¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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lunes, 5 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): GLORIA A TI, SEÑOR

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo 
a Pedro, a Santiago y a Juan, 
subió aparte con ellos solos a un monte alto, 
y se transfiguró delante de ellos. 
Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, 
como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús:
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! 
Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, 
otra para Moisés y otra para Elías».

No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió 
y salió una voz de la nube: 
«Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».

De pronto, al mirar alrededor, 
no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, 
les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto 
hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello 
de resucitar de entre los muertos.
(Mc 9, 2-10)

La transfiguración manifiesta la pedagogía divina con la que Jesús muestra a sus discípulos su identidad y su misión. Y lo hace porque sabe que todos los indicios apuntan a que su vida va acabar de manera violenta, pero sus discípulos no se enteran, no se lo creen o no lo entienden. 

Cristo escoge a sus discípulos más íntimos, Pedro, Santiago y Juan para subir al Monte Tabor (el monte, lugar de la presencia de Dios, según la mentalidad judía), y para volver a subir a otro monte, el Monte de los Olivos (cf. Mc 14, 33). 

A lo largo de la Escritura, podemos ver la vida pública de Jesús a través de diversos montes: el de la tentación, el de su gran predicación, el de la oración, el de la transfiguración, el de la angustia, el  de la cruz y el de la ascensión, que evocan también el Sinaí, el Horeb, el Moria, los montes de la revelación del Antiguo Testamento...Todos son montes de la pasión y montes de la revelación.

Allí, en el Tabor, Jesús les muestra su victoria, su gloria, manifestada en sus vestiduras (Ap 7, 9.13; 19, 14), en la presencia de dos personajes importantes de la historia de Israel, en la nube que les cubrió (Ex 13,21-22;16,10; Lev 16,2; Nm 16,42; 1 Re 8,10-12; Ap 14,14) y en las palabras del Padre: “Es mi hijo. Escuchadlo” (Mt 3,17; 12,18; Mc 1,11;9,7; Lc 9,35; 2 Pe 1,17).
La aparición de Moisés y de Elías (Ex 3; 1 Re 17-2 Re 1) muestran que Cristo es el cumplimiento de toda la Ley y de todas las profecías del Antiguo Testamento. En el Tabor, los dos profetas veterotestamentarios son testigos de la verdadera humanidad de Jesús, de la misma forma que los tres apóstoles neotestamentarios son testigos de su verdadera divinidad. 

Jesús escoge a la "tríada" humana (Pedro, Santiago y Juan) para que contemplen la Trinidad divina y para que entiendan que no es un maestro cualquiera, sino el Hijo de Dios. El mismísimo Dios les dice directamente que tienen que escuchar a Jesús, saber quién es y cómo actúa porque en Él se ha revelado su amor y su voluntad en plenitud. 

La transfiguración representa el punto culminante de la revelación de Jesús pero es también un acontecimiento de oración del Hijo con el Padre a través del Espíritu Santo en íntima compenetración, en unión hipostática, que se convierte en luz pura, que anticipa la retirada del velo que separa la tierra del cielo y nos hace partícipes de su naturaleza divina (2 Pe 1,4). 

Esto es también lo que experimentamos cuando contemplamos y escuchamos al Señor en la Eucaristía y en la Adoración del Santísimo Sacramento del Altar.
Cristo es el conocimiento íntimo y pleno de Dios. El pueblo ha escuchado a Moisés y Elías, ahora debe escuchar a Jesús para comprender el mensaje definitivo de Dios culminado en Cristo. 

Dios Padre nos dirige hacia la figura de su Hijo amado para que le escuchemos. Y escuchándole, demos testimonio de Él, porque no podremos dar testimonio de Jesucristo Resucitado si no le conocemos, si no le escuchamos, si no leemos su palabra, si no "subimos" con Él al Tabor y contemplamos su gloria. 

Sólo en la visión gloriosa de Cristo Resucitado, nuestra fe tiene sentido y razón de ser, como dice san Pablo:
"Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra él, diciendo que ha resucitado a Cristo, a quien no ha resucitado… si es que los muertos no resucitan. Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido. Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto" 
(1 Co 15,14-20)
Sin embargo, como también dice san Pablo, la fe en Cristo necesita testigos que lo invoquen, que sean enviados y que lo anuncien: 
"¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; ¿cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? 15y ¿cómo anunciarán si no los envían? Según está escrito: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien! Pero no todos han prestado oídos al Evangelio. Pues Isaías afirma: Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje? Así, pues, la fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la palabra de Cristo" 
(Rom 10,14-17)
Más tarde san Pedro confirmará que los apóstoles fueron testigos oculares de la gloria de Cristo: 
"No nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublime Gloria se le transmitió aquella voz: «Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido». Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada"
(2 Pe 1,16-18)
Visión y escucha, contemplación y misión son los caminos que nos llevan al monte santo en el que la Trinidad se revela en la gloria del Hijo. 

Contemplar al Señor glorioso es, al mismo tiempo, fascinante porque nos atrae hacia sí y arrebata nuestro corazón hacia lo alto, hacia la santidad; y tremendo, porque pone de manifiesto nuestra debilidad, nuestra incapacidad de alcanzarla por nosotros mismos. 

Escuchar a Cristo victorioso cada día en la Eucaristía o en la Adoración del Santísimo nos muestra nuestra misión, nos llena de estímulo y fortaleza para bajar al mundo y anunciar que Jesucristo ha resucitado. 


¡Gloria a ti, Señor!

JHR

sábado, 5 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): ¡QUÉ BUENO ES QUE ESTEMOS AQUÍ!

Seis días más tarde, 
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, 
y subió con ellos aparte a un monte alto. 
Se transfiguró delante de ellos, 
y su rostro resplandecía como el sol, 
y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 
De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. 
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: 
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! 
Si quieres, haré tres tiendas: 
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 
Todavía estaba hablando 
cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra 
y una voz desde la nube decía: 
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo». 
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. 
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: 
«Levantaos, no temáis». 
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. 
Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: 
«No contéis a nadie la visión 
hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
(Mt 17,1-9)

"Seis días más tarde". Después del milagro eucarístico de la multiplicación de los panes y los peces y tras anunciarles por primera vez su pasión a los apóstoles en la subida hacia Jerusalén...seis días después...esto es, de nuevo en domingo, en el día del Señor, Jesús se transfigura en el Tabor, dando profundo sentido y cumplimiento a las palabras proféticas de Isaías: "el pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz" (Is 9,1) y que Mateo recuerda al principio de la predicación de Jesús (Mt 4,16). 

Jesús les anticipa a sus discípulos que verían su gloria una semana antes (Mt 16,27-28) y aún así, cuando lo vieron resplandeciente, se quedan perplejos y desconcertados, como nos quedaríamos cualquiera de nosotros ante la sobrenaturalidad de tan potente teofanía y cristofanía (manifestación de Dios y de Cristo), que tambiémuestra una visión de cómo será la resurrección de todos los hombres en cuerpo glorioso.

El Señor, que conoce el corazón del hombre, siempre se anticipa: el que iba a ser humillado hasta el extremo, ahora se manifiesta en la plenitud de su esplendor y gloria futura, con la intención de levantar el estado anímico de los apóstoles, ante la inminencia de su Pasión. Estas tres columnas de la Iglesia serán testigos privilegiados de su momento más glorioso en el gozo del Tabor y también de su momento más humillante en la agonía de Getsemaní.

Inesperadamente, en medio del deslumbrante halo de luminosidad que envuelve su visión, entran en escena Moisés y Elías, testigos de la revelación divina en lo alto del Sinaí y representantes autorizados de la ortodoxia israelita (Moisés=Ley; Elías=Profetas) que atestiguan a Jesús glorificado como el Mesías prometido (para que una prueba fuera admitida entre los judíos, se requerían dos testigos).
Es entonces cuando desciende la voz del Padre procedente de la nube luminosa que los cubría con su sombra para corroborar su divinidad: "este es mi Hijo amado", eco de las mismas palabras escuchadas en el bautismo de Jesús (Mt 3,17), pero ahora con un mandato: "escuchadle" 

Dios, que había hablado en el pasado y hasta entonces a su pueblo por medio de Moisés y de los Profetas, ahora, en este nuevo Sinaí, les habla por medio del Hijo amado (Heb 1,1-2), el que ha venido para dar plenitud y cumplimiento a la Ley y los Profetas.

Los discípulos "caen  de bruces", rostro en tierra, postrados en adoración. No sobrecogidos por el miedo, sino en actitud reverencial (temor de Dios) ante la presencia trascendente de la divinidad. 

Exactamente lo mismo que nos ocurre cuando estamos en presencia de Jesús Eucaristía: nos postramos como signo de adoración y reverencia para gozar lo que estamos presenciando. Y aunque nuestros ojos no lo ven, allí mismo, en el altar, converge lo humano y lo divino, la tierra y el cielo. 
Es entonces cuando, como Pedro, decimos: "Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!" o "Con nuestros ojos hemos visto su majestad…" (2P 1, 16-19)

Tras la misa (nuestro Tabor de cada día) sabemos que tenemos que descender al valle para encontrarnos con nosotros mismos en el penoso batallar de nuestra vida, en el duro bregar del "mar adentro", en los momentos de tristeza y decaimiento. 

Pero salimos gozosos, transfigurados y resplandecientes, tras escuchar al Hijo amado, que nos dice "levantaos y no temáis" y que nos envía a ser luz del mundo (Mt 5,14) tan necesitado de Él.

¡Qué privilegiados somos al tener la oportunidad de acercarnos a ver la gloria del Resucitado en cada Eucaristía! ¡Qué afortunados somos al ser "primereados" por Dios que nos muestra nuestro destino final! ¡Qué gozo es ser reconfortados por su paz! ¡Qué bueno es estar junto al Señor y vislumbrar las primicias del cielo!

JHR

viernes, 5 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): ESCUCHADLO

"Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo"
(Lucas 9,35)

La Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene una gran importancia para los cristianos, pues no sólo nos muestra la visión de la gloria de Cristo en cuerpo glorioso e inmortal sino que nos anticipa la resurrección, base de nuestra fe: Su resurrección y, por ende, la nuestra.

Jesús elige una vez más a su "trío predilecto", a Pedro, Santiago y Juan, para llevárselos al monte Tabor (lugar de la presencia de Dios); los mismos que estarán con Él en el monte de los Olivos, antes de ser entregado. En ambas ocasiones, los apóstoles duermen plácidamente en la tierra, mientras desde el cielo la voluntad de Dios se hace presente.

Pedro, quien seis días antes, había proclamado la condición mesiánica de Jesús, ahora ve Su gloria con sus propios ojos pero... ¿es capaz de comprenderlo? 

Pedro, quien seis días antes, había escuchado de labios del Señor lo que tenía que padecer y sufrir, ahora lo escucha de los labios de Moisés y Elías pero...¿es capaz de comprenderlo?

Pedro, que seis días antes, había negado la voluntad de Dios, escucha de boca de Dios Padre la confirmación de todo lo anterior y ordena escuchar a Su Hijo: "Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo" (Mc 9,7; Mt 17,5; Lc 9,35). Pero...¿es capaz de comprenderlo?

La clave sobre la que hoy queremos meditar en el pasaje de la Transfiguración son las palabras del mismísimo Dios Padre: "Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo". Dios hace dos afirmaciones y una exhortación: 
  • "Este es mi Hijo". Dios mismo nos confirma que Jesús es Su Hijo.
  • "El Elegido". Dios mismo nos confirma que Jesús es el Mesías prometido. 
  • "Escuchadlo". Dios mismo nos manda escuchar a Jesús, su Hijo, el Mesías.
¡Escucha la voz de mi Hijo! ¡Oye su Buena Nueva! ¡Déjate impactar por su mensaje de amor para que transforme tu vida! Es lo que Dios me pide y es todo cuanto necesito: vivir su palabra. Pero...¿soy capaz de comprenderlo? 

Podría caer en la tentación de decir (como Pedro): "Maestro, qué bien se está aquí", esto es, limitarme a proponer cosas (como montar tres tiendas o cualquier actividad espiritual que se me ocurra) para satisfacer a Dios, sin escucharlo. Pero eso no funciona...

¡Cuánto me cuesta escuchar y cuánto me gusta hablar! ¡Cuánto me cuesta "dejarme hacer" y cuánto me gusta hacer! ¡Cuánto me cuesta seguir el consejo de la Virgen María: "Haced lo que Él os diga" y cuánto me gusta hacer lo que yo diga! 

Sin embargo, no se trata tanto de "hacer cosas para Dios" como de "dejar que Dios haga cosas", es decir, dejar a Dios hacerse presente y escucharlo a través de la Escritura, la Eucaristía y la Oración. Escuchar su voluntad y comprender sus palabras me conduce a imitar sus hechos en mi vida real.  

Es muy fácil acomodarme en el bienestar del "Tabor" en una Adoración Eucarística, en un retiro espiritual, en una peregrinación, etc... pero la visión gloriosa de Cristo me debe llevar a transfigurarme más que a sentir gozo, para que, como dice San Pablo, refleje la gloria del Señor y me vaya transformando en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señor (cf. 2 Cor 3,18).

Transfigurarme supone configurarme con Cristo, convertirme en "otro Cristo"; dejarme envolver por la nube del Espíritu Santo, es decir, ser dócil a su gracia, para amar y servir a los "desfigurados", a los despreciados de este mundo, que no son otros que el mismísimo Cristo.

El hombre de hoy, por su naturaleza caída, se ha desfigurado y ha perdido la imagen y semejanza de Dios con la que fue creado, que no es otra que la imagen de Cristo. Por eso, nuestro reto como cristianos, además de descubrir el rostro de Jesús en cada persona, es reflejar su rostro en el nuestro, hacerle presente en nuestra vida diaria.

Si lo consiguiéramos, quizás podríamos escuchar de Dios lo mismo que dijo de su Hijo: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco".


JHR

viernes, 6 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): ESCUCHADLO

"Este es mi Hijo, el amado; 
escuchadlo"
(Mc 9,7)

Hoy, el capítulo 9 del evangelio de san Marcos nos presenta una visión del cielo, nuestro destino final, y nos muestra la gloria, el poder y la autoridad de Jesucristo, anticipada por la profecía del capítulo 7 de Daniel y ampliada después por la visión de san Juan en el capítulo 1 del Apocalipsis, y en los que se repite un imperativo constante: "Escuchadlo", "El que tenga oídos, que oiga"...

El monte es el lugar físico del encuentro entre lo eterno y lo temporal, entre Dios y el hombre: Sinaí es Alianza, Moria es Sacrificio, Horeb y Carmelo es Presencia, Quarantania es Tentación, Eremos es Bienaventuranzas, Olivos es Agonía...Tabor es Visión del cielo, irradiación de la Gloria de Dios y confirmación de la identidad de Cristo. Es icono de Resurrección, signo de nuestra esperanza y razón de nuestra fe

Moisés y Elías, "hombres de monte”, aparecen junto al Señor y escenifican el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. La Ley de Moisés y los Profetas de Elías, flanquean al Evangelio, al Elegido, al Salvador. 
El Señor se trasfigura para que pueda entender, más tarde, como se desfigura en el "escandalo" de la Cruz. El camino al cielo pasa siempre por la cruz. Jesús me enseña un "cachito de cielo" para darme esperanza y así, cuando lleguen los momentos difíciles, ser capaz de perseverar en la fe. 

Dios Padre se hace presente en la misma nube (símbolo del Espíritu Santo) que cubrió a Moisés en el Sinaí (Ex 19,9), o a María en la Encarnación (Lc 1,35), y que ahora cubre a Jesucristo. La misma nube que le llevará en su Ascensión (Hch 1,9) y que le traerá en su Retorno (Mc 13,26). Y repitiendo palabras similares a las del bautismo de Jesús en el Jordán, Dios Padre confirma Su voluntad, esto es, que Cristo es el cumplimiento pleno y completo de Su Plan Salvífico: "Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo".
Pedro, Santiago y Juan, los más cercanos y amados por el Señor, son elevados en oración, "arrebatados en espíritu" para contemplar la visión celeste, pero se duermen, igual que se dormirán en Getsemaní. De repente, un resplandor les deslumbra: el rostro de Jesús brilla refulgente pero no dan crédito a lo que sus ojos ven y sus oídos oyen. 

El miedo inicial, que les hace caer de bruces, se convierte en éxtasis gozoso y muchos años más tarde, san Pedro recordará este momento: “Con nuestros ojos hemos visto su majestad” (2 Pe 1, 16). Aunque en Marcos no lo relata, en Mt 17,6, Jesús se acerca a los tres discípulos y les dice: "Levantaos. No tengáis miedo", igual que el ángel del Señor le dirá a Juan en Ap 1,17. 
Jesús les habla de resurrección pero ellos no entienden porque, ante el miedo que les paraliza, no escuchan. Y porque no escuchan, no pueden creer ni esperar. Más tarde, ya Resucitado, Jesús reprenderá a los dos de Emaús su falta de fe y de esperanza: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? (Lc 24,25-26).

Como a los tres Apóstoles, el Señor me invita a la gran liturgia celeste, a la Eucaristía, donde soy transportado al cielo, "elevado en espíritu" a la presencia de Dios, donde me uno en oración a toda la corte celestial. Al contemplar su rostro glorioso, caigo rostro en tierra ante el trono de Dios, hago silencio y escucho.

Como los tres apóstoles, muchas veces, veo pero no entiendo, oigo pero no escucho. Y cuando no entiendo algo, me dejo embargar por el miedo y busco mi propia seguridad (acampar). Y cuando no escucho, mi fe se tambalee y mi esperanza se desvanece. Sólo ante la visión de Cristo resucitado y glorioso, mi fe y mi esperanza cobran todo su sentido.

Todo conduce a Jesús. Si Nuestra Madre, la Virgen María, nos dijo en Caná "Haced lo que Él os diga", ahora, Nuestro Padre Todopoderoso, en el Tabor nos dice: "Escuchadlo". 

A Jesús, le escucho en la Palabra y le contemplo en la Eucaristía, donde me interpela y me pregunto ¿Cómo es mi actitud en presencia de Dios? ¿Cómo es mi oración? ¿Cómo es mi fe? ¿Y mi esperanza? 

¿Comprendo que para alcanzar el cielo tengo que pasar por la Cruz? ¿Escucho y aplico en mi vida lo que Jesús me dice en la Sagrada Escritura? ¿Me dejo transfigurar por la Palabra para ser luz del mundo? o ¿me quedo indiferente en mis seguridades?


JHR

miércoles, 12 de agosto de 2020

NO SÓLO DE RETIROS VIVE EL CRISTIANO

"Queridos míos, creced en la gracia 
y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. 
A él la gloria ahora y hasta el día eterno"
(2 Pedro 3, 18)

Los retiros espirituales (también los de Emaús) son una invitación a subir al monte Tabor para descubrir la divinidad de Cristo y recibir numerosas gracias.

Acercándonos a la presencia del Señor, se nos desvela un "cachito de cielo" en el que nuestros ojos "ven", nuestros oídos "oyen" y nuestros corazones "arden".

Experimentamos el mismo gaudio espiritual que Pedro, Santiago y Juan cuando Jesús se transfiguró, y desearíamos eternizar ese momento, anhelaríamos establecernos allí permanentemente.
Sin embargo, obedeciendo a Dios Padre, escuchamos a Jesús, que nos dice: "Debéis volved a vuestra cotidianidad"Y nosotros, lo hacemos a veces, "a regañadientes" porque pensamos que las sensaciones allí vividas son exclusivas de un retiro espiritual y no pueden encontrarse fueran de él.

Pero no es del todo así, porque el Señor se nos aparece en muchas partes (en la Eucaristía,  en la Adoración, en la Creación...) y nos habla de muchas maneras (en Su Palabra, en la Oración,  a través de nuestros hermanos...) y nos invita a volver a "Jerusalén" con el corazón "en ascuas" dispuesto a amar y con la boca preparada para proclamarle.

Pero la mayoría de las veces, fuera de un retiro, nosotros no somos capaces de verlo, de reconocerlo o de escucharlo. O, quizás, no estamos dispuestos...

Cristo nos invita a una vida eucarística, a una vida interior contemplativa, a una vida exterior activa donde Él sea el centro. Nos invita a crecer en la gracia, en el conocimiento de Él y, en definitiva, en el amor.

No hace falta estar en un retiro para ofrecerle cada acción, cada instante, cada pensamiento de mi vida.

No hace falta estar en el Tabor para descubrir que toda mi existencia  puede ser una experiencia continua de mi Señor.

Cristo me lleva a su presencia no sólo para que vea quién es, sino para prepararme en la instauración el Reino de los Cielos en la tierra, que pedimos en el Padrenuestro.
El retiro no puede ser la meta sino el medio para llenarme, ir y anunciar al mundo la Buena Nueva.  

El retiro me regala las herramientas para regresar "transfigurado" y "renovado", para caminar de nuevo en mi vida cotidiana, con la certeza de mi fe y con la firme decisión de buscar mi santidad en medio del mundo. 

Aunque somos ciudadanos del cielo (nuestra meta definitiva), debemos seguir peregrinando en el mundo, en un viaje de crecimiento y madurez espirituales hasta que llegue el momento de volver a ver a nuestro Señor.

Por eso, debemos volver a lo cotidiano, a la "normalidad". Allí seguiremos teniendo a Jesús a nuestro lado: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos".

JHR

miércoles, 5 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (6)

"¡Este es mi Hijo, escuchadle!"
(Marcos 9, 2-10)

El monte es el lugar del encuentro con Dios: Sinaí es Alianza, Moria es Sacrificio, Horeb y Carmelo es Presencia, Quarantania es Tentación, Eremos es Bienaventuranzas, Olivos es Agonía...

Tabor es Visión del cielo. Es irradiación de la Gloria de Dios. Es icono de Resurrección. Es imagen perfecta del Padre. Es confirmación de la identidad de Cristo y su misión. Es la explicación del "escandalo" de la Cruz. Es la razón de nuestra fe. Es nuestro destino: el cielo, que pasa siempre por la cruz.

En el Tabor, Jesús sube a rezar, a la presencia de Dios Padre, se transfigura y cambia de aspecto: su rostro, resplandece como el sol y sus vestidos, se vuelven blancos como de luz. Todo Él es luz, resplandor, blancura, pureza, belleza y gloria.

La Transfiguración es el símbolo de su poder y autoridad celestial. Más tarde, San Juan nos describirá la misma imagen gloriosa de Cristo, el Cordero, en el Apocalipsis.

Moisés y Elías, "hombres de monte”, aparecen junto al Señor y escenifican el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. De la Ley de Moisés y los Profetas de Elías al Elegido, al Salvador. Cristo es la plenitud, el cumplimiento completo del Plan Salvifico. Es la razón de todo lo creado, es la confirmación de la voluntad de Dios Padre.

¡Qué imagen tan impactante, tan difícil de comprender y de describir debió ser aquella para los apóstoles!

Pedro, Santiago y Juan, los preferidos de Jesús, no darían crédito a los que sus ojos vieron y sus oídos escucharon. El miedo inicial, que les hace caer de bruces, se convierte en éxtasis gozoso.

Como a los tres Apóstoles, el Señor me invita separarme del mundo, a elevarme en oración y contemplar Su rostro glorioso. Pero, sobre todo, me invita a escucharle y a hacer silencio.

Es en la Liturgia, en la Eucaristía donde soy transportado al Tabor, al monte, al cielo.

Como ellos, vemos pero no entendemos. Tenemos miedo y buscamos nuestra seguridad. Pero ante la visión de Cristo resucitado y glorioso, nuestra fe  cobra todo su sentido.

Todo conduce a Jesús. Si Nuestra Madre la Virgen María nos dijo "Haced lo que Él os diga", ahora, Nuestro Padre Todopoderoso nos dice: "Escuchadle".

Contemplando Su rostro, la Gloria de la Resurrección, me pregunto: 

¿Cómo me pongo ante la presencia de Dios? ¿Cómo es mi oración? ¿Cómo es mi fe? ¿Es cómoda o comprendo que pasa por la Cruz?
¿Estoy atento y escucho con frecuencia la Palabra del Señor? 
¿Estoy disponible y dócil a las inspiraciones de Su Espíritu?
¿Hago y aplico en mi vida lo que Jesús me dice? 
¿Me da miedo preguntar o hablar sobre Dios?
¿Me dejo transfigurar por la Palabra para ser luz del mundo, o me quedo indiferente en mis seguridades?

JHR