“El Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
enaltece a los humildes”
(Lc 1, 39-56)
Concluimos las meditaciones en chanclas de la mano de Nuestra Señora la Virgen María que, en su Asunción a los cielos, nos lleva a su Hijo Jesucristo.
La escena del Apocalipsis es realmente sobrecogedora: "Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, que da a luz un hijo varón que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro. Ambos fueron arrebatados al cielo junto a Dios y junto a su trono".
El Salmo nos habla del favor de Dios a la Virgen: "Prendado está el rey de tu belleza. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir." En la Escritura, el oro de Ofir se equipara al "oro puro".
Así pues, la Virgen es "oro puro" a ojos de Dios y como tal, Nuestro Señor, no permitió que su Madre se corrompiera en la oscuridad del sepulcro ni que sufriera las consecuencias de un pecado que no conoció jamás, "llevándola arriba".
La Asunción de María, es la "buena noticia", es el anuncio del establecimiento de la salvación, el poder y el reinado de Dios desde el cielo, a través de su Hijo Jesucristo y en colaboración con su Madre, la Virgen.
La Asunción de María, llevada a cabo directamente por Dios, por su excelsa santidad y pureza, su Inmaculada Concepción y su Divina Maternidad, su Virginidad Intacta y su Unión íntima e inseparable con Jesucristo, desde la Encarnación hasta el pie de la cruz, es el triunfo definitivo de María y garantía de nuestra vocación de eternidad, de nuestro común destino en el cielo como seguidores comprometidos de Jesucristo.
La Asunción de la Virgen (ese gran signo en el cielo) es un signo de consuelo y un mensaje de esperanza.
Es el camino y la llave de entrada al cielo: "En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día" (Benedicto XVI, 2010).
Santa María, eres mi gran ejemplo de cómo decir Sí a Dios, de cómo responder a su gran invitación a dejarle venir a mi vida.
Eres mi modelo perfecto de humildad, caridad y servicio; de fe, confianza y esperanza; de conversión de mi corazón, para prepararlo a recibir a Cristo y así, llegar al cielo.
Eres mi mayor ejemplo (después de tu hijo Jesucristo) para alcanzar las grandes virtudes de amor, confianza, fé, esperanza, humildad, generosidad, vida interior y servicio.
Por todo ello y mucho más, Santísima Virgen María "no podías conocer la corrupción del sepulcro, Tú que naciste Inmaculada y que engendraste al Señor de la vida”. Por eso, fuiste llevada al cielo por Tu propio Hijo.
No tengo palabras para darte mi infinito agradecimiento, Maria, mi Madre y Señora del Cielo..
... por haber creído en la Palabra de Dios y por enseñarme Tu fe y confianza únicas.
... por haberme mostrado Tu gran disponibilidad y generosidad.
... por enseñarme Tu obediencia, Tu humildad y Tu amor que da todo, sin pedir nada a cambio.
... por haber aparecido en mi vida llenando mi alma de alegría y por concederme gracias abundantes.
... por consolarme en los problemas, ampararme en los dificultades y protegerme en los peligros.
... por ser mi mi Refugio y mi Salud, mi Consuelo y mi Auxilio.
... por haberme regalado Tu esperanza, al abrirme las puertas del cielo, al darme a Tu hijo Jesús, mi Señor y Salvador.
... por haberme permitido consagrarme a Ti y a Tu Hijo en una esclavitud de amor.
... porque por Tu Asunción me haces partícipe de la Resurrección de Tu Hijo y del triunfo definitivo de Tu Inmaculado Corazón.
¡Bendita Tú, entre todas las mujeres!
JHR
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Tienes preguntas o dudas?
Este es tu espacio libre y sin censura