esta parábola, transmite varias enseñanzas fundamentales: en primer lugar, a sus coetáneos, tanto a los fariseos y escribas como a los pecadores y publicanos; y segundo, hoy día a los fieles cristianos y a las personas alejadas de Dios:

Fariseos y escribas/cristianos fieles: señala nuestra debilidad ante la tentación. Indica que el pecado de soberbia puede alojarse fácilmente en nosotros al profesar la fe. Al mismo tiempo, advierte que la fe cristiana no consiste solamente en "cumplir" participando en ritos y liturgias sino en practicar la misericordia y no juzgar a los demás. Nos invita a la conversión continua.

Pecadores y publicanos/alejados de la fe: también es una invitación a la conversión. Indica las consecuencias del pecado y de nuestras malas acciones, la importancia de un verdadero arrepentimiento y nos recuerda que la misericordia de Dios todo lo perdona.

Finalmente y para la reflexión: 

¿En quién nos vemos representados en la parábola? 
 ¿A quién nos llama Dios a parecernos?