"Queridos míos, creced en la gracia
y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
A él la gloria ahora y hasta el día eterno"
(2 Pedro 3, 18)
Los retiros espirituales (también los de Emaús) son una invitación a subir al monte Tabor para descubrir la divinidad de Cristo y recibir numerosas gracias.
Acercándonos a la presencia del Señor, se nos desvela un "cachito de cielo" en el que nuestros ojos "ven", nuestros oídos "oyen" y nuestros corazones "arden".
Experimentamos el mismo gaudio espiritual que Pedro, Santiago y Juan cuando Jesús se transfiguró, y desearíamos eternizar ese momento, anhelaríamos establecernos allí permanentemente.
Sin embargo, obedeciendo a Dios Padre, escuchamos a Jesús, que nos dice: "Debéis volved a vuestra cotidianidad". Y nosotros, lo hacemos a veces, "a regañadientes" porque pensamos que las sensaciones allí vividas son exclusivas de un retiro espiritual y no pueden encontrarse fueran de él.
Pero no es del todo así, porque el Señor se nos aparece en muchas partes (en la Eucaristía, en la Adoración, en la Creación...) y nos habla de muchas maneras (en Su Palabra, en la Oración, a través de nuestros hermanos...) y nos invita a volver a "Jerusalén" con el corazón "en ascuas" dispuesto a amar y con la boca preparada para proclamarle.
Pero la mayoría de las veces, fuera de un retiro, nosotros no somos capaces de verlo, de reconocerlo o de escucharlo. O, quizás, no estamos dispuestos...
Cristo nos invita a una vida eucarística, a una vida interior contemplativa, a una vida exterior activa donde Él sea el centro. Nos invita a crecer en la gracia, en el conocimiento de Él y, en definitiva, en el amor.
No hace falta estar en un retiro para ofrecerle cada acción, cada instante, cada pensamiento de mi vida.
No hace falta estar en el Tabor para descubrir que toda mi existencia puede ser una experiencia continua de mi Señor.
Cristo me lleva a su presencia no sólo para que vea quién es, sino para prepararme en la instauración el Reino de los Cielos en la tierra, que pedimos en el Padrenuestro.
El retiro no puede ser la meta sino el medio para llenarme, ir y anunciar al mundo la Buena Nueva.
El retiro me regala las herramientas para regresar "transfigurado" y "renovado", para caminar de nuevo en mi vida cotidiana, con la certeza de mi fe y con la firme decisión de buscar mi santidad en medio del mundo.
Aunque somos ciudadanos del cielo (nuestra meta definitiva), debemos seguir peregrinando en el mundo, en un viaje de crecimiento y madurez espirituales hasta que llegue el momento de volver a ver a nuestro Señor.
Por eso, debemos volver a lo cotidiano, a la "normalidad". Allí seguiremos teniendo a Jesús a nuestro lado: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos".
JHR
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