“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma y con todo tu espíritu
y amarás a tu prójimo como a ti mismo”
(Mateo 22, 37,39)
La mayoría de las personas nos hemos preguntado alguna vez en nuestras vidas ¿por qué estoy aquí? ¿tiene mi vida algún sentido? ¿cuál es el propósito de mi vida? ¿para que he sido creado?
Los cristianos sabemos que Dios, que es Amor, nos ha creado por amor, para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo, y para amar con Él a todas las personas.
No hemos sido simplemente puestos por Dios en este “satélite solar” llamado tierra, como si fuera una "casita de muñecas" para su entretenimiento. Tampoco hemos sido creados porque Dios se sintiera solo o nos necesitara. Dios no necesita nada. Si no nos hubiera creado, seguiría siendo Dios.
Dios nos ha creado para ser santos (como Él), para ser perfectos (como Él), para ser felices (como Él), para ser amor (como Él). El amor de Dios es generosidad, bondad, pureza, humildad, entrega...
San Ignacio de Loyola nos dice en su Principio y Fundamento: “El hombre es creado para amar, alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma…”
Dios nos ha creado para amarle, es decir, para conocerle porque no se puede amar lo que no se conoce.
Dios nos ha creado para alabarle, es decir, para reconocerle en la creación, en el día a día, en lo cotidiano, cualquier situación, circunstancia, persona, gesto, etc.).
Dios nos ha creado para reverenciarle, es decir, para acoger el don, el sueño que tiene para nosotros, que nos dará plenitud.
Dios nos ha creado para servirle, es decir, para poner en marcha todas aquellas decisiones cotidianas que hagan realidad ese sueño de Dios. Solo así podremos “salvar nuestra alma”, llenar de sentido esa sed y completar ese anhelo impreso en nuestro corazón.
Ese sueño de Dios se concreta en una llamada suya para hacer algo o cumplir una misión específicas. Unos la cumplen con alegría, generosidad y confianza en Dios, otros no.
Todos hemos sido creados incompletos para que, a imagen de Dios, podamos terminarnos, y ayudados de su divina Gracia, descubrir la vocación para la que hemos sido creados.
Por eso la pregunta es ¿qué quiere Dios de mi en particular? ¿para que he sido creado específicamente? ¿a qué estoy llamado? ¿cuál es mi vocación como cristiano? ¿percibo su voz? ¿identifico su mensaje?
Porque nos ama, Dios nos llama a cada ser humano a un fin exclusivo, una vocación única, un plan específico, que debemos descubrir.
La vocación es una llamada por y para Dios, es decir, que tiene su origen en Dios y su destino en Dios. Es una manera concreta y profunda de comprender, orientar, ordenar y vivir nuestra vida, que no emana de nosotros mismos sino como un don de Dios. Para ello, debemos:
Escucharla (Atención)
Para recibirla la llamada de Dios, debemos estar atentos porque no es tan evidente como lo que vemos y oímos a diario. Dios viene silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad, y puede que no le oigamos si estamos pendientes de "nuestras cosas", de nuestras preocupaciones y necesidades.
Discernirla (Formación)
Para poder comprender, discernir y meditar esa llamada debemos estar preparados, salir de nosotros mismos y prestar atención a los detalles de nuestra vida cotidiana, aprender a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, mantenernos abiertos a las sorpresas del Espíritu y discernirlos a la luz de su Palabra.
Responderla (Vivencia)
Para vivir esa llamada personal debemos dar una respuesta libre, responsable y comprometida, aquí y ahora, sin dejarlo para más adelante, sin esperar a ser santos o perfectos. Dios no nos llama para el futuro sino para hoy, para el presente.
Escuchemos la vocación a la que Dios nos llama, meditémosla y vivámosla.